El hombre tiene la costumbre de ser muy indulgente consigo mismo; siempre encuentra medios para justificar su conducta, aunque ésta no sea tan correcta como debe.

Siempre procura excusar sus defectos y atenuar sus faltas; tanto es así que, muy a menudo, se oye de labios de muchos, cuando se trata de inculcarles el Espiritismo, que dicen: «yo no creo en nada, si sigo la corriente es para seguir a la mayoría, pero en materias de la otra vida creo que lo mejor es hacer el bien posible, y si hay algo después de la vida presente, nada malo me puede suceder»; y estos hombres entienden que practican el bien, siendo padres correctos para sus hijos, no haciendo ningún mal, ni en su casa ni fuera de ella, pagando todas sus deudas y compromisos, y dando alguna limosna cuando les viene a bien.

Estos hombres creen que así ya lo han hecho todo y que están preparados para cuando sean llamados a juicio. ¡Cuán engañados viven! La sociedad vive mal y a veces lo que para la sociedad es cosa corriente, es falta grave ante la ley divina.

No basta no hacer mal, es necesario hacer mucho bien, y luego ¿cómo sabe el hombre si hace mal o bien, si no se rige por la ley divina, y sí sólo por la ley humana?

Aunque cumpla con los deberes sociales, ¿en dónde estará la práctica «Amarás al prójimo como a ti mismo. Volverás bien por mal. Si te hieren en una mejilla volverás la otra. Bendecirás a los que te maldicen. Y orarás por los que te ultrajen y te persiguen»?

Las leyes humanas dejan escapar las faltas que no alcanza el código penal, pero las leyes divinas alcanzan a todas las faltas que de alguna manera afectan a la conciencia.

Por eso, los que piensan como dejamos dicho, se equivocan; porque si bien viven en paz, según la ley humana, están en descubierto con la ley divina y cuando llegue su hora, sufrirán las consecuencias de su error y mientras sigan pensando y obrando así, la sociedad no se reformará y todos serán víctimas de su egoísmo y de la falsa interpretación de la ley, que, en definitiva, nos ha de colocar a cada uno según sus obras.

Los espiritistas no debemos proceder así: todo espiritista ha de ser muy severo consigo mismo; nunca en su interior debe dispensarse una falta, nunca debe buscar atenuantes para justificar su conducta, si ésta en algo ha dejado que desear; él debe ser el primero y más severo juez de sí mismo, no debe olvidar que si está en este mundo y tiene que sufrir y luchar, la causa está en su atraso, en sus imperfecciones y defectos que urge que se quite de encima todo lo que no sea amor, virtud, caridad, justicia, o si no, en vano tratará de tener paz y nunca podrá honrar la doctrina que profesa y no será digno de llamarse espiritista.

Ya sabemos que es muy difícil llegar a ser hombre justo en todo, pero el espiritista aunque, por su historia pasada, se encuentre con resabios de lo que fue ayer debe luchar siempre para avanzar en el camino de depuración, sin desalentarse aunque le sea difícil el rehabilitarse o depurarse, hasta que llegue a ser hombre digno en todo.

Para conseguir esto, aconsejamos una práctica que nosotros hemos seguido y seguimos durante bastantes años, práctica que nos ha dado muy buenos resultados llegando a obtener todo cuanto nos ha sido necesario para conseguir nuestros propósitos de vivir con justicia y dentro del amor de Dios.

Todo espiritista procurará, todos los días antes de acostarse, hacer un examen de todo lo que durante el día ha sentido y ha hecho. Hay tres maneras de faltar: de pensamiento, de palabra y de acción o de obra. La falta de pensamiento es aquella que ya por sentir pasiones injustas o mal reprimidas, o por no ser bastante indulgentes con las faltas del prójimo, o por codiciar cosas injustas, el espiritista puede sentir deseos que son punibles ante la ley divina.

Como el espíritu tentador muchas veces acosa al espiritista por este lado y le tiene muy a menudo bajo su dominio, aunque no llegue a hacerle cometer la falta, esto le produce al tal espiritista cierto malestar y le imposibilita, mientras está en tentación, de concebir pensamientos y deseos del bien, y, por lo tanto, mal podrá practicarlo si no lo piensa.

El espiritista que al hacer el examen vea que está sugestionado por una tendencia injusta, debe hacer el propósito de resistir a los pensamientos impuros o faltos de caridad; para esto, debe pedir mucho al Padre, recordar la pureza de las palabras y de los hechos del sublime Maestro y no olvidar que todos tenemos un ángel guardián que está encargado de guiarnos, que tendrá mucha satisfacción en cooperar en nuestra regeneración y que ayudará a su protegido, mientras éste persista en sus buenos propósitos.

Y aunque esto a veces no se consiga enseguida, aunque el espiritista que falta de pensamiento no logre, a pesar de sus esfuerzos, separar pensamientos malos, no debe acobardarse, sino persistir, día tras día, en sus buenos propósitos, pedir y confiar y ya verá, como a la postre, serán coronados con éxito completo sus esfuerzos, y entonces se sentirá más tranquilo y los buenos pensamientos afluirán sobre él y conseguirá la práctica del bien sin grandes trabajos.

Si la falta es de palabra, que por falta de previsión se haya sido indiscreto, intolerante o absoluto, el espiritista enseguida que reconozca su mal proceder, no le deben doler prendas, sino enseguida y sin dilación ninguna, debe proceder a dar cumplida satisfacción a la persona o personas ofendidas, procurando, con toda sinceridad, demostrar verdadero arrepentimiento, hasta conseguir que aquella falta cometida sea dispensada.

Entonces al hacer el examen, el espiritista además de rogar al Padre y pedir al Señor que tan amable fue para todos, debe llamar poderosamente al guía espiritual, procurando tomar todas las resoluciones que sean necesarias para corregirse de tal defecto, procurando cumplir los propósitos que haya formado.

Si no triunfa de su carácter tan pronto como desearía, no debe tampoco acobardarse, sino resistir consigo mismo y perseverar, pidiendo, arrepintiéndose y dando tantas satisfacciones como sean necesarias, cada vez que incurra en falta para borrarla, sin olvidar que esta conducta le garantizará la protección de arriba y le pondrá en condiciones para que las personas que trate le reconozcan su buena voluntad, a pesar de sus defectos, y esto hará que, sin tardar mucho, se encuentre corregido de las faltas en que acostumbraba incurrir de palabra.

Si la falta es de obra, ésta ya es más grave y el espiritista debe procurar por todos los medios posibles no incurrir en ella. Hay obras que pueden ser faltas leves como otras que pueden ser faltas graves; en las primeras, puede el espiritista, con la ayuda de Dios, de los buenos espíritus y de sus hermanos, corregirlas.

Digo con la ayuda de sus hermanos, porque, cuando el espiritista incurre en falta de obra, no debe fiarse de sí mismo, sino que, además del decidido propósito de no volver a las andadas y pedir mucho la protección de los buenos espíritus, debe buscar el consejo y la protección de aquellos hermanos espiritistas que, más prácticos que él en las cosas de la vida, tengan ya otro temperamento y otras virtudes.

Estos hermanos, si el espiritista es sumiso y está bien arrepentido de sus faltas, pueden ayudarle con sus consejos, y entre los de arriba, los de aquí y los buenos propósitos del interesado, puede llegar a corregirse y ser espiritista correcto.

Si la falta es grave acarrea consecuencias que no se borran con buenos propósitos, si no que le alcanza hasta la expiación; por esto aconsejamos a todo espiritista que si tuviera la desgracia de incurrir en una falta grave, sólo una larga penitencia podría borrarla.

Entendemos por penitencia un olvido absoluto de todas las cosas que pueden halagar y distraer; entendemos por penitencia una vida de retiro, de mortificación, sufriéndolo todo por amor a Dios y por reparación de la falta; entendemos por penitencia dedicarse a la caridad en bien de los pobres, de los enfermos, de los afligidos, y no pensar más que en agradar a Dios y ser útil al prójimo, a medida de las fuerzas del penitente. Sólo así se borran las faltas graves.

Así es que todo espiritista que desgraciadamente se encontrara en este caso, en sus exámenes de conciencia ha de hacer grandes arrepentimientos y propósitos muy decididos y no cesar hasta conseguir su rehabilitación. Mucho puede el arrepentimiento, la oración y la práctica de la caridad.

El Espiritista que siga nuestros consejos y siga las prácticas que dejamos indicadas en los artículos: «Lo que debe ser el espiritista ante Dios, ante el Señor y Maestro y entre sus hermanos», mucho podrá adelantar y mucho podrá hallar en la vida venidera. De lo contrario, muy difícil le será salir de esta existencia y tener vida tranquila y de dicha en el espacio.

Hay espiritistas, y no pocos, que viven siguiendo los impulsos de su corazón, sin pararse en las faltas de pensamiento, poco en las faltas de palabra y, si bien se fijan en las obras, no dan toda la importancia que requieren todos aquellos actos y acciones que no son bastante justas.

Estos espiritistas, aunque no hagan males de importancia, viven sin regla fija y no adelantan, y en muchas cosas se diferencian poco de los que no son espiritistas.

Estos hermanos en creencias van mal y se exponen a quedar en malas condiciones al salir de la Tierra y el procedimiento de hoy puede costarles muchas lágrimas y muchos sufrimientos; por eso, muchos de los espiritistas desencarnados, según nuestros estudios, han quedado en mala situación y son muy pocos los que quedan con una posición brillante en el espacio y es por falta de estudios en sí mismos y por falta de cuidado en la manera de pensar, hablar y obrar.

Hay, pues, que vivir apercibidos, y no distraerse en la vida terrestre, los que quieran aprovecharse de ella para su progreso y para su bienestar.

Es necesario orar, pedir, suplicar, y aconsejarse con aquellos que son prácticos en la vía de purificación. Hay que consultar libros de moral espiritista, y sobre todo El Evangelio según el Espiritismo, por Allan Kardec, en el cual están previstos muchos de los peligros que pueden hallar los espiritistas en la vida terrestre.

Es necesario no olvidar, y esto deben tenerlo presente todos los espiritistas, que el tiempo que pasamos en la Tierra es sumamente corto, y que el tiempo que tendremos que pasar y que sin remisión nos espera en el espacio, será sumamente largo; aquél será feliz o desgraciado, según hayamos cumplido o dejado de cumplir; procuremos, pues, progresar en virtudes, en amor y adoración al Padre, en respeto y veneración al Señor y Maestro, en caridad y abnegación hacia nuestros semejantes, y no dudemos de que nuestra felicidad será grande y se habrán acabado para nosotros los sufrimientos y males que tantos años nos aquejan y nos tienen retenidos en planetas de expiación.

Miguel Vives y Vives

Guía Práctica del Espiritista