Un lecho de flores

En un cuaderno de comunicaciones ultraterrenas encontramos estos fragmentos que no dudamos en copiar, porque encierran una útil enseñanza; decía así:

I.

«Hermanos míos: es costumbre en vuestra tierra exclamar cuando se ve a un hombre rico o a un alto dignatario del Estado, a esos representantes del poder, sea civil, militar o religioso. ¡Miradle! ¡Qué orgulloso va! ¡dichoso él! ¡suyo es el mundo!»

«¡Ay! sí supierais hermanos míos cuan equivocados estáis! el mundo no es ni de los poderosos, ni de los mendigos; el mundo no tiene más dueño que Dios; la humanidad no es más que usufructuaria; yo lo sé por experiencia; he ocupado distintas posiciones sociales, y sé que el hombre nada posee en este planeta; únicamente las buenas obras que haya practicado son el patrimonio adquirido que no consta ni en señorías, ni en baronías, ni en grandes ducados, ni en tronos de púrpura, ni en sillas de oro. El progreso del espíritu no se inscribe en pergaminos, su árbol arqueológico es la conciencia pública

«Aunque muy a la ligera, os contaré mis tres últimas existencias para que veáis que el amor universal es la primera bienaventuranza del espíritu.»

«Gracias a Dios hace muchos siglos que perdí el instinto del mal, pero hasta mi última encarnación no se desarrolló en mí el instinto del bien, y no sabéis cuan distinto es vivir sin hacer daño, a vivir practicando el bien. Es necesario sentirlo para comprenderlo.»

«Yo aún me veo cuando revestido con mi toga, llevando el código en mi diestra entraba en el palacio de la Justicia, frio, severo, inflexible. Aun escucho mi fallo inapelable que difundía el terror de la muerte en torno mío. Yo no me dejaba seducir para cometer un crimen, pero tampoco me conmovía la súplica del delincuente arrepentido. Yo no castigué sin culpa; pero ¡ay de mí! Nunca conocí la piedad; veía morir a los hombres sin elevar una oración por su alma. A los culpables no les creía dignos de mis plegarias; no amé a nadie; fui esclavo de mi deber; no fui criminal por orgullo; el orgullo para algunos seres se convierte en virtud.»

«Tenia en mucho mi nombre, pero no me sentí inclinado a dejar tras de mí sucesores.»

«Los lazos de la familia me parecían molestos y un obstáculo para mis estudios.»

«Envejecí solo y aislado; sin querer ni querer ser querido

«Yo no supe inspirar más que respeto; y el mundo me dio más que lo que yo le di.»

«Yo respeté sus leyes y él respetó mí nombre.»

«Mis compañeros acompañaron mi cadáver sin pena y sin alegría, por pura fórmula social cubrieron mi huesa con una marmórea lápida, no para honrarme, sino para honrarse la distinguida corporación a que yo pertenecí.»

«Cuando entré en el mundo de los espíritus no encontré sombras aterradoras en mi camino, pero nadie salió a recibirme con alegría.»

«¡Nadie se acordó de mí al dejar la tierra!»

«¡Nadie me dio la bienvenida en el espacio! únicamente mí guía me decía con melancólica ternura

«¡Ves hijo mío! No basta no ser malo, es necesario ser bueno. Te quejas de tu soledad; no la extrañes. ¿Si no te has sabido crear un amigo, cómo le quieres encontrar? ¡El que no siembra no puede recoger! Vuelve a la tierra, pero vuelve amando; si no llegas a amar, serás el eterno proscrito de los siglos.»

II.

«Volví a la tierra y fui un ministro de Dios, ardiente, fanático, exaltado, severo con los demás y enemigo de mí mismo; porque destrocé mi cuerpo con cilicios, hice que mi lengua enmudeciera haciendo voto de silencio por espacio de muchos años. Pertenecí a las órdenes monásticas más rigorosas. Yo amaba a Dios, pero a un Dios terrible que exigía el sacrificio y el olvido de todos las afecciones. Fui un modelo de ascetismo, miraba a las mujeres con horror. Yo no aspiraba más que al anonadamiento del ser; a la soledad completa del alma, este afán se convirtió en una especie de monomanía; huí del contacto de las comunidades porque todo me parecía elemento de perdición, y me fui al interior de las selvas; pero aun los vegetales me hacían demasiada compañía y escalé una escarpada montaña, y allí viví solo, apartado del mundo, descendiendo a los valles para buscar mí frugal alimento, pero volvía enseguida a la cumbre del monte donde resguardado entre enormes peñascos me entregaba a mis estáticas meditaciones.»

«Allí dejé mi envoltura que la devoraron cuervos hambrientos y yo los vi saciarse en mi cadáver, y experimenté casi alegría porque todo lo terreno me hastiaba; miré en torno mío y la soledad más profunda me rodeó no sé cuánto tiempo; tenia conciencia de mi muerte; sabía que mi cuerpo había sido presa de carnívoras aves; pero no me daba cuenta de nada; mi aislamiento era completo; no sabía pensar, y sin embargo, yo tenía necesidad no sé de qué; quería ver, sentir, vivir, porque en mi estacionamiento no vivía.»

«Al final formulé una plegaria ardiente, suprema, y recobré memoria, entendimiento y voluntad; me dirigí a la tierra y oí que algunas almas creyentes y devotas pronunciaban mi nombre con cierto temor. Mi memoria les inspiraba horror mezclado de respeto, diciendo: ¡Era un santo! ¡pero un santo exterminador!…. ¡terrible! ¡Implacable! y las mujeres se santiguaban temiendo que mi alma viniera a pedirles cuenta de sus apreciaciones.»

«Este resultado me entristecía. Yo quería algo más suave, más dulce, más amoroso; pero esperé inútilmente; cuando las madres reñían a sus hijos para infundirles temor les decían:—Mira que vendrá el alma del arcediano, aquel que no quería a los niños porque turbaban sus oraciones y las criaturas aterrorizadas callaban inmediatamente.»

«Yo que había creído de muy buena fe amar a Dios, servirle y reverenciarle destrozando mi cuerpo y deshaciendo todos los lazos terrenales, porque todo lo encontraba impuro, hasta el extremo que la reproducción de la especie humana la creía un abuso y una infracción de la contemplación estática a que yo quería sujetar la humanidad; al convencerme de mi error, mi asombro y mi estupor no tuvieron límites, y aunque nadie me amenazaba, sentía pena al ver pasar a los espíritus regenerados por un amor racional que me miraban con lástima y con dulce tristeza »

«Yo, ávido de amor, ávido de felicidad, pedí a mí guía ¡luzl ¡luz! mucha luz para seguir mi camino, y mi ángel bueno me dijo:»

«¡Desgraciado! Creí que en la carrera del sacerdocio se dulcificaría tu modo de ser, y que amando a Dios, amarías a la humanidad; pero tú obstinado en tu manía has amado a Dios odiando a la raza humana y te has sacrificado sin conseguir tu deseo. Gracias que tienes en tu abono tu leal proceder y tu buena intención, pero ya que eres bueno es necesario que eduques tu carácter, que te humanices, que te dulcifiques, que ames a tus semejantes, que vivas con ellos en amable consorcio, que te crees una familia, que aprendas a sentir y a sufrir en provecho de los demás, y para esto vuelve a la tierra en humilde condición; así te será más fácil cumplir tu cometido porque tu espíritu habituado a mandar siempre, necesita ser mandado y obedecer en vez de ser obedecido. Vuelve a la tierra pobre de bienes terrenales, a ver si adquieres ternura, sentimiento y abnegación

II.

«Volví a la tierra y escogí por teatro de mi nueva vida una pintoresca aldea a orillas del mar, por padre a un pobre y honrado pescador, y por madre a una santa mujer.»

«Mi constitución débil no me permitió seguir a mi padre en sus penosos viajes y en sus azares y me quedaba en mi casa con mi madre componiendo las redes y cuidando de mis hermanos más pequeños.»

«La docilidad, la dulzura y la humildad de mi carácter daba lugar a que mi padre dijera. Tomasino parece una niña, dadle la rueca y ponedle una toca. Mi madre que me adoraba le decía con ternura: no te burles del pobre Tomasino que lo que le falta de energía le sobra de bondad. Mi padre se sonreía y murmuraba: tienes razón, no se puede negar que es muy bueno; y crecí adorado de mi familia, y de cuantos me trataban. Llegué a ser indispensable en el pueblo; todos llamaban a Tomasino, era el conductor voluntario de todas las cartas y avisos que mis paisanos mandaban a los lugares vecinos. Yo era el confidente de todos los amores de las muchachas de la aldea, yo les componía cantares para animar sus fiestas, era en fin el niño mimado de todos; tan ávido estaba mi espíritu de ternura que adivinaba los pensamientos de los demás con el deseo de merecer una sonrisa cariñosa; mi único afán era ser querido, y gracias a Dios en mi última existencia lo conseguí con creces

«Un hermano de mi madre tenía puesto en mí todo su cariño porque yo lo acompañaba en las frías noches de invierno, le contaba historias, Le distraía y le hacía olvidar sus dolencias con mis caricias, y al morir me dejó cuanto poseía consistente en una casita y algunas tierras con lo cual me creí el más venturoso de los mortales.»

«Un compañero de mi padre murió en una noche de borrasca y dejó a su mujer y a cinco hijos pequeños sumidos en la mayor miseria; yo le ofrecí a la pobre viuda mi amor y mi escasa fortuna guiado por la más noble compasión; la infeliz mujer accedió a mis súplicas por dar sombra a sus hijos y un sacerdote bendijo nuestra unión, y bendita fue porque la paz y la felicidad sonrieron en mi hogar

«Yo no tuve el placer de dar vida material a otro ser, pero se la di moral e intelectual a los hijos de mi compañera que encontraron en mí un padre tierno y amoroso

«Yo les quería tanto, era tan condescendiente con ellos, les rodeaba de tanta comodidad en medio de mi pobreza que los pobres niños no echaban de menos a su padre y mi esposa me repetía constantemente: ¡Cuan bueno eres Tomasino!»

«Mi condescendencia era proverbial; todos los chicos de la aldea venían a jugar al huerto de mi casa; ellos eran los dueños de todo y decían alegremente; vamos a casa de Tomasino que aquel nunca riñe ¡Qué diferencia de mi anterior encarnación en que mi memoria atemorizaba a los niños; y en mi última existencia todos los pequeñitos salían a mi encuentro para hacerme y pedirme caricias! ¡nunca iba solo! ¡bendita sea la clemencia de Dios! ¡bendito sea el amor! porque es el manantial del bien

«Mis hijos adoptivos llegaron a darme nietos que sostuvieron mis pasos en mi ancianidad. Querido de cuantos me conocían llegué a cumplir 89 inviernos y en una hermosa tarde de primavera entregué mi alma a Dios sin experimentar sacudimientos ni agonía, y sólo conocí que había muerto porque vi a mi numerosa familia llorar sobre mi cadáver con profundo desconsuelo

«Sentí asombro y una penosa curiosidad cuando vi entrar en el huerto de mi casa muchos niños, no alegres ni satisfechos sino más bien mustios y cabizbajos rodearon mi cuerpo y los mas crecidos me pusieron sobre sus hombros y condujeron mi cadáver al cementerio disputándose todos los muchachos porque todos querían conducirme.»

«Llegamos al cementerio y el pueblo en masa fue echando sucesivamente la tierra en mi fosa, tierra amasada con su llanto.»

«Mi espíritu gozaba en aquellos momentos el placer de los bienaventurados.» «Una gran cruz de madera con dobles brazos pintada de negro, la clavaron en mí fosa y en ella inscribieron con grandes letras: A Tomasino, los niños de la aldea.»

«Al entrar en las regiones de la luz mi guía y una legión de espíritus superiores me dieron la bienvenida y me presentaron multitud de seres que estaban ávidos de mostrarme su ternura y su gratitud por los beneficios y los consuelos que de mí habían recibido en la tierra. Mi guía especialmente me miraba con esa alegría luminosa que aún no conocéis en la tierra y me decía:

¿Ves? contempla la diferencia de las anteriores existencias. Sin remontarte muy lejos puedes comparar. Cuando fuiste juez insensible y frío el deber social te dio una sepultura.»

«Cuando adoraste a Dios renegando de la familia y maldiciendo los lazos terrenales, huyendo de todo contacto humano, los cuervos hambrientos destrozaron tu cuerpo porque no merecía tumba quien sentía haber nacido de una mujer, creyendo que las leyes naturales eran la infracción de tu ley del aniquilamiento; hoy que fuiste el hombre compasivo, el hombre sociable, el protector del débil, el amparo de los huérfanos, el sostén de la viuda, el alivio de tus padres, el Mentor de tus hermanos, el consuelo en fin de cuantos te conocían; un grupo de esa humanidad agradecida, se disputó el derecho de llevar tu cuerpo, el signo de la redención honra tu tumba, las flores de la gratitud crecen en ella. Tu memoria vivirá entre esas buenas gentes y tu nombre se trasmitirá de generación en generación en ese pobre rincón de la tierra, y tu espíritu libre, dichoso, ennoblecido, regenerado por el amor, irá mañana a difundir la luz del evangelio y a ser uno de los redentores que tras luengos siglos tendrá la humanidad.

«Ya veis hermanos míos qué diferencia de ayer a hoy; hoy me encuentro dichoso porque he dado el primer paso en la senda del amor universal y he querido haceros partícipes de mi júbilo, para que a todas las glorias y honores del mundo deis la preferencia a querer y a ser amado. No pidáis a Dios riquezas, pedidle amor

¡Espiritistas! no olvidemos el consejo de este buen espíritu para tener tranquilidad en la tierra y progreso en el infinito.

AMALIA DOMINGO Y SOLER

Año X. Agosto de 1878, Núm. 8. REVISTA DE ESTUDIOS PSICOLÓGICOS.