Salud, ¡pueblo alicantino! tú tienes la frente como un astro y el corazón como un ángel; en ti nacen las grandes inspiraciones, los generosos sentimientos, las heroicas virtudes; tu fortaleza en las adversidades es como el castillo que te cobija, y tu grandeza en las aspiraciones es como el mar que te circunda, verdadera imagen del infinito.
Eres el pueblo querido de los ángeles de la caridad, de la emancipación. Y de la gratitud; porque nunca llamó en vano el desgraciado a las puertas de tu corazón; porque cubres con flores y palmas la sangre del 8 de Marzo, y porque del sagrado panteón del inmortal Quijano, has hecho el altar de tus plegarias, el oráculo divino de tus incertidumbres, y el resplandeciente faro de tus esperanzas y venturas en medio del proceloso Océano de los infortunios de la vida.
Salud, pueblo alicantino; yo soy un hijo tuyo proscripto; soy la sombra de mi antiguo ser; soy un ser desposeído de la vida moral, y lloro las desventuras del destierro en las solitarias llanuras de la mancha, con los ojos clavados en el horizonte bajo el cual respiras, y la memoria posada noche y día sobre los encantadores recuerdos de tus grandezas y virtudes.
Yo fui un trovador, yo canté la inmensa bóveda azul de tus flotantes cielos; esos astros resplandecientes que tanto dicen a quién les consulta con la lira de la noche en la mano; esas alegres y rosadas nubecillas de la tarde que se columpian sobre los abismos de los mares, llevando en su seno misteriosos coros de serafines.
Objeto de mi canto fueron tus gaviotas y golondrinas; tus alondras y palomas; tus playas y tus palmas; tus olas y tus flores; tus olas, que como vírgenes viajeras, prendidas de la mano y envueltas en cándidos cendales de espumas al regresar de los remotos confines del Oriente, se esparcen bulliciosas en las arenas, y levantan entre murmullos el cántico de la feliz llegada; tus flores que inclinan el semblante por verlas llegar, que las sonríen graciosas, y que al enviarlas con el aura el beso de sus aromas en testimonio de su parabién, parece que las dicen en su mudo lenguaje: ”bienvenidas pobres olas, hermanas nuestras, bienvenidas al país de las bonanzas, de las dulzuras y del eterno reposo”.
Yo canté, pueblo mío, tu valor y tu grandeza; yo te he visto agitarte a impulsos de un pensamiento altivo; prorrumpir un grito terrible; estallar al volcán de tus enojos; desnudar la espada de la justicia; saltar sobre el carro del combate, precipitarte en el campo del ara de libertad política y social; te he visto con serena osadía, en un memorable Septiembre, levantar la frente como un gigante, sonreir desdeñoso al brillo de una corona, despreciar altanero el aspecto de las huestes vencedoras del Africa, romper las cadenas de la esclavitud del pensamiento, arrojar los pedazos al pie del Trono de la ignominia, enarbolar el primero la sacrosanta bandera de la dignidad y del derecho.
Entonces te canté republicano; justo es que te cante ahora espiritista.
Entonces te cante despreciador de la muerte; justo es que te cante ahora despreciador del envenenado soplo del ridículo, que no hace brotar la sangre, pero apaga la llama de los sentimientos generosos; que no hiere el cuerpo, pero mata al alma.
Justo es que celebre ahora tu despertar a la vida moderna de los pueblos; tu advenimiento al coro de los pueblos avanzados; la estrella de la inspiración que te condujo al puerto de la Filosofía sublime, librándote de las soberbias olas de la incredualidad, y del abominable infierno del fanatismo.
El pueblo que dice ”misericordia” con la fe que tú lo dices; que se corona de flores y galas; tañe la flauta morisca; levanta festivos cantares, y se desplega en alegres y sencillas danzas al percibir el álito mortal de la epidemia; que en medio del luto y la desolación que el contagio derrama; en medio de los lechos de muerte; de los rostros lívidos y desfigurados; de las frentes sin trasparencia ni pensamiento; de los pechos sin palpitación y sin suspiros; en medio en fin del mundo de lo siniestro y horrible, se ostenta sereno y grande y noble y augusto, y levanta sus ojos al cielo, y no blasfema….. y ora…y espera…ese pueblo ¡ah! Es el destinado a ser el depositario de las tablas de la ley espiritista; de las verdades de la existencia de Dios; de la inmortalidad del alma, y del progreso infinito.
Es el destinado a ser el pueblo espiritista por excelencia, y a caminar delante de los demás pueblos con la antorcha de su inspiración en la mano, y la corona de su premio en la frente.
Por eso yo te saludo, Alicante espiritista; por eso yo me inclino respetuoso ante tu presencia; por eso te admira conmigo la vanguardia de la ilustración; por eso eres foco, el objeto constante de los buenos espíritus que derraman sobre ti el fecundante rocío de su enseñanza, y por eso eres tú quizá el Benjamín del Omnipotente entre los amables pueblos de la vida moderna.
Por eso mañana, cuando sobrevenga el desquiciamiento del Orbe moral presente; cuando la savia de la doctrina regeneradora se infiltre en las raíces de las instituciones políticas y sociales; cuando el volcán de sus leyes morales estalle en todos los corazones, cuando la luz de su enseñanza ilumine los horizontes de todas las clases; cuando se derrumbe en fin en el caos del olvido el mundo de las dudas y vacilaciones, y se levante como el Sol en el oriente, el mundo de las grandes afirmaciones y de las aspiraciones sublimes, tu nombre, pueblo sagrado, será repetido por todos los ámbitos, por todos los mundos, por todos los pueblos, por todos los seres, y saludando por las arpas celestiales, como uno de los primeros pueblos bienhechores de la época presente.
Y vosotros, los que hacéis la oposición al Espiritismo, oíd lo que es el Espiritismo.
Es una inmensidad, extendida sobre otra inmensidad; es una brillante miriada de soles, que iluminan una miriada de mundos; es una lluvia de esferas de topacios, suspendidas de los negros terciopelos de una profunda noche; es la fantástica marcha de esas esferas , gigantes teas de la soledad; es el pavoroso vuelo de esas águilas de fuego , que derraman sonidos armoniosos, e iluminan los vapores del espacio con sus estelas de fulgor; es la red de oro que envuelve todos esos mundos con los hilos de la solidaridad; es la gran familia llamada humanidad, habitando repartida la estancia de esos aéreos palacios; es la humanidad que por medio del trabajo intelectual y moral, avanza por el camino del progreso, que es la verdadera escala de Jacob, hasta llegar a los resplandecientes imperios de la perfección; es la destrucción del infierno material y perpetuo; es el combate decisivo del raciocinio con Satanás, que de genio dominador del universo de las conciencias, ha pasado a ser una figura poética, digna de ser cantada por un Milton, pero no admitida por la razón y la filosofía moderna; es quien ha descubierto, sentada en el polo del mundo, como una soberana en su trono, a la terrible muerte, y subiendo hasta ella con las alas de su análisis , la ha precipitado en los abismos en que se precipitan las sombras, dejándola solamente señora del miserable organismo material.
El Espiritismo es la religión de las religiones, quien las funde todas en una sola; es la religión que oficia indistintamente en Roma y en Ginebra, en Atenas y en Jerusalén; en los áridos arenales del África, y en los sagrados bosques de la India, que invoca igualmente la sombra de Buda y de Moisés, de Sócrates y de Cristo; porque es la religión del hombre para con Dios, o el misterioso diálogo entablado por el corazón de este , con la sublime Divinidad que se oculta en los resplandecientes abismos de su propia grandeza.
El Espiritismo es la copa de oro que derrama el bálsamo del consuelo sobre las llagas del infortunio; es el matizado iris que promete una existencia de recompensas, más allá de una existencia de penalidades; y es el tribunal benéfico y equitativo, que corona de laureles al mártir corazón que ha caído bajo las garras de la injusticia, en el doloroso anfiteatro de este mundo; él nos asegura que la muerte es una realización brillante ; que es la verdadera vida, porque es la libertad del espíritu, el cual habiendo nacido volador como el águila, se arrastra en este suelo como la serpiente ; que siendo luminoso como un astro, permanece si luz bajo el fanal grosero del cuerpo humano; que habiendo sido creado para ser el señor de los señores, se arrastra en el lodo de la materia, sumido en la tenebrosa cárcel de este planeta como esclavo de los esclavos.
El Espiritismo nos prueba que aquellos seres adorados a quienes la muerte, tocándoles con su mágico cetro dejó encantados en nuestros brazos; aquellos seres a quienes nosotros mismos hemos tenido que hundir en el seno del sepulcro, se levantan radiantes en el espacio, vuelan como el pensamiento, brillan como las estrellas, sienten como los corazones; que vienen a visitarnos en nuestras horas solidarias, a consolarnos en nuestros amargos momentos de infortunio, y a sonreírnos en nuestros breves instantes de alegría; a dejar sobre nuestra frente el beso de su aprobación en nuestras acciones laudatorias, o sobre nuestra conciencia, la carga de sus recriminaciones en nuestros actos reprensibles; que se abren , en fin , como las flores; reciben en su seno nuestro espíritu al desprenderse de la materia y le conducen en sus alas de fulgor y al compás de las arpas celestiales, a las resplandecientes esferas donde mora la Divinidad; la Divinidad que es la luz y el amor del mundo; y espera a todos los seres de la creación, con los paternales brazos abiertos.
Esto es el Espiritismo; combatible
Esto es el Espiritismo; ridiculizadle.
Salvador Sellés
Alcázar de San Juan 1ºEnero 1872
La Revelación Año I Nº1 Enero 1872
Alicante 5 de Enero de 1872