
En ningún momento el Espíritu regresa a la Tierra siendo víctima de un destino implacable, que lo condene a sufrir situaciones irreparables, si así fuese, estaríamos inevitablemente condenados al castigo y la venganza por nuestras debilidades del pasado.
La justicia divina no es vengativa, es justa y amorosa, no desea nuestro aniquilamiento y sufrimiento, sí quiere nuestra recuperación, asimismo las pruebas que debamos sufrir, sólo dependen de nuestra conducta y comportamiento.
La fatalidad, la suerte, el acaso o destino, están en nuestras manos, son creación nuestra; existe una ley justa pero inflexible, que actúa de forma inmediata, según nuestros pensamientos, voluntad y forma de vida que cada uno libremente decida vivir.
Los espíritus endeudados con faltas indisciplinadas, cometidas en existencias pasadas, son enviados nuevamente a este plano terrestre, y colocados en medio de las influencias mórbidas, semejantes a las que ellos alimentaron anteriormente.
La nueva existencia física, puede ser favorable o no, dependerá de la forma en como actúe y piense en medio de sus viejos compañeros, ya sean víctimas o verdugos.
Siempre que tengan un comportamiento digno y vivan en buena armonía con sus semejantes, podrán sobrevivir sin mayores conflictos o tragedias, recibiendo con justicia la ayuda del mundo espiritual, con el sólo deseo de inspirarles hacia una vida mejor.
El Espíritu que haya renacido en una familia, con un ambiente de baja condición espiritual, y aún así, se esfuerce en resistir las malas influencias, se aparte de ellas practicando el amor, la tolerancia, el sacrificio y la renuncia a favor de sus semejantes, aunque fuese perseguido por un peligroso obsesor, podría sobrevivir en la materia, venciendo cualquier influencia obsesiva.
La ley universal nos dice: “la cosecha siempre ha de ser conforme haya sido la siembra”,
y yo digo que: “si hacemos una buena siembra, podremos recuperar las pérdidas de la mala cosecha anterior”.
Los espíritus que en el pasado sembraron confusiones mentales en otros, en sus cerebros incautos, deben reencarnarse ahora, en esas familias cuyas creencias infantiles retardaron su progreso espiritual.
Ahora tienen que ayudarles a liberarse del negativismo ignorante y fanatizado que en ese triste pasado de su vida, les inculcaron y enseñaron.
Estos espíritus arrepentidos, nacen con el compromiso y el deber de despertar y esclarecer las mentes atrofiadas y confundidas por los dogmas incisivos e indiferentes de unas creencias manipuladas y falsas.
Gracias a su sacrificio y a la cura recibida por medio de su transformación íntima, estos espíritus perturbadores del pasado, como valientes gladiadores, vuelven a la lucha y al servicio de Jesús para restablecer la verdad, y dar su vida si fuese necesario, para el bien de la humanidad.
Esta tarea abnegada, no es impuesta a ningún Espíritu; la razón esclarecida y consciente por reducir su débito, es lo que les permite aceptar el servicio doloroso a favor del prójimo, y también en su propio beneficio.
No existe obsesión incurable, pues toda obsesión tiene su causa en nuestro pasado o en las debilidades del presente.
Todos los acontecimientos trágicos son el fruto de la debilidad moral y de la ignorancia del hombre.
Todos nosotros tenemos en nuestro haber, muchas existencias reprobables; hemos cometido abusos y atropellos, sembrando desgracia, sufrimiento y desesperación en nuestros semejantes, acumulando en nosotros mismos, grandes deudas a pagar en vidas sucesivas.
Arrepentidos de nuestra maldad, ya hace mucho tiempo que estamos deseosos de nuevas oportunidades, para poder ayudar a nuestras víctimas de ayer, con el anhelo de conseguir su perdón, sacrificando, en ocasiones, nuestra vida a favor de ellos.
Esto no impide que alguna de nuestras víctimas, incapaces de perdonar, sienta aún el empeño de la venganza, intentando hacernos daño, como obsesores resentidos.
En este caso, para contrarrestar la maldad, tendremos que sufrir la prueba de la paciencia y tolerancia, devolviendo bien por mal, y amor por odio.
Siendo ésta nuestra conducta, no debemos temer nada, pues por grande que sea esa fuerza negativa, nada puede contra el Espíritu arrepentido, que ya emplea sus medios y humilde voluntad, para ser un servidor del Maestro Jesús.
Una gran parte de esta humanidad, sufre actualmente una influencia negativa y obsesiva, tan peligrosa como la relatada aquí.
El materialismo, el ateísmo, las pasiones y aficiones desenfrenadas, que descontroladamente se generalizan por todas partes, hacen que el futuro del ser humano, se vea ensombrecido.
El astral inferior, residencia de los espíritus enfermos, es como un inmenso hospital, y por una fuerza de atracción muy poderosa, sus puertas se han abierto y todos los espíritus afectados de graves patologías, se han esparcido por nuestro planeta, contaminando y transmitiendo su enfermedad, allí donde son recibidos.
Estos espíritus se refugian con mucha facilidad donde encuentran afinidad, entonces se instalan, y si no obtienen resistencia, se envalentonan tomando posesión de la mente y cuerpo de sus víctimas, que cobardemente se sometan a su dominio; ejerciendo sobre ellos una terrible y destructora influencia, que los lleva a su total aniquilamiento como personas racionales, pudiendo en ocasiones, acabar en locura o suicidio.
Es primordial analizar estas cuestiones detenidamente, porque nos hacen comprender cómo una simple atracción, por afinidad en nuestros gustos o tendencias, puede en algunos casos, convertirse en una cruel obsesión, arruinando nuestras vidas, y mucho más grave sería que por esta causa, nuestro Espíritu quede condenado a largos siglos de soledad y sufrimientos, en un mundo de sombras.
Las pruebas en nuestra vida son diversas y continuas, las sufrimos todos diariamente: padres, hijos, familias enteras que tienen que vivir juntos, soportarse y ayudarse, sin que haya entre ellos afinidad alguna; personas muy relacionadas con nosotros que nos engañan o traicionan sin justificación aparente; rechazo o antipatía que sentimos por ciertas personas con las que tenemos que convivir, porque en realidad nunca nos han hecho nada censurable.
Todas estas situaciones tienen su causa en el pasado, y en el presente tenemos que vivir y sufrir sus consecuencias como pruebas, más o menos difíciles, pero muy necesarias para rectificar muchas de las injusticias cometidas por nosotros, en anteriores existencias.
No existe el perdón, ni el castigo, ni el olvido de nuestras equivocaciones, pero existe una ley sabia, justa y divina, que nos da a cada uno lo que con justicia merecemos.
Decía Jesús: “en un tiempo se siembra y en otro se recoge”.
Si en nuestro pasado hemos sido egoístas, orgullosos, intransigentes, empleando todos nuestros medios y facultades en beneficio propio, sin que nos importara la ruina de nuestros semejantes, ahora debemos dar reconocimiento a la justicia divina, que sacrifica el bienestar y la vida, de quienes antes faltaron a la ley universal de amor y fraternidad.
La ley de causa y efecto se cumple, y nuestras víctimas de ayer, se convierten en el verdugo de hoy, que participa en nuestras vidas, proporcionando el efecto derivado de la causa; siendo el instrumento necesario para que la ley se cumpla.
Así se explica la falta de unión entre miembros de una misma familia, donde impera la incomprensión y la violencia, extendiéndose entre la generalidad de los seres humanos.
Tenemos que ser conscientes de que espíritus negativos, muy preparados, con astucia y medios suficientes, nos siguen de cerca, esperando un mínimo descuido o debilidad para intervenir, con intención de truncar nuestro progreso y fomentar el fracaso de nuestros proyectos.
Si su influencia y actuación no pueden hacerla directamente, de forma muy astuta, utilizan a la familia o personas de nuestro entorno que ignorantemente y sin maldad, se dejan utilizar, consiguiendo así nuestro adversario, en muchas ocasiones, desviarnos del objetivo y hundirnos en el fracaso.
Todo el que se somete a una influencia extrema con su familia biológica, es aquél que siente la vida como una existencia única. Somos una minoría los que tenemos la certeza de que más allá del cuerpo físico, existe un Espíritu eterno que es inmutable, que conserva su individualidad después de la muerte física, manteniendo su inteligencia, más o menos cultivada, en cada una de sus existencias.
Debemos de analizar, con sumo cuidado, las tendencias y necesidades de nuestros seres más queridos, que utilizando su libre albedrío, tienen el derecho de pensar y vivir como crean conveniente.
Pero también debemos hacer respetar nuestra independencia, como espíritus comprometidos con el mundo espiritual, para divulgar el Espiritismo; doctrina consoladora que nos explica con lógica y razonamiento, de dónde venimos, el porqué vivimos en la situación actual, cuál es nuestro objetivo y a donde vamos tras la muerte del cuerpo material.
El verdadero espírita, en su humildad, somete su voluntad al estudio, y reconoce con naturalidad sus errores, con intención de rectificarlos, pues si no los reconociera no podría corregirlos.
El camino, nos dijo Jesús: “es difícil y pedregoso, y aquél que lo siga debe renunciar a todo por amor a mí”.
Yo asumí ese compromiso hace cuarenta y siete años, y nunca a pesar de los impedimentos y sacrificios dolorosos que he tenido que soportar, me aparté de él.
Hoy al final de mi vida, puedo decir que me siento feliz y doy gracias a Dios, por la oportunidad de progreso espiritual que me dio, y que yo he sabido utilizar para ser el más pequeño de sus servidores.
José Aniorte Alcaraz