Salve, brillante luz, tú eres la aurora

Y el sol de la verdad resplandeciente;

Ángel cuya espada vibradora

Amaga del error la altiva frente:

La deidad inmortal y vencedora

Que derribó a sus pies heroicamente

El fantasma que Muerte ha llamado,

Y al mundo tantos siglos ha espantado.

 Tu antorcha de fulgor de rosa y oro

Penetró en las sombrías catacumbas,

De sus misterios el glacial tesoro

Arrebatando a las calladas tumbas;

Al son del eco mágico y sonoro

Con que en las hondas bóvedas retumbas,

Despiertan los cadáveres activos,

Y al mundo se abalanzan de los vivos.

Tú das una magnifica esperanza,

Al ser sacrificado al sufrimiento;

Prometes dulce puerto de bonanza

A quien sufre tenaz remordimiento;

Derramas en quien vive la confianza

De no quedar trocado en polvo y viento,

Y elevarse al espacio indefinido

Y abrazar a los seres que ha perdido.

Pruebas que aquellos seres adorados

Se deslizan no vistos por doquiera,

Y de la vil materia libertados

Se señorean de la inmensa esfera;

Que escuchan nuestros ayes angustiados,

Que ven nuestra sonrisa placentera,

 Y viven nuestra vida de afecciones.

Por ti el mortal profundo y reflexivo

Sobre el astro más alto se levanta,

Y admira desde allí contemplativo

Flotante y negra inmensidad que encanta;

Traspone aquella rápido y altivo

Y ante otra nueva inmensidad se espanta,

Y adivina su mente ya rendida

Horizontes sin fin y sin medida.

Y en esos horizontes tenebrosos

Ve revolar cien mundos sin sosiego,

Cual pájaros gigantes y monstruosos

Que baten alas mil de luz y fuego;

Que dejan tras su vuelo impetuosos

Magnificas estelas, y que luego,

Hundiéndose en abismos espantables

Dan paso a nuevos mundos admirables.

Ve cruzar otros orbes solitarios

Faltos de luz, agitación y vida,

Cual espectros envueltos en sudarios,

O montañas de roca ennegrecida.

Tal vez oye también los ecos varios

Que exhalan tantos mundos en su huida,

Y percibe tal vez a gran distancia

Sus incógnitas auras y fragancia.

Quizá presencia absorto y aterrado

La catástrofe ronca de un planeta,

Que desciende al abismo destrozado

Cuando su vida sideral completa;

Quizás admira luego embelesado

La explosión de un peñasco, que se agrieta,

Y a la voz del Eterno bendecida,

Rompe en vegetación, seres y vida.

Y en esa muchedumbre de hemisferios,

La mente pensadora y atrevida,

(hija feliz de Dios y sus misterios)

Halla a la raza humana repartida;

De esas vivas esferas los imperios

Le ofrecen una escala sin medida,

Por la que todo ser va caminando,

Y a la sublime perfección llegando.

Entonces el espíritu abandona

El mundo material en sombra oscura,

Y de fulgor brillante se corona

Raudo al volar hacia la gloria pura;

Un torrente de cánticos pregona

El triunfo de la heroica criatura,

Mientras que allá de la materia el caos

Muge feroz entre oscilantes vahos.

Ve luego en mar de luz clara y serena

Un sol de majestad tan refulgente,

Que, a la mirada más intensa, llena

De noche oscura y confusión latiente;

Vividos rayos lanza en rica vena

En la región inmensa y esplendente,

Simulado en sus fulgidos diamantes,

Un combate de soles centellantes.

Y el ser percibe ya su seno henchido

De inefable dulzura arrobadora,

Y en éxtasis sublime embebecido

Contempla la gran Causa creadora;

Cantos exhala de sorpresa herido

Y de efusión y de entusiasmo llora,

Y una serena y mágica armonía,

Le dice: “A qui está Dios, ánima pía”.

Y ese Dios, es el Dios esplendoroso

Que de luz y de amor está formado,

Y el inmenso universo portentoso

En sus alas abarca enamorado;

El gigantesco mundo pavoroso

Y el ente más oscuro y olvidado,

Juntos comparten el amante seno

De ese Dios inmortal y padre bueno.

Y en vano en la jornada un alma ciega

En el bosque del daño se extravía,

Que al punto por mandato de Dios llega

Un alma pura que hacia el bien le guía,

Que a ningún hijo suyo Dios le niega

De la felice perfección el día,

Y a todos les concede entre albas nubes

Las alas y el fulgor de los querubes.

¡Salve pues, oh doctrina salvadora,

Que ofreces al mortal grandezas tantas!

Salve pues, y permite que yo ahora

Bese con efusión tus leyes santas;

Y pues al cielo do la dicha mora

Con tu sublime ciencia me levantas,

Deja que yo tus excelencias cante,

Y al cielo de mi musa te levante.

Hermanos, sobre el ara santa y pura

Del amor que a esta idea consagramos,

La fervorosa y la solemne jura

De dedicarle nuestra vida hagamos;

Ni atroz persecución ni cárcel dura

Basten para que infelices nos rindamos,

Y arrojando doquier germen fecundo,

Lancemos a otro mar la nave mundo.

Salvador Selles

La Revelación   Año I   Nº2  20 Enero 1872