Dijo César Cantú que el mismo error ayuda al progreso y es una gran verdad; la escuela más retrógrada, los hombres más fanáticos son instrumentos valiosísimos para demostrar todo el horror de la sombra y toda la belleza de la luz.
Hasta la contemplación del crimen más horrendo nos hace buscar con ávida mirada el puerto salvador de un hogar pacífico donde la vida sea una dulce monotonía, un sueño apacible y tranquilo sin los arranques súbitos del entusiasmo ni el lánguido abandono del desaliento.
Como todo es útil en la Tierra, desde el gusanillo que aplasta nuestros pies, hasta el águila que se pierde en la inmensidad, como todo sirve para el engrandecimiento y perfeccionamiento de las aspiraciones humanas, desde el cenobita culto en las fragosidades de la montaña, hasta el intrépido explorador que cruzando los mares y penetrando en regiones completamente desconocidas, graba su nombre en los troncos de los árboles seculares, escribiendo mas tarde en la historia universal páginas gloriosas.
Como un solo ideal, ya sea este político, religioso o filosófico no es comprensible para toda la raza humana, porque no hay dos espíritus que piensen de igual manera, (al menos en detalles) podrán estar casi unánimes para apreciar el conjunto, pero si fuera posible ir preguntando a cada uno qué opina de tal asunto, o de tal cuestión, no abría dos opiniones iguales.
¿Y sabéis por qué ? Porque no hay espíritus que tengan igual historia, porque cada ser tiene la libertad de pensar, y aun cuando vemos pueblos esclavizados que todos los habitantes gimen bajo la tiranía de un déspota, entre esos mismos esclavos hay quien bendice sus cadenas, y hay quien las lima sordamente soñando con delirante entusiasmo en la espléndida aurora de un día de libertad.
¿A qué se debe esto? Al pasado del Espíritu, a sus trabajos empleados en sostener la tiranía, o en destruir los altares de los ídolos donde la superstición y la ignorancia han sacrificado innumerables víctimas.
La experiencia nos ha hecho optimistas; habiendo adquirido el íntimo convencimiento que en la cumbre de la sabiduría y en la cúspide de la virtud, hay un sol esplendente cuyo calor presta vida a las humanidades, cuya luz ilumina el fondo de los insondables abismos y las inmensidades de los cielos. Ese sol es el progreso, ¿Y qué es el progreso? Es la personificación de Dios, (si a Dios se le puede personificar).
El progreso es la eterna aspiración de todos los pueblos, es la suma de todos los adelantos, es la síntesis de todas las ciencias, es el verdadero culto que rinde la humanidad al Ser Omnipotente.
Para llegar a ese foco luminoso, ¿No se puede recorrer más que un camino? ¿No hay más que una senda por la cual podemos avanzar?
¡Ah! No; si así fuera, si sólo progresara una fracción de la humanidad, ¿Para qué la existencia de millones y millones de seres? Para progresar hay diversos caminos, los unos anchurosos y rectos, los otros estrechos y tortuosos.
Decía un sabio: no odiéis, que con la luz del odio no se ve la luz de la verdad; y bien considerado, nada hay más cierto; con el odio que existe entre las religiones y las filosofías, no comprenden los religiosos el bien inmenso que han hecho los filósofos a las humanidades; ni los filósofos consideran que las religiones han sido útiles en la infancia de la humanidad.
Las letras del alfabeto de Dios son los mundos; pero ¿Puede comprender el niño el significado de esas letras? Todos sabemos cuantos desvelos les cuesta a los maestros de instrucción primaria enseñar a los pequeñuelos a unir las letras, formar sílabas y conocer el valor de las palabras; y el cuidado especial que han de tener para no perturbar su inteligencia con penosos estudios superiores al desarrollo de su entendimiento.
Pues de igual manera las humanidades tienen su infancia, su juventud, su edad madura y otra edad que no tiene nombre en la Tierra, en la cual el Espíritu sin la torpeza del niño y el atolondramiento de la juventud, busca en la ciencia la esencia de Dios, y en el amor, el hálito divino del Ser Supremo.
Decía un filósofo que con la impaciencia no se resuelve ningún problema; y es muy cierto, no se consigue mayor suma de adelanto por destruir los monumentos del pasado, es mucho más seguro dejar que las piedras de los templos se cubran de hiedra y el peso abrumador de los siglos derrumbe sus altares.
Todo trabajo que se hace antes de tiempo no sirve más que para levantar sobre los escombros de la impaciencia las nuevas torres de grandiosas basílicas. Los adoradores del progreso no tenemos que destruir las viejas instituciones, ellas caen bajo la pesadumbre de sus vicios.
Por regla general cuando una escuela filosófica pronuncia su credo, cuando unos cuantos hombres de buena voluntad se unen para estudiar y propagar un ideal que les parece mejor porque es más nuevo, (y por lo tanto no han podido ver más que su parte bella) lo primero que se hace es proclamar todas las excelencias de aquel ideal filosófico, repitiendo mil y mil veces que sólo con aquellas creencias se salvará la humanidad; y el Espiritismo no podía salvarse de esa crisis de entusiasmo, siendo nosotros los primeros que hemos dicho que el Espiritismo es la Ciencia Eterna porque es la verdad del Ser, que es la luz del infinito porque pone en relación a las humanidades desarrollando la razón, elevando las virtudes y desdeñando las milagrosas santidades; que ante el Espiritismo se hunden las religiones, que en los templos están las momias del pasado, que la presión religiosa es una camisa de fuerza, que la perfección de las religiones es el absurdo inadmisible de una vida estéril, que la corte de Dios está en la inmensidad de los estudios que el hombre tiene que hacer para ir comprendiendo sus sabias leyes, que el libre pensamiento es la ley de gravedad del Espíritu, que los milagros han sido siempre el azote de las humanidades, que nunca se embrutece tanto el hombre como cuando se cree superior a los demás, que las religiones son la negación de la ciencia y ante la verdad del Espiritismo se hunden sus cimientos, que las religiones son el alfabeto de las generaciones ignorantes, que la fe ciega es la puerta de la sombra, que no hay vendaje que cueste más de romper que el de la fe religiosa, que las religiones son las mentiras de los siglos, que la comunicación de los espíritus es la verdad de todos los tiempos, que los pueblos fanatizados sufren siempre porque son pueblos humillados, que inducir a las masas a creer es inducirlas a cegar, que con las religiones se levantan los templos del miedo, en tanto que las ciencias naturales destruyen las supersticiones religiosas, que la inteligencia es un motor eterno que tiene un solo mecánico ¡Dios!… que los pueblos que creen, levantan los presidios de su inteligencia, que los espíritus vienen a demostrar la existencia de Dios y el progreso indefinido de las humanidades, que sin la comunicación ultra-terrena no podrá comprender el hombre que él sólo es el dueño y el árbitro de su porvenir.
Todo eso y muchísimo más dijimos dominados por el más noble y generoso entusiasmo, impresionables por naturaleza, sedientos de verdad y de justicia encontramos en el estudio del Espiritismo luz para los ciegos de entendimiento; pero la experiencia nos a demostrado que así como los oculistas cuando curan a sus enfermos no les dejan ver la luz con todo su esplendor el primer día que les quitan, mejor dicho, que les levantan el vendaje, sino que paulatinamente la van graduando para que los rayos solares no destruyan en un segundo todo su trabajo, de igual manera las inteligencias necesitan prepararse para recibir los destellos luminosos de las verdades científicas del Espiritismo, para no sufrir el deslumbramiento por el exceso de luz.
No siempre lo bueno es bueno, dice un antiguo adagio, y es muy cierto. Nada más hermoso que la verdad cuando el Espíritu tiene entendimiento suficiente para apreciarla en su inmenso valor, y nada más perjudicial para una imaginación ofuscada por el fanatismo o adormecida por la ignorancia.
El Espiritismo es luz de vida para las inteligencias educadas, preparadas por el estudio y la observación; así como es sombra de muerte para aquellos que sin las imágenes de los santos no saben elevar una plegaria.
El Espiritismo es la vía más recta y más anchurosa para perfeccionarse el Espíritu, y al mismo tiempo es la senda más tortuosa y más oscura para conocer la verdad que hay tras la tumba; he aquí porqué hay tantos caminos para progresar, y porqué el mismo error ayuda al progreso, dándole a las inteligencias el alimento que pueden tomar; hay espíritus que dentro del calabozo más sombrío sueñan con los esplendores de todos los soles que iluminan el Universo, y hay seres que rodeados de la refulgente luz que irradia la ciencia, descienden con el mayor afán hasta hundirse en el fondo del abismo de la más pasiva ignorancia.
Bien dicen que si la juventud supiera y la vejez pudiera, los trabajos de los hombres serían más útiles; si se uniera al generoso entusiasmo de la juventud la fría experiencia de la vejez, se distribuiría muchísimo mejor el alimento a cada inteligencia, dándole a cada Espíritu lo que buenamente pudiera comprender y apreciar; pero sobre las impaciencias de los entusiastas y las torpezas de los fanáticos hay una ley superior a todos los trabajos humanos, esta ley es la del progreso universal; esto no se realiza con el triunfo de una religión, ni con la victoria de un ideal político o de un credo filosófico; el engrandecimiento de los pueblos no se consigue por los descubrimientos de la ciencia astronómica ni por los pacientes estudios de los naturalistas que con sus microscopios encuentran nuevos mundos en los infusorios; el progreso es la suma de todas las obras realizadas, de todos los trabajos hechos al calor del entusiasmo y la esperanza, y el resultado de lo que decimos se ve claramente si se objeta con atención que el trabajo de muchos hombres no sirven para el engrandecimiento de una colectividad, aunque este sea el móvil de todos sus actos, y sí es útil para el adelanto general.
Los impacientes nos argüirán diciendo que aun vivirán algunos siglos las religiones; y a estos contestamos diciendo que subsistirán todo el tiempo que sean necesarias para los moradores de la Tierra y el número de años que ellas necesiten para destruirse, porque las creencias religiosas arraigadas en el corazón de los siglos, no se destruyen quemando frailes y conventos; porque si la mayor parte de la generación que asiste a la hecatombe necesita la sombra de los claustros y la predicación de hombres envueltos en negros hábitos, los conventos se vuelven a levantar y las comunidades religiosas se enseñorean dominando a los espíritus fusilámines e ignorantes como ha sucedido en la católica España.
Con el terror, la violencia, la crueldad y el exterminio no se va a ninguna parte; con la enseñanza y la instrucción se adelanta muchísimo más.
Observadores por costumbres y estudiosos por necesidad, nos hemos convencido que todos en la Tierra progresamos trabajando no en el bien de este credo, ni de aquella religión, sino en provecho del adelanto universal.
La escuela Espiritista ha sostenido grandes polémicas con las religiones y el materialismo, y en ellas también hubo un tiempo que tomamos parte y muy activa poseídos del mayor entusiasmo, porque siempre hemos sido partidarios de la gimnasia de las ideas; pero los años y la experiencia adquirida en ellos nos ha hecho conocer que las palabras son lo de menos, y que los hechos son los que deben fijar nuestra atención.
A los materialistas se le combate porque niegan la existencia de Dios, ¡Y qué importa que la nieguen con sus labios si la reconocen con sus obras!
¡Cuantos sabios materialistas han enriquecido los laboratorios de los físicos y de los químicos con sus descubrimientos admirables!
¡Cuantos geólogos han dado más luz sobre la formación de la Tierra que todos los génesis de las religiones!…
¡Cuantos astrónomos han encontrado más cielos que todos los prometidos por los padres de la Iglesia!
Por negar la existencia de Dios, ¿Dejará este de existir? ¡No! Los mundos seguirán su curso y las humanidades irán cumpliendo sus destinos trabajando en su progreso.
Nos hemos persuadido que al encontrarnos los hombres en el camino de la vida no nos debemos preguntar mutuamente en qué creemos, sino de qué manera ocupamos y empleamos nuestro tiempo. El nombre de la creencia religiosa, política o filosófica que tengamos y a la cual ajustamos nuestros actos es lo que en realidad tiene menos importancia; nuestros hechos únicamente son los que deben fotografiar nuestras creencias.
Antes que todo hay que tolerarse los unos a los otros, considerando que no hay hombre inútil, y aquel que parece más humilde y más insignificante, en un momento dado, quizá en la hora de mayor tribulación presta grandes y señalados servicios a la causa redentora del progreso universal.
El verdadero espiritista se fija poco en la cuestión de nombres, porque comprende perfectamente que el materialista de hoy quizá es el religioso mal intencionado de ayer que comerció con los milagros y las apariciones. Es lo de menos decir creo en Dios: lo que es necesario, lo que es de imprescindible necesidad, es cumplir sus leyes siendo útil a la humanidad, sea cual sea la escuela a la que se pertenezca.
Dicen que la lucha de las inteligencias es el oleaje del infinito, convenido, pero se debe luchar sin herirse los unos a los otros ¿Para qué? Si todos, absolutamente todos trabajamos para un mismo fin.
Ese fin es el amor.
Es la unión universal.
Es el lazo fraternal entre el siervo y el señor; es acabar el terror de los odios inhumanos, es hundir a los tiranos bajo el peso de su historia; es proclamar la victoria diciendo: ¡Somos hermanos!
Todos los que en la Creación tenemos inteligencia, un juez en nuestra conciencia y luz en nuestra razón, esa fraternal unión trabajando se conquista; hoy la escuela espiritista estudia un arduo problema; ¿Debe lanzarse anatema al sabio materialista?.
¿Por qué? Si en su ciencia va siempre el progreso y le rinde culto a Dios aunque niegue un más allá ¿Por qué? Si trazando estos admirables monumentos, y con sus descubrimientos va escalando el infinito.
¿Puede acaso estar maldito quien hace tales portentos?. Quien con cuidados prolijos se consagra a su familia, ¿No pronuncia dulce homilía acariciando a sus hijos?
Quien tiene sus ojos fijos en los dolores ajenos ¿No figura entre los buenos? Quien le da a
sus semejantes pruebas de amor incesantes ¿No es el nombre lo de menos?.
En nombre de Dios, a mares la sangre se ha derramado; en nombre de Dios se ha odiado y profanado sus altares.
En nombre de Dios millares de sentencias se han cumplido amordazando al vencido siendo pasto de las fieras o muriendo en las hogueras… ¡Cuánto tiempo hemos perdido…!
Luchando las religiones con sus incendiarias teas pasó a las grandes ideas de nuevas generaciones, no más odios ni pasiones, no más nombre ni bandera, qué lección bien severa la historia nos tiene dada; si hay sabio que no cree en nada, ya creerá cuando se muera.
Entonces cuando su ser se encuentre sin su organismo y se pregunte a sí mismo ¡Cuánto tendré que creer! Cuando pueda comprender que hay vida en su voluntad, y cuando en la inmensidad vea todo su ayer escrito, hallará en el infinito ¡La suprema realidad!
Algo que no ve la ciencia manejando su escalpelo; algo que se escapa al vuelo de la osada inteligencia; algo que hay en la conciencia de justos y pecadores; algo que le da a las flores sus aromas más suaves; algo que le da a las aves sus plumajes de colores.
Los que a Dios quieren negar es inútil su porfía; porque al fin llegará el día que le tendrán que adorar.
Si es una ley progresar la tenemos que cumplir; si no se puede morir hay que estudiar y crecer; que siempre Dios ha de ser ¡La verdad del porvenir!
Y las pobres religiones con sus templos de granito, con el anatema escrito en sus negros paredones, con sus tétricos salones y sus conventos sombríos, con sus locos desvaríos y sus absurdas quimeras, con sus terribles hogueras para los sabios impíos.
Con su clero sin amor, con sus monjas sin placer, condenando a la mujer a una vida de dolor, con su infierno aterrador y con todos sus horrores, a los libres pensadores ¿Qué nos deben inspirar? ¿Las debemos condenar porque viven entre errores?
¡No! Que inmensa compasión siempre nos deben causar los que no saben amar y no tienen corazón; los que locos de ambición quieren tan alto subir que se atreven a decir: ¡Tengo infalibilidad!… ¡Soy dueño de la verdad! ¡Quien no me cree ha de morir!
Para los espiritistas no hay en la Tierra adversarios; nunca serán sus contrarios los sabios materialistas ni los crédulos papistas, porque estamos persuadidos y plenamente convencidos que la victoria es de todos; pues luchamos de mil modos vencedores y vencidos.
El progreso universal es la ley de la Creación; ¿Vencerá a una religión filosófico ideal? ¿Para la unión fraternal cual credo será mejor? ¿Quién consolará el dolor? ¡La religión o la Ciencia! ¿De los sabios la elocuencia o una lágrima de amor?
A la pregunta que hacemos el tiempo responderá: ¡Tiene el hombre un más allá!
¡Somos, fuimos y seremos! ¡Progresando alcanzaremos rasgar el negro capúz!
¡Tome cada cual su cruz, practique la caridad, y encontrará la verdad en los mundos de luz!
Amalia Domingo Soler