Un lecho de flores

Lo que dice Flammarión en las tierras del cielo, haciendo consideraciones sobre la vida del infinito.

Hoy ya no os contemplo con igual mirada.

Cuando mis ojos te reconocen humildemente reclinada entre los vapores purpurinos del crepúsculo, ¡Oh blanca estrella de la tarde!. Ya no veo en ti un fuego que brilla de lejos en la noche como un faro celeste, sino que veo en tu verdadera forma planetaria, tu esfera geográfica sembrada de continentes y mares, tu volumen igual al de la Tierra, tu alta y densa atmósfera, tus nubes y tus lluvias, tus montañas y tus llanuras, tus playas bañadas por las olas marítimas, tus pintorescos paisajes orlados de gigantescas cordilleras, tus campiñas animadas por el movimiento de la vida, y por tu humanidad hermana de la nuestra, agitada y apasionada, bajo un clima más variado y un Sol más ardiente.

¡Oh cuan diferentes sentimientos se elevan hoy en mi alma, cuando en el silencio de la noche pienso que tal mundo se haya suspendido sobre nuestras cabezas!.

Y cuando, no lejos de ti, las cambiantes perspectivas del cielo traen también frente a mis atentas miradas ese otro globo, vecino nuestro y compañero en los destinos de Marte, con sus rayos amarillos, ante los cuales crece aún más tu blancura, tampoco es ya un fuego rojo encendido a las orillas del Océano celeste, sino un mundo que va inclinado en el espacio con sus polos cargados de nieve, girando sobre su eje creándose la sucesión de los días y de las noches, de las estaciones y de los años, ofreciendo de lejos a mi vista extasiada, los rientes paisajes de sus golfos ecuatoriales y de sus riberas mediterráneas, los árboles dorados de sus selvas, las flores de sus prados, las mieses de sus fértiles campiñas, y las ciudades populosas asentadas en las márgenes de sus grandes ríos.

Ya no es una pálida antorcha en manos del destino, encendida para guiar nuestros destinos fatales, lo que veo es tu claridad serena cuando apareces.

¡Oh, Saturno, tan temido por nuestros abuelos!

Ni tampoco es una maravilla de arquitectura celeste lo que admiro en ti, como lo hacían nuestros padres; sino un mundo ¡Qué digo, un mundo! Un Universo inmenso, espléndido, deslumbrador, una Creación inefable, ante la cual lo de la Tierra se borra, se desvanece como un sueño; un Universo, en fin, tan magnético y extraño, tan bello y tan rico, tan grande y majestuoso que, para concebirle sería preciso que nuestra alma, huyendo de nuestro cerebro, fuera a encarnarse en un cerebro gigante capaz de soportar el peso de tal y tan portentoso conocimiento y de tan impar contemplación.

¡Y esos mundos están ahí con sus habitantes suspendidos sobre nuestras cabezas!… Estrellas, soles de la eternidad sin edad y sin número; cuando una de ellas se apaga, otras diez nuevas se encienden, su luz es inextinguible, siempre ha brillado, y siempre brillará en el infinito. Los millones añadidos a otros millones, se agotan al quererlos enumerar.

Son los focos en derredor de los cuales se hayan reunidas innumerables familias humanas, como las familias de nuestro sistema solar que viven juntas y sin conocerse entre los rayos de nuestro pequeño Sol.

Los mundos habitados que gravitan en torno de todos esos soles, soles dobles, soles múltiples, soles coloreados con todos los matices del espectro luminoso, soles variables, soles de todos los tamaños, de todo poderío; esos mundos decimos, no son millones los que han de alinearse para enumerarlos, sino millares de millares y más que millares de millones, puesto que su número excede aún al de las estrellas, sus centros, que son ya innumerables, como el de los hijos excede al de los padres.

El infinito entero está poblado de tierras animadas, que se suceden por millares de millones en todas las direcciones del Espacio, hasta los límites siempre fugaces y eternamente inaccesibles del vacío inconmensurable… ¿Ahora ya comprendemos la existencia del Universo? hemos salido de las tinieblas de la ignorancia, oímos los acordes de la armonía inmensa; y con una convicción inquebrantable, fundada en demostraciones positivas, aclamamos desde el fondo de nuestras conciencias esta verdad de hoy más imperecedera.

La vida se desarrolla sin fin en el Espacio y en el tiempo: es universal y eterna; llena el infinito con sus acordes, y reinará por todos los siglos, durante la inacabable ETERNIDAD.

¡Cuan hermoso es este lenguaje!. ¡Cuánto se eleva el alma en la contemplación del infinito! Y, el vacío en el Espacio no existe, porque este vacío no puede existir y esos efectos deben tener una causa.

Juzgando entonces las causas por el efecto, han podido calcular los elementos, viniendo después los hechos a justificar sus previsiones.
Apliquemos este raciocinio a otra orden de ideas.

Si se observa la serie de seres, se encuentra que forma una cadena sin solución de continuidad desde la materia bruta hasta el hombre más inteligente. Pero entre el hombre y Dios, que es el Alfa y Omega de todas las cosas, ¡Cuan grande no es el vacío! ¿Es razonable creer que en aquél cesan los eslabones de la cadena? ¿Qué salve sin transición la distancia que le separa del infinito?.

La razón nos dice que entre el hombre y Dios debe haber otros grados, como dijo a los astrónomos, que entre los mundos conocidos debía haber mundos desconocidos.

¿Qué filosofía ha llenado este vacío?
El Espiritismo nos lo presenta ocupado por los seres de todos los grados del mundo invisible, seres que no son más que los espíritus de los hombres que han llegado a los distintos grados que conducen a la perfección, y de este modo todo se encadena desde el Alfa hasta el Omega.

Vosotros los que negáis la existencia de los espíritus, llenar pues, el vacío ocupado por ellos.
Ya tratan de llenarlo con sofismas y errores; pero no consiguen su intento porque no pueden conseguirlo.

¡El vacío siempre! ¡Un vacío tan inmenso como la eternidad! Y sólo el Espiritismo que es hasta nuestros días la escuela más racional que se ha conocido, es la que concediendo al Espíritu tiempo sin término para vivir y progresar, puebla el espacio de seres inteligentes, germinando en toda la Creación.

¡Duerma en paz la teología que sólo quiso presentar a las humanidades un Dios misterioso con defectos absurdos, sin causas conocidas!.

Y saludemos a la ciencia que se levanta de la cuna de la Creación y nos dice con acento profético:
¡Dios es motor de todo lo creado!
¡Es el alma de los mundos!
¡Es la misericordia infinita!
¡Es el manantial de eterna sabiduría que de vez en cuando nos envía sus profetas para que éstos nos inicien en la moral universal!.
Moisés en el Sinaí y Cristo en el Gólgota, nos dieron instrucciones en sentido
parabólico, que hoy se encarga de traducirlos el Espiritismo, escuela racionalista que no acepta pecados de origen ni de padres prevaricadores, sino el libre albedrío del Espíritu, que a su placer escoge las estrechas sendas del trabajo o el ancho camino de la pereza, y a los distintos efectos que vemos en el Mundo, les damos distintas causas; pero no puede ser que un mismo origen dé resultados tan diversos.

Nada más exacto que las matemáticas; y para nosotros, ¡Dios es el matemático del infinito! ¡Sus leyes son eternas como su Creación!

La humanidad considerada sin ayer y sin porvenir es un conjunto monstruoso, es un caos donde el alma busca a Dios y no lo encuentra, y como el hombre sin Dios no puede vivir, por esto hoy se dedica a buscar sus huellas divinas en todo lo creado; y la escuela espiritista pregunta:
¿Donde está Dios?

Y formulan un credo filosófico para preguntarlo, y aunque otros credos vendrán después, quedará un principio inamovible. ¡La comunicación de los espíritus! considerada como verdad inconcusa y con mandamientos eternos de la ley de Dios.

Que el bien debe hacerse por el bien mismo, que sin el progreso individual no hay progreso colectivo, que sin caridad no hay salvación ¡Esta ley de todos los tiempos, es la apoteosis de Dios!.

Ciudades populosas, centros importantísimos donde el progreso tiende su vuelo con la velocidad del deseo, los hombres sabios, los que pasan su vida preguntando a la ciencia, ¿Qué es el Espíritu? ¿Qué es la materia? ¿Qué fuerzas son las que rigen el Universo?.

Cuando estos profundos analizadores han encontrado entre todas las leyes de la naturaleza una gran ley superior a todo, ¡La reencarnación del alma!.

Para que la criatura pudiera hacer práctica útil y de verdadero progreso, la inmortalidad de su Espíritu, y mientras los eminentes pensadores buscan ¡Lo eterno para el tiempo! ¡Lo infinito para el espacio! ¡La continuidad sin término de la vida! y estudiaban este fenómeno notabilísimo que se opera en todos los seres, esa momentánea paralización universal, conocida vulgarmente con el nombre fatídico de la muerte; mientras la novilísima curiosidad del talento inquirirán de la ciencia la verdad, y las manifestaciones de los espíritus abrían el libro del infinito para que en sus páginas eternas estudiara la humanidad.

¡Cuando la copa de la inteligencia humana, rebosa porque fermentan los grandes ideales!

¡Cuando el hombre penetra en el telescopio de William Herschell en los mundos que nos hablan de Dios durante la noche!

¡Cuando el curioso y paciente sabio, siguiendo el ejemplo del célebre naturalista prusiano Ehrenberg, penetra con el microscopio en el mundo infinitamente pequeño, y sorprende la vida en los más diminutos organismos, en sus miriadas de insectos microscópicos que se agitan en la atmósfera, a los cuales llama Góngora (muy oportunamente), los nihilistas del género humano!

¡Cuando Edisson consiguió fotografiar la voz humana reproduciendo la palabra con una exactitud verdaderamente asombrosa encerrándola en un fonógrafo!

¡Cuando los mares irritados con la tempestad de sus olas, no son un obstáculo para que se unan los pueblos!

¡Cuando en los desiertos resuena la voz del hombre que a semejanza de Dios dice: ¡Brote la vida! ¡Y la vida brota! ¡Y la abrasada arena se convierte en tierra laborable, y raudales de agua cristalina, potable por medio de la ciencia, fertilizan el terreno estéril!

¡Cuando intrépidos viajeros ponen su planta en los confines más inhospitalarios de la Tierra, para levantar en ellos el altar de la familia!

¡Cuando la poderosa inventiva del hombre realiza las más arduas empresas que hasta ahora han pertenecido al imposible!

¡Cuando las fuerzas de la vida se combinan y se fusionan para conseguir el progreso universal!. Nuestra familia de todos los tiempos nos envuelve con su fluido; y algo grande, inmenso, superior al mezquino cálculo del hombre, trabaja en torno nuestro.

¡La vida se agita en ebullición continua, porque nada en el Universo permanece inmóvil!
¡La inmovilidad no puede existir!.

Los que creen en Dios juntan los huesos y los rejuvenecen, y les dan nueva vida; lo cual ha de verificarse en el gran día de la resurrección general.
¿Se quiere una explicación más anticientífica, más antirracional que la consumación de los siglos?
¡Todo un Dios juntando huesos!
¡Todo un Dios componiendo las osamentas humanas!
¡Cuan pobre es el Dios de la teología!, que un pequeño sabio de la Tierra desbarata sus cálculos; demostrando que la materia es el inmenso laboratorio de la Creación, y que nuestro organismo disuelto en átomos, vuelve a la madre Tierra para la fecundación universal.

¡Para el Dios de la teología basta un templo de piedra! Y no es extraño que ese Dios tenga que acudir a las sepulturas para juntar los huesos, darles nueva vida para el gran día de la resurrección.
¡Qué Dios tan pequeñito!…
¡Que microscópico es todo eso!

El Dios de los racionalistas no tiene un día de resurrección; para nosotros la resurrección es continua; todo hombre que se moraliza renace y todo hombre que se instruye resucita.

¿En qué se funda el dogma de la reencarnación? En la justicia de Dios y en su revelación porque, como lo repetimos siempre, un buen padre deja siempre a sus hijos una puerta abierta al arrepentimiento.

¿No te dice la razón que sería injusto privar irremisiblemente de la dicha eterna a todos aquellos cuyo mejoramiento no ha estado en su mano? ¿Por ventura todos los hombres no son hijos de Dios?

Sólo entre los hombres egoístas imperan la iniquidad, el odio implacable y las penas irremisibles.

Todos los espíritus tienden a la perfección, y Dios les proporciona medios de conseguirlo por las pruebas de la vida corporal; pero en su justicia les permite que cumplan en nuevas existencias lo que no pudieron hacer o terminar en la prueba anterior.

No estaría conforme ni con la equidad, ni con la bondad de Dios el castigar eternamente a los que no han podido vencer obstáculos ajenos a su voluntad en el mismo medio en que viven y que retardan su perfeccionamiento.

Si la suerte del hombre quedase irrevocablemente decidida después de la muerte, Dios no habría pesado las acciones de todos en la misma balanza, ni los habría tratado con imparcialidad.

La doctrina de la reencarnación que admite muchas existencias sucesivas, es la única conforme con la idea que nos formamos de la justicia de Dios, con respecto a los hombres que ocupan una condición moral inferior, la única que puede explicarnos el porvenir en base a nuestras esperanzas, puesto que nos proporciona medios de enmendar nuestras faltas por nuevas pruebas. La razón así lo indica, y así nos lo enseñan los espíritus.

El Hombre que tiene conciencia de su inferioridad halla en la doctrina de la reencarnación una consoladora esperanza. Si cree en la justicia de Dios, no puede esperar que sea eternamente igual a los que han obrado mejor que él. La idea de que su inferioridad no le deshereda para siempre del bien supremo, y de que podrá lograrlo con nuevos esfuerzos, le sostiene alentando su ánimo.

¿Quién es el que, al terminar su vida, no se conduele de haber adquirido demasiado tarde la experiencia de que no puede aprovecharse?.
Pues esta experiencia tardía no se pierde, y será empleada con provecho en una nueva vida.

Kardec dice: que ciertas personas rechazan la idea de la reencarnación por el único motivo de que no les conviene, y dicen que bastante tienen con una sola existencia y que no quisieran empezar otra semejante.

Sabemos que la sola idea de aparecer nuevamente en la Tierra basta a exasperar la ira; pero preguntamos a esas personas, si creen que Dios les ha tomado parecer, y consultado a su gusto para arreglar el Universo.

Luego pues, una de estas dos cosas:
La reencarnación existe, o no existe. Si existe, en vano se la combatirá.
Les será preciso sufrirla, puesto que Dios no les pedirá su consentimiento.

Parécenos oír a un enfermo que dice:
Demasiado he sufrido hoy, no quiero sufrir más mañana. Por mucho que sea su mal humor, no dejará de ser preciso sufrir al otro día y en los sucesivos, hasta que esté bueno, por ella habrán de pasar, siéndoles en vano revelarse, como el chiquillo que no quiere ir al colegio, o el prisionero a la cárcel.

Semejantes objeciones son demasiado pueriles para que nos merezcan más serio examen.

Les diremos, no obstante, para tranquilizarlos que la doctrina espiritista y la reencarnación no es tan terrible como creen, y no se horrorizarían tanto, si la hubiesen estudiado a fondo, pues sabrían que la condición de la nueva existencia depende de ellos; que será feliz o desgraciado, según lo que en la Tierra hagan, y que pueden elevarse tanto, desde esta vida que no abrigarán temores de caer nuevamente en el lodozal.

La pluralidad de existencias del alma, y la pluralidad de mundos habitados es la demostración suprema de la grandeza de Dios y de su amor infinito.

El tiempo es un reloj imperturbable, y los desaciertos de la humanidad no han conseguido aún, atrasarle un minuto, ni adelantarle un segundo; así pues, el Espiritismo, manifestación de la vida espiritual y tan antiguo como el Universo, ha aparecido, y ha reaparecido en la Tierra, adaptándose a los grados de civilización que ha encontrado en este pequeño globo, según el adelanto de sus humanidades:

Pero ha sido, es y será la demostración eterna de la continuidad de la vida.

Ensalzado por unos y ridiculizado por otros, el Espiritismo será siempre el efecto supremo de la causa primera, y los espíritus el símbolo de lo infinito; y desde luego la doctrina Espirita, aunque la fuerza de la ignorancia pugne por borrar su rastro de la Tierra, los espíritus dirán siempre al oído del hombre, lo que dijo Galileo después de firmar la abjuración de sus errores: “A pesar de todo la Tierra se mueve”.

Esto mismo dirán las almas de los desencarnados a los deudos y amigos que dejen este mundo.

A pesar de vuestra negativa, los espíritus viven y están con vosotros.

La ciencia no tiene que arreglar estas especies de disputas, no tiene que decir donde está el criterio de la verdad religiosa, si en la Biblia, si en el Papa, si en los concilios ecuménicos. Pide solamente el derecho que otorga tan de buen grado a los demás, de escoger su propio criterio por si misma.

Si se quiere llegar a lo verdadero, se deja al tiempo y a la lógica de los acontecimientos, el cuidado de hacer justicia a las pretensiones del hombre a la infabilidad.

La ciencia abandonaría sin vacilación el principio de la gravedad o la teoría de las ondulaciones, si se apercibiera de que los hechos le son contrarios.

Su libro inspirado en el libro de la naturaleza, cuyas páginas abiertas están para todos los hombres, afronta a todo y a todos, y no tiene necesidad de sociedades secretas para extenderse. Infinita en su objeto y en su duración nada tiene que ver con ella la ambición y el fanatismo. Sus obras en la Tierra son todo cuanto se ha hecho de grande y de hermoso; su libro en los cielos son los soles y los mundos.

En este inmenso libro estudiamos también los espiritistas, y cuando nos fijamos en la triste historia de la humanidad, cuando vemos que los sabios y los reformadores todos han sido crucificados moralmente, lamentamos los siglos perdidos y la ingratitud de los hombres que no quieren reconocer que los que consagran su vida al desarrollo de sus facultades naturales son los elegidos de Dios, sus mejores y más útiles servidores; que los que enseñan la ciencia y la sabiduría son los luminares y los legisladores del mundo, el cual volvería sin su concurso a caer en la ignorancia y en la barbarie.

Ciertamente caeríamos en la imbecilidad si todos los pueblos de un planeta pudieran retroceder a la vez, pero cuando una nación se obstina en seguir estacionada, la nación vecina avanza con la velocidad del pensamiento, y le dice a los pueblos embrutecidos:

Venid y veréis mis fábricas grandiosas, mis ateneos, mis universidades, mis observatorios astronómicos, mis granjas modelo, mis casas de salud, mis hospitales de niños, mis escuelas gratuitas, y como museo de antigüedades contemplad las ruinas de los templos donde se adora al Dios del orgullo, que dejaba a los pobres morir de hambre y frío.

Esas piedras diseminadas con las erupciones del volcán del progreso se convertirán en cenizas que se las llevará el viento de los siglos; pero quedará Dios y el tiempo, que es el reloj indeterminado de la Creación, y éste marcará eternamente las horas de las civilizaciones, que transforman y regeneran a la humanidad.

Como los espiritistas no nos creemos dueños de la verdad absoluta, buscamos infatigablemente a ver si encontramos más luz de la que tenemos; y hasta ahora (desgraciadamente) no vemos más que una cosa, que en la Creación los mitos se hunden lo mismo que nacen, y todas las religiones creadas unas por piadosa superstición, otras por cálculo, aquéllas por ignorancia y otras por entrenamiento y costumbre, todas caen bajo la pesadumbre de los siglos; están exentas de destrucción ¡Dios y la ciencia! Sobretodo esta última refleja el Espíritu Santo, podrán transformarse las teorías científicas, podrán encontrarse sustancias hoy que destruyan los sistemas de ayer, pero la ciencia siempre será la misma, porque es la fotografía de Dios.

Es un libro escrito en la noche del tiempo que las humanidades van traduciendo paulatinamente; ¿Por qué y para qué le ha sido concedida al hombre la inteligencia? ¡Responde! Y la ciencia les ha contestado:

¡Venid a mí espíritus sedientos de luz! ¡Yo soy la maestra de la humanidad!.
Preguntad y os contestaré; y desde entonces están sosteniendo un animadísimo diálogo los hombres y la ciencia.

Si la ciencia ha llegado a tan altas cotas ¿Por qué los hombres no se entienden? ¿Por qué el desorden produce la anarquía? ¿Por qué el terror es el germen del vértigo social? ¿Por qué las religiones son la parodia de la auténtica religión? ¿Por qué?

¡Repetido de generación en generación! ¡De siglo en siglo! ¡Le ha llevado el eco de mundo en mundo! ¡Y resonará siempre esa palabra mágica! ¡Su vibración no se extinguirá jamás!.

Ese ¿Por qué? Es el yo del progreso y esa frase de todos los tiempos la han pronunciado últimamente los espíritus de los que ayer se fueron, y ellos han dicho a la humanidad ¿Por qué no nos atiendes? ¿Por qué no quieres oír nuestra voz?, No nos basta que las religiones nos escuchen, porque nuestras revelaciones no han servido más que para crear privilegios, castas y jerarquías.

Vemos que con los misterios religiosos no progresa este Planeta y venimos a vulgarizar la revelación. Es necesario que los hombres sepan que los muertos viven, sintiendo, pensando y queriendo progresar indefinidamente.

Y los hombres han reflexionado, y se han dicho unos a otros: ¿Por qué no hemos de estudiar?
¿Por qué no hemos de comparar y analizar? ¿Por qué no hemos de buscar en las eternas leyes de la naturaleza la fuente de la vida y el raudal del progreso infinito?.

Dios le ha concedido al hombre la razón para que éste, un día al presentirle le preguntará: ¡Señor! ¿Por qué no te veo?… y la caridad y la ciencia, que son sus intérpretes, le han contestado; síguenos y le veras.

El progreso pasa hoy por la Tierra, del estado latente al de desarrollo, y los espiritistas defendemos la verdad, ajustada a la armonía universal, es una filosofía científica y moral.

Dos partes comprende la ciencia espiritista:
La una experimental, que versa sobre las manifestaciones en general, y la otra filosófica, que comprende las manifestaciones inteligentes.

El que no haya observado más que la primera, se encuentra en la posición de aquel que no conoce la física más que por experimentos recreativos, sin haber penetrado en el fondo de la ciencia.

La verdadera doctrina espiritista consiste en la enseñanza dada por los espíritus, y por el estudio serio y continuado, hecho en el silencio y en el recogimiento: porque solamente en tales condiciones pueden observarse un número infinito de hechos y matices que pasan desapercibidos, y que permiten la adquisición de una opinión fundada en algo razonable.

El Espiritismo no admite el adelanto por medio de la violencia, cree que para cada época ha sido necesaria una civilización y una religión que armonizara con el progreso de sus generaciones.

Hoy, el hombre tiene distintas aspiraciones, porque es más libre y más instruido que ayer, y mañana lo será mucho más que hoy.

Sólo tres cosas quedarán inamovibles:
¡Dios, la ciencia y el amor!
Sin una base fija nada se puede identificar; y la creencia en Dios ha de ser siempre el principio filosófico de todas las humanidades, el credo de todos los siglos.

Sin la ciencia no se puede vivir, a ella se le debe la comodidad material que disfruta el hombre, la elevación sublime del Espíritu y el éxtasis supremo de los genios. ¡La ciencia de la vida!.

Dice Víctor Hugo, que si no hubiese amor se apagaría el Sol. ¡Qué gran verdad!
Sin amor no habría familia, y el amor de la familia es poco; se necesita más amor para unir la tribu, y más para crear un pueblo, y más para formar una nación, y mucho más aún para construir la familia universal.

Por eso Dios, la ciencia y el amor será la trilogía eterna de todas las edades, raudal inagotable del cual brotarán todas las fuentes de la vida.

En los verdaderos espiritistas no hay explotación alguna en sus evocaciones; y si a la sombra del Espiritismo viven algunos charlatanes, esos están muy lejos de ser espiritistas.

Siempre hay algunos hombres de claro entendimiento que sacuden el pesado yugo de la fe ciega; y los genios se parecen al Sol, que con uno que haya, presta vida y calor a todo un sistema planetario; y un gran pensador, un gran reformista que proteste con energía de cualquier abuso se lleva tras de sí a las muchedumbres, y todo el tiempo que se ha empleado para embrutecerlas ha sido trabajo perdido.

Los hombres son amantes de la luz, esto es innegable; y los que tienen la iniciativa de buscarla, siguen a aquellos que han salido al encuentro de la civilización; y como es totalmente imposible dominar y sujetar el vuelo de todas las inteligencias soñadoras, por esto la ignorancia no puede sostenerse en su trono de sombras, porque en todas las edades han habido unos cuantos espíritus más adelantados que han dicho estas palabras de origen divino, ¡Hágase la luz! Y la luz ha sido hecha; y cada vez el foco ha sido más luminoso.

Amalia Domingo Soler

La Luz del Porvenir