
La señora condesa de Clérambert, de quien hemos hablado en el artículo anterior, manifestaba una de las variedades de la facultad de curar, que se presenta bajo una infinidad de aspectos y de matices apropiados a las aptitudes específicas de cada individuo. Ella era, en nuestra opinión, el modelo de lo que podrían ser muchos médicos; de lo que muchos serán, sin duda, cuando entren en el camino de la espiritualidad, que les abre el Espiritismo, pues muchos verán desarrollarse en sí mismos las facultades intuitivas, que les serán un precioso auxilio en la práctica.
Lo hemos dicho, y lo repetimos, que sería un error creer que la mediumnidad curativa viene a destronar a la Medicina y a los médicos.
Ella viene a abrirles un nuevo camino; a mostrarles, en la naturaleza, recursos y fuerzas que ignoraban y de los cuales la ciencia y sus pacientes podrán beneficiarse; a probarles, en suma, que no saben todo, puesto que hay personas que, al margen de la ciencia oficial, obtienen lo que ellos mismos no obtienen.
No tenemos ninguna duda de que habrá, un día, médicos-médiums, como hay médiums-médicos, que, a la ciencia adquirida, añadirán el don de facultades medianímicas específicas.
Únicamente, como esas facultades sólo tienen valor efectivo por la asistencia de los Espíritus, que pueden paralizar sus efectos retirando su ayuda, que desbaratan, según su voluntad, los cálculos del orgullo y de la codicia, es evidente que los Espíritus no prestarán su asistencia a aquellas personas que renieguen de ellos y deseen servirse de los Espíritus secretamente en beneficio de su propia reputación y de su fortuna.
Como los Espíritus trabajan para la humanidad y no vienen a servir a los intereses egoístas individuales; como actúan, en todo lo que hacen, para la propagación de doctrinas nuevas, les son necesarios soldados valientes y dedicados, y no tienen qué hacer con poltrones que le tienen miedo a la sombra de la verdad.
Los Espíritus secundarán, pues, a aquellos que, sin reticencia ni segunda intención, pongan sus aptitudes al servicio de la causa que se esfuerzan en hacer prevalecer.
¿El desinterés material, que es uno de los atributos esenciales de la mediumnidad curativa, será también una de las condiciones de la medicina medianímica? ¿Cómo conciliar, entonces, las exigencias de la profesión con una abnegación absoluta?
Eso pide algunas explicaciones, pues la posición no es la misma.
La facultad del médium sanador no le ha costado nada; no le ha exigido estudio, ni trabajo, ni gastos.
Él la ha recibido gratuitamente, para el bien ajeno, y debe valerse de ella gratuitamente. Como ante todo es necesario vivir, si él no tiene, por sí mismo, recursos que le vuelvan independiente, debe buscar los medios para eso en su trabajo habitual, como lo hubiera hecho antes de conocer la mediumnidad. Solamente le da al ejercicio de su facultad el tiempo que puede consagrarle materialmente. Tomar ese tiempo de su reposo, emplear para volverse útil a sus semejantes el tiempo que habría consagrado a distracciones mundanas es una verdadera abnegación, y el médium sanador sólo tiene más mérito por eso. Los Espíritus no piden más y no exigen ningún sacrificio que no sea razonable. No se podría considerar como abnegación y dedicación el abandono de su profesión para entregarse a un trabajo menos duro y más lucrativo. En la protección que conceden, los Espíritus, a quienes las personas no se pueden imponer, saben distinguir perfectamente las abnegaciones reales de las ficticias.
Sería completamente diferente la posición de los médicos-médiums. La Medicina es una de las carreras sociales que uno elige para hacer de ella una profesión, y la ciencia médica sólo se adquiere de manera onerosa, por una labor asidua, frecuentemente dura. El saber del médico es, pues, un conocimiento personal; este no es el caso de la mediumnidad. Si, al saber humano, los Espíritus añaden su ayuda por medio del don de una aptitud medianímica, eso es para el médico un medio más de instruirse, de actuar de manera más segura y eficaz, por lo que debe estar reconocido, pero él no deja de ser médico. Es su profesión, que no abandona para hacerse médium. Por lo tanto, no hay nada reprensible en que él siga viviendo de ello, y eso con tanta más razón ya que la asistencia de los Espíritus es frecuentemente inconsciente, intuitiva, y puesto que su intervención se mezcla, a veces, con el empleo de medios comunes de cura.
Del hecho de que un médico se volviera médium y fuera asistido por los Espíritus en el tratamiento de sus pacientes, no resultaría, pues, que él debiera renunciar a toda remuneración, lo que le obligaría a buscar fuera de la Medicina los medios de existencia, por el hecho de haber renunciado a su profesión.
Pero si él está animado del sentimiento de las obligaciones que le impone la gracia que le es concedida, sabrá conciliar sus intereses con los deberes de la humanidad.
No sucede lo mismo con el desinterés moral, que puede y debe ser, en todos los casos, absoluto.
Aquel que, en lugar de ver en la facultad medianímica un medio más de ser útil a sus semejantes, no buscara en ella sino una satisfacción de amor propio; aquel que hiciera un mérito personal de los éxitos que obtiene por ese medio, disimulando la causa verdadera, faltaría a su primer deber. Aquel que, sin renegar de los Espíritus, sólo viera en su ayuda, directa o indirecta, un medio de suplir la insuficiencia de su clientela productiva, aunque se revista, ante los ojos de las personas, de alguna apariencia filantrópica, realizaría, por eso mismo, un acto de explotación. En uno y en otro caso, tristes decepciones serían la consecuencia inevitable, porque las simulaciones y los subterfugios no pueden engañar a los Espíritus, que leen, en el fondo, el pensamiento.
Hemos dicho que la mediumnidad curativa no matará ni a la Medicina ni a los médicos, pero no puede dejar de modificar profundamente la ciencia médica.
Sin duda, siempre habrá médiums sanadores, porque siempre los ha habido y porque esa facultad está en la naturaleza. Pero serán menos numerosos y menos buscados a medida que el número de los médicos-médiums aumente, y cuando la ciencia y la mediumnidad se presten un mutuo apoyo. Se tendrá más confianza en los médicos cuando sean médiums y más confianza en los médiums cuando sean médicos.
No se pueden poner en duda las virtudes curativas de ciertas plantas y de otras sustancias que la Providencia ha puesto bajo la mano del hombre, colocando el remedio al lado del mal; el estudio de esas propiedades es de competencia de la Medicina.
Ahora bien, como los médiums sanadores sólo actúan por influencia fluidifica, sin el empleo de medicamentos, si un día debieran suplantar la Medicina, resultaría que, al dotar las plantas de propiedades curativas, Dios habría hecho algo inútil, lo que no es admisible. Por lo tanto, es necesario considerar la mediumnidad curativa como un modo específico, y no como un modo absoluto de cura; el fluido, como un nuevo agente terapéutico aplicable en ciertos casos, viene a añadirle un nuevo recurso a la Medicina.
Por consiguiente, la mediumnidad curativa y la Medicina deben caminar juntas, de ahora en adelante, destinadas a ayudarse mutuamente, a suplirse y a complementarse la una a la otra. He aquí el motivo por el cual se puede ser médico sin ser médium sanador, y médium sanador sin ser médico.
¿Entonces, por qué esa facultad se desarrolla hoy en día, casi exclusivamente, más bien entre los ignorantes que entre los hombres de ciencia? Por la razón muy simple de que, hasta hoy, los hombres de ciencia la rechazan; cuando la acepten, la verán desarrollarse entre ellos como entre los demás. ¿Aquel hombre de ciencia que la poseyera, hoy en día, la proclamaría? No; la ocultaría con el cuidado más grande. Puesto que ella sería inútil entre sus manos, ¿para qué darle esa facultad? Sería lo mismo que dar un violín a un hombre que no sabe o no quiere tocarlo.
Para esa situación, hay otro motivo capital. Dar a los ignorantes el don de curar males que no pueden curar los sabios es probar a éstos que no saben todo y que hay leyes naturales aparte de las que reconoce la ciencia. Mientras más grande sea la distancia entre la ignorancia y el saber, más evidente es el hecho.
Cuando se produce en aquel que no sabe nada, es una prueba segura de que el saber humano no tiene ninguna parte en eso. Pero como la ciencia sólo puede ser un atributo de la materia, el conocimiento del mal y de los remedios por intuición, así como la facultad de videncia, sólo pueden ser atributos del Espíritu; prueban, en el ser humano, la existencia del ser espiritual, dotado de percepciones independientes de los órganos corporales y, frecuentemente, de conocimientos adquiridos anteriormente, en una existencia precedente.
Esos fenómenos tienen, pues, como consecuencia, a la vez, ser útiles a la humanidad y probar la existencia del principio espiritual.
Allan Kardec
Revista Espírita –Periódico de Estudios Psicológicos,
10º año, nº10, Octubre de 1867