Granos de Uva

La cofradía de los esenios tuvo origen en el año 150 antes de Jesús, en el tiempo de los Macabeos. Era una especie de asociación moral y religiosa que nos recuerda algo de las cooperativas agrícolas modernas, que además de dedicarse a la industria, al comercio y al trabajo, se esmeraban por la asistencia social y la educación de sus afiliados.

Así nacieron pequeñas sociedades o agrupaciones en los pueblos de Judea, que más tarde se extendieron hasta Fenicia, la India y Egipto. Cada asociación era dirigida por los miembros más viejos de la comunidad, cuyos afiliados vivían todos juntos, pues participaban de los bienes en común. Cada familia esenia se comprometía a criar por lo menos, un hijo de otra familia que fuera numerosa o pobre.

Pronto se transformó en una agradable cofradía, cuya alimentación sana y forma de vida respetable, aliadas a las prácticas y costumbres religiosas, amando a Dios y al prójimo, respaldaban sus acciones por el convencimiento de la Ley de la Reencarnación y por tanto en la Inmortalidad del alma.

La dignidad, los objetivos superiores y el desinterés de los Esenios, adheridos exclusivamente al bien, atraían la atención de lo Alto y al poco tiempo comenzaba a notarse la presencia de elevadas entidades espirituales, que más tarde pasaron a orientarles eficazmente en el progreso espiritual de la colectividad.

Rápidamente, el padrón espiritual de los Esenios se elevó ante la presencia de esos excelentes espíritus siderales; y dio lugar a la selección, excluyendo de los ritos y ceremonias los excesos supersticiosos, creciendo los conocimientos de orden superior sobre la inmortalidad del alma.

Jesús consiguió entre ellos las energías espirituales que tanto necesitaba para neutralizar las hostilidades del mundo, en el desempeño de su obra redentora.

Esos altos iniciados vivían su vida en los monasterios, grutas minas viejas o abandonadas y lugares distantes del bullicio mundano. Sabían fluidificar el agua, hacer pases e imponer las manos en la cabeza de los enfermos.

Los Esenios del “Círculo Interno” eran vegetarianos rigurosos y la alimentación a base de pescado, solo era permitida ante la falta total de frutas y legumbres. Eran disciplinados para ingerir los alimentos, moderados en el vestir y totalmente despreocupados de los bienes del mundo.

Los discípulos externos o terapeutas evitaban las profesiones desairosas, extorsionadoras o demasiado especulativas; eran agricultores, artistas, científicos, obreros y pescadores. Jamás se introducían en la política, en los negocios agiotistas o en las profesiones de fiscales, esbirros, militares, negociantes de joyas, criadores de aves o animales para vender o cualquier tipo de trabajo en los mataderos. Servían a Dios por la santidad del espíritu y trabajaban por el bien al prójimo; aceptaban la reencarnación como postulado fundamental de su doctrina.

Los Esenios también eran de condición hospitalaria, benevolentes, pacíficos y enemigos de hacer desprecio o dar ejemplos de superioridad; vivían silenciosos, hablando lo suficiente para servir y enseñar al prójimo. Repelían la ostensividad de las preces, el pedantismo de los fariseos, el lujo de las sinagogas y la dureza de los saduceos. Eran valerosos y leales en sus relaciones con los demás hombres y sacrificaban fácilmente sus vidas para no quebrar sus votos iniciáticos. Delante de la crueldad, de la ironía o de cualquier acusación ajena que causara perjuicios a la cofradía esenia, preferían guardar silencio y morir, antes de delatar o defenderse a sí mismo. Eran adversos a la idolatría de las imágenes. De ahí, que Jesús era un gran admirador de los Esenios y su hábito peculiar lo identificaba con ellos.

Ciertas máximas evangélicas de Jesús eran verdaderos preceptos esenios como el de la “puerta estrecha”, y que “vuestra mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.

Los Esenios conocían perfectamente la existencia del periespíritu. Los neófitos aprendían en su iniciación, que una vez que el espíritu vestía la “túnica nupcial”, es decir, cuando habían purificado el periespíritu, podían participar del “banquete divino” de la vida celestial.

La cofradía esenia fue un rebrotar de la” Fraternidad de los Profetas”, que fuera fundada por el profeta Samuel y que en ese momento se hallaba encarnado en la figura de Juan Evangelista. Este apóstol tenía acceso a los ritos internos, pues era un iniciado. Más tarde retornaría a la tierra como Francisco de Asís.

No debemos olvidar que todos los acontecimientos que debían suceder alrededor del Maestro, estaban planeados con anticipación por los Mentores y Guías Siderales de Jesús. Así como nació y se fundó la cofradía esenia 150 A.C., cumpliendo con su fecunda obra de redención, ésta desapareció un poco antes que Tito destruyera Jerusalén. Surgieron un siglo y medio antes del Maestro Nazareno y se disiparon medio siglo después, así como el alumno distinguido, una vez terminado su curso académico, abandona la escuela.

¿Por qué los Esenios no se radicaron en Fenicia, en la India, en Persia, en Arabia, África o Egipto y prefirieron vivir justamente en Judea y por “coincidencia” en Galilea, tierra donde nació y vivió Jesús? ¿Qué misterio o feliz accidente reunió a esa élite espiritual, culta y sabia, conformada por aquel maravilloso consejo de ancianos, donde Jesús encontró el aliento, el valor, el cariño y el estímulo para poder cumplir con su obra, tan prematura para esa época? ¿Quién le dio tantas fuerzas y ánimo para cumplir, en tiempo fijado por lo Alto, con la pasión y el trágico hecho del Calvario? Sus angustias, tristezas y recordaciones de su morada venturosa, recibían generosa comprensión y saludable compensación entre aquellos ancianos esenios, liberados de la vida material y que vivían exclusivamente en base al espíritu eterno.

La siembra cristiana tenía la tierra preparada y se podía garantizar la germinación a través de la fertilidad que ofrecía el “abono” esenio. Por lo tanto, es evidente, que ese grupo de hombres cultivando aisladamente las virtudes superiores del Espíritu, era una especie de “embajada” espiritual que descendió a la tierra para recibir al Mesías, el que más tarde daría forma objetiva y didáctica a los mismos principios de los Esenio y además, los afirmaría con su propia sangre.

Los santuarios esenios estaban diseminados por los montes más importantes de la Hebrea, en los lugares accesibles para atender a los discípulos y próximos a las colectividades de los terapeutas. Todos los santuarios se subordinaban al “Consejo Supremo” el cual se reunía en asambleas periódicas o en casos extraordinarios a fin de atender los problemas más importantes de la comunidad y establecer las normas de vida futura de la Fraternidad. Ese consejo estaba compuesto por setenta ancianos. La mayor parte vivía en el monte Moab, en la margen oriental del mar Muerto. Muchos de esos ancianos estuvieron presentes en las principales pregonaciones del Maestro, como el caso del “Sermón de la Montaña” y durante la “Transfiguración”, pues ellos se confundían humildemente con el pueblo.

En ellos primaba la limpieza, la higiene y la estética. En sus vestidos preferían el color blanco; solo en casos muy especiales usaban un manto de lana azul oscuro sobre los hombros, que Jesús también usó. Los santuarios eran limpios claros y agradables.

En las asambleas que se hacían regularmente, se estudiaban las providencias y ayuda que era necesaria y urgente para el sustento y el amparo de los afiliados rurales más pobres, dispersos por las grandes regiones de Palestina. El mismo hogar de Jesús, ante la prole numerosa de José y María recibió a su debido tiempo la contribución de los esenios para salvar las dificultades de la familia. Gracias a su cautela y prudencia pudieron sobrevivir en medio de la fanática atmósfera religiosa, puesto que evitaban rozarse con cualquier tipo de actividad religiosa que no fuera la suya.

En la época de Jesús estaban encarnados entre los ancianos los profetas Ezequiel, Micheas, Nehemías, y Job que formaban el Consejo Superior bajo la tutela del profeta Jeremías. Esos ancianos Esenios eran un grupo de espíritus que desde los comienzos de la Atlántida venían elaborando los estatutos preliminares de la efusión espiritual en la tierra y preparando el terreno propicio para que el Maestro Jesús sembrara la semilla bendecida del Cristianismo. En tiempos remotos fueron conocidos como los “Profetas Blancos”; después por “Antulianos”, “Dactylos”, “Kobdas” y finalmente Esenios. Actualmente se hallan diseminados nuevamente por la tierra para organizar una nueva y disciplinada iniciación esotérica con poderosa actividad en el mundo profano a fin de revivir el Cristianismo en sus bases milenarias. Jesús también había participado con ellos en la Atlántida, cuando vivió como Antulio, el profeta sublime, que en época tan lejana fundó la “La Fraternidad de la Paz y el Amor”, cuyos adeptos fueron conocidos por la tradición esotérica como “Antulianos”. Y Jesuelo, el notable discípulo atlántico que fuera fiel hasta los últimos instantes de la invasión de los bárbaros y de la destrucción del “Templo de la Paz y el Amor”, donde sucumbió Antulio, también retornó a Judea para participar en el advenimiento del Cristianismo, encarnando la figura de Juan Evangelista.

En general, los terapeutas o afiliados externos se reconocían por la señal característica de cerrar la mano derecha y el dedo índice debía apuntar hacia el cielo, mientras que los adeptos al Círculo Interno cerraban el dedo pequeño y el anular, dejando el pulgar, el índice y el medio abiertos y levantados hasta la altura de la cabeza, conforme lo hacía Jesús habitualmente según se puede verificar en las estampas católicas. El saludo peculiar y preferido entre ellos, era “La Paz sea con vosotros”, y que respondía la segunda persona “Que la Paz sea en ti y en mi por la gracia del Señor”.

Los Manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán, llamados así por hallarse en cuevas situadas en Qumrán, a orillas del Mar Muerto, son una colección de 972 manuscritos. Casi la totalidad están redactados en hebreo y arameo. Los primeros 7 fueron descubiertos en el año 1946. Posteriormente hasta el año 1956 se encontraron manuscritos en un total de 11 cuevas de la misma región. La mayoría de los manuscritos datan de entre los años 250 A.C. y 66 d. C. antes de la destrucción del segundo templo de Jerusalem por los romanos en el año 70 d. C. Es de suponer que, alguna relación habrá entre los esenios y estos manuscritos.

Por último vamos a conocer la oración que realizaban como término a la consagración y compromiso moral a los estatutos de los esenios:

“Dios, Todopoderoso, que vitalizáis con vuestra energía cósmica la mente y el corazón de los hombres, vuestros siervos; aceptad el voto sagrado que es ofrecido por este humilde servidor y que se compromete aumentar en dos horas diarias el servicio para ayudar a los leprosos, socorrer a los huérfanos, confortar a los paralíticos, orar por los dementes y consagrarse a los desvalidos, enfermos y perturbados. ¡Señor! Ayudadme a cumplir con vuestra Voluntad en el mundo de la materia y despertad en mi la llama eterna de vuestro Amor”.

Referencias: “El Sublime Peregrino” (Ramatís).

Artículo realizado por Francisco Carrillo.