
¿Cuáles son, en general, las consecuencias del suicidio para el estado del Espíritu?
«Las consecuencias del suicidio son muy diversas. No hay penas fijas y, en todos los casos, siempre son relativas a las causas que lo ocasionaron. Con todo, una consecuencia de la que el suicida no puede escaparse es la contrariedad. Por lo demás, la suerte no es la misma para todos, sino que depende de las circunstancias. Algunos expían su falta de inmediato; otros lo hacen en una nueva existencia, que será peor que aquella cuyo curso interrumpieron.”
Aclaración de Allan Kardec: La observación muestra, en efecto, que las consecuencias del suicidio no siempre son las mismas.
No obstante, las hay que son comunes a todos los casos de muerte violenta y resultan de la interrupción brusca de la vida.
Se trata, en primer lugar, de la persistencia más prolongada y tenaz del lazo que une el Espíritu al cuerpo, dado que ese lazo casi siempre posee toda su fuerza en el momento en que se quiebra; mientras que en la muerte natural se debilita gradualmente y suele estar desatado antes de que la vida se extinga por completo.
Las consecuencias de ese estado de cosas son la prolongación de la turbación espírita y, luego, la ilusión que durante un tiempo más o menos prolongado induce al Espíritu a creer que aún forma parte de los vivos.
La afinidad que persiste entre el Espíritu y el cuerpo produce, en algunos suicidas, una especie de repercusión del estado del cuerpo en el Espíritu.
Así, el Espíritu siente, a pesar suyo, los efectos de la descomposición, y experimenta una sensación llena de angustia y de horror. Ese estado puede persistir tanto tiempo como debería haber durado la vida que esos suicidas interrumpieron. Dicho efecto no es general.
Con todo, en ningún caso el suicida se libra de las consecuencias de su falta de valor, y tarde o temprano expía su falta de un modo u otro.
Así, algunos Espíritus, que han sido muy desdichados en la Tierra, dijeron que se habían suicidado en la existencia anterior y que voluntariamente se sometieron a nuevas pruebas para intentar soportarlas con mayor resignación.
En algunos, la prueba consiste en una especie de apego a la materia, de la que en vano tratan de desembarazarse para volar hacia mundos mejores, pero en los que el acceso les está vedado.
En la mayoría, es el pesar de haber hecho algo inútil, puesto que con eso sólo experimentan decepción.
La religión, la moral, todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a la ley natural.
Todas nos dicen, en principio, que nadie tiene el derecho de abreviar voluntariamente su propia vida. Pero ¿por qué no tenemos ese derecho? ¿Por qué no somos libres de poner término a nuestros padecimientos? Estaba reservado al espiritismo demostrar, con el ejemplo de los que sucumbieron, que el suicidio no sólo es una falta entendida como infracción a una ley moral, consideración de poco peso para algunos individuos, sino también un acto estúpido, puesto que con él no se gana nada, sino todo lo contrario.
El espiritismo no nos enseña esto en teoría, sino con los hechos que presenta ante nuestros ojos.
Allan Kardec