
El comenzar el bien de todos es; mas perseverar en el bien, es de pocos.
Cuando una nueva idea se presenta en el mundo, muchos se asocian a ella por mera curiosidad, por el interés momentáneo de la novedad del minuto.
La fiebre del entusiasmo es flor de un día; por la mañana abre su corola, y por la tarde se inclina marchita, sin que el rocío del estudio logre darle vida.
¡Cuántos nobles pensamientos mueren al nacer por esa tendencia que tenemos a la volubilidad!
¡Cuántos propósitos de regeneración se quedan en proyecto porque obedecemos a la ley de la inconsciencia!
Ley creada por el hombre, porque éste, en su libre albedrío, crea la sinrazón de las cosas, y la inconstancia está en oposición de las leyes eternas de la creación.
Estudiemos la naturaleza, y veremos cómo todas las especies hacen constantemente un mismo trabajo, y cómo los elementos periódicamente nos ofrecen sus necesarias metamorfosis para la continuidad y renovación de la vida; sólo el hombre, como el Satán de la leyenda, se rebela contra la suprema voluntad de su destino.
Y ¿Qué es el hombre inconstante en la vida íntima? Es el tormento de cuantos le rodean: a veces tiene más muertes sobre sí, que el criminal que muere en un patíbulo, que muchas veces no ha cometido más que una en un momento de obcecación y de locura.
El hombre inconstante suele, por lo general, ser dado a los amoríos, y a cuantas mujeres ve galantea y enamora. No es raro que algunas cuántas jóvenes doblan su tallo, como los lirios marchitos, en los albores de su amoroso sentimiento, a causa de la inconstancia de los hombres! ¡Vedlas!
Sus mejillas pierden el matiz de las rosas, y adquieren la blancura de las azucenas; sus labios, como la flor del granado, se cubren con el tinte de las violetas; sus ojos, en los cuales irradiaba la esperanza, pierden su brillantez, porque los empaña el vapor de las lágrimas, y con esa sonrisa divina que es el distintivo de los mártires, pasean su mirada vaga de la tierra al cielo, hasta que al fin mueren, sin que la ciencia pueda definir la causa de su muerte.
Ha sido un poeta el encargado de definirla en esta preciosa balada:
La hermosa niña volvió a su casa;
su madre al verla le preguntó:
-¿Por qué encendidas están tus manos?
-Con sus espinas me hirió una flor.
Salió la niña, volvió a su casa;
su madre al verla le preguntó:
-¿Por qué están rojos tus puros labios?
-Tal vez la mora les dio color.
Al otro día vuelve la niña;
su madre al verla le preguntó:
-¡Dios mío -exclama-: ¿por qué tu frente,
pálida y triste, nubla el dolor?
-¡Ay! ¡madre mía! -deshecha en llanto
dice la niña-, todo acabó;
abre el sepulcro para tu hija,
madre del alma… ¡Adiós! ¡Adiós!
Sobre la losa de aquella niña
todos leyeron esta inscripción:
«Cuando encendidas tuvo las manos,
fue porque un hombre las estrechó,
cuando su madre, su pobre madre,
notó en sus labios rojo color,
fue que un suspiro dejó sus huellas;
fue que un suspiro las encendió;
cuando la niña, pálida y triste,
dijo a su madre su eterno ¡adiós!,
fue porque el hombre que la adoraba
la abandonó».
¡Cuán bien pinta Luis Batisboni la muerte de la mayoría de las jóvenes que mueren asesinadas moralmente por el capricho y la indiferencia de un hombre!
El hombre inconstante, si se casa, suele ser la desgracia de su familia; porque vive unido a su esposa por la fuerza, y no por los lazos del corazón; y ya se sabe las tristísimas consecuencias de esas uniones indisolubles en la forma, y frágiles y quebradizas en el fondo.
La mujer vive sola educando hijos sin padre, mientras éste hace la desgracia de otra familia buscando simpatías y creando afectos que no pueden ser sancionados por las leyes morales de la tierra.
La inconstancia, considerada en el terreno de la vida íntima, es fuente inagotable de dolores, y mirada en el campo de la política y de la moral, es manantial de grandes desaciertos y estaciona a los hombres y a las instituciones.
Un hombre inconstante en política se deshonra a sí mismo y al partido a que pertenece; y si ciertas escuelas filosófico-morales no preponderan en un plazo relativamente breve, es por la veleidosa inconstancia de muchos de sus adeptos.
Algo de esto le toca al espiritismo.
Por sus fenómenos especiales, desconocidos de la generalidad, despierta la curiosidad de muchos; eso de hablar con los muertos da bastante en qué pensar.
Hay quien espera verlos con su mortaja; otros creen que las comunicaciones dan la clave de los grandes secretos para obtener sin trabajar todas las comodidades de la vida; y al ver que los muertos no se presentan vestidos y calzados y que sus revelaciones no nos dan el maná apetecido, los espiritistas de impresión se aburren, y dejan la creencia espirita antes de haberla comprendido, y por consiguiente antes de haberla apreciado en su inmenso valor.
La constancia, utilísima si se emplea en la práctica del bien y en la instrucción y elevación de nuestro espíritu, nos sirve de poderosísima ayuda si nos acogemos a ella para el estudio del espiritismo, haciéndonos conseguir un resultado superior a nuestras más halagüeñas esperanzas.
El espiritismo es una mina de progreso indefinido, y sus inagotables filones no los encuentra el minero a las primeras excavaciones; necesita trabajar con paciencia, con método y sobre todo con una constancia inalterable; así encontrará una decidida protección en nuestros amigos invisibles, que no nos facilitan tesoros de las mil y una noches, pero que nos inspiran para predicar el amor y para practicar el bien.
Decía un sabio que gustando la ciencia se cae en la incredulidad, pero empapándose en ella se torna a la fe.
Pues esto pasa con el espiritismo.
Mirado por fuera, por las mesas parlantes, los ruidos inusitados y el movimiento de los muebles, impresiona por el momento y nada más; pero estudiando sus obras fundamentales y dedicándose asiduamente a la comparación de sus hechos reales y positivos con los milagros y las especulaciones de las sectas religiosas, se encuentra en él la tierra prometida de las Sagradas Escrituras; porque vemos que el bueno es coronado con los laureles de la victoria, y el pecador tiene la eternidad ante sí, para arrepentirse de sus faltas y entrar en la senda del deber.
Lo repetimos; la perseverancia empleada en el estudio es útil siempre, y aplicada al espiritismo reporta al alma un bien inapreciable; porque el progreso que alcanza le sirve para penetrar en mundos regenerados, de los cuales el espíritu constante está separado por millones y millones de siglos; la constancia en querer progresar, le acorta el camino y le presenta panoramas espléndidos que el hombre de la tierra ni en sus sueños más hermosos llega a ver jamás.
Seamos, pues, constantes en nuestro trabajo; y nuestra constancia nos llevará a las regiones felices donde el amor es una ley, y la ciencia más profunda el conocimiento general de todos los seres.
Donde no hay hombres ingratos ni almas ignorantes; donde se adora la naturaleza y el bien propio y ajeno.
Amalia Domingo Soler