6 de mayo de 1857 (En casa de la Sra. de Cardonne)

Tuve ocasión de conocer a la Sra. de Cardonne en las sesiones del Sr. Roustan.

Alguien me dijo -creo que fue el Sr. Carlotti-, que ella tenía un notable talento para leer en las manos.

Nunca creí que las líneas de la mano tuviesen algún significado, pero siempre imaginé que para ciertas personas dotadas de una especie de segunda vista, eso podía constituir un medio para que establecieran una relación que les permitiese, como a los sonámbulos, manifestar en ocasiones cosas verdaderas.

Las señales de la mano no son, en ese caso, más que un pretexto, un medio de concentrar la atención, de desarrollar la lucidez, como lo son los naipes, la borra de café o los espejos llamados mágicos, para los individuos que gozan de esa facultad.

La experiencia me ha confirmado más de una vez lo acertado de esa opinión.

Sea como fuere, accedí a la invitación de esa señora para que la visitara, y este es un resumen de lo que me dijo: “Habéis nacido con gran abundancia de recursos y de medios intelectuales… extraordinario poder de raciocinio…

Vuestro gusto se ha formado; gobernado por la cabeza, moderáis la inspiración por medio del razonamiento; subordináis el instinto, la pasión y la intuición al método, a la teoría.

Siempre habéis tenido inclinación a las ciencias morales… Amor a la verdad absoluta… Amor al arte definido.

”Vuestro estilo tiene número, medida y cadencia; pero en ocasiones cambiaríais un poco de su precisión por poesía.

”Como filósofo idealista, estuvisteis sujeto a la opinión de otros; como filósofo creyente, experimentáis ahora la necesidad de formar una secta.

”Benevolencia juiciosa; necesidad imperiosa de dar alivio, de socorrer, de consolar; necesidad de independencia.

”Muy lentamente os corregís del impulso súbito de vuestro humor.

”Sois singularmente apto para la misión que se os ha confiado, porque estáis más capacitado para convertiros en el centro de inmensos desarrollos, que para trabajos aislados… Vuestros ojos tienen la mirada del pensamiento.

”Veo aquí el signo de la tiara espiritual… Está bien marcado…
Observad.” (Miré y no vi nada de particular.)

¿Qué entendéis -le pregunté- por tiara espiritual? ¿Acaso insinuáis que seré papa? Si eso hubiera de suceder, no sería por cierto en esta existencia…
Respuesta – Notad que he dicho tiara espiritual, lo que significa autoridad moral y religiosa, y no soberanía efectiva.

He reproducido pura y simplemente las palabras de aquella señora, transcriptas por ella misma. No me compete juzgar si son exactas en todos los puntos.

Reconozco que algunas son acertadas, porque se corresponden con mi carácter y con las disposiciones de mi espíritu.

Sin embargo, hay un pasaje evidentemente erróneo: aquel en el que expresa, a propósito de mi estilo, que yo a veces cambiaría algo de mi precisión por poesía.

No tengo ningún instinto poético; lo que busco por sobre todo, lo que me agrada, lo que aprecio en los otros, es la claridad, la transparencia, la precisión, y lejos de sacrificar estas a la poesía, lo que podrían criticar en mí sería el hecho de que sacrifico el sentimiento poético por la aridez de la forma positiva.

Siempre he preferido aquello que habla a la inteligencia por encima de lo que apenas habla a la imaginación.

En cuanto a la tiara espiritual, El Libro de los Espíritus acababa de aparecer; la doctrina estaba en sus comienzos, y aún no había podido prever los resultados posteriores. Le di escasa importancia a esa revelación, y me limité a registrarla a título informativo.

Al año siguiente la Sra. Cardonne dejó París, y no volví a verla hasta ocho años más tarde, en 1866, cuando las cosas ya habían avanzado bastante. Entonces me dijo: ¿Recuerda mi predicción acerca de la tiara espiritual? Ahí la tiene realizada. ¿Cómo realizada? Que yo sepa, no estoy en el trono de san Pedro.

No, por cierto; pero tampoco fue eso lo que le anuncié. ¿No es usted, de hecho, el jefe de la doctrina, reconocido por los espíritas del mundo entero? ¿No son sus escritos los que constituyen la ley?

¿No se cuentan por millones sus adeptos? En materia de espiritismo, ¿habrá alguien cuyo nombre tenga más autoridad que el suyo? ¿Los títulos de sumo sacerdote, de pontífice, incluso de papa, no se los otorgan a usted espontáneamente?

Sé muy bien que así sucede, sobre todo de parte de sus adversarios e irónicamente, pero no por eso el hecho deja de indicar la clase de influencia que ellos le reconocen.

Presienten cuál es vuestro rol y, por consiguiente, esos títulos le quedarán.

En suma, usted ha conquistado, sin que la buscara, una posición moral que nadie le puede quitar, porque sean cuales fueren los trabajos que se lleven a cabo después de los suyos, o simultáneamente con ellos, usted siempre será proclamado fundador de la doctrina.

A partir de ese momento, pues, usted posee realmente la tiara espiritual, es decir, la supremacía moral.

Reconozca, entonces, que he dicho la verdad.
¿Cree ahora un poco más en las señales de las manos? Menos que antes, y estoy convencido de que si usted vio algo, no fue en mi mano sino en su propio espíritu, y voy a demostrárselo.

Admito que en las manos existen ciertas señales fisiognómicas, así como en los pies, en los brazos y en otras partes del cuerpo. No obstante, cada órgano presenta señales particulares de acuerdo con el uso al que está sujeto y conforme a sus relaciones con el pensamiento.

Las señales de la mano no pueden ser las mismas que las de los pies, de los brazos, de la boca, de los ojos, etc.

En cuanto a los pliegues de la palma de las manos, el mayor o menor destaque que presentan resulta de la naturaleza de la piel y de la mayor o menor cantidad de tejido celular.

Como esas partes no tienen ninguna correlación fisiológica con los órganos de las facultades intelectuales y morales, no pueden ser la expresión de estas. Incluso si se admitiera que existe esa correlación, estas podrían proporcionar indicios sobre el estado actual del individuo, pero no podrían constituir signos de presagios de cosas futuras ni de acontecimientos pasados e independientes de la voluntad de ese mismo individuo.

En la primera hipótesis, y en rigor, comprendería que con la ayuda de esas líneas fuese posible decir que una persona posee tal o cual aptitud, esta o aquella inclinación; con todo, el más vulgar buen sentido rechazaría la idea de que se pueda ver allí si se ha casado o no, cuántas veces, y cuántos hijos ha tenido, si es viuda o no, y otras cosas semejantes, como lo pretende la mayoría de los quirománticos.

Entre las líneas de las manos hay una que todos conocen y que representa una letra M perfecta. Si está suficientemente marcada presagia, según dicen, una vida desdichada (malheureuse); sin embargo, la palabra malheur (desdicha) es francesa, y nadie tiene presente que en otras lenguas, las palabras que le corresponden no comienzan con la letra M, de donde se concluye que la línea en cuestión debería presentar formas diferentes, de acuerdo con las lenguas de los distintos pueblos.

En cuanto a la tiara espiritual, se trata evidentemente de una cosa especial, excepcional y hasta cierto modo individual; estoy convencido de que usted no ha encontrado esa expresión en el vocabulario de ningún tratado de quiromancia.

¿Cómo, pues, llegó a su mente? Por la intuición, por la inspiración, por esa especie de presciencia inherente a la doble vista de que muchas personas están dotadas sin sospecharlo.

Su atención estaba concentrada en las líneas de la mano, y usted concentró su pensamiento en una señal en la que otra persona habría visto otra cosa muy diferente, o a la que usted misma le atribuiría un significado diferente, en caso de que se tratase de otro individuo.

Allan Kardec

Obras Póstumas