
Dios consuela a los humildes y confiere fuerzas a los afligidos que las solicitan.
Su poder cubre la Tierra. En todas partes, al lado de una lágrima, Él ha colocado un bálsamo de consuelo.
El sacrificio y la abnegación constituyen una plegaria continua y encierran una enseñanza profunda. La sabiduría humana reside en esas dos palabras.
Que todos los Espíritus que sufren puedan comprender esa verdad, en vez de clamar contra los dolores y los padecimientos morales que son vuestra herencia en este mundo.
Así pues, adoptad por divisa estas dos palabras: sacrificio y abnegación, y seréis fuertes, porque ellas resumen todos los deberes que tanto la caridad como la humildad os imponen.
El sentimiento del deber cumplido brindará reposo a vuestro espíritu, además de resignación.
El corazón late mejor, el alma se tranquiliza y el cuerpo ya no desfallece, pues el cuerpo sufre tanto más cuanto más profundamente herido se halla el espíritu.
(El Espíritu de Verdad. El Havre, 1863.)
Allan Kardec