
Una verdadera cruzada tiene lugar, en este momento, en contra del Espiritismo, tal como eso nos había sido anunciado. De diversos lados se nos muestran escritos, discursos y hasta actos de violencia y de intolerancia.
Todos los Espíritas deben alegrarse de eso, pues es la prueba evidente de que el Espiritismo no es una quimera. ¿Se haría tanto alboroto por una mosca que vuela?
Lo que incita sobremanera esa gran cólera es la prodigiosa rapidez con la que la idea nueva se propaga a pesar de todo lo que se ha hecho para detenerla. Por eso, nuestros adversarios, forzados por la evidencia de reconocer que ese progreso invade los rangos más esclarecidos de la sociedad e incluso a los hombres de ciencia, se reducen a lamentar ese fatal arrastre que conduce a la sociedad entera a las Petites-Maisons.
La burla ha agotado su arsenal de pullas y de sarcasmos, y esa arma, que se dice tan terrible, no ha podido tener la aprobación de la mayoría, prueba de que no hay motivo para reírse.
No es menos evidente que la burla no ha apartado a ningún partidario de la Doctrina; lejos de eso, los partidarios han aumentado a ojos vistas.
La razón de eso es muy simple: se ha reconocido rápidamente todo lo que hay de profundamente religioso en esa Doctrina, que toca las fibras más sensibles del corazón, que eleva el alma hacia lo infinito, que hace que reconozcan a Dios aquellos que Lo habían ignorado.
Esa Doctrina ha arrancado a tantas personas de la desesperación, calmado tantos dolores, cicatrizado tantas heridas morales que las ridículas y mediocres bromas descargadas sobre ella han inspirado más rechazo que simpatía. En vano, los burlones se han esforzado en hacer reír a costa de esa Doctrina: hay cosas de las cuales instintivamente se siente que no se puede reír sin profanación.
Sin embargo, si algunas personas, al solamente conocer la Doctrina por las bromas de aquellos que hacen chistes de mal gusto, hayan podido creer que sólo se trataba de un sueño sin sentido, de la elucubración de un cerebro deteriorado, lo que sucede es muy bueno para desengañarlas. Al oír tantas declamaciones furibundas, esas personas deben decirse que es más serio de lo que pensaban.
La población puede dividirse en tres clases: los creyentes, los incrédulos y los indiferentes. Si el número de los creyentes se ha centuplicado desde hace algunos años, eso sólo puede ser a expensas de las otras dos categorías.
Pero a los Espíritus que dirigen el movimiento les ha parecido que las cosas no iban todavía lo suficientemente rápido. Los Espíritus se han dicho que hay aún muchas personas que no han oído hablar del Espiritismo, sobre todo en las áreas rurales; ya es tiempo que la Doctrina penetre allí; además, se debe despertar a los indiferentes entumecidos.
La burla ha hecho su trabajo de propaganda involuntaria, pero ha tirado todas las flechas de su aljaba y las saetas que todavía lanza están desafiladas; es un fuego demasiado débil ahora. Es necesario algo más vigoroso, que haga más ruido que la palabrería de los folletines, que resuene hasta en la soledad; es necesario que hasta la última aldea oiga hablar del Espiritismo.
Cuando la artillería retumbe, cada uno se preguntará: «¿Qué hay?» Y deseará ver.
Cuando hicimos la pequeña publicación El Espiritismo en su más simple expresión, preguntamos a nuestros guías espirituales qué efecto ella produciría. Nos fue contestado: «Producirá un efecto que no esperas, es decir, tus adversarios estarán furiosos de ver una publicación destinada, por su precio extremadamente bajo, a ser difundida en masa y a penetrar en todos los lugares.
Te ha sido anunciado un gran despliegue de hostilidades; tu publicación será la señal de eso.
No te preocupes, conoces la finalidad.
Se enfadan debido a la dificultad de refutar tus argumentos». «Ya que es así –dijimos– esa publicación, que debería ser vendida por 25 céntimos, será ofrecida por dos». Lo sucedido ha justificado esas previsiones y nos felicitamos por eso.
Todo lo que sucede, por lo demás, ha sido previsto y debía suceder por el bien de la causa. Cuando veáis alguna gran manifestación hostil, lejos de asustaros, alegraos de eso, pues ha sido dicho: «el rugido del rayo será la señal de la aproximación de los tiempos predichos».
Orad, entonces, mis hermanos; orad sobre todo por vuestros enemigos, pues serán tomados por un verdadero vértigo.
Pero no todo está consumado todavía; la llama de la hoguera de Barcelona no ha subido lo suficientemente alto. Si ella se renueva en alguna parte, guardaos de apagarla, pues mientras más se eleve, más será vista desde lejos, semejante a un faro, y quedará en el recuerdo de las generaciones.
Dejad, pues, que hagan y en ningún lugar contrapongáis la violencia a la violencia; recordad que el Cristo le dijo a Pedro que volviera a poner su espada en la vaina. No imitéis a las sectas que se han hecho mal recíprocamente en nombre de un Dios de paz, que cada una llamaba en ayuda de sus furores.
La verdad no se prueba por las persecuciones, sino por el razonamiento; en todos los tiempos, las persecuciones han sido el arma de las malas causas y de aquellos que prefieren el triunfo de la fuerza bruta al de la razón. La persecución es un mal medio de persuasión; puede abatir al más débil momentáneamente; convencerlo, jamás, pues, aun en la angustia en la cual se lo habrá hundido, exclamará, como Galileo en su cárcel: «¡e pur si move!»9
Al recurrir a la persecución, uno prueba que cuenta poco con el poder de la lógica. Jamás os sirváis, pues, de represalias: a la violencia contraponed la dulzura y una inalterable tranquilidad; devolved a vuestros enemigos el bien por el mal; así, daréis un desmentido a la calumnia de ellos y los forzaréis a reconocer que vuestras creencias son mejores de lo que dicen.
¡La calumnia! Diréis: ¿Se puede ver con sangre fría que nuestra Doctrina sea falseada indignamente por mentiras?
¿Acusada de decir lo que ella no dice, de enseñar lo contrario de lo que enseña, de producir el mal cuando, al contrario, sólo produce el bien? ¿La propia autoridad de aquellos que sostienen un lenguaje semejante no puede desvirtuar la opinión pública, retardar el progreso del Espiritismo?
Indudablemente, es ese el objetivo de ellos. ¿Lo alcanzarán? Esa es otra cuestión y no vacilaremos en decir que llegan a un resultado completamente contrario: aquél de desacreditarse a ellos mismos y su causa.
Indiscutiblemente, la calumnia es un arma peligrosa y pérfida, pero tiene dos filos y hiere siempre a aquel que se sirve de ella. Haber recurrido a la mentira para defenderse es dar la prueba más fuerte de que no se tienen buenas razones para ofrecer, pues si uno las tuviera, no dejaría de hacerlas valer.
Decid que una cosa es mala, si tal es vuestra opinión; divulgadlo, si os parece bien; le corresponde al público juzgar si estáis en lo falso o en lo verdadero.
Pero falsearla para apoyar vuestro sentimiento, desnaturalizarla, es indigno de toda persona que se respeta.
En los relatos de las obras dramáticas y literarias, se ven frecuentemente apreciaciones muy opuestas; un crítico alaba en exceso lo que otro ridiculiza: es el derecho de ellos; ¿pero qué se pensaría de aquel que, para sostener su opinión desfavorable, hiciera decir, como si fuera del autor, lo que él no dice, que le atribuyera la autoría de malos versos para probar que su poesía es detestable?
Es así con los detractores del Espiritismo: por sus calumnias, muestran la debilidad de su propia causa y la desacreditan al hacer ver a qué lamentables extremos han sido obligados a recurrir para sostenerla. ¿Qué peso puede tener una opinión fundada en errores manifiestos?
Hay dos opciones: o esos errores son voluntarios y, entonces, se ve la mala fe; o son involuntarios y el autor prueba su inconsecuencia al hablar de lo que no sabe; en uno y en otro caso, él pierde todo el derecho a la confianza.
El Espiritismo no es una doctrina que camina en la sombra; es conocido, sus principios son formulados de una manera clara, precisa y sin ambigüedad.
Por lo tanto, la calumnia no podría alcanzarlo; para probar la impostura, basta decir: «Leed y ved». Sin duda, es útil desenmascararla; pero se lo debe hacer con calma, sin acrimonia ni recriminación, limitándose a contraponer, sin discursos superfluos, lo que es a lo que no es; dejad a vuestros adversarios la cólera y las injurias, guardad para vosotros el papel de la fuerza verdadera: aquél de la dignidad y de la moderación.
Por lo demás, no se deben exagerar las consecuencias de esas calumnias, que traen con ellas el antídoto de su veneno y son, en definitiva, más ventajosas que perjudiciales.
Provocan, forzosamente, el examen de las personas serias que desean juzgar las cosas por sí mismas y que son incitadas a hacer eso debido a la importancia dada.
Ahora bien, lejos de temer el examen, el Espiritismo lo provoca y sólo se queja de una cosa: es que muchas personas hablan de eso como los ciegos hablarían de los colores; pero gracias a los cuidados que nuestros adversarios toman de hacerlo conocer, ese inconveniente pronto ya no existirá y es todo lo que solicitamos.
La calumnia que se desprende de ese examen engrandece al Espiritismo en lugar de rebajarlo.
Espíritas, no os quejéis, pues, de esas desnaturalizaciones; no quitarán ninguna de las cualidades del Espiritismo; al contrario, las harán resaltar con más resplandor por el contraste y volverán a los calumniadores para la deshonra de ellos.
Esas mentiras, seguramente, pueden tener como efecto inmediato engañar a algunas personas e incluso disuadirlas; ¿pero qué significa eso? ¿Qué son algunos individuos al lado de las masas? Sabéis vosotros mismos cuán poco considerable es el número de esos individuos.
¿Qué influencia eso puede tener sobre el futuro?
Ese futuro os está garantizado: los hechos consumados os contestan y cada día os traen la prueba de la inutilidad de los ataques de nuestros adversarios.
¿La Doctrina del Cristo no ha sido calumniada, calificada de subversiva e impía? ¿Él mismo no fue tratado como bribón e impostor?
¿Él se inquietó por eso? No, porque sabía que Sus enemigos pasarían y que Su Doctrina quedaría.
Así será del Espiritismo. ¡Singular coincidencia!
El Espiritismo no es otra cosa que el llamamiento a la pura ley del Cristo ¡y se lo ataca con las mismas armas!
Pero sus detractores pasarán; es una necesidad de la cual nadie puede sustraerse.
La generación actual se extingue todos los días y con ella se van las personas llenas de prejuicios de otro tiempo; aquella que se eleva está nutrida de ideas nuevas y sabéis, además, que está compuesta de Espíritus más avanzados, que deben hacer reinar, finalmente, la ley de Dios sobre la Tierra.
Mirad, pues, las cosas desde lo más alto; no las veáis desde el punto de vista limitado del presente, pero extended vuestras miradas hacia el futuro y decíos: «El futuro es nuestro; ¡Qué nos importa el presente!
¡Qué nos importan las cuestiones personales! Las personas pasan, las instituciones quedan».
Considerad que estamos en un momento de transición; que asistimos a la lucha entre el pasado, que se debate y tira para atrás, y el futuro, que nace y tira para adelante.
¿Cuál prevalecerá? El pasado es viejo y obsoleto –hablamos de las ideas– mientras que el futuro es joven y camina a la conquista del progreso, que está en las leyes de Dios.
Las personas del pasado se van; aquellas del futuro llegan; sepamos, pues, esperar con confianza y felicitémonos por ser los primeros pioneros encargados de roturar el terreno.
Si tenemos el trabajo, tendremos el sueldo.
Trabajemos, pues, no por una propaganda furibunda e irreflexiva, sino con la paciencia y la perseverancia del labrador que sabe el tiempo que le es necesario para alcanzar la cosecha.
Sembremos la idea, pero no comprometamos la cosecha por una siembra intempestiva y por nuestra impaciencia, anticipando la estación propia para cada cosa.
Cultivemos, sobre todo, las plantas fértiles, que sólo piden producir; éstas son suficientemente numerosas para ocupar todos nuestros instantes, sin gastar nuestras fuerzas contra las rocas inamovibles, que Dios se encarga de sacudir o de arrancar cuando es el tiempo para eso, pues si Él tiene el poder de elevar las montañas, tiene el de bajarlas.
Hablemos sin disimulo y digamos claramente que hay resistencias que sería superfluo buscar vencer y que se obstinan más por amor propio o por interés que por convicción; sería perder el tiempo buscar traerlas hacia nosotros; solamente cederán ante la fuerza de la opinión pública.
Reclutemos a los adeptos entre las personas de buena voluntad, que no faltan; aumentemos la falange de todos aquellos que, fatigados por la duda y asustados por la nada materialista, sólo piden creer y muy pronto el número de ellos será tal que los demás acabarán por rendirse a la evidencia.
Ese resultado ya se manifiesta y esperad para ver, dentro de poco, en vuestras filas, a aquellos que sólo esperaríais ver como últimos.
ALLAN KARDEC
Revista Espírita –Periódico de Estudios Psicológicos,
6 año, n.o 3, marzo de 1863
8 N. de la T.: hospital de París para enfermos mentales.
9 N. de la T.: la frase se traduce como «y sin embargo se mueve» y habría sido murmurada por
Galileo Galilei tras abjurar de la visión heliocéntrica ante el tribunal de la inquisición.