PRÓLOGO MEMORIAS DEL PADRE GERMAN
El 29 de abril de 1880 comencé a publicar en el periódico espiritista La Luz del Porvenir las memorias del padre Germán, larga serie de comunicaciones que por su forma a veces (al parecer novelesca) instruyeron deleitando.
El espíritu del Padre Germán fue refiriendo algunos episodios de su última existencia, en la cual se consagró a consolar a los humildes y a los oprimidos, desenmascarando al mismo tiempo a los hipócritas y a los falsos religiosos de la Iglesia Romana; esto último le proporcionó (como era natural) disgustos sin cuento, persecuciones sin tregua, crueles insultos y amenazas de muerte, que más de una vez estuvieron muy cerca de convertirse en amarguísima realidad.
Fue víctima de sus superiores jerárquicos y vivió desterrado en una aldea el que indudablemente por su talento, por su bondad y por sus especiales condiciones hubiera guiado la barca de San Pedro a puerto seguro, sin haberla hecho zozobrar.
Mas no por vivir en un apartado rincón de la tierra vivió oscurecido; que así como las violetas ocultas entre las hojas exhalan su delicado perfume, la religiosidad de su alma exhaló también el delicado aroma de su sentimiento religioso, y fue tanta su fragancia, que se aspiró su embriagadora esencia en una gran parte de la tierra, y fueron muchos los potentados que, aterrorizados por el recuerdo de sus enormes crímenes, acudieron presurosos y se prosternaron humildemente ante el pobre sacerdote pidiéndole que sirviera de intermediario entre ellos y Dios.
El padre Germán recogió a muchas ovejas descarriadas, guiándolas solicito por el estrecho camino de la verdadera religión; que no es otra cosa que hacer el bien por el bien mismo, amando al bueno porque por sus excepcionales virtudes merece ser tierna mente amado, y amando al delincuente, porque es un enfermo del alma en estado gravísimo, que sólo con amor puede curarse.
La misión del padre Germán en su última existencia fue la misión mas hermosa que puede tener el hombre sobre la tierra; y como cuando el espíritu deja su carnal envoltura, sigue sintiendo en el espacio lo mismo que sentía en la tierra, él sintió al verse libre de sus enemigos la misma necesidad de amar y de instruir a sus semejantes, y buscó todos los medios para llevar a cabo sus nobilísimos deseos.
Esperando ocasión propicia, llegó el momento de. encontrar a un médium parlante puramente mecánico, al que él profesaba entrañable afecto hacía muchos siglos; pero este hallazgo no era bastante: necesitaba que aquel médium tuviese un amanuense que sintiera, que comprendiera y que apreciara lo que el médium refiriera, y este amanuense lo encontró en mi buena voluntad, en mi vehementísimo deseo de propagar el Espiritismo, y los tres trabajamos juntos en la redacción de sus Memorias hasta el 10 de enero de 1884.
Sus Memorias no guardan orden perfecto en la relación de los acontecimientos de su vida; tan pronto relata episodios de su juventud (verdaderamente dramáticos) como se lamenta de su abandono en la ancianidad; pero en todo cuanto dice hay tanto sentimiento, tanta religiosidad, tanto amor a Dios, tan profunda admiración a sus eternas leyes, tan inmensa adoración a la naturaleza, que leyendo los fragmentos de sus Memorias, el alma más atribulada se consuela, el espíritu más escéptico reflexiona, el hombre más criminal se conmueve, y todos a su manera buscan a Dios convencidos de que Dios existe en las inmensidades de los cielos.
Uno de los fundadores de La Luz del Porvenir, el impresor espiritista Juan Torrents, ha tenido el buen acuerdo de reunir en un libro las Memorias del Padre Germán, y yo he adicionado a ellas algunas comunicaciones del mismo espíritu por encontrar en sus páginas inmensos tesoros de amor y de esperanza, esperanza y amor que son los frutos sazonados de la verdadera religiosidad que el padre Germán posee desde hace muchos siglos; porque para sentir como ¿el siente, y amar como él ama, y conocer tan a fondo las miserias de la humanidad, se tiene que haber luchado con la impetuosidad de las pasiones, con las asechanzas de los vicios, con los irresistibles halagos de las mundanas vanidades.
Las grandes, las arraigadas virtudes y los múltiples conocimientos científicos no se improvisan: son la obra paciente de los siglos.
Sirvan estas líneas de humilde prólogo a las Memorias del Padre Germán, y sean ellas las hojas que ocultan un ramo de violetas cuyo delicadísimo perfume aspirarán con placer los sedientos de justicia y los hambrientos de amor y de verdad.
Amalia Domingo Soler
Gracia, 25 de febrero de 1900.