Es cierto que el hombre dispone de su voluntad y libre albedrío para conducirse en su vida terrena, cumpliendo o no los compromisos que asumió libremente antes de renacer en este mundo.

Se ha comprobado que durante muchos siglos de vida aquí en este planeta, el progreso alcanzado por los espíritus que aquí encarnaron, quedó muy por debajo de lo que deberían haber alcanzado.

Por esta razón el plano superior, está mandando al plano terreno muchos espíritus, de mayor y menor elevación, pero excelentes trabajadores, unos y otros.

A través de ellos, los seres humanos estamos recibiendo palabras de ánimo, consejos y enseñamientos para ayudarnos a recorrer con éxito, el camino que debemos seguir en esta vida, y para impedir que en el mañana que ya está próximo, surja la desesperación y el lamento, algo que todos nosotros deseamos evitar.

Ya he dicho que la esfera terrestre se está preparando para hacer grandes cambios en su estructura, con importantes modificaciones, con el objetivo de reunir las condiciones de hábitat necesarias, pues tiene que acoger a los seres humanos del próximo siglo, que estarán mejor preparados que los de hoy.

Como es sabido, siempre que hay necesidad de hacer modificaciones en cualquier estructura, se tiene que remover primero la que hay sobre ella y dejar libre la superficie a modificar.

Así se tiene que hacer en nuestro mundo, y estos días se aproximan más rápido de lo que desearíamos, por lo que sería conveniente prestar atención a los acontecimientos venideros, y poner en orden nuestro estado moral, rectificando todo aquello que pueda impedir el progreso espiritual.

Nuestras casas, más lujosas o menos, nuestros negocios y depósitos bancarios, nada de esto podemos llevar con nosotros de regreso al plano espiritual, porque todo esto no es patrimonio del Espíritu, que es lo que realmente somos.

El Espíritu sólo puede llevarse consigo un mundo positivo o negativo, tal como él lo haya creado.

Esta realidad debemos conocerla todos los seres humanos, porque aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo de nuestras vidas, en la medida que cada uno crea necesario. Yo creo que querer es poder y con voluntad y convicción, todo se puede conseguir.

Este próximo siglo traerá para nuestro planeta una notable mejoría referente a los seres humanos, ya que una mayoría de la población será constituida por espíritus de gran elevación, que tendrán una nueva encarnación aquí en este mundo, para hacer grandes cambios de orden técnico y científico, semejantes a los que ya existen en planetas más adelantados.
Desde hace mucho tiempo, ya se está haciendo una selección entre los espíritus que deben seguir viviendo en el planeta y los que tendrán que regresar al plano espiritual para someterse a un riguroso examen, que desde hace cincuenta años, se viene realizando.

Con mucho asombro contemplamos la cantidad de muertes colectivas que se están dando, causadas por accidentes, enfermedades, catástrofes naturales, etc. Con éstos y otros acontecimientos más graves que se avecinan, se está acelerando la marcha de muchos millones de espíritus, que deben regresar al plano espiritual, para someterse al proceso selectivo.

Los espíritus serán preparados en el mundo espiritual para nuevas reencarnaciones, unos en la Tierra, y otros en mundos más inferiores, donde encontrarán un ambiente más en consonancia con sus afinidades.

No es mi deseo alarmar ni intranquilizar a mis lectores; lo que estoy relatando es una realidad que debe ser conocida. La muerte no es un fantasma al que hay que temer, sino que es un hecho natural que nos conduce al mundo de la verdad, donde no existe ni la muerte, ni la pobreza, ni la injusticia. El mundo de dolor y sufrimiento que muchísimos hermanos encuentran al llegar al plano espiritual, es un mundo imaginario que sólo existe en su mente porque ellos mismos lo han creado; no es más que el remordimiento y la voz de su conciencia que les acusa por los malos actos que han cometido.

No existe el fatalismo en nuestras vidas, siempre tenemos a nuestro alcance y utilizando nuestro libre albedrío, el medio y la facultad para modificar y elaborar las condiciones de vida que cada uno de nosotros prefiera.

Si el ser humano decidiera dar a sus acciones diarias, y a su comportamiento en el medio social en que vive, un sentido de elevada pureza moral, en la ejecución de sus trabajos materiales o en las relaciones con sus semejantes, siendo consciente de que esto forma parte del sistema de vida que debe cumplir para el bien de su Espíritu, si consiguiera realizar esto reduciría al mínimo cualquier hecho punitivo que tuviera que sufrir en su actual existencia, dando con ello un gran avance al camino de progreso personal.

No existen seres que estén condenados a sufrir indefinidamente las consecuencias de las malas acciones de su pasado, porque Dios no quiere el castigo del pecador, sino su arrepentimiento y transformación.

El Espíritu concentra todas sus energías en su actividad mental, que en realidad no puede ser de otro modo, pues el Espíritu no tiene cuerpo, por esto le es necesario el cuerpo fluídico como intermediario con la materia, indispensable para su evolución.

Este cuerpo fluídico, más conocido como periespíritu, adopta la apariencia que mentalmente le transmite su Espíritu; sin este cuerpo espiritual no tendría acceso a su crecimiento evolutivo ni podría manifestarse.

Aunque esto ya sea conocido suficientemente, yo quiero repetirlo una vez más, para recordar la fuerza y el poder mental que poseemos y lo eficaz y beneficioso que sería con una adecuada utilización.

El ser humano que haya sabido utilizar su mente y con voluntad haya vencido sus instintos y controlado sus pasiones mundanas, y que considere que se encuentra en condiciones de desencarnar en cualquier momento, sin dejar ningún problema material pendiente o enemigos detrás de él, posiblemente conseguiría una paz y ayuda espiritual, idóneas para optar a la prolongación de su vida terrena por más tiempo, regresando al mundo espiritual de forma tranquila y dichosa.

La salud del cuerpo físico, viene reflejada por la paz espiritual. Ésta se consigue con la ausencia de toda inquietud interior de orden moral o espiritual, responsable en gran medida de las enfermedades imaginarias o mentales.

Todo aquél que en lo más íntimo de su ser, oye pero no escucha esa voz que le acusa por faltar a su deber, por incumplir su responsabilidad espiritual, por falta de voluntad para rectificar su conducta, tampoco se da por enterado de los avisos que recibe, porque vive entre la luz y las sombras.

Esa intranquilidad que siente el Espíritu, influye relevantemente en la organización de todos los elementos que constituyen el organismo humano, recibiendo como una descarga enfermiza capaz de alterar todo su funcionamiento. El Espíritu, responsable de esta situación no reconoce la realidad, y busca refugio en una enfermedad física, que no encuentra porque sólo existe en su mente.

La tranquilidad espiritual, puede ser comparada a las aguas limpias de un lago que al mirarlo desde la orilla, se consigue ver el fondo con perfecta claridad. Asimismo, todas las ideas limpias pueden beneficiar al ser humano, consiguiendo establecer su paz espiritual. Este Espíritu tranquilo y seguro de sí mismo, está apto para recibir desde el éter las muchas ideas inspiradas día y noche por las altas esferas de la espiritualidad.
Para los encarnados que asumieron un compromiso con el Maestro Jesús, servidores y seguidores de Él, esta tranquilidad interior es tan necesaria como el propio aire que respiran o el agua que beben.

Yo asumí este compromiso, renunciando a muchas cosas de la vida material, sufriendo el dolor de las enfermedades hasta hoy, y teniendo la soledad como mi fiel compañera.

He seguido trabajando con empeño en favor de mis semejantes sintiéndome útil, lo que me hace muy feliz y por todo ello, doy gracias a Jesús por la ayuda que me ha prestado y por haber confiado en mí.

La fortuna, la riqueza y los bienes materiales adquiridos, tienen para todos los que los reúnen, la recompensa del esfuerzo que hicieron para conseguirlos cuando su obtención ha sido leal y honesta, pero todo esto es completamente inútil para la felicidad del Espíritu, porque éste tiene que regresar al mundo espiritual, donde ninguna riqueza de este mundo le servirá.

Sería muy diferente si esa riqueza se empleara en obras meritorias, porque dichas obras se convertirían en beneficio para el propio Espíritu; sólo en este caso, el ser humano habría conseguido contribuir a su progreso espiritual, porque sólo la riqueza moral y espiritual, es la que nos acompaña en nuestro regreso al mundo invisible.

Muchos de nosotros pensamos en nuestros hijos y familiares cuando conseguimos reunir una fortuna material, porque nos preocupa su futuro. Esta idea es desaprobada en el plano superior, porque todo Espíritu cuando viene a la Tierra para una nueva encarnación, ya trae consigo las condiciones que deberá cumplir en su nueva vida terrena.

Si en esas condiciones ha de obtener bienes y riqueza, todo le vendrá a sus manos para conseguirlo, porque el destino le pondrá en el camino apropiado; y si por el contrario tiene que vivir en unas condiciones de vida menos favorables, porque tal situación se ajuste mejor a sus necesidades espirituales, cualquier herencia o fortuna, mayor o menor, que pase por sus manos, el destino y las circunstancias se encargarán de que ciertas posesiones se desvanezcan.

Es muy importante para todo ser humano, que tengamos presente que estamos viviendo una existencia transitoria en la Tierra, que debemos vivirla con el pensamiento dirigido hacia los enseñamientos de Jesús, en lugar de pensar en las cosas materiales que en realidad no nos pertenecen, porque sólo las tenemos de forma perecedera, al no poderlas llevar con nosotros cuando regresamos a la vida espiritual.

Ésta es una ley natural que se cumple en todos los mundos del Universo.

Cada ser espiritual que se encuentra en este mundo terreno, tiene en lo más profundo de su alma una partícula divina, esperando a que cada Espíritu, cree el estado positivo que le impulse al ascenso continuo hacia planos de gran elevación, que es el objetivo que todos debemos alcanzar para conseguir la perfección, porque ésta es la voluntad de Dios. Éste es el objetivo superior que preside la reencarnación de todos los seres espirituales; el Espíritu tiene que ser consciente de sí mismo y también de que podrá llegar a ser un día, omnipotente y omnipresente, como pequeños dioses.

Para llegar a un grado de elevación semejante, el ser humano tendrá que rectificar su mala conducta y cambiar el rumbo de su vida hacia hábitos más saludables, evitando las actitudes perniciosas e inmorales y amoldándose a las leyes y principios divinos.

Entonces el hombre podrá comprender que es poseedor de todas las cualidades morales, necesarias para conquistar la conciencia espiritual.

Es importante e indispensable aclarar que para conseguir nuestra redención espiritual, no tenemos que convertirnos en ascetas o ermitaños, sino todo lo contrario. Tenemos que asumir la responsabilidad familiar y la obligación de ayudar a nuestro semejante, pero sin tomar como nuestros cualquier problema, desgracia o bienaventuranza que cada uno por sí mismo tenga que experimentar para su propio bien.

Debemos socorrer a los que necesitan de ayuda, siempre que quieran recibirla, dar un buen consejo y una palabra de esperanza a quien lo necesite, aliviando todos los males en la medida que nos sea posible, pero sin olvidar que cada uno recibimos según nuestras obras y recogemos lo que sembramos.

No existe en la Tierra una desgracia humana provocada por intercesión de personas ajenas. Todo lo que le sucede al ser humano durante su vida, sea bueno o malo, forma parte de él mismo, sólo está recogiendo las consecuencias de su pasado.
Aunque también puede suceder que con sus actos provoque su propia desgracia, sin que haya intervención ajena. Cuando hay un tercero que ocasiona las desgracias inesperadas, es sólo un agente providencial que provoca una situación o acontecimiento que ya estaba preparado para aquél que lo recibe. Es la ley de causa y efecto en plena ejecución de sus postulados milenarios:
“aquél que con hierro hiere, con hierro será herido”, “quien siembra vientos recogerá tempestades”.

Nada sucede por obra del acaso, porque éste no existe.

La vida que debemos vivir los seres humanos durante este siglo y que ya estamos viviendo, fue planificada hace mucho tiempo desde el mundo espiritual, como también lo fue la del próximo siglo. Por esto todo lo que tiene que suceder en lo sucesivo aquí en la Tierra, no debe sorprender ni asustar a nadie, ya que reencarnamos sabiendo todo lo que nos ha de acontecer, aunque muchas veces, utilizando nuestra libertad y voluntad alteremos el propio destino.

Todo Espíritu, al reencarnar aquí en la Tierra, al acoplarse al seno materno para la formación de un nuevo cuerpo físico, olvida los hechos registrados en su memoria espiritual, por esto se hizo necesario que vinieran espíritus capaces de servir con fidelidad a Jesús y advirtieran a todos de esta realidad que se aproxima.

Esta realidad consiste en las operaciones transformatorias de una gran parte de la superficie terrena, para adaptarla a las necesidades de una población mucho mayor y más depurada en sus hábitos y sentimientos, necesitando para esto grandes y diversas adaptaciones sobre el planeta y la población actual. Con estos cambios el planeta mejorará, para pasar de su condición existente de mundo de expiación a la condición de mundo de regeneración. Esto no significa que los habitantes de hoy no puedan volver, después de la necesaria preparación en el plano espiritual.

A partir del próximo siglo, la población terrena estará constituida por espíritus seleccionados en el mundo espiritual, para que haya una perfecta armonía a través de las vibraciones emitidas por todos los habitantes del planeta. Las condiciones exigidas para esta nueva forma de vida, todos nosotros las llevamos en nuestro Ser íntimo, unos desde hace mucho tiempo y más recientemente otros; solamente necesitamos evidenciarlas aplicando la concentración mental, poniendo en acción toda nuestra fuerza de voluntad para alcanzar este escalón y mantenerlo en continua sintonía con nuestros guías espirituales, en la forma y proceder ya explicados en los capítulos anteriores.

Cuando dejamos la vida física por el fenómeno llamado “muerte”, todos tenemos que permanecer en algún lugar del Universo, bien en un plano espiritual, o reencarnados en algún mundo físico donde continuar nuestro aprendizaje evolutivo que es infinito; por esto se puede decir que somos constructores de nuestro destino futuro y éste depende exclusivamente de nuestra voluntad. Podemos elegir continuar viviendo en la Tierra que será un mundo de armonía y paz o en un mundo inferior con unas condiciones de vida que jamás hemos conocido aquí, por lo que es muy importante e inexcusable escuchar las palabras de Nuestro Señor Jesús: “el que no está conmigo está contra mí”.

Acabaron los tiempos en que se enseñaba que la muerte era el fin definitivo de la persona humana y que terminaba en la sepultura todo lo que el hombre hubiera podido alcanzar o hacer durante los años de su existencia física. Hoy está demostrado y probado que no es así, que sólo el organismo físico termina en el túmulo; ese cuerpo de carne y hueso no representa más que un vestido que el Espíritu desgastó por el uso. Por el fenómeno de la muerte, el Espíritu se libera de su cuerpo y regresa al plano espiritual de donde vino, también llamado mundo de los espíritus y donde se enfrentará a la gran realidad, sufriendo o gozando por las consecuencias de los actos practicados a lo largo de su existencia terrena. De este examen más o menos severo, el propio Espíritu será el juez que juzgará todo lo que haya podido hacer a favor o en contra de su progreso evolutivo, preparando desde ese momento un nuevo plan de vida para cuando le sea concedida una nueva oportunidad de regresar a la Tierra; esta espera puede ser desde unos años hasta cientos de siglos. Cuando le es concedido un nuevo permiso, reencarna en una nueva existencia, y cuando muere regresa a su plano espiritual, donde le espera un nuevo examen y una nueva sentencia.

Esta exposición tan resumidamente explicada, está inscrita en las leyes divinas que rigen la vida en el Universo y no puede ser ocultada ni negada por ninguna organización religiosa, sin grave perjuicio para sus adeptos, pues ya no se puede educar con la enseñanza de que las almas son creadas con sus cuerpos en el momento del nacimiento y que mueren para resucitar en la hora del juicio final. No, eso nunca fue posible, y en la actualidad resulta una historia inconcebible. Por esto es tan necesario que todas las religiones de la Tierra, enseñen a sus adeptos que la supervivencia del Espíritu es una realidad, porque no muere nunca, porque es inmortal, finito pero eterno como la propia divinidad.

Las religiones ya cumplieron una gran misión en la Tierra, desenvolvieron los enseñamientos morales y espirituales, despertando en los corazones de sus seguidores, la idea sobre la vida espiritual que continúa después de la vida terrena. Pero es indispensable, reformar la doctrina que construyó un cielo un purgatorio y un infierno, transformando todo esto en simples estados del alma, que cada ser humano lleva consigo cuando regresa a su plano espiritual, de acuerdo con el estado positivo o negativo que él mismo se haya creado.

De estas creencias que las religiones presentaron a sus adeptos, resultó una gran confusión para muchos espíritus que después de la muerte, regresaron felices y confiados al mundo espiritual buscando el cielo que le habían prometido o bien atemorizados por el miedo infundido sobre el castigo que les esperaba en el infierno.

Hay que acabar con los viejos dogmatismos del pasado y mostrar la verdad del cielo y el infierno, que no es más que una creación nuestra, que nos acompaña en esta vida y nos sigue después de la muerte, donde se manifiesta con total realidad. El amor y el odio, el bien y el mal, la caridad y el egoísmo, lo moral y lo inmoral: todo esto construye nuestro cielo y nuestro infierno, así que depende de uno mismo la felicidad o el sufrimiento, tanto aquí ahora, como allí después de la muerte física.

El ser humano de los días presentes ya tiene condiciones, conocimientos y posibilidad de realizar grandes cosas en su vida, basadas en proyectos espirituales, aportando beneficios para el Espíritu; para esto sólo necesita despertar en lo más íntimo de su Ser la facultad para dirigirse directamente a Dios, siempre que lo necesite, porque Él es nuestro mejor amigo y consejero, y podemos hablar abiertamente con Él con toda humildad y sinceridad.

 

 

José Aniorte Alcaraz

Elucidaciones Espíritas