Un lecho de flores

¡Quién lo creyera!.

I

Leí en varios periódicos el artículo que copio a continuación, y lo copio porque su interesante argumento me impresionó profundamente.

Conocedores de la miseria, sabemos lo que sufre un alma que vislumbra la luz y está rodeada de tinieblas. ¡Genio y mendigo!…

Pero leamos y meditemos:

La gloria de un poeta.—EL ÚLTIMO BOHEMIO.—Acaba de morir en Londres un poeta excelso y admirable, un poeta ignorado y desconocido hace poco meses, cuya muerte en pleno triunfo contrasta terriblemente con su vida trágica y parece una burla sangrienta y despiadada del Destino.

Francis Thompson fué el último bohemio, el prototipo del artista independiente, rechazado constantemente por la sociedad, ignorado de todos, miserable y hambriento, sobrellevando con resignación heroica la tragedia del vivir y hallando sólo como consuelo de sus amarguras y de sus angustias las canciones del arroyo, la propia miseria, que convertía en inagotable manantial de ración purísima.

La bohemia de Francis Thompson no era esa bohemia pintoresca y romántica de los rapins de París, puesta en moda por el célebre libro de Murger y artificiosamente perpetuada como una pose interesante en todos los rincones de Montmartre y entre la mayoría de los artistas más o menos manques.

El desgraciado poeta inglés vivió la bohemia verdaderamente trágica, la bohemia del pordiosero sin hogar, sin fuego, sin pan, sin amigos ni cámaradas, sin ilusiones y sin amores.

Por el laberinto inmenso de las calles de Londres arrastró Francis Thompson, durante toda su vida, sus infortunios, vagando desfallecido y hambriento, cubierto de harapos y tiritando de frío, vendiendo fósforos ó periódicos, pidiendo limosna, descansando por las noches en los barrios más pobres y solitarios, acurrucado en el quicio de una puerta ó junto a los montones de basura que husmeaban los perros.

Resignado con su suerte, la única ilusión y el consuelo único de aquel hombre desgraciado era escribir versos, que borroneaba entre las torturas del hambre y que mandaba a los periódicos, donde seguramente no eran leídos ni habían de ser nunca publicados.

Un día, no obstante, el director de la Revista Merry Englani, menos ocupado ó menos malhumorado que de costumbre, se dignó pasar los ojos por las mugrientas cuartillas que le mandaba el tenaz y desconocido poeta de la calle.

El director, sorprendido y maravillado de la originalidad del artista, de la riqueza de sus rimas y de la poesia exquisita y nueva que encerraban los pequeños poemas de Thompson, los publicó inmediatamente, alcanzando un éxito formidable, que no llegó a oídos del -pobre autor, vencido ya en su lucha terrible con la miseria y el desamparo.

La aparición de los versos de Prancis Thompson fué como una revolución en todos los Círculos intelectuales de la gran Metrópoli.

Al narrar un cronista la odisea del infortunado poeta, escribe: «Durante algunas semanas rio se habló en los Círculos literarios, en las Redacciones de los periódicos, en los salones del gran mundo, más que de aquellas exquisitas y soberbias poesías publicadas en Merry England.

Los críticos más severos entonaban Sin restricciones el elogio del nuevo astro que surgía en el horizonte y a quien nadie conocía. Las damas más aristocráticas recitaban de memoria las odas del misterioso vate, sobre todo su Oda al sol poniente, que los intelectuales comparaban con las más esplendorosas Inspiraciones de Byron ó de Shelley… Entre tanto, el pobre Francis Thompson, ignorante de su triunfo, inconsciente de su propia gloria, desesperado de tanto sufrir, cansado de tanto luchar, pensaba sólo en la muerte…»

La glorificación del poeta llegaba tarde. Inquiriendo en todas partes y en todos los lugares, el director de la Revista halló un día a su desconocido colaborador en una bohardilla miserable, donde se había refugiado esperando el término de sus sufrimientos. Su estado no podia ser más lamentable. Enfermo de tantas privaciones, más semejante a un esqueleto que a un ser viviente, se consumía su existencia, minada además por el opio, que había perturbado por completo su inteligencia.

El desgraciado Thompson estaba loco, y sin darse cuenta de su triunfo ni de la admiración que despertaba, dejóse trasladar a un hospital, donde por primera vez en su vida supo lo que era un lecho confortable y las atenciones y el cariño de sus semejantes.

El pobre bohemio no pudo gozar ni comprender lo que son el éxito ni la gloria. No pudo ver siquiera el libro de sus poesías, que editaron lujosamente sus admiradores.

El infortunio que le acompañó durante su vida se cebó en él hasta su última hora, apagando su inteligencia para que no pudiese darse cuenta ni un momentó de lo que era la felicidad. Y en aquel cuarto risueño y confortable del hospital, rodeado de sus primeros y últimos amigos, murió el trágico bohemio de Londres.—Espanueva.

II

¿No es verdad que la triste existencia del poeta inglés es un relato interesantísimo que se presta a profundas reflexiones?

¡Ali! sí; los que sabemos que no hay efecto sin causa, no podemos menos que dejar volar el pensamiento y preguntar: ¿Qué hizo ayer ese infortunado? ¿era un genio con alas luminosas y pies hundidos en el cieno de los vicios? ¿mató sin piedad? ¿estuvo de huésped en el cielo y por sus crímenes lo lanzaron violentamente al infierno? ¿qué hizo? ¿cómo empleó su tiempo, que ha tenido que venir como ave sin. alas, como ciego sin ojos, viendo en su imaginación los resplandores del infinito?… ¡Qué tormento tan horrible!... ¡vivir entre cieno y comprender lo que valen los encantos de la naturaleza! ¡qué castigo tan espantoso!…

Mi pensamiento forjaba innumerables historias, a cual más crueles, y, sin embargo, cuan lejos estaba de comprender la verdad. Yo creía que sus innumerables enemigos lo tenían encerrado en un círculo de hierro candente, del cual no le era posible salir, y un espíritu, viendo mi tenaz empeño en buscar la causa de tan doloroso efecto, me dijo así:

III

¡Cuán lejos estás de la verdad! Tú crees que ese mártir de la miseria y de la indiferencia social vivía abrumado por el enorme peso del odio de sus enemigos, y… ¡quién lo creyera!…todos sus dolores, todas sus humillaciones, todo su aislamiento, su inmensa soledad, todo responde al deseo vivísimo, al afán inmenso que ha tenido ese espíritu de vivir solo, aislado, desconocido de todos; pero en una existencia no es fácil conseguir cuánto se desea, y algo de su ayer se ha revelado sin él tener fuerza suficiente para evitarlo.

Ese espíritu, en muchas existencias ha sido célebre por su talento, por su erudición, por su inventiva maravillosa; y lo mismo a las entrañas de la tierra, que a las capas atmosféricas, le ha pedido la llave de sus secretos, y se la han entregado los genios del saber; todo lo ha sabido; ciránta ciencia se puede adquirir en la tierra, ese espíritu la ha adquirido; pero… no ha tenido corazón; no se ha conmovido ante el dolor ajeno; ha sido un ciego viviendo entre soles; ha sido un sordo rodeado de armonías celestiales; y siempre que ha llegado al espacio, su asombro ha sido indescriptible, porque acostumbrado a vivir rodeado de admiradores, aun más, de adoradores, al verse completamente solo, sin escuchar una voz amiga, sin ver más que una llanura inmensa y un cielo gris, sin un rayo de sol, sin una nube de color de rosa, recordando glorias, aplausos, homenajes idolátricos, y luego verse solo completamente, conocer que aquel tiempo sin medida se hacía eterno, ¡qué sufrimiento tan horrible para un espíritu que era la actividad sin descanso, preguntando siempre a la ciencia por un secreto más, y obteniendo siempre la contestación más satisfactoria, y tener después que permanecer en una inactividad completa, llamando a los genios sin obtener la menor respuesta!

Ha sufrido ese espíritu lo que no se puede describir; hasta que al fin oyó una voz que le dijo:

»—¿Quieres comenzar a vivir? comienza a amar; deja de hacer preguntas a la ciencia; pregúntale a un niño huérfano por qué llora; pregúntale a un mendigo si tiene pan; pregúntale a un desamparado si tiene frío; consagra algunos siglos a la ciencia más difícil, a aprender a querer y a compadecer; huye por algún tiempo de las pompas mundanas; pasa por la tierra completamente desapercibido, que las glorias terrenales son humo leve.

Y el espíritu, al oir aquella voz, sintió lo que nunca había sentido, y exclamó conmovido:

»—Arrostraré todos los martirios; sufriré todas las humillaciones; padeceré hambre, frío y sed, con la esperanza de encontrar después en el espacio un ser que me diga: ¡Bien venido seas!

»Y ese espíritu volvió a la tierra en la triste condición que le habéis conocido; su propósito era pasar completamente desapercibido; pero su ayer no pudo enmudecer; por eso en medio del cieno en que vivía, cantó a la hora del sol porjiiente; pero cuando la gloria le abrió las puertas de su templo, se horrorizó, recordó sus soledades del espacio y perdió la razón, gozoso de perderla para no desandar el camino andado…

¡Quién lo creyera!

¿es verdad? De cuan distinta manera se juzgan los accidentes de la vida conociendo las verdades del Espiritismo ó juzgando únicamente los acontecimientos por el cristal con que se miran las cosas en la tierra. La ciencia sin amor es un río seco; el espíritu tiene que deletrear primero en el alfabeto del amor, y la ciencia luego le enseñará a unir las letras, a formar las sílabas y más tarde los vocablos que digan: ¡Qué grande es Dios!… Adiós.

IV

Dice muy bien el espíritu; sin el conocimiento del Espiritismo, se mira sin ver.

 

AMALIA DOMINGO SOLER.

LUZ Y UNIÓN

ANO IX MAYO DE 1908 NUM. 5