
MEDITACIÓN
Cuatro periodos nuestra vida tiene. La niñez con sus mundos de alegría, la dulce y soñadora adolescencia, la edad viril con su ambición gigante y en la vejez la triste indiferencia. ¡Cuán breve es nuestra estancia en este mundo! De niños no sabemos qué vivimos, la juventud nos brinda sólo sueños, la ancianidad recuerdos de que fuimos. Sólo la edad madura nos ofrece la verdadera vida, el pensamiento se eleva, se dilata, se engrandece, y adquirimos ternura y sentimiento. Del mismo modo que los hombres tienen distintas fases en su propia vida así el cuerpo social siente su influjo. La sociedad refleja la tendencia que le impone la ley de la costumbre, dominio que se acepta sin violencia, y que siempre acató la muchedumbre. El mundo tuvo su feliz infancia, después su adolescencia soñadora, en esas dos edades de ignorancia cubrió la luz de su rosada aurora. El mundo niño quiso los vergeles, el mundo joven el gentil torneo y el mundo pensador busca hoy laureles y halla el orbe pequeño en su deseo. Hay otra aspiración, hay otra vida: vertiginosa, ardiente, que, sin orden, sin regla y sin medida, su punto de partida es dominar a todo lo existente. ¡Ya no existen montañas, el hombre ha penetrado en sus entrañas! suena una voz gigante atronadora: que el universo escucha conmovido y pasa la veloz locomotora. Cuando el dolor nos deja en nuestro pecho el corazón desecho, le podemos decir a un ser amigo ¡ven! a llorar conmigo. Trasmite nuestra queja, el telégrafo ardiente y palpitante que el tiempo lo reduce a un solo instante. ¡Buques, puertos, canales, máquinas infernales: que ya en la superficie de la tierra, o en lo profundo de revueltos mares, arrojan a millares nubes de fuego que la muerte llevan! ¡Todo ha brotado en confusión gigante, caliginosa, ardiente, de un modo exuberante: en la grandiosa mente del poderoso siglo diecinueve, que a su poder el mundo se conmueve! «Él le ha dicho al pasado: duerman por siempre en la olvidada tumba que tú misma ignorancia te ha labrado. Duerman en paz tus ritos, tus costumbres, tus ídolos, tus santos, tus altares, tus doctos familiares; tu sabio jesuitismo: que sembró la semilla de un profundo egoísmo. Pasen tus monasterios, donde el hombre desataba los lazos de familia perdiendo hasta el recuerdo de su nombre. Llegó la hora bendita, en que el mortal comprenda la grandeza de la eterna verdad por Dios escrita. Tiempo es ya, de que el genio se consagre no a fantásticos sueltos: ya no existen los bardos que cantaban en medio de ruinas: los ídolos pasaron, las cántigas guerreras su puesto le usurparon, escépticos que todo lo negaron y que el nombre de Dios desconocieron. Este vértigo ardiente del fatal ateísmo; hoy inclina su frente ante tan gran verdad ¡oh! ¡Espiritismo! Sostienen fuerte lucha encontradas pasiones; se oye una voz; el universo escucha y olvida sus pasadas tradiciones. Pero todo es incierto, todo vago, la incoherencia domina: dejando tras de sí fatal estrago. Pero esto es natural, los grandes cambios los trastornos sociales; son como los violentos huracanes que el aire purifican; pero desbordan los profundos mares y arrebatan los cedros seculares. Titánica es la lucha, pero al hombre la razón lo domina, y ante esa clara luz, su pensamiento rinde homenaje a la verdad divina. Dios dice al hombre: «Avanza en tu carrera mi pensamiento tienes» Por eso como el águila altanera debemos los mortales, elevarnos audaces por la esfera. Y según nuestros dotes especiales enaltecer de Dios la gran historia, escribiendo una página elocuente en la región eterna de su gloria. La ciencia hija de Dios debe inspirarnos; venid poetas y elevad cantares, venid hijos de Apeles, tornad vuestros pinceles y en la boca del túnel tenebroso, deteneos un instante: y veréis como avanza en las tinieblas el humo de la máquina triunfante tejiendo un velo de flotantes nieblas. ¡Parecen cordilleras de montañas! ¡visiones delirantes! copiad esas figuras tan extrañas, ¡ligeras, indecisas, palpitantes! ¡oh! trasladad al lienzo ese paisaje de sombra de vapor de luz rojiza por qué ese extraño cuadro simboliza, todo el invento y el poder del hombre. Y vosotros profundos pensadores que buscáis en la ciencia de ultra-tumba de la divina luz los resplandores, escudriñad las santas escrituras: que ellas dicen del modo que hallaremos paz en la tierra, y gloria en las alturas. ¡El evangelio fuente sacrosanta es manantial purísimo y fecundo! ¡El que bebió en sus aguas se levanta sobre el impuro lodazal del mundo! Amalia Domingo Soler Ramos de Violetas volumen 3 1874
7 abril, 2022