Homenaje a una de las primeras mujeres Cristianas
Relato “ Cristianismo en el siglo I”.
LIVIA ¿ Quién fue ella? ¿ Dónde vivió? …¡Que importa saberlo!
Lo que importa es que dio un primer paso en la humanidad, que no dudó ni un segundo teniendo una clase social alta, que sufrió humillaciones, vejaciones, desprecios de parte de su esposo y de la sociedad corrompida que la rodeaba.
En aquel tiempo hace 2000 años, fue la esposa del senador Publio Léntulus, madre de Flavia y Marcus.
Para la historia del cristianismo fue, es y será una verdadera cristiana con fe, fervor y confianza, entregada a la mas bella obra que puede aspirar un ser humano, “LA OBRA DE AMOR”.
Ante el calvario que vivió junto a su esposo y las miradas y comentarios inapropiados en su entorno, ella se refugió en la fe viva, en las palabras cariñosas y persuasivas del Nazareno.
En la Pascua del año 33, como era tradición en aquella época, todos viajaban a Jerusalén, se reunían para participar de los grandes festejos, ofreciendo, simultáneamente, los tributos de su fe, en el suntuoso templo. Todos los partidos políticos se organizaban para los servicios extraordinarios de las solemnidades que reunían las mayores masas del judaísmo, encaminándose hacia allá los hombres más importantes de su tiempo.
Por su parte, las autoridades romanas, se concentraban, igualmente en Jerusalén, en la misma ocasión, reuniéndose en la ciudad casi todos los centuriones y legionarios, destacados al servicio del Imperio, en los parajes más remotos de la provincia.
Allí también se encontraba la familia Léntulus que en ocasión de las fiestas buscaban a su hijito raptado.
Livia se entera de la inesperada prisión del Mesías. Trató de interceder por él ante su esposo el senador, inútil su empeño,pero no desistió y en un acto de valentía,enfrentándose a su alta clase social, exponiéndose al peligro que correría, aún asi decidió interceder ante el gobernante Poncio Pilatos, del que nada a su favor logró. Saliendo del palacio se reúne en la plaza con su sirviente y el tio y les dice que desgraciadamente todo está perdido que ¡El Jesús de Nazaret nunca más volverá a Cafarnaúm para llevarnos sus consolaciones suaves y amigas.
En una larga y misericordiosa oración, se recogía Livia en su casa, desde un ángulo de la ventana, de donde consiguiese contemplar los penosos sacrificios del Maestro de Nazaret; oraba con toda la intensidad emotiva de su espíritu, dominada por angustiosos pensamientos. Su espíritu desdoblado acompañó al Mesias; notó que el Maestro desviara levemente la mirada, posándola en ella, en una onda de amor intraducible y de luminosa ternura. Aquellos ojos serenos y misericordiosos, en los tormentos extremos de la agonía, parecían decirle:
– “¡Hija, aguarda las claridades eternas de mi reino, porque, en la Tierra, es así que todos nosotros debemos morir!…”
Livia entonces calumniada además por haberse reunido a secretas con el gobernador Pilatos, despreciada por su marido y tratada a partir de ese instante como una sirviente mas de la casa. Tomó, únicamente, a Jesús por su juez en esa causa dolorosa, en que los únicos testigos eran su corazón y su conciencia!…Siguió la doctrina de Jesús, dejándose acompañar por su sirvienta Ana. Entrelazada con los mas débiles llena de fe, una fuerza indefinible parecería amparar a su espíritu.
Hablaba a aquella gente humilde, inspirada por una fuerte sensación que le embargarba la voz; evocaba al dulce y divino Maestro Jesús. Livia no tenía apoyo ni de su esposo y menos de la sociedad que la condenaba por estar al lado de los débiles,sufrió los martirios morales que fueron para su espíritu “la corona de espinas del sacrificio”.
El año 46 corría en calma en Cafarnaúm. Habían pasado ya 13 años de la crucifixión del “Profeta de Nazaret”. Livia continuaba firme entregada a su ideal, llevaba la angustia de Marcus, su hijo raptado, quien ya entraría en la edad de la adolescencia,
Flavia su hija en el esplendor de sus veintidós años, sin poder interferir en sus planes y trabajos educativos atendiendo simplemente a la condición de madre. Serena tristeza le emanaba del semblante, llevándolo, invariablemente a aislarse de la vida común, pero mantenía prendida la llama de fe en su creencia.
Junto a su familia y su sirvienta Ana, regresa a Roma, acompañada por su fe cristiana a continuar la lucha de la existencia y a consolar los corazones atormentados por las duras pruebas de la vida. La indulgente mujer tendría que demostrar su valor y firmeza para seguir la doctrina de amor, de fraternidad y de perdón que conocería en Cafarnaúm; pués el gobierno de Augusto no toleraba a ninguna agrupación partidaria, en materia de doctrinas sociales y políticas. Los seguidores del Cristo eran perseguidos por las leyes. La atmósfera de los cristianos primitivos era ya de aflicción, de angustia y penosos trabajos.
De ese modo, las reuniones de las catacumbas se efectuaban periódicamente, no obstante, su carácter era absolutamente secreto. La señal de la cruz, hecha de cualquier forma, era la señal silenciosa entre los hermanos de creencia, y, hecho de ese o de aquel modo especial, significaba un aviso, cuyo sentido era comprendido inmediatamente.
Livia comparecía a estas reuniones secretas, haciéndose acompañar por la sierva desvelada y fiel, ella estaba consciente de que, ante la sociedad, su actitud representaba un grave peligro, pero firme en sus ideas adquiriera coraje, serenidad, resignación y conocimiento de sí misma, para nunca tergiversar en detrimentos de su fe ardiente y pura.
Llegaba el año 57 y a simple vista no habían grandes cambios, Livia continuaba prestando auxilio a través de la fervorosa oración y caridades efectuadas ante el necesitado, además de su aporte monetario a las actividades cristianas.
¡Se acercaba el dia de su calvario!.
Al anochecer como de costumbre Ella y Ana partieron a las catacumbas, pero esa noche fue diferente, un gran pesar inundó aquella bella y santa reunión. Representantes del gobierno les sorprendieron y fueron detenidos y llevados a la cárcel situada al lado del circo Romano, lugar de libertinaje a cuya sombra dormían los miserables y reposaba la mayoría del pueblo, embriagado y debilitado en los placeres más hediondos. Con espectáculo de fiera y gladiadores, para las diversiones preferidas de la sociedad romana.
Los cristianos encarcelados, encontrándose entre ellos a Livia y a Ana, fueron condenados a la pena máxima, serían lanzados a las fieras en calidad de esclavos en la última parte del espectáculo de la tarde.
¿ Cómo estos seguidores de Jesús vivieron sus últimos momentos en la tierra? Algunos hacían oraciones fervorosas, mientras otros cambiaban pensamientos en voz baja.
Livia sentía tener su alma preparada para el sacrificio, confesaba asi a su amiga
“- Para mí, no puede haber un nuevo florecimiento de las esperanzas aquí en la Tierra… Sólo aspiro, ahora, a morir en paz confortadora con mi conciencia”.
Tenía una claridad divina en los ojos, que se mojaban en lágrimas espontáneas, como si hubiese caído sobre su corazón el rocío del Paraíso.
En su última voluntad pidió a Ana cambiarse las túnicas; pues deseaba buscar el Reino de Jesús con las vestiduras sencillas
de los que pasaron por el mundo en el torbellino doloroso de las pruebas y de los trabajos!… Y llegó el momento de la presentación del sorprendente número de la tarde, dando entrada a todos los prisioneros en la arena, abriendo la gran puerta, a través de la cual se oían los rugidos amenazadores de las fieras hambrientas, la valerosa cristiana guardaba la imagen íntima de Jesús Crucificado, que inundaba de emociones serenas su pobre corazón dilacerado en el minuto supremo.
Cuando sus labios se entreabrían en una última plegaria mezclada de lágrimas ardientes que le brotaban de los ojos, se vio repentinamente envuelta por las patas salvajes de un monstruo. Pero, no sintiera la conmoción violenta y ruda, que señala comúnmente el
minuto obscuro de la muerte.
Le pareció haber experimentado ligero choque, sintiéndose ahora arrullada en unos brazos de nieve transparente, que ella contempló altamente sorprendida. Buscó certificarse de su posición, dentro del circo, y reconoció, a su lado, la noble figura del espíritu amigo y protector de Simón, que le sonreía divinamente, dándole la silenciosa y dulce certeza de haber pasado “el pórtico de la Eternidad”.
Este homenaje hoy, 21 siglos después, nos hace recordar a los primeros apóstoles del Cristianismo, exterminados por la impiedad humana, en los tiempos áureos y gloriosos de la consoladora doctrina del Nazareno.
Como nos hace rendir culto a valerosas y adnegadas mujeres que en épocas como aquellas, tuvieron el coraje de dar testimonios de fe en Cristo.