José AniorteComo punto de partida de este capítulo, tomo como referencia el capítulo anterior, resaltando el aspecto religioso del Espiritismo:

“El Espiritismo no es una religión en el sentido exacto de la palabra, pero sí una doctrina filosófica, científica y racional, con un fundamento religioso” ; abierta a cualquier investigación, porque no tiene misterios, ni ideas preconcebidas, sigue y se adapta a cualquier avance científico, y puede demostrar con total claridad y transparencia, la existencia del mundo incorpóreo y la relación con el mundo corpóreo, mediante la continua influencia e intervención de los espíritus del Más Allá, sobre todos los habitantes de la Tierra.

Y yo me pregunto ¿Cómo hoy aún existe esa controversia sobre la creencia religiosa del Espiritismo, creando distanciamiento por interpretaciones  Diferentes?

Yo estoy divulgando esta doctrina y trabajando para ella casi toda mi vida, y para mí, el Espiritismo es una ciencia y es una religión.

Es una ciencia; sus bases codificadas por el maestro Allan Kardec, dictadas con total perfección, son inalterables y para todos los tiempos, al igual que los enseñamientos del Maestro Jesús, y asume científicamente sus adelantos y descubrimientos, que siempre son inspirados desde el mundo espiritual. La doctrina espírita no está envejecida ni anclada en el pasado, siempre está en el presente y descubriendo nuevos horizontes, para una humanidad en condiciones y preparada para recibirlos.

Es una religión, porque sus bases, sus enseñamientos y su moral, son religiosos. Su exponente máximo y prototipo a seguir, para conseguir nuestra elevación espiritual, es Jesús, y por todo esto el Espiritismo para mí es una religión, y Jesús mi querido Maestro, es la razón de mi vida, en Él confío y para Él trabajo. (Relato recogido en “Hechos y obras de una vida” de mi autoría).

El catolicismo, convierte a Dios en un juez intransigente, implacable, en un verdugo espiritual, que somete sin piedad a los seres más débiles, a suplicios eternos.

Las criaturas creadas por Él para ser felices, si sucumben a las tentaciones del mal, van directamente a poblar los infiernos, por toda una eternidad.
¿Qué mentes guiadas por un juicio recto y capacidad de raciocinio, podrían imaginar un dios semejante? ¿Es éste el Dios que Jesús nos da a conocer, cuando en su nombre nos recomienda el olvido de las ofensas, cuando nos dice que paguemos con el bien el mal que nos han hecho, que hay que perdonar para ser perdonados, que hay que amar para ser correspondidos, repartir primero para poder recibir después?

No, el Dios que Jesús nos da a conocer, es el Dios de los espíritas, es el único y verdadero.

El dios bíblico de las religiones, que se encoleriza y se calma según el valor de las ofrendas que reciba, el dios que extermina a unos para que otros sobrevivan, este dios de la mentira, nunca ha existido, porque es un dios inventado por las religiones para justificar sus engaños, castigar o premiar con el infierno o el cielo, para justificar las guerras ocasionadas en su nombre, y ya es hora de decir la verdad, de decir bien alto y claro que Dios es amor y justicia, con plena igualdad para todos.

El mal es una creación nuestra, todos aquí estamos sufriendo las consecuencias de nuestro pasado y construyendo nuestro futuro.

Dios con inmenso amor, espera paciente a que, con toda libertad y utilizando siempre nuestro libre albedrío, sepamos ganar y merecer la felicidad del cielo prometido.

La religión católica tiene una gran responsabilidad sobre el estado en que hoy se encuentra nuestra humanidad; no sólo por las prisiones que abrió en tiempos de persecución, sino por los tormentos inauditos que han inventado y las muchas hogueras que han encendido, pero aún esto es poca cosa, al lado de la influencia perniciosa que ha derramado sobre una parte de la humanidad que le ha seguido.

No sólo ha torturado sus cuerpos, sino que ha oscurecido también sus mentes con la superstición, perturbando las inteligencias, con la idea sombría y terrible de un dios vengador.

Le ha hecho perder al hombre el hábito y el derecho de pensar, y los ha separado cruelmente de aquéllos que buscaban libres y sinceramente la verdad.

Utilizaron el nombre de Jesús para hacer guerras santas, para rescatar según ellos, el sepulcro de Jesús, que en realidad nunca estuvo enterrado, porque Pedro y José de Arimatea sacaron el cuerpo de esa tumba supuesta, y lo llevaron a un lugar desconocido, para evitar que fuese profanado.

Siguiendo con la historia: las cruzadas de Oriente y de Occidente, los asuntos de fe o la inquisición, son males menores comparados con esa tiranía secular, con ese espíritu sectario e intransigente, que ha perturbado y desviado el juicio de centenas de millones de hombres y mujeres.

Esta influencia dogmática ya está agonizante, pero aún sigue haciendo mucho daño.

Los primeros cristianos creían en la preexistencia y en la supervivencia del Espíritu en otros cuerpos, tal y como recoge la Biblia, en las preguntas hechas a Jesús sobre Elías.

San Pablo, en su primera epístola a los Corintios, describe bajo el nombre de dones espirituales, todas las clases de mediumnidades.
Las prácticas espiritistas, se estuvieron realizando durante muchos siglos. Personajes como Arnobio de Sicca y uno de los maestros de la escuela de Alejandría: Ammonio Saccas, decían estar inspirados por espíritus superiores, y esos mismos espíritus, en sus comunicaciones combatían con frecuencia el dogmatismo creciente de la Iglesia.

Se expresaban en desacuerdo sobre cómo las enseñanzas tan sencillas del Evangelio, eran oscurecidas por dogmas inventados e impuestos por la Iglesia a sus creyentes, para confundirlos y mantenerlos en la ignorancia y el fanatismo.
También se pronunciaban en contra del escandaloso lujo del que se rodeaban los obispos.

La Iglesia se aparta del camino evangélico de Jesús, y las divisiones son más frecuentes e importantes.

Los verdaderos seguidores del Maestro, son perseguidos y acusados de herejía, justamente por los mismos que falsifican los textos, los alteran para adaptarlos a sus más sombríos intereses, utilizando indignamente el nombre del Buen Jesús, nombrándose ellos mismos los únicos representantes de Él.

Debemos dar también el reconocimiento justo, a una Iglesia que ha sido útil a la humanidad en algunas épocas; ha sabido enfrentar y frenar los avances de la barbarie y ha creado muchas instituciones benéficas, pero se ha mantenido inamovible en sus dogmas, totalmente inaceptables por la humanidad del siglo XXI.

La ley del progreso se impone, nadie puede pararla, y las religiones están sujetas a ese mismo progreso.

Las religiones que están aprisionadas en sus ideas medievales, encadenadas a un pasado, que no pueden o no quieren actualizar, deben resignarse a morir.

Pero no por esto se extinguirá la idea cristiana, al contrario, se transformará y reaparecerá bajo una forma nueva, más convincente y depurada.
La figura de Cristo dominará los siglos, y tres conceptos subsistirán siempre de sus enseñanzas: la expresión de la verdad eterna, la inmortalidad del alma, y la fraternidad humana.

El Espíritu humano vacila indeciso y confundido ante el desengaño de sus convicciones religiosas, y la aceptación de ideas nuevas, que por el momento no consigue comprender.

Esta situación se generaliza, y el progreso de la ciencia y el desarrollo intelectual del hombre siguen actuando, aunque el hombre siga ignorándose a sí mismo.

Éste sabe muy poco de las leyes del Universo y nada de las fuerzas que existen en él. La frase “conócete a ti mismo”, continúa siendo para la mayoría, algo desconocido y sin sentido; podemos decir que seguimos como hace veinte siglos, pues el hombre no sabe quien es, de dónde viene, adonde va, ni cual es el verdadero objetivo de su existencia.

Ninguna religión nos ha explicado cuál es el objetivo de nuestra vida, deberes y destino.

Las religiones con su séquito de errores, de supersticiones, y su espíritu dominante, han sabido mantener con los ojos vendados, a muchos millones de confiados seguidores.

Finalmente el progreso y la ciencia arrancan la venda de ese importante sector de la humanidad, que tenía ojos para ver y no conseguía ver. La luz que ahora pueden ver los deslumbra, pero tienen que seguir su camino, porque la vida continúa.

La religión sin pruebas y la ciencia sin ideal, se enfrentan en una reñida lucha sin vencedor, y esa contienda continuará sin tregua ni descanso, hasta que la ciencia sea religiosa y la religión sea científica. Para que este conflicto llegue a buen término, es necesario que la luz llegue a los ojos de todos, que una nueva enseñanza venga a dar claridad a los hombres sobre su origen, deberes y destino.

En la mente del pueblo subsiste una especie de intuición, pero engañado por espacios de siglos, el pueblo se ha hecho incrédulo, pero no ha perdido la fe; con vaguedad y confusión, aún cree y aspira a la justicia.

Este sentimiento, el más grande y bello que puede hallarse en el fondo del alma, nos salvará. Para ello tenemos que comprender que el sentido de la justicia, lo llevamos grabado en nuestro interior, es la ley del Universo.

El bien siempre vence al mal, y la vida siempre vence a la muerte. La hora presente, es una hora de crisis y de renovación, nuestro mundo se está transformando; las sombras se extienden y el peligro aumenta, pero al mismo tiempo, allá en el horizonte vemos un poderoso foco de luz que destruye las sombras, librándonos de esa amenaza y ofreciéndonos la salvación.

Para esto es necesario que nuestra alma conserve su pureza: reuniendo las condiciones de elevación de pensamiento, de moralidad y desprendimiento, con firme voluntad hacia el bien, y el sincero deseo de servir a nuestro Maestro Jesús; cumpliendo estos preceptos, nos apartaremos de cualquier influencia negativa, que tan temerosamente nos acechan.

El Espiritismo llega como el Consolador prometido, en el momento oportuno, cuando las religiones no tienen nada que ofrecer, cuando la humanidad, desengañada, se materializa, se pervierte rindiendo culto a los placeres de la vida; en este momento el Espiritismo reaparece con más fuerza que nunca. Su filosofía doctrinaria, está abierta a cualquier investigación porque es una doctrina racional y científica, y finalmente viene a recordarnos las palabras de Jesús: “es necesario que conozcáis la verdad, porque sólo así seréis libres”.

Dignos son aquéllos que por su desprendimiento y su fe profunda, han sabido traer hacia sí, a los espíritus más elevados y tomar parte en la misión que ellos desempeñan.

Cuando se reúnen las cualidades necesarias, se nos permite trabajar en la renovación del género humano: los espíritus superiores necesitan de trabajadores para esta importante misión, todo depende de nosotros, de nuestro esfuerzo y dedicación.

Todo Espíritu deseoso de trabajar para conseguir su progreso y transformación espiritual, recibe del mundo espiritual una misión particular, apropiada a sus aptitudes y a su grado de evolución. Se dice que “cuando el trabajador está preparado el trabajo aparece”.

El buen espírita, tiene la importante misión de divulgar el Espiritismo, para que se conozca la verdad de la vida y de la muerte. Esta humanidad tiene que saber porqué vive en un mundo lleno de injusticias, desigualdades y sufrimientos.
Todo el mal de la vida, contribuye a nuestra elevación.
Por medio del dolor, de las pruebas, de la humillación y de las desgracias, nos sensibilizamos, templando nuestro carácter y  venciendo al orgullo.

El progreso y elevación de los espíritus, aquí en la Tierra depende únicamente del sacrificio, del trabajo y la energía que han desplegado para combatir sus bajas tendencias y conseguir elevarse sobre todas ellas.

La doctrina de las existencias sucesivas, nos explica y confirma, sin lugar a dudas, que los seres que se distinguen por sus virtudes y sus conocimientos, han vivido más existencias y han sabido aprovechar más el tiempo y la oportunidad que se les dio al reencarnar. Por esta ley se explica fácilmente el porqué ciertas personas están dotadas de talento, de nobles sentimientos, o de aspiraciones elevadas, con la firme voluntad de expandir la luz de la verdad, donde aún dominan las sombras.

Entre tanto vemos con tristeza, cómo una mayoría de esta humanidad se entrega desenfrenadamente, a las pasiones viles y a los bajos instintos. Es justo y equitativo que todos pasemos por el mismo aprendizaje, alcanzando grado a grado un estado superior, hasta haber adquirido nuevas aptitudes, nuevos conocimientos y nuevas virtudes, según el esfuerzo realizado.

El alma, libre de las formas animalizadas, se integra en la humanidad y comprende el deber asumido para conquistar su autonomía, y la responsabilidad moral para conseguir su interminable evolución.

Las luchas del pasado no son nada comparadas con las que el porvenir le tiene reservadas.

Con renacimientos sucesivos, volverá dispuesta a seguir la obra de perfeccionamiento interrumpida anteriormente por la muerte.

El Espíritu debe de avanzar así, de esfera en esfera, hacia la perfección, hacia la razón, creciendo sin cesar, en ciencia, sabiduría y virtud.

Cada una de nuestras existencias terrestres, es sólo un episodio más en la vida inmortal.

José Aniorte Alcaraz

Elucidaciones Espíritas