Dice muy bien el inspirado poeta: El hombre debe buscar a Dios en sí mismo si al contemplar la espléndida naturaleza, no lo encuentra dando vida a todo lo creado.
Cuando la duda nos atormentaba, cuando en los días aciagos de nuestras borrascosas existencias llegaba la hora del crepúsculo vespertino; en aquellos momentos solemnes mirábamos al cielo, preguntábamos a nuestra conciencia y una voz interior nos decía:
Reconoce que en ti hay algo superior a tu deleznable materia.
Tu cuerpo se cansa, ¡Sí! Tus pies se niegan a andar, tus ojos a ver, tus brazos a trabajar, caes anonadado, rendido por la fatiga de tu larga y penosa jornada, todo se paraliza ante ti menos tu pensamiento, el sueño deja como inerte tu organismo, pero al despertarte murmuras por lo regular: ¡Cuanto he soñado!
Luego ese agente que hay en ti, esa llama que sostiene la vida de tu imaginación, ese recuerdo de lo pasado, ese presentimiento del porvenir, ese anhelo del presente, ese algo inexplicable pero real y positivo que hay en ti, separado de tus dolencias, de tus desengaños, esa fuerza que te impulsa a sentir… ¿No te dice que hay un lazo misterioso entre el alma de la naturaleza y tu alma?.
Al contemplar la vegetación que escribe en los campos las memorias de Dios, ¿No se eleva, no se sublima, no se engrandece tu pensamiento dominado por la admiración?.
¿No te encantan, no te atraen, no absorben poderosamente tu atención los bosques centenarios que guardan en su seno los restos de las generaciones que pasaron?.
¿Vives satisfecho contigo mismo? ¡No! Además de necesitar aire para respirar, rayos de sol para vigorizarte, agua cristalina para calmar tu sed, frutas sazonadas para saciar tu hambre, paisajes encantadores con que recrear tu vista, flores aromáticas para halagar tu olfato; tu mente necesita después de todo eso abstraerse, pensar en algo que ve y no ve y reflexionar sobre una vida pasada y futura.
Estudia la historia de todas las generaciones, y verás que los primeros pobladores de la Tierra adoraban a los astros, porque ha nacido con el hombre el germen de la adoración a un algo visible e invisible a la vez.
Esto nos decía nuestra conciencia cuando fluctuábamos en las turbias aguas de las dudas, y hoy que pensamos de muy distinta manera, hoy que la razón ha operado las cataratas de nuestra incredulidad, hoy vemos a Dios, como dice el poeta, en el fondo de nuestra alma.
¡Sí! Hoy que creemos ser grandes.
¡Hoy que nos avergonzamos de nuestras debilidades!
¡Hoy que recordamos con dolor profundo nuestros desaciertos!
¡Hoy que nos contemplamos tal como somos!
¡Hoy que el amor propio no nos ciega!
¡Hoy que quisiéramos ser sabios como Sócrates y buenos como Cristo!
¡Hoy que sentimos inmensa compasión por los desgraciados!
¡Hoy que quisiéramos ser la encarnación de la providencia para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, guiar al perdido y aconsejar al inexperto!
¡Hoy que hemos visto en nosotros la muerte del hombre viejo con sus vicios y su decrepitud, y hemos asistido al nacimiento del hombre joven! ¡Ávido de luz! ¡Sediento de verdad! ¡Hambriento de justicia! ¿Esta nueva vida deberá ser fugaz meteoro que pasará para no volver? ¡No!
Y sin embargo nuestro organismo se deshace, la vejez entorpece nuestro pasado, las arrugas hacen un jeroglífico en nuestra frente, nuestros rizos de oro se transforman en bucles de plata, nuestro cuerpo se inclina buscando un hoyo en la tierra, mientras que nuestro Espíritu pretende osado ser un nuevo mesías en los mundos de luz.
¿Y este desacuerdo aparente, esta desarmonía, podrá ser cierta? ¿Moriremos cuando hemos comenzado a vivir? ¿Nuestras nobles aspiraciones vivirán lo que los fuegos fatuos sobre los sepulcros? ¡No! En nosotros hay algo superior a la frágil materia, somos creados por el hálito de la divinidad, somos hijos de Dios; por esto no podemos morir y en nuestra inmortalidad encontramos la innegable existencia del Eterno.
Cuando escuchamos las comunicaciones de los espíritus, entonces exclamamos:
¡Que grande es el Omnipotente! ¿Qué liturgia, qué rito, qué dogma podrá potenciar su grandeza tan elocuente como la comunicación de los espíritus? ¡No hay religión que cante el hosanna con el sentimiento que lo cantan los seres de ultratumba! ¡La negación de la muerte es la prueba inconclusa de la Omnipotencia del que hizo la luz!.
Siempre hemos adorado a la naturaleza hasta en las florecillas silvestres, la olorosa retama, la roja amapola y el perfumado romero nos han hecho exclamar; ¡Qué bueno es Dios!.
La escondida gruta de donde brota cristalino manantial, la empinada sierra y la verde llanura todo nos ha impresionado, todo nos ha parecido bello, en todo hemos visto las huellas de Dios; pero cuando nuestra admiración ha llegado a su grado máximo es cuando hemos oído la voz de los espíritus, entonces hemos sentido lo que no podemos explicar, porque el sentimiento íntimo del alma es inexplicable, indefinible: sólo podemos decir que la idea de Dios ha tomado en nuestra mente nueva forma, y la certidumbre de que hay una inteligencia suprema, y superior a todo lo creado nos ha hecho sentir un amor inmenso al autor de nuestra eterna vida.
Cuando espíritus amigos han dicho: ¡Vivistes ayer y vivirás mañana! Tus sueños, tus aspiraciones, los delirios de tu ardiente fantasía no son elucidaciones de tu fértil imaginación; podrás llegar a ser sabio entre los sabios, grande entre los grandes, justo entre los justos si consagras las horas de tu interminable vida a todo lo digno, noble, puro y santo.
¡No eres un átomo perdido en el mundo!
¡No eres el desterrado de los cielos!
¡No eres el hijo olvidado de tu Eterno Padre!
¡No eres el judío errante de la tradición!
Eres ¡Sí! El Espíritu que tendrá vida eterna cuyo progreso será indefinido.
¡Todo cuanto encierra la Creación será para ti! ¡Vienes del infinito y el infinito es tu porvenir!
La sombría huesa donde se disgregan los cuerpos humanos no guarda más que las moléculas de vuestro organismo material, es el instrumento que necesitáis mientras estáis en este mundo; pero vuestro ser espiritual, vuestro yo pensante, vuestra voluntad funciona eternamente conservando su individualidad, pues si así no fuera, Dios no sería justo.
¡Qué hermoso es el porvenir del hombre! La mente se abisma contemplando el infinito… y todas las pequeñeces de la Tierra, todas las miserias humanas dejan de impresionarnos y de zaherirnos cuando recordamos nuestra inmortalidad y nuestro progreso sin límites.
La inmortalidad que las religiones positivas conceden al Espíritu, ni consuela ni entusiasma, porque en todos los credos el alma queda inactiva, salvada, condenada o confundida en el gran todo; cesa su actividad en el momento de desprenderse de su cuerpo y el Espíritu inactivo no vive en su verdadera vida.
Vive el alma realmente cuando se ocupa de su perfección y trabajando en su progreso indefinido responde a la grandeza de su creador.
En la comunicación de los seres de ultratumba es donde nosotros hemos encontrado la completa, y la absoluta certidumbre de la existencia de Dios.
Dios está en la naturaleza, es verdad; Dios habla a sus criaturas en el monte y en el llano, en los ríos y en los mares, en las aves y en las flores, en las deliciosas mañanas de Mayo y en las tétricas noches de Diciembre, en la bonanza y en la tempestad; pero en la comunicación de los espíritus, ¡Encuentran las almas pensadoras tanto que estudiar y que aprender!… ¡Se ve tan patente la Omnipotencia de Dios en la negación absoluta de la muerte!
Cuando la luz de la verdad suprema disipa las sombras de los siglos, cuando escuchamos las voces de los sabios que fueron los grandes iniciadores de las civilizaciones pasadas, cuando decimos: ¡Nada muere! ¡Nada!, Las ciudades se hunden, ¡Sí! Pero sobre las ruinas quedan sus profetas, sus mesías, y sus mártires, y los jefes de aquellas escuelas filosóficas que fueron esplendor y gloria de Atenas, de Alejandría y de Roma, hoy más sabios que entonces dejan oír su voz entre los hombres de buena voluntad.
Desaparecen las distancias, los siglos quedan reducidos a segundos y la vida de todos los tiempos reaparece ante nosotros palpitante, rica de emociones, y la realidad de Dios nos admira y nos asombra.
Bien dice el poeta: Para mirar a Dios cierra los ojos y búscale en el fondo de tu alma.
¡Sí espiritistas! Dios está en todas partes, indudablemente, pero habla mucho más a nuestros sentidos cuando escuchamos los consejos de nuestros padres después de haber llorado largos años su muerte.
Lo sabemos por experiencia; hará veintidós años que perdí a mi madre y en la tarde del treinta de Octubre último oímos su voz, clara inteligible, sin mediación de ningún médium: copiábamos un artículo cuyo asunto versaba sobre la noble mujer que me llevó en su seno, y al firmarlo, sentí que daban un ligero golpecito en la puerta de cristales de nuestro gabinete, y una voz dulce murmuró muy queda: ¡Adiós, hija mía!.
La sensación que experimenté es imposible explicarla; nos levantamos rápidamente, abrimos la puerta, miramos todas las habitaciones y nadie había, pero había en nuestro corazón violentísimas pulsaciones, había en nuestra mente un mundo de ideas, había luz bastante en nuestra imaginación para ver clara, muy clara la verdad de la vida de ultratumba.
Aquel día había trabajado más que de costumbre, no porque estuviera mejor de salud, y decía de vez en cuando: ¡Quién me acompañará hoy que tan buena influencia tiene! Mas al oír aquella voz, murmuré… ¡Madre mía!. ¡Tú vives! ¡Sí! No queda la menor duda, tu voz yo no puedo confundirla con ninguna, y para mejor satisfacción preguntamos más tarde a dos espíritus por conducto de dos médiums, y los dos espíritus nos dijeron que el corazón es el mejor profeta, que de mi madre era la voz que habíamos oído.
Y confesamos ingenuamente que nunca nos ha parecido Dios tan grande; toda nuestra adoración se despertó al escuchar aquella voz tan querida.
Dios está en todas partes, ¡Sí! Pero cuando se reconoce mejor su Omnipotencia es escuchando la voz de los espíritus que nos hicieron felices con su inmenso amor.
Entonces sentimos en un segundo unas sensaciones que nos pueden conmover durante siglos.
Renunciamos a pintar lo que sentimos en aquellos instantes, así como a Dios no se le puede definir, de igual manera los sentimientos del alma son indefinibles… Mientras más se eleva el hombre separándose de todos los rutinarismos terrenales, más difícil es darse cuenta de lo que siente, y si él mismo no comprende sus sentimientos, menos podrá hacerlos comprender a los otros.
Algo habíamos oído decir de los goces que proporcionan las comunicaciones de los espíritus, y efectivamente cuanto se diga es válido.
Hay revelaciones que al hombre más escéptico le volverían creyente.
Si de la comunicación ultraterrena abusan algunos ignorantes, si la superchería puede apoderarse de ella, si puede dar lugar a muchas supersticiones llegando hasta la obsesión, y lo que es peor aún a la subyugación casi completa; en cambio, bien comprendida y analizada, sin que ningún interés mezquino nos impulse sino únicamente el noble afán de iniciarnos en la vida de ultratumba, si la verdad buscamos y la sana razón nos guía, entonces…
¡Benditas mil veces las comunicaciones con los espíritus!.
¡Dios se revela en ellas!
¡Dios nos descubre sus innumerables mundos!
¡Dios nos envía torrentes de luz!
Dios nos dice: ¡Venid benditos del progreso y seréis conmigo en las esplendentes moradas de la Creación!.
¡Dios está en la conciencia de todos los hombres que creen en la inmortalidad del alma y en la individualidad y progreso indefinido del Espíritu!
¡Espiritistas, adoremos a Dios, rindámosle culto haciendo continuamente obras de caridad y descifrando con nuestro estudio y asidua aplicación los problemas que guarda la ciencia!
¡Feliz el hombre que comprende la grandeza, la sabiduría y la Omnipotencia de esa fuerza creadora llamada Dios!.

Amalia Domingo Soler