
Para completar esta obra y dar fe de todo cuanto en ella se relata como un hecho y enseñanza cierta, dirigida a la redención del Espíritu; redención compensada y rectificada por medio de la ley natural de causa y efecto, a continuación hacemos una cita sobre un acontecimiento histórico.
Hecho acontecido en Alemania, en el año 1.939:
¡Septiembre de 1939!
Un rastrillo de fuego partía de Alemania incentivado por Adolfo Hitler y momentáneamente ignorado por el resto del mundo. Simulado por las flores y gritos de entusiasmo, el “Führer” entraba en Austria, después de la caída de Schusning, mientras el pueblo adoraba al nuevo ídolo por medio de banderitas con los colores de ambos países.
Rápidamente, la preocupación alcanzó a los demás países europeos, pues el dictador alemán comenzaba a mostrar sus garras al invadir a Checoslovaquia.
Meses después masacraba a Polonia, bajo pretextos de que sus súbditos crearon problemas en el corredor de Dantzig.
Francia e Inglaterra, despertaron de su censurable mutismo, dejando sucumbir a la desamparada Polonia, en una calculada operación, para después declarar la guerra a Alemania, dado que peligraban sus intereses comerciales en Europa.
Pero, lo hicieron bastante tarde, pues la “Luftanza” arrasó el sur de Francia e Hitler atravesó la inexpugnable “Línea Maginot”, demostrando lo obsoleto de su eficacia, ante la agresividad de la aviación. Enseguida, casi demolió Coventri y más tarde sangraba a los ingleses en las playas de Dunquerque, pereciendo millares de soldados.
Hombres, mujeres y toda la juventud alemana deliraban de entusiasmo, ante las victorias aplastadoras del Führer, inconscientes de que la euforia belicosa sembraba tristes acontecimientos kármicos para el futuro, puesto que más tarde los aliados arrasarían las ciudades y tendrían que sufrir la humillación en el “muro de la vergüenza”, impuesta por los rusos.
Megalomaníaco y bárbaro del siglo XX, Adolfo Hitler demolía la cultura del pueblo alemán, mandando incendiar las obras de renombrados sabios germánicos, aniquilando la ciencia, la filosofía y el arte levantado hasta esos días por verdaderos genios. Enseguida impuso a la juventud influenciada por el nazismo su biblia “Mein Kampf”, escrita en sus momentos de histeria y paranoia, cuando estaba encarcelado en Munich, después del fracasado “puch”.
Caminó a paso de ganso junto a la torre de Eiffel, en París, reventando de orgullo y vanidad; recorrió los inmensos territorios devastados por sus “panzers” y fue aclamado por millares de banderitas y gritos jubilosos de sus coterráneos, que deliraban de entusiasmo. Adolfo Hitler volvió a repetir la vieja historia de los facinerosos del pasado, como David, Gengis Kan, Atila, Tamerlán, Aníbal, Alejandro y otros flagelos de la humanidad.
Pero, la Ley es inflexible y correcta, pues todos pagaron con la misma moneda. Berlín fue demolida, millones de casas destruidas, fábricas arrasadas e inutilizadas y, por ende, todos los servicios públicos.
Millones de alemanes pasaron a vivir en las calles, subterráneos y debajo de los puentes, que mal conseguían arrancar de la tierra los tubérculos y hierbas para no morir de hambre. Los aliados, en su fiebre de venganza, no dejaron un metro cuadrado sano de las ciudades alemanas. Desapareció Berlín y casi desapareció del mapa Hamburgo, Colonia y Bremen.
La dirección de las tinieblas, deliraban de alegría por su diabólico dominio de la Tierra, a través de los genios del mal, encabezado por Hitler y seguido por Himmler, Goering, Goebbels, Josef Kramer, Mengel, Fichmann, J. Streicher, Ernest Kaltenbrunner, Hans Franck y otros de orden secundario.
Aspiraban a controlar las futuras encarnaciones a fin de plagar la Tierra con vicios, violencias y poderes egocéntricos.
Además, se habían reforzado la guardia de las sombras con la estulticia de Mussolini, adherido a los nazistas y humillando a Italia, formando el eje Roma-Tokio- Berlín.
Sin embargo, no sucedió como habían previsto los magos de las sombras, predestinando la Tierra para los hombres viriles y el cielo para los ángeles afeminados.
Los Estados Unidos, dentro de su proverbial cálculo utilitario, cuando comprobaron que tendría elevados perjuicios para el futuro, entraron en la contienda, para evitar el dominio de Hitler en los mercados europeos y asiáticos.
Ante el desgraciado ataque a Rusia, a pesar del conocido error cometido anteriormente por Napoleón, Hitler comenzó a debilitar sus fuerzas guerreras y jamás pudo volver a recuperarlas y menos luchar en dos vastos frentes a la vez.
Mal sabía, que él no dejaba de ser un “detonador psíquico” del karma colectivo de millones de seres endeudados desde los tiempos de David, pues vanidosamente confundió el permiso provisorio de lo Alto, con su genio y poder invencibles. Ignoraba, que en su ficha kármica archivada en el Espacio, estaba señalada la fecha del 30 de Abril de 1945 en que terminaría sus días, abatido en su orgullo y poder destructor, bajo el arma homicida de una automática “walther”, mientras Eva Braun, esposa de última hora, caía al suelo bajo los efectos de una píldora de cianuro.
Mientras tanto, para los “Señores del Karma”, lo más importante era el clima belicoso activado por Hitler, en donde deberían rescatar sus culpas pasadas millones de guerreros, malvados y feroces criminales. Esos culpables de otrora verían sus propias casas quemadas o arrasadas. La familia asesinada o las esposas e hijas deshonradas. Sus hijos aplastados contra el muro o masacrados a punta de bayoneta. Los parientes fusilados o torturados, a causa de una mala siembra de sus pasados pecaminosos.
La ley seleccionó cuidadosamente a los culpables y los colocó dentro de Alemania y de los países que serían invadidos por el nazismo, a fin de sufrir el choque de retorno en medio de sus colectividades judías, diezmadas en los incendios mortificantes de los “ghettos” y por otro lado, figurando como soldados, que eran aniquilados en los frentes de batallas de Francia, Polonia y Rusia.
Rápidamente, movido por un excesivo odio racial, incontenido desde su juventud, Hitler resolvió dar solución al “problema de los judíos”, autorizando su muerte en masa y de cualquier forma. Adolf Eichmann mató a más de seis millones de judíos en los hornos crematorios, fusilamientos y ejecuciones, además de los que murieron de hambre en los campos de concentración.
Los vagones para el transporte de animales, iban cargados al máximo, de infelices judíos en la más degradante promiscuidad, después de haberlos capturado en los países invadidos.
La carga humana llegaba a los campos de concentración de Ravensburg, Dachau, Auschwitz, Belsen, Buchenwald y Vilingen, totalmente deteriorada y en estado calamitoso.
Los hornos crematorios, pantanos y fosas comunes eran insuficientes para eliminar tantos millones de víctimas, que bajo el nuevo traje material, renacidos como judíos, en el siglo XX, rescataban sus culpas de sus masacres cometidas en aquel pecaminoso pasado.
Millares de mujeres y comandantes de los campos de concentración, llegaron al máximo de su odio racial haciendo curtir la piel de esos infelices hebreos para adornar joyeros, tapas de libros y cajas de perfumes.
Cuando la actividad criminal del nazismo contra los judíos era más intensa, allá por el año 1942, apareció una violenta epidemia “hepatointestinal” en la zona rural de Alemania. Los niños morían en grandes cantidades. Los médicos estaban seriamente preocupados para combatir la arrasadora epidemia, pues tal situación había comenzado a irritar a Hitler.
Finalmente obtuvieron su permiso para hacer experiencias en vivo sobre las criaturas judías, con la esperanza de conseguir la vacuna deseada. En un sólo día fueron sometidos a tratamiento, más de 500 niños en el campo de concentración de Auschwitz, se escogió a 31 de ellos para efectuarles las terribles experiencias de vivisección bajo el control de los médicos Heinrich y Brumenwald a fin de encontrar el salvador antídoto.
Eran niños de diversos tipos, variaban de edad y sexo, reacción sanguínea, resistencia vital y comportamiento nervioso. Algunos eran perfectamente sanos y fuertes, otros débiles y enfermizos, era el material humano que mejor se les ocurría para tales ensayos.
Aterradas ante la imposibilidad de huir de esas cruentas pruebas, las infelices victimas fueron amarradas por los enfermeros nazistas en las mesas de los laboratorios y debidamente amordazadas para impedirles sus gritos desgarradores. Día a día eran sometidas a las inimaginables pruebas.
Las intervenciones quirúrgicas, deshidrataciones, transfusiones de sangre contaminada, pruebas de ácidos y corrosivos, biopsias, obliteración de la función nerviosa y circulatoria, además de la desnutrición o superalimentación infectada, que producía serios síntomas de gravedad en la región abdominal.
Fueron sometidos a la inoculación del material patógeno de todas las especies. Les fue extraído el líquido raquídeo, linfático y sanguíneo.
Tres días más tarde habían muerto 23 de ellos en medio de estertores y pústulas corrosivas, con sus carnes hechas jirones y los ojos desorbitados por el dolor.
Los médicos y enfermeros vigilaban atentamente las modificaciones anatomofisiológicas. Analizaban los trabajos sobre las vías emuntorias, las reacciones endocrinas, nerviosas y sanguíneas y el comportamiento de las vitaminas en las pruebas de resistencia vital.
Era la más cruel de las actividades para conservarlos vivos pero a su vez enfermándolos.
La enfermedad que se estaba investigando era del tipo del cólera, cuyo bacilo, Koch había descubierto en el año 1883, en Alejandría, pues los médicos nazistas también comprobaron que su localización estaba en los intestinos y era sumamente contagioso.
Después de 21 días de experiencias tenebrosas, sólo quedaba uno de los 31 cobayos humanos. Era un niño de once años, verdadero trapo vivo, sumido en el más inconcebible de los dolores, cuyos cabellos negros se habían emblanquecido y la fisonomía infantil se había vuelto simiesca, una especie de anciano precoz.
Su resistencia orgánica había sorprendido a los médicos alemanes, pues se mostraba consciente en su rigidez tormentosa y postura contraída por los calambres nerviosos. Sus ojos estaban completamente secos y su boca vertía una espuma sanguinolenta a través de la mordaza.
El cuerpo estaba agujereado por una docena de agujas hipodérmicas, que le daban sueros, líquidos nutritivos, preparados infecciosos vitalizantes, sangre y hormonas, haciendo vibrar los tubos de goma en aquel horripilante experimento.
Parte de los intestinos del niño se encontraba en un frasco de vidrio con suero de Ringer templado, sometido a riguroso examen, puesto que había sido tratado por varios médicos, que hacían todo lo que mejor se les ocurría para descubrir el terrible flagelo que diezmaba a los niños alemanes.
En fin, gracias a su heroica resistencia los médicos citados anteriormente encontraron la vacuna ambicionada para salvar a los alemancitos afectados por la devastadora epidemia.
Conforme se comprobó después de la guerra, las mismas vacunas sirvieron para la misma enfermedad en millares de niños en la región coreana e indochina.
Después de terminar con su objetivo siniestro y terapéutico, Heinrich miró al judío y ordenó sacarle la mordaza.
Aunque su corazón estaba endurecido por la rigidez nazista, hizo un gesto furtivo de conmiseración al observar detenidamente la fisonomía simiesca del niño, que 21 días antes era pletórico de salud. Hizo una seña a uno de los enfermeros y le entregó una píldora para que se la diera a tomar.
La infeliz criatura aflojó la rigidez de la musculatura fisonómica, se movió con dificultad, bajo estremecimientos nerviosos. Entonces Isaac, el niño judío víctima de esa cruel vivisección, tumbó su cabeza a la izquierda y expiró por la acción letal del cianuro de potasio.
El enfermero alemán, un verdadero monstruo con aspecto de enorme gorila se movió inquieto, e insensiblemente exclamó: –¡Murió!
Heinrich y los otros médicos al servicio de Hitler, curtidos por las bárbaras experimentaciones a fin de proteger a la superior raza Aria, miraron largamente al niño que había resistido 21 días, sin alivio de ninguna especie.
A pesar de la indiferencia que demostraba, el médico no dejaba de admirar la proeza demostrada por aquel infeliz ser de la creación y dirigiéndose al enfermero indolente y de aspecto brutal, le volvió a preguntar:
–¿Estás seguro que murió? Sin embargo salvó la vida de millares de niños, dado que las vacunas se salieron de su cuerpo ya están siendo aplicadas a los niños de nuestro querido pueblo.
Y retirando las tuberías de goma ensangrentadas, señaló al infeliz cobayo humano, agregando:
–¡Qué vitalidad y resistencia admirables! ¡Cuánto nos ayudó! ¡Es un cuerpo sacrificado para la salvación de otros millares de cuerpos!
El médico antes de salir del laboratorio, como si estuviera afectado por un extraño remordimiento, le dijo seriamente a su brutal asistente:
–¡Entiérrenlo! ¡Denle buena sepultura, se la ganó!
Transcurrió cierto tiempo del calendario humano, cuando Isaac abrió los ojos en el mundo espiritual. Se estremeció, horrorizado, sentía en su boca la mordaza y el gusto característico de la sangre que le fluía desde la garganta, debido a la ruptura de los vasos.
Al comienzo, le extrañó una claridad azul celeste, muy confortadora, parecida a los rayos de luna, dándole un alivio inesperado, que contrastaba con la luz mortecina de los laboratorios de los campos de concentración.
Creía estar escuchando una deliciosa melodía religiosa, como si estuviera imaginando al rabino Joseph tocando el órgano en la sinagoga de Dresden, o cuando acompañaba a sus padres y hermanos. La música le rememoraba la fragancia de los lirios y las flores del brezo, que abundaban en las márgenes del Reno y del Elba. Se proyectaban en su mente las imágenes de las plantaciones del centeno, avena, trigo y viñas, cargadas de uvas sabrosas.
Miró a su alrededor buscando la figura de esos hombres tenebrosos que lo torturaban, cuando estaba amarrado a la mesa fría del laboratorio. ¿Dónde estaba el enfermero de rostro cuadrado?
¿Por qué le introducía elementos en su intestino sin darle anestesia? ¿Y la mujer delgada, fría y de mirar duro, que lo torturaba con las botellas de líquidos corrosivos?
El niño Isaac, no intentaba moverse de la forma petrificada, pues se lo habían impuesto por la fuerza.
Antes gemía loco de dolor y sin comprender el motivo de tanta crueldad; pero, ahora, sentíase inesperadamente aliviado en sus dolores físicos y el sufrimiento parecía que sólo estaba radicado en su alma.
Movió la mano derecha y asombrado, comprobó que estaba libre de las ataduras de cuero. La boca aún la tenía tapada por algo extraño, pero no le causaba dolor alguno, y los ojos, agotados de tanto llorar, poco a poco se iban descongestionando por efecto de una invisible y balsámica energía.
De repente, escuchó un grito a su izquierda y de reojo percibió ropajes blancos; entonces se estremeció violentamente, seguro que estaba nuevamente ante el feroz enfermero y la despótica mujer, que además de atormentarlo lo llamaba de “raza vil e infame”.
Recogió el cuerpo en un gesto instintivo de defensa orgánica, esperando que su cuerpo fuera nuevamente destrozado en otra intervención quirúrgica, sin calmante alguno; pero cosa rara, nada de eso sucedía y la persona que a su lado se encontraba, se fue inclinando hacia él, cuyo rostro se parecía al de una hada, como él jamás hubiera visto o soñado. Inmediatamente le apoyó la mano sobre la cabeza, como si lo estuviera acariciando, de cuyos dedos se desprendían vapores sedativos, que deseaba gustar de ese estado, el resto de su vida.
–¡Isaac! ¡No temas, querido mío! Todo ha terminado; ahora eres el enfermo, te encuentras en agradable convalecencia y debemos loar al Señor de los mundos por la redención de tu alma. Recién ahora puedes vivir entre nosotros, gracias a los reposos fortificantes, de equilibrio espiritual.
La hermosa mujer se inclinó nuevamente, lo besó en la frente con tanta ternura y afecto, que lo hizo vibrar, sacudido por extraños y familiares recuerdos, que instintivamente casi podría llamarla por su nombre.
La puerta de la habitación se abrió para entrar un hombre muy hermoso, vestido con un traje muy raro, medio parecía hindú y la otra parte egipcia, miró sonriendo a Isaac, con suma alegría.
Después extendió las manos y le hizo algunos pases por el cuerpo, aliviándole el espasmo doloroso, equilibrándole el ritmo respiratorio. Enseguida le dio a beber un líquido reconfortador, con sabor muy agradable que al pasarle por la garganta le eliminaba todo vestigio del sufrimiento anterior. Los labios se le movían con facilidad, y él mismo, se extrañó de su propia voz, cuando dijo:
–¿Dónde están?
–¿Quiénes? –exclamó Amuh-Ramaya.
–¿La mujer y el hombre con cara de gorila? –dijo con ojos que demostraban el temor que les tenía.
La hermosa joven se sentó a su lado y le acarició los cabellos amorosamente. Después de unos instantes, le dijo afablemente:
–¡No te preocupes, ellos se fueron! ¡Nosotros te hemos liberado! No pienses más en aquello que pasó, ahora vas a vivir con nosotros, libre y lejos de Alemania.
Pero, no debes hacer preguntas, pues dentro de muy poco estaremos en nuestra casa, entre amigos y protectores.
Isaac quiso besarle la mano, pero ella lo apretó entre sus brazos, y comenzó a sentir una sensación como si estuviera expandiendo, crecía, crecía en un impulso libertador más allá de su propia forma, de niño cruelmente maltratado. Bajo un extraño sentimiento le parecía que algo le latía dentro de su alma y que conocía perfectamente a esa maravillosa mujer, que ahora estaba a su lado.
De pronto, Amuh-Ramaya lo miró profunda-mente en sus ojos, en forma cordial, pero enérgica; Isaac se sintió dominado por un suave entorpecimiento que lo fue aquietando poco a poco, terminando por dormirse bajo una dulce sensación de paz. Volaba por el cielo, huyendo, huía siempre de una oscuridad maligna, de unas manos feroces que lo perseguían y de unas voces que le gritaban “renegado”, “renegado”.
Enseguida, el grupo de almas luminosas emprendió el majestuoso vuelo, sumiéndose en los hermosos colores del sol astralino, mientras Swen y sus “vikingos”, con otras falanges de espíritus en misión defensiva en la superficie de la Tierra y con asiento en el astral que la rodea, hacían señas despidiéndolos.
El grupo lo formaban quince espíritus que giraban en medio de una amplia esfera policrómica, cuyos colores no es posible describirlos, pues sus cambiantes tonos, no hay palabras para expresarlos.
Eran seis mujeres tan hermosas como las hadas y nueve hombres de hermosura incomparable, imponentes y serenos. La más hermosa de las mujeres, cuyo perfil griego estaba envuelto en un traje como el lirio y adornado de arabescos dorados, con su manto azul cuajado de estrellas plateadas, sostenía entre sus brazos al niño dormido. Después de cierto tiempo de gira, apareció a su frente el anfiteatro donde Apolonio presidiera aquellas reuniones.
Centenares de espíritus de los más diversos matices áuricos, razas, colores y luces se acomodaban alrededor de una plataforma formada por flores naturales y muy expresivas, en cuyo centro se leía la frase: “Bienvenido el redimido hijo del Señor”.
Los quince espíritus que formaban tan hermosa corte celestial, descendieron en ángulo recto hacia el suelo color de armiño, mientras Cintia –la hermosa griega– depositaba cariñosamente el cuerpecito periespiritual de Isaac.
Los presentes jubilosos inclinábanse ante aquel niño, cuyo rostro comenzó a iluminarse bajo los fascinantes colores zafirinos, liliáceos y rosados que conformaban el ambiente, en asombrosa combinación con los colores áuricos de los presentes.
Bajo la fragancia de las flores que formaban la plataforma, la configuración periespiritual del niño fue adquiriendo un tono crema luminoso y después pasaba al color naranja madura, para terminar en un color topacio vivísimo, contrastado por el fondo rosado liliáceo.
Apolonio –el venerable anciano– seguía atentamente el proceso de los colores ambientales, alrededor del niño dormido. Después de unos instantes, levantó la cabeza y señalando al cuerpecito de Isaac, dijo a los presentes:
–Todavía predomina el matiz que define a la mente egoísta o ambiciosa; observad los reflejos anaranjados un tanto oscurecidos. Pero, loado sea el Señor porque el fondo liliáceo es la luminosidad de nuestro ambiente, pues ya comienzo a ver en su tórax el carmín y el violeta.
El amarillo intelectivo, también se le ve bastante claro demostrando que su sabiduría tiende a fines elevados.–Apolonio terminó de describir los colores y dijo con visible emoción:
–La ternura y la humildad entraron definitivamente en su corazón. Levantó los brazos y cerrando los ojos, invitó a todos para elevar una oración por el recién llegado:
–“Señor, Padre y Creador del Universo, los pensamientos y las palabras jamás podrán expresar nuestra ventura espiritual en este momento, ante la redención de un miembro más de nuestro grupo familiar, purificado en la carne bajo el proceso justo y lógico del dolor. ¡Gracias, amado Padre por permitir el ingreso de un nuevo servidor de la Luz en las filas del Maestro Jesús!”
De lo alto, como si fuera una abundante lluvia de colores, alcanzó la frente de aquellos espíritus, cuya breve oración, pero elocuente, avivaron aún más el suave carmín, que resplandecía en sus auras sublimes. Apolonio subió al estrado color castaño, y haciendo un gesto cordial, se expresó así:
–¡Mis hermanos! Termino de disfrutar de un instante maravilloso de nuestra vida espiritual gracias al retorno de los ocho réprobos, de nuestro grupo familiar, redimidos en la carne.
Mientras Adolfo Hitler continúa sembrando fuego y destrucción por el mundo terreno, millones de personas, todavía están expiando en ese karma colectivo, desde tiempos bíblicos, sufriendo bajo el impacto de los nazis los dolores y tragedias que sembraron otrora.
Ahora viste el traje carnal de los judíos, unos como mujeres otros como niños y viejos, muriendo atrozmente en los “ghettos” incendiados, muros de fusilamientos en medio de los estertores del hambre y el frío y en las cámaras de gases de los campos de concentración.
Pero no hacen más que pagar su deuda con la Contabilidad terrícola y a su vez limpian su contextura periespiritual de la carga tóxica de la “maldad” para después comparecer definitivamente aseados en el banquete eterno de la Casa del Señor –Y señalando a Isaac dormido, exclamó conmovido:
–¡He ahí al más salvaje de los réprobos, ahora glorificado por los tormentos de la rectificación kármica, gracias a la acción centrífuga de las energías sublimes del Espíritu inmortal! Se limpió de su carga tóxica, desintegró residuos petrificados por la ambición, orgullo y crueldad, eliminó los venenos mentales, que eran incentivados por la rebeldía y la venganza.
Ahora está más allá del dominio implacable de la “mente instintiva” que le fuera bastante útil para su formación humana, pero de ahora en adelante deberá “dirigirla” por el discernimiento de la conciencia espiritual.
La mente instintiva coordina la organización del mineral, vegetal, animal y el hombre, pero, mis queridos hermanos, sólo la “mente” espiritual, gobierna el vuelo definitivo del ángel.
Apolonio dejó de hablar, conmovido por sus propias palabras, y después continuó diciendo:
–A pesar de la campaña hostil y destructora dirigida por Othan, Sumareji y El Zorian, fracasaron en su empresa maquiavélica y los ocho réprobos, sus colegas de otrora, pudieron cumplir íntegramente el programa redentor. Amarrados al mármol frío de la vivisección, presionados por los nazis, no pudieron huir de las pruebas rectificadoras para saldar sus “horas culpables”.
Pero, sin quererlo, también contribuyeron a descubrir la vacuna salvadora, aunque más no sea, destrozándoles sus propias entrañas, pero salvaron a millares de niños, compensando en gran parte, tantos asesinatos cometidos en tiempos de guerras, en aquel pasado lejano.
Bajo la Ley de que el Espíritu deberá pagar hasta el “último centavo” de su deuda, o que “recogerá conforme haya sido su siembra”, nuestros familiares réprobos devolvieron en “horas salvación” el montón de vidas destruidas en tropelías insanas, de su bestialidad guerrera.
Desde ahora en adelante, seguirán su ascenso espiritual con mayores perspectivas de aprendizaje y en vivencia íntima con la fuente eterna del Creador.
Descendiendo del estrado, Apolonio terminó diciendo:
–Ahora, hermanos míos, partiremos con nuestra última y apreciada carga hacia la “Bienaventuranza”, y esperaremos que se desprendan de las formas infantiles, de los réprobos torturados en la Tierra.
Olvidemos la Atlántida, Lemuria, Babilonia, Asiria, Indochina, Egipto y Grecia, que fueron escenarios de mortandades, venganzas, ambiciones y fechorías de nuestros familiares, a fin de combinar nuestras energías espirituales, para terminar la última etapa de su redención.
Después de un silencio muy emotivo, con el venerable Apolonio a su frente, los presentes comenzaron a caminar suavemente en medio del paradisíaco paisaje, mientras Cintia se inclinaba hacia la florida plataforma y tomaba en sus brazos al niño adormecido, mientras se sonrojaba al ver que Apolonio seguía con su mirada, sus dulces movimientos.
Cintia, mirando fijamente a Isaac, dijo muy conmovida:
–¡Querido Apolonio, me estoy imaginando cómo será de hermoso Sesostri una vez que se haya despojado de su transitoria e infantil forma! –Y con un suspiro amoroso, que le acentuó el rosado carmín de su aura, dijo: –Aun siendo rebelde y agresivo, ¡era tan atractivo!
Cuando todos desaparecieron detrás de los enormes portones que daban acceso a la colonia de la “Bienaventuranza”, el ambiente se llenó de colores y luces, imposible de imaginar por la mente más sensibilizada de persona alguna.
Para los humanos, sólo tiene semejanza a una noche cálida, de cielo límpido, que inesperadamente explotan cantidades de fuegos artificiales, dando la sensación agradable, de estar festejando la llegada de algo sumamente apreciado.
Algo parecido, pero más sublimado, es la festividad en los panoramas del Espacio cuando se celebra el retorno de un “hijo pródigo” a la “Casa del Padre”.
Transcrito del libro SEMBRANDO Y RECOGIENDO, con la autorización de la Editorial Kier S.A., Buenos Aires, Argentina. Edición en español 1.986, págs. 272 a 284. Queda prohibida la reproducción de este capítulo, cuyo contenido forma parte del capítulo “Ángeles Rebeldes” recogido en el libro mencionado, propiedad de la Editorial Kier.
José Aniorte Alcaraz