Siendo la comunicación espiritista una ley de la naturaleza, la variedad de fenómenos a que da origen tiene que haberse producido en todos los tiempos y países de análoga manera que en los actuales nuestros.

No serán pues éstos lo únicos en que el fluido ectoplasma se ha desprendido del organismo humano en trance para que seres a quienes vimos enterrar, elaborando organismos semejantes en toda clase de detalles a los que abandonaron al exhalar su último suspiro vuelvan a aparecer en esta vida patentizando con sus manifestaciones que no es la única vida sino una de las fases de la vida universal.

Y nada más natural que los que en épocas remotas,practicarán esta sublime mediumnidad fueran tenidos por dioses.

Tal sucedió con el dios de la Medicina de cuyo nombre dice Roque Barcia en el Primer diccionario etimológico de la lengua española: Del griego Asklepios que el latín por una mudanza de vocal y una especie de metáfora convirtió en Aesculapius.

El nombre Asklepios, se compone, según unos, de la a privativa y del verbo scelleathai, morir; como quien dice: “El que no deja morir”, y según otros se compone de Askle nombre de un tirano de Epidauro, a quien curó Asklepios y apios, ipios, blando.

A la segunda etimología puedo objetar ¿Cómo se llamó Asklepio desde su nacimiento hasta la edad en que curó al tirano de Epidauro? Más helénica, digámoslo así, resulta la primera etimología: “El que no deja morir”, porque entre los griegos no pocas veces los nombres que llevaron desde la cuna significaban una de las cualidades más sobresalientes del sujeto: Sophocles de Sophós, sabio y kleos, gloria; Protágoras, el primero del foro, Demóstenes,  vigor del pueblo, etc.

También había otros como Menandro, la ira del hombre; Elena, de la que sacando Elenaus perdición de naves; Eleandros perdición de hombres; Eletrolis perdición de ciudades dice un personaje de Agamenón, “¿Quien pudo darle nombre tan verdadero?” “¿Quién, sino alguno de esos seres invisibles que saben de antemano lo que ha de suceder en los varios azares de la fortuna, el cual dirigiendo certero nuestra lengua hizo que llamásemos Elena aquella ocasión de discordias a quien su esposo hubo de recobrar a lanzadas?” (1). Y de Eschylo acá no se han encontrado explicaciones luminosas.

Asclepios, hijo de Apolo y de Coronis, hija de Ilegias, rey de los lapitas. Su nacimiento ocurrió de un modo trágico: Apolo, en rapto de locura, mató a Coronis pero salvó al niño que ésta llevaba en sus entrañas dejándolo en el monte Mirtión llamado después Terteíon, donde amamantado por una cabra, fue recogido por el centauro Chirón, inventor de los globos o esferas celestes, maestro de Aquiles, astrónomo y médico.

Sabido es que los centauros constituían un pueblo errante por los alrededores del monte Ossa; que fueron los primeros que domaron el caballo y que por esto se les representa montados y como si fueran un compuesto de hombre y caballo.

Chirón, reconoció el carácter divino de Asklepios por el resplandor que esparcía su cabeza y se esmeró en transmitirle cuanto sabía. Terminada su educación, siguió a los Argonautas en la conquista del Vellocino de Oro, curándoles de sus dolencias y resucitó, a su regreso a Tyndare, Capanee, Glaneus, Hymeneus, Licuogue, Los Proetides, Guion, Los Phino/des, que yacían muertos en Delphos y por último a Hippolyte que acababa de perecer víctima de la perfidia de Phedro. Esto hizo que Plutón, soberano de los infiernos, se quejara a Júpiter de una manera mortal usurpaba lo que era privilegio del poder divino. Júpiter atendió la queja y mató con un rayo a Asklepios, por lo que Apolo para vengar la muerte de su hijo mató a su vez a los Cíclopes que habían forjado el rayo, venganza que le costó estar tiempo alejado del Olimpo.

Asklepios, dice Roque Barcia, que murió el año 53 antes de la guerra de Troya.

“En Epidauro se le erigió una estatua de marfil y oro, obra de Thasymedes, que se le representaba sentado en un trono, teniendo en la mano derecha un bastón con una serpiente enroscada, apoyando la izquierda sobre la cabeza de otra serpiente y un perro a los pies. El gallo, símbolo de la vigilancia, habíasele igualmente consagrado como la serpiente y el perro.

Sus sacerdotes trataban las enfermedades por medio de formas mágicas, de incubaciones y de sacrificios.”

De su templo en Epidauro tenemos una descripción completa en la obra de Paul Girar sobre el Asclepiades 1887: En el fondo del templo se hallaba la estatua que tenía el poder de obrar las curas milagrosas. Alrededor de ella y en diversas partes del templo, estaban en filas, servidores de todas clases y sacerdotes encargados de diversas. Unos debía llevar o conducir los enfermos; otros eran médicos y debían hacer constatar la enfermedad a la entrada y, si se había efectuado, la cura a la salida; éstos eran intercesores representando al enfermo cerca del dios e implorando su protección en los lugares y sitio de sus clientes; aquellos eran intérpretes encargados de explicar el tratamiento que ordenaba el dios y hacerlo aplicar; en fin otros llevaban simplemente la contabilidad y recibían los numerosos regalos de los enfermos agradecidos.

En efecto, éstos llegaban en tropel de los más lejanos países, después de un largo y penoso viaje; desde su llegada, a fin de hacerse gratos a dios, depositaban en la entrada del templo ricos presentes y se sumergían en la fuente purificadora. Después de esto preliminares eran admitidos a pasar una o varias noches bajo los pórticos del templo, sin tener aún el derecho de penetrar en su interior. Solamente después de esta ansiada espera, en hacer oraciones públicas y elocuentes exhortaciones, era cuando el enfermo entraba al fin en el templo y recibía consejos bajo la forma  de oráculos o de sueños proféticos.

Algunas inscripciones nos relatan el detalle de las curas más notables: los que hallaban su curación en el Asclepiades, adornaban los muros con inscripciones votivas, que conservaban el recuerdo del milagro y hacían al mismo tiempo célebre el nombre del curado milagrosamente. El probo Valerius Aper, es todavía citado hoy por su curación como si hubiese llevado a cabo acciones heroicas. Los curados milagrosamente fijaban también en los muros pequeños objetos, de materia más o menos preciosa, representando la parte del cuerpo que había sido curada. Por eso se hallan en los antiguos santuarios de Egipto, de grecia, de Roma, brazos, piernas, cuello, senos, de piedra, de mármol, de plata, de oro.

Teniendo en cuenta la gran importancia que en todos los tiempos se ha dado a los sueños, nadie extraerá que los caldeos hubiesen sometido su interpretación a reglas precisas y que los sirios practicasen ya la incubación, rito consistente en dormir en un templo, suplicando a la divinidad a quien estaba dedicado la gracia de un sueño profético. también se practicaba en los templos egipcios de Iris y de Serapis.

“Lo Asklepiades o descendientes putativos de la familia de Esculapio, eran comunidades médicas que no deben confundirse con las puramente religiosas del mismo nombre y que residían en los santuarios de Epidauro, los Pérgamos, Atenas y Titárea.

En realidad, estas últimas comunidades tenían en sus santuarios verdaderos sanatorios, con jardines, fuentes y baños, practicándose de paso alguna ceremonia supersticiosa, como la adivinación de los males y sus remedios por los sueños.

En cuanto a los Asclepiades médicos se establecieron en la vecindad de los mencionados templo, como centros de observación de casos clínicos apropiados a sus estudios.

Por otra parte los filósofos como Pitágoras se ocuparon también de medicina; fundando alguna escuela célebre como la de Crotona en la Magna Grecia.”

En suma: La antigua religión de Asclepios, era una religión científica que, antes de la guerra de Troya tenía por dogma fundamental la solidaridad entre los mortales e invisibles, evidenciada por la comunicación constante con una humanidad médica invisible que se complacía en asistir silente y abnegada a los mortales en sus enfermedades y dolencias, sirviéndose de médiums a veces inconscientes de su noble misión.

Asclepios y sus sucesores no hacía con ello más que continuar la tradición, persuadidos de que Minerva misma había revelado a Galeno su vocación, iniciándole en el estudio de la medicina y que el mismo Apolo había dejado el Olimpo para asistir personalmente a Proclus en una grave enfermedad que tuvo al salir de la infancia.

Los Asclepiades sacerdotes por su ferviente espiritismo y los Asclepiades médicos completando con él su ciencia, y ambos conviviendo fraternalmente, viene a ser las tintas rojas y amarillas de este matiz que desde entonces aparece como meta luminosa en porvenir quizás no lejano.

La colectividad médica invisible que en Grecia enseñaba ejerciendo la Medicina en templo, verdaderos sanatorios con jardines y fuentes, no era privilegio exclusivo del pueblo helénico. Colectividades análogas funcionaban en los demás pueblos si no con tanta notoriedad aceptando y facilidades con tanta sabiduría, abnegación y constancia, valiéndose de médiums llamados curanderos o Terapeutas; de therapeus (servir y cuidar).

Oigamos a un escritor contemporáneo:

“Filón habla de esta secta en su libro de la vida contemplativa y a lo que parece estaba formado por judíos.

Los terapeutas hacen vida austera, abandonando las ciudades y el trato de los hombres, viviendo retirados en pequeñas celdas edificadas en el campo. Muchos de estos sectarios escogieron su residencia en las inmediaciones de Alejandría, pero lo más austeros construyeron sus celdas en una eminencia cerca del lago Maeris, sitio muy propio, no porque estaba asegurado de las fechorías de los ladrones y asaltadores sino por ser muy sano.

Estas celdas eran de suma sencillez, sin muebles ni otros objetos de lujo, pero cómodos, tanto para el invierno como para el verano; cada celda tenía su pequeño oratorio, en el que se retiraba el terapeuta a cumplir sus prácticas de piedad; en él sólo se ve la Ley, los divinos oráculos y algunos libros ascéticos.

El terapeuta oraba dos veces al día, por la mañana y por la tarde; al salir el sol pedía a Dios por aquel día para que instruyera su alma con la luz celeste y por la tarde rogaba a Dios que su espíritu, libre de los sentidos y lo objetos sensibles pueda discurrir la verdad en su perfecto recogimiento. La templanza era otra de las virtudes que practicaban estos anacoretas, quienes no podían comer ni beber sino después de puesto el sol. Los había que sólo comían una vez cada tres días y otros pasaban cinco y seis sin tomar alimento ninguno; su comida consistía en pan y agua y los menos austeros añadía un poco de sal e hisopo. En verano vestían un hábito ligero y en invierno se cubrían con una capa de paño tosco.

El terapeuta huía de la mentira y del trato con las mujeres; interpretaba los libros sagrados en sentido siempre alegórico y componía cánticos e himnos en alabanza de Dios. El sábado se reunían en un oratorio común, pero con una división por medio de un tabique, a un lado los hombres ya al otro las mujeres. En medio del mayor recogimiento y reinando un profundo silencio, escuchaban la plática del más anciano y docto, el cual les hablaba en lenguaje sencillo, sin artificio ninguno, ni alarde de elocuencia. Sólo una vez al año se reunían hombres y mujeres y éste era el día de la pascua de Pentecostés; esta reunión tenía por objeto orar y comer juntos; los hombres se colocaban a la derecha, las mujeres a la izquierda y reinaba entre todos un silencio sepulcral. El banquete consistía en pan, sal e hisopo. Los jóvenes bebían agua fría, los viejos agua templada y terminada la comida cantaban en honor de Dios y danzaban, confundidos y transòrtados a imitación de los israelitas al salir del Mar Rojo. A la mañana siguiente cada cual volvía a su celda y reanudaban sus ejercicios ordinarios.

Algunos de los antiguos escritores y controversistas opinaron que los terapeutas eran cristianos, fundándose en ciertos rasgos análogos a los de los solitarios cristianos, habiendo entre ellos sacerdotes diáconos, vírgenes, etc…, y practicando la abstinencia, el ayuno y la oración, caracteres todos que convienen a los antiguos cristianos que vivían en la soledad o en monasterios situados en el lago Moeris o sea monte Nitria, tan célebre en la historia del monaquismo. Añadían que si ésta hubiera sido judaica, Josefo hubiera hablado de ella y Filón habría descubierto su antigüedad.

Según parece esta era la opinión dominante en la Iglesia en los primeros siglos, pero, hoy, el cristianismo de los terapeutas es más que problemático, pues ha sido combatido por muchos autores de nota, cuyas razones se resumen aquí sucintamente.

En efecto todos los autores que han creído en el cristianismo de los terapeutas se han fundado exclusivamente en el testimonio de Eusebio; por otra parte, cuanto se dice de aquellos puede convenir a una secta judaica más religiosa y espiritual. Las austeridades, el silencio, el retiro, el desprecio de las riquezas y aun la misma continencia no son pruebas únicas del cristianismo, porque también han sido muchos los paganos que practicaron estas austeridades.

Además, los terapeutas no estaban obligados a guardar castidad, pues muchos de ello sabían prescindir de la virginidad en este género de vida. En cuanto a  la vigilia, la observancia del sábado y la Pascua de Pentecostés, los signos y las explicaciones alegóricas son caracteres más propios de los judíos que de los cristianos y en cuanto a los diáconos y los ministros eran también conocidos en las asambleas de los hebreos y aun en la Sinagoga. La cena mística del pan y sal mezclados con hisopo, no puede significar la cena eucarística, en la que entra, y debe entrar por precisión vino y nunca sal ni hisopo. (Véase tomo 60 de la Enciclopedia Espasa Calpe en la palabra Terapeutas).

Otro hombre divino, médium también de excepcionales facultades, aparece en Judea trece siglos después de la guerra de Troya; arrebatado de entusiasmo a las poblaciones en torno del lago Tiberíades, es Jesús de Nazaret. Y también el hecho de resucitar muertos, como el dios de la Medicina, le convierte en Dios a los ojos de todos.

Se le erigen templos, se elaboran dogmas, se organiza un culto fastuoso…

Pero en los santuarios helénicos siempre se divisa a Zeus, el dios incognoscible a inmensa altura sobre Asklepios, divinidad que en lugar de ritos y oraciones verbales, demanda experiencias, estudios para vencer el dolor, las enfermedades, la vejez y la muerte. ¿Se encuentra algo parecido en los templos cristianos y sobre todo en los católicos?

Los padre de la iglesia que establecieron el dogma de la divinidad de Cristo no vieron que lo que en el hombre resulta portentosamente admirable es en el dios la cosa más sencilla. Andar sobre las olas, apaciguar las tempestades, dar vista a los ciegos, limpiar leprosos, sanar paralíticos, volver a la humana vida a Lázaro, al hijo de la viuda de Main, a la hija de Jairo resucitar en pleno día, al aire libre, a Moisés y a Elías, verdaderos prodigios para un mortal, para un dios son cosas que apenas llaman la atención. Por esto Jesús -hombre resulta de más sublime grandeza que Jesús -dios.

En los “Hechos de los Apóstoles” pueden leerse relatos de las más variadas curaciones llevadas a cabo especialmente por Pedro, y en muchos casos sin más que invocar el nombre del Maestro.

Según Harnack en cada iglesia cristiana de las primitivas había tres mujeres: una para curaciones y dos para profecías. Y con el tiempo surgieron comunidades de terapeutas que apenas, se diferenciaban de las hebraicas más que en lo que la cena eucarística difiere de la mística, en el consumo de vino en vez de sal e hisopo.

Cuando salga  a la luz una verdadera historia de la Medicina, podrá verse que lo mismo que en Grecia y que en Judea, existían también en los demás pueblos terapeutas, ya diseminados, ya en colectividades más o menos ascéticos según la religión que profesaban.

Todos ellos, hallándose o no dado cuenta de la importancia de su misión, hayanse a no llegado a sentir bajo la dirección de los médicos invisibles que les comunicaron el precioso don de ayudar y curar, vienen a ser a través de lo siglos, por la humildad y la abnegación con que generalmente se han prodigado las tintas violeta y azul celeste del matiz que analizamos.

Desde los comienzos del Espiritismo todos cuantos verdaderamente se interesan por la mediumnidad terapéutica han podido leer bellísimas e instructivas comunicaciones en todos los idiomas, de esos admirables médicos invisibles. Tomemos una de ellas:

“Nuestra acción consiste en irradiar sobre vosotros sin que os apercibais de ello.”

“Nuestro fluido o centelleo puede actuar a grandes distancias con la ayuda de ciertos médiums.”

“Lo hermoso y grande es que el terapeuta que recibe la corriente de un fluido sutil y puro guarda con él en sus fluidos vitales la antítesis del mal que cura; he aquí porque los terapeutas bien asistidos están preservados de los ataques del mal que combaten, puede sin embargo resentirse de él en los comienzos de su profesión.

Los médiums terapeutas tiene fundamento para curar; sus propios fluidos se mezclan con los nuestros y esta mezcla de fluidos, bajo el punto de vista de su salud, les es sino indispensable, al menos necesario. Nada de ello es en vano y el beneficio redunda siempre en ventaja del que lo lleva a cabo. No temáis nunca, pues gastar fluido para curar; gastandolos atraerás más de nosotros para reemplazar lo que perdáis. Nosotros penetramos más en vosotros; vosotros sentís mejor palpitar nuestro corazón contra el vuestro y atraéis sobre vosotros el poder de los fluidos que aleja las malas influencias, los pensamientos maléficos.

Mas pasemos a otro orden de ideas.

Hay desencarnados que quedan en la turbación, en el sueño de transformación y en los sufrimientos que ha acarreado la muerte. Tales almas, demasiado cargadas de materias terrestres para alejarse del planeta, quedan en los fluidos espesos y sombríos. La abnegación de los médicos del espacio se muestran también allá. Van directamente al lado de estos infelices, como van al lado de los médiums, les accionan con fluidos que toman de la Naturaleza y les alivian.

Cuando los médiums tiene encarnaciones de estos seres que se resienten aún del mal de la existencia anterior adherido a su cuerpo astral, los terapeutas del espacio organizándose con ellos pueden cuidar más fácilmente a estos enfermos que dejan al médium aliviados o curados: lo que sucede frecuentemente más tarde. En esta especie de encarnaciones sobre todo, hay que guardarse mucho de tocar al médium quien no sea también médium terapéutico, porque pueden provocar crisis terribles.

En cuanto a los desencarnados que no quedan en su morada, que puedan dejar sus familias y desprenderse de la Tierra, en una palabra, los que tiene fuerzas bastantes para moverse en las capas fluídicas terrestres, son conducidos por los médicos del espacio y a las horas en que la atmósfera se satura de los olores de las plantas y de las flores, cuando los ardientes rayos del día has aspirado en los cálices y en las hojas sus fluidos, sus jugos a la claridad de las estrellas, con las frescura de la brisa, los terapeutas del espacio acuestan muellemente en lechos de perfumes benéficos a los que vosotros habéis cuidado en el lecho del dolor.

Bueno es pensar que si el hombre desbroza su alma de terreno inculto, si la limpia de parásitos, es decir, de vicios, podrá abrir hondo el surco y cultivar la preciosa planta cuyo jugo alivia: la hará fructificar mejor y podrá impedir una perniciosa mezcla de fluidos.

El hombre es el hacedor de su progreso, tiene dominio sobre la naturaleza: el que corrige su espíritu endereza su marcha por la vía armónica; el que gusta de cultivar el suelo agreste que caza el monstruo o destruye el reptil, activa también su marcha ascendente.

El hombre no da la vida a la brizna de hierba, pero cultiva esta vida y la hace provechosa; el hombre progresando hace progresar todo.

En los días más dichosos que yo llamo con todas mis fuerzas el hombre verá cada vez más calmados los dolores físicos; ciertas encarnaciones, inútiles ya, la humanidad hallará en sus conocimientos de la naturaleza mil cosas que le ayudarán a elevarse.

Los médicos del espacio son admirables por su abnegación, consagrándose a curar los sufrimientos físicos, bajos los cuales el espíritu parece debilitarse y entorpecerse.

Y vosotros médiums terapeutas de acuerdo con vuestros colaboradores invisibles, curad las almas a la vez que los cuerpos, porque curáis por una virtud y esta virtud la hacéis amar.

!Curad¡ Y ya que curáis por los médicos del espacio, gracias a vosotros por atraerlos a vuestro mundo con los fluidos calmantes de las abnegaciones; a vosotros que hacéis presentir la vida futura llevando a los enfermos los beneficios de la Verdad. Sed más amantes siempre de los terapeutas del espacio que os asisten, vosotros, queridos médiums que poseéis la facultad preciosa de recibir los fluidos puros de la naturaleza y de las inteligencias del espacio para darlos a todos

¡Dad, dad siempre!

Por Miguel Gimeno Eito

La Luz del Porvenir 1935