
Aunque continuamente están ocurriendo desgracias, hay accidentes tan terribles que impresionan más profundamente que los demás sucesos, y lo ocurrido últimamente en la Barceloneta, asombra, espanta, aterroriza, y deja en la mente tan dolorosa huella, que aunque los días pasan, parece que aún se está viendo el cuadro ¡Qué horror! Juzguen mis lectores.
TERRIBLE ACCIDENTE
Poco después del medio día ocurrió ayer en la Barceloneta un desgraciadísimo accidente que sumió en la mayor desolación a una infeliz obrera y consternó a todo el vecindario.
En un piso de la calle de Baluarte vivían en unión de su madre dos hermosos niños, llamados Vicente y Catalina Cobos, de diez y de ocho años respectivamente. La madre, llamada Teresa Ortiz, es una pobre viuda que a diario se veía en la obligación de dedicarse a quehaceres fuera de su casa, para poder subvenir a las necesidades de sus pequeñuelos.
Ayer, como de costumbre, antes de que abandonaran el lecho los dos chiquitines, abandonó la infeliz mujer su domicilio, dejando sobre una mesa, al lado de la cama que ocupaban sus hijos, algunos céntimos con los que debían comprar el almuerzo. A medio día, según hemos dicho, hora en que la madre, verificada ya la labor de la mañana, acostumbraba regresar al lado de sus hijuelos, volvió a su modesta vivienda; pero, júzguese cuál sería su sorpresa al advertir que, abierta ya la puerta del piso, no respondían los dos niños al cariñoso llamamiento de su madre.
Esta, presintiendo una desgracia, recorrió llena de zozobra todas las habitaciones, prorrumpiendo repetidas veces, con voz velada por el dolor, en tiernas exclamaciones, a ninguna de las cuales respondieron los pequeñuelos. Después de verificar la acongojada madre un minucioso registro, y convencida de que sus hijuelos habían sido víctimas de una desgracia, se dirigió a la calle en demanda de socorro, bañada en llanto y presa de la mayor desesperación.
Juntamente con algunos vecinos y el guardia municipal de punto, Ricardo Álvarez; volvió la atribulada mujer a su domicilio, practicando todos otro detenido reconocimiento. La escena que a poco se desarrolló, no es para describirla. Después de mucho registro, estaban los vecinos y el municipal a punto de dar por terminada su tarea, cuando ocurriósele al último la idea de levantar la tapa de un baúl de gran tamaño, colocado en uno de los cuartos del piso. El guardia Álvarez tuvo que hacer bastantes esfuerzos antes de realizar su propósito, pues la cerradura del baúl era de las que cierran de golpe, y además hallábase muy enmohecida.
Salió al fin con la suya el municipal, y entonces no pudo ser más triste el espectáculo que se ofreció ante los espantados ojos de cuantos presenciaban la operación. Dentro del baúl, tendido uno encima del otro, yacían los niños, privados de vida según todos los indicios. La desesperación que se apoderó de la desventurada madre excede los límites de toda ponderación. Pasados los primeros momentos, en que, en el paroxismo del dolor, arrojóse sobre los exánimes cuerpos de sus hijos, y después de besarlos y estrecharlos fuera de sí contra su corazón, los depositó encima de una cama, vióse acometida de un fuerte síncope, cayendo en tierra, privada de conocimiento.
Ninguno de los que presenció esta conmovedora escena pudo contener el llanto. Mientras unos quedaron al cuidado de la desventurada madre otros, juntamente con el municipal, trasladaron las dos criaturas al dispensario del barrio marítimo, donde el medico de guardia, don Evaristo Llorens, prestó seguidamente los auxilios de la ciencia a los dos tiernos pacientes. El estado del niño era gravísimo; la niña hallábase agonizante.
El Juzgado de Guardia, apenas enterado del triste suceso, constituyose en el dispensario de la Barceloneta, instruyendo las diligencias de oficio. El terrible percance es de fácil reconstitución. Los dos niños, conforme hemos dicho, una vez ausente su madre, debieron saltar del lecho y, sin vestirse, entregaronse a los juegos propios de su edad, penetrando en el baúl, cuya tapa debió caer, quedando encerradas ambas criaturas. La niña hallábase debajo de su hermanito, y merced a esta coincidencia, y al hecho de contar menos años, debióse que saliese del percance en tan desesperada situación que, sin recobrar el sentido, falleció a las dos horas de ser conducida al Dispensario.
Todos los médicos de éste, además del doctor Llorens, acudieron por la tarde en auxilio del niño Vicente Cobos, al cual hubo necesidad de aplicarle repetidas inhalaciones de oxígeno, con objeto de provocar la respiración. A pesar de los solícitos cuidados que se prodigaron al tierno paciente, hacían temer todos los síntomas un funesto desenlace. A las siete de la noche cumpliéronse los fatídicos pronósticos de los facultativos, dejando de existir el infortunado niño Vicente Cobos, en el dispensario de la Barceloneta.
Desde luego comprendí que la muerte de los niños no era casual no era debida a la impremeditación de los pocos años que contaban las víctimas, no; para morir aquellos dos tiernos seres a la vez, tenía que haber una causa muy poderosa, y para estudiar, para aprender y enseñar a un mismo tiempo, pregunté a un Espíritu si le era posible darme alguna explicación, y un ser de ultratumba respondiendo a mi llamamiento me dijo lo siguiente.
Es indudable que no se deja la Tierra violentamente sino hay que pagar una deuda de ayer, y una deuda terrible, porque el Espíritu al tomar una envoltura es para llevar a cabo una o varias empresas, y por razón natural necesita su tiempo para realizarlas, y cuando al parecer se truncan las leyes naturales, motivo poderosísimo tiene que haber para ello.
Los terrenales puede decirse que ignoráis, pocos menos que en absoluto la vida del pasado, y por consiguiente os quedáis sorprendidos y perturbados ante esos dramas, mejor dicho, ante esas horribles tragedias que a semejanza de vuestras bombas explosivas diezman las familias en menos de un segundo; y aunque la destrucción de los cuerpos siempre impresiona, si contempláis inertes a tiernos niños, la tristeza y la aflicción aumenta, y decís con amargura ¡Quién sabe lo que hubieran podido hacer esas criaturas! Y en realidad no hubiesen hecho nada, puesto que no venían más que a pagar a plazo fijo una deuda pendiente.
El acto de la desencarnación nunca se realiza por casualidad, ni por torpeza, ni por imprevisión, es más grande y más trascendental de lo que parece el desprenderse de un cuerpo que le sirve al Espíritu para su trabajo, para su desarrollo, para su progreso a la vez que para su castigo y su condena; es su camisa de fuerza. Los espíritus no encarnan en la Tierra por leve pasatiempo, van a cumplir la pena impuesta por sus mismos desaciertos ora van a recoger la semilla de sus buenas obras, ora a sembrar virtudes y buenos ejemplos. Tiene la vida terrena mucha más importancia de lo que creéis, así es, que sus grandes crisis sus violentas emociones, responden a otros hechos, a otros actos, son el desenlace de episodios históricos en los cuales los espíritus que veis caer heridos por el rayo desempeñaron los primeros papeles.
Los niños que murieron asfixiados tienen su historia y bastante azarosa por cierto; van unidos desde luengos siglos por la complicidad y el encono.
En época lejana, queriendo complacer a un déspota que ordenó la matanza de tiernos niños para que entre ellos sucumbiera uno que aunque pequeño inspiraba recelos a los grandes de la Tierra, pues se temía que por él ocurrieran cambios sociales de muchísima transcendencia, cuando llegara a su mayor edad, según avisos y profecías de algunos adivinos cuyos pronósticos eran infalibles, Saulo y Catulio que así se llamaban en aquel tiempo los dos niños cuya muerte lamentáis ahora, eran dos servidores degradados que cometían toda clase de crímenes por ganarse la confianza del cruel tirano enemigo de la niñez. Infamias sin cuento se llevaron a cabo, pero ninguna revistió tanta crueldad como la que realizaron Saulo y Catulio con dos niños gemelos, a los cuales atormentaron meses y meses por ser hijos de una poderosa familia que odiaba al déspota y no ocultaba su odio, y para obtener el favor del tirano, de tiempo en tiempo le daban cuenta de los tormentos que hacían sufrir a los dos descendientes de la egregia familia que odiaba y despreciaba al soberano. Este, premió con largueza a los dos verdugos que atormentaron a los tiernos niños, pero la satisfacción de su inicua obra les duró pocos días, pues un desprendimiento de enormes rocas los dejó enterrados en vida siendo su agonía de lo más horroroso, de lo más espantoso que puede sufrirse en la Tierra.
Cuando Saulo y Catulio se dieron cuenta de que existían en el espacio, cuando se hicieron cargo de su bajeza, de su envilecimiento, de su crueldad sin límites, gozando en el martirio de dos niños completamente inofensivos, cuando midieron el abismo de su infamia, se horrorizaron, se espantaron de su obra, temblaron ante sus víctimas aunque estas no les dirigieron el menor reproche, más el criminal, no necesita la condenación que le den los otros, él mismo se condena a los sufrimientos más horribles, a las penas más terribles, a la vida más espantosa, porque el crimen es la raíz del castigo; y Saulo odió a Catulio, y Catulio odió a Saulo, porque el uno acusaba al otro y mútuamente se recriminaban diciéndose con desesperación. Tú me empujastes. No; tú me obligastes. Mientes, tú me ordenastes que hiciera el papel de verdugo. ¡Ah! ¡Miserable! … yo te tuve miedo y te obedecí ¡Pero en el fondo de mi alma protestaba de tan infame obra, de acción tan inicua. Mientes aborto del infierno, tú fuistes mi opresor, yo el oprimido; y como no hay cadena más fuerte que la del crimen, Saulo y Catulio a semejanza de vuestros presidiarios que muchos de ellos viven unidos a otro compañero por medio de una corta cadena, así Saulo y Catulio, unidos por la identidad de su crimen, sufrían el peso de su complicidad y sentían el fuego abrasador de su encono. Se maldecían, se odiaban, pero juntos se habían hundido en el abismo del crimen, y juntos tenían que pagar la condena. Su mayor tormento tenía que ser el encarnar juntos en una misma familia, juntos se envilecieron y juntos tenían que redimirse, se miraron como hermanos para hacer el odioso papel de verdugos, y como hermanos tenían que vivir enlazados; odiándose primero, tolerándose después, amándose más tarde pero en todas sus encarnaciones pagando ojo por ojo y diente por diente lo que hicieron sufrir a los dos niños gemelos; porque gozaron en martirizarlos, porque sintieron su muerte que les quitaba el placer maldito de verlos sufrir y el que goza con el dolor de un inocente, adquiere tanta responsabilidad, se degrada y se envilece de tal modo, que para regenerarse tiene siglos y siglos de sufrimiento.
Saulo y Catulio en cumplimiento de una ley justa, siguen juntos su penosa peregrinación, se extinguió su odio, comenzaron a tolerarse al dormir juntos en una misma cuna, y al recibir los besos de su madre olvidaron que los une la complicidad y el encono; éste como fuego amortiguado de vez en cuando se reanima, y hasta en sus juegos infantiles el uno mortifica y hasta hiere al otro, se quieren y se repelen a la vez y van pagando sus enormes delitos hasta que para ellos llegue un día en que puedan decir: ¡Somos libres!…y quien sabe entonces si esos dos espíritus unidos tantos siglos por la complicidad y el encono sentirán un estremecimiento divino y al separarse para seguir distintos derroteros, el uno dirá al otro: Si juntos hemos ido difundiendo la sombra, si juntos hemos arrastrado la férrea cadena de la expiación; ¿Por qué no hemos de ir juntos iluminando las sombras que extendimos ayer? ¿Por qué el amor no nos ha de unir si ayer nos unió el crimen y el odio? Y las dos almas redimidas, ¡Quién sabe los sacrificios que harán por la humanidad!… y al confundirse en un beso, al formar sus voluntades en una sola, reflejos luminosos dejarán a su paso por los mundos y dirán las generaciones redimidas: eran dos espíritus de luz!… ¡Eran dos mensajeros divinos!.. ¡Eran dos enviados de Dios!… ¡Adelante obreros de la Tierra!.. no desmayes Amalia, también serás un día un rayo de luz! Adiós
¿Qué diré después de lo que he obtenido? Que verdaderamente los terrenales somos ciegos de nacimiento que nada vemos; gracias que los espíritus con sus comunicaciones comienzan a rasgar la venda que cubre nuestra inteligencia, y nos dicen con sus instrucciones:
¡Levántate y anda! Mira al infinito que tu destino no es vivir a ciegas; tu misión es más grande tu trabajo más productivo; pregunta a la ciencia y los sabios te contestarán, pregunta al amor y las almas buenas te dirán ama y serás salvo.
Pregúntale a Dios por qué vives, y te dirá la naturaleza: vives para leer eternamente en el gran libro de la Creación.
Amalia Domingo Soler
La Luz del Camino