

En todos los tiempos, y en todos los pueblos, se ha realizado un trabajo importante en la evolución de la humanidad. Esta evolución es perpetua e incesante, es la obra del Espíritu humano en sus esfuerzos por elevarse, bajo la influencia del Espíritu Divino, hacia el conocimiento integral de las leyes que rigen el destino de la vida.
Esta influencia se produce sin que el ser humano tenga conocimiento de ella. Los espíritus participan en la marcha de la humanidad, influyendo de alguna manera en nuestras decisiones; pero nosotros siempre tenemos la soberanía de nuestro libre albedrío, y por esto, la responsabilidad de nuestros actos, siempre será nuestra, así que, a pesar de las influencias a que somos sometidos, tenemos siempre total independencia, siendo los únicos responsables de nuestro destino.
Todas las religiones han tenido sus revelaciones en los siglos pasados y han cumplido su obra. Todas han logrado un progreso; han marcado e influido en determinadas etapas de la humanidad, pero ya responden a las necesidades de la hora presente, porque la ley del progreso se manifiesta incesantemente y hay que renovarse a medida que el hombre adelanta y se eleva, sus horizontes tienen que ensancharse. La evolución del ser humano nadie puede pararla, porque es el destino que Dios le dio cuando lo creó. Las religiones que viven encadenadas a su remoto pasado, mueren porque se oponen a la evolución que es una ley de Dios.
Ya se acerca la hora en que se desvanezcan las sombras que envuelven el pensamiento humano, con el sol de la verdad.
Entonces las religiones mal comprendidas, que injustamente se condenan y se excluyen unas de las otras, aun teniendo un principio común: Dios y la inmortalidad del alma.
Tarde o temprano se fundirán en una sola religión: la Religión Universal, que es la religión de los espíritus, la religión de Jesús, la religión de Dios y será también la religión de los hombres.
El Espiritismo que es la nueva revelación, tiene cualidades muy distintas. No es una obra individual, es obra de los Espíritus Superiores y no se produce en determinado medio. Se manifiesta en todos los puntos de nuestro planeta, a todos los que de verdad se interesan y desean, sin distinción de clases ni edades, en todas las condiciones y nacionalidades. El valor de sus mensajes ha sido sometido a las más rigurosas comprobaciones, porque sus fundamentos no tienen nada oculto, son de total transparencia y siempre está abierto a cualquier investigación que se quiera hacer sobre él.
El Espiritismo tiene carácter impersonal y universalista, es una obra de los Espíritus Superiores, que vienen por millones a instruir y moralizar a la humanidad y prepararla para los grandes cambios que se aproximan, tanto en los habitantes como en la estructura de este planeta(1).
La Revelación Cristiana vino a completar a la Revelación Mosaica. La Revelación de los espíritus viene a realizarla, a fundar la Religión Universal, donde todas las religiones y todos los hombres, estarán unidos por un sentimiento fraternal.
Cristo lo anunció(2) y puede decirse que Él mismo preside este nuevo cambio de pensamiento. Las manifestaciones de los espíritus no se produjeron a través de las iglesias establecidas, y ésta es la razón de que ellas desconozcan la gran importancia de esta Revelación; pero lo mismo sucedió con el sacerdocio judío y la llegada de Jesús; la iglesia de Israel lo rechazó porque estaban convencidos de que cualquier revelación divina debería llegar a través de ellos.
La Iglesia Católica se encuentra hoy en la misma situación que estaban los sacerdotes de Israel hace dos mil años, respecto a la interpretación del Cristianismo. Esta coincidencia histórica debería hacernos reflexionar.
La doctrina de los espíritus, se manifiesta fuera de las iglesias, su enseñanza se dirige a todas las razas de la Tierra.
Los espíritus proclaman en todas partes los principios en que ella se apoya. En todos los momentos, se deja oír la voz de ellos, que recuerda al hombre el pensamiento en Dios y el de la Vida futura. Este pensamiento profundo desciende desde el Mundo Superior y viene a ofrecer con la enseñanza de la palabra, la divina esperanza y la paz interior que todos podemos conseguir si verdaderamente resistimos y rechazamos las pasiones, con sus vicios y debilidades. El camino a seguir nos lo enseñó Jesús, y en él debemos vivir, para alcanzar la paz y hacer que este mundo sea mejor.
El Espiritismo no es una doctrina elaborada en más o menos tiempo; tampoco es una teoría preconcebida, es sin ninguna duda, la consecuencia lógica de los hechos que demuestran, con pruebas evidentes la existencia y la vida en el Mundo Invisible, y en todo el Universo.
Ya hace ciento cincuenta años que las comunicaciones establecidas con el mundo de los “muertos” no han cesado de darnos indicaciones, tan numerosas como reveladoras, sobre la vida en el Más Allá. Los espíritus se comunican incesantemente con nosotros; nos dirigen sus mensajes, bien por la escritura automática, por mensajes hablados durante la incorporación mediúmnica o simplemente por la inspiración que es el medio más frecuente que utilizan.
Epíritus de diferentes órdenes, nos dan descripciones muy detalladas de la forma de vida que encuentran allí después de la muerte. Nos relatan con todo detalle, las impresiones que han recibido al separarse del cuerpo, las decepciones o satisfacciones que han recogido según la clase de vida que han llevado aquí en la Tierra. Analizando todos estos relatos, podemos hacernos una idea bastante exacta de la vida futura y de las leyes que la rigen.
Los Espíritus Superiores, en sus relaciones medianímicas con nosotros, vienen a completar los conocimientos que ya tenemos.
Confirman las revelaciones hechas por los espíritus menos adelantados y elevándose a mayor altura, nos manifiestan el objetivo que debemos alcanzar y cómo vencer los grandes problemas de la vida y de la muerte, para conseguir nuestra evolución y conocer las leyes superiores del Universo.
Todas estas revelaciones, unidas a una investigación exhaustiva, con una lógica convincente, concuerdan y se unen para formar una importante filosofía religiosa, científica y moral.
El Espiritismo no se dogmatiza, no se inmoviliza.
El Espiritismo no pretende ser infalible, aunque sí es una Idea Religiosa Superior. La enseñanza espírita es progresiva, se desenvuelve y se desarrolla a medida que, por la experiencia, el progreso se realiza en las dos humanidades: la corpórea y la incorpórea que, aunque no se ven viven juntas, entrelazadas y relacionadas una con la otra, y de las cuales, alternativamente, cada uno de nosotros formamos parte.
La comunicación establecida entre el mundo físico y el espiritual, es permanente y universal, y se afirmará cada vez más, a medida que la humanidad siga progresando. La humanidad está realizando un proceso de cambio que se completará a lo largo de este siglo y el mundo de los espíritus también seguirá este progreso, revelando nuevas verdades, uniendo más la vida espiritual con la vida material.
El Espiritismo tiene una parte científica, que se apoya en pruebas convincentes, y también en hechos innegables, pero sus consecuencias morales son las más importantes y las que más interesan a la mayoría de los hombres.
Los profundos y continuos estudios, precisos para conocer a fondo el Espiritismo, aún no están al alcance de todos, por falta de los recursos necesarios para conseguir los libros; literatura imprescindible para conocer y comprender la grandeza de un ideal universalista, como es la religión de los espíritus. Por esta razón, creo imprescindible resaltar la importancia de la distribución gratuita del libro espírita(3).
La doctrina de los espíritus, podemos resumirla en tres puntos principales: la naturaleza del Espíritu, su destino, y las leyes superiores que rigen el Universo.
Lo más importante para nosotros es saber, ante todo, qué somos, de donde venimos y adonde vamos.
El ser humano tiene dos cuerpos; uno de materia grosera que lo relaciona con el mundo físico, y otro fluídico con el cual entra en comunicación con el mundo de los espíritus.
El cuerpo físico se desvanece, se desintegra cuando se produce la muerte.
El cuerpo fluídico es indestructible, pero se transforma según el estado evolutivo del Espíritu.
Éste debe considerarse como el cuerpo verdadero, el molde sobre el cual se desenvuelve la vida física. Con el acoplamiento de él se modelan los órganos y agrupan las células; él es quien garantiza su funcionamiento.
El periespíritu o cuerpo fluídico, es el agente de todas las manifestaciones de la vida, lo mismo en la Tierra como en el Espacio. Tiene toda la vitalidad y energía que necesita el cuerpo para nacer y desarrollarse.
El Espíritu piensa, siente, es feliz o sufre, es luminoso o se envuelve en las sombras. No podemos verlo ni imaginarlo, es una fuerza mental en constante evolución, no podemos darle una forma visible porque es imposible; en esto sí que podemos decir que Dios nos hizo a su semejanza. El Espíritu puede llegar a ser un dios, participar en la creación y expansión del Universo, interpretando y cumpliendo la voluntad de Dios, aún así el Espíritu siempre será un Ser creado y finito, Dios es Infinito, Creador del Universo y de todo cuanto existe en él.
Por mucha elevación y perfección que alcance el Espíritu, a diferencia de Dios, siempre tiene sus limitaciones: el Espíritu tiene necesidad de un cuerpo fluídico para manifestarse, para encarnar y desencarnar, para trabajar, evolucionar, para tener una identidad visible que refleje su verdadera personalidad. Este cuerpo fluídico, es el periespíritu, está compuesto de una combinación de fluidos semi-materiales, es el intermediario entre el Espíritu y el cuerpo físico; es también como un espejo que refleja y toma la verdadera imagen que el Espíritu tiene creada en su mente. Esta imagen puede ser sublime y luminosa, enferma o animalizada. A medida que la imagen creada en la mente del Espíritu va cambiando, la imagen reflejada en el periespíritu también va cambiando.
El ser humano está destinado a habitar alternativamente dos mundos diferentes, su organismo debe contener todos los elementos capaces de ponerle en relación con esos mundos, para conseguir en ellos su progreso espiritual.
El alma tiene los gérmenes de nuevos sentimientos que emergerán y se manifestarán durante el curso de existencias futuras, ampliando cada vez más el camino que debemos seguir hacia nuestra redención espiritual.
Los esfuerzos que debemos hacer para conseguir este objetivo, se encuentran en correlación con el grado de nuestro adelanto, y en correspondencia directa con el medio en que habitamos.
Todo se encadena y se armoniza en la vida física, y en el orden moral de las cosas.
El ser humano actual tiene los elementos necesarios para su grandeza futura; con una progresión verá manifestarse a su alrededor y en todas las cosas, cualidades que aún le son desconocidas. Aprenderá a conocer fuerzas y poderes cuya existencia no puede sospechar.
El Espíritu, con el cuerpo físico es como un prisionero en un calabozo, y el ser inteligente y seguro de sí mismo, debe vivir su vida con total normalidad, hacer de ella algo útil y provechoso, y cuando deje la prisión podrá gozar de los beneficios obtenidos. La libertad definitiva, sólo se consigue con la muerte del cuerpo. Conociendo y estudiando estos diferentes aspectos de nuestra existencia, es como se llegará al conocimiento real de lo que en realidad somos. El hombre dejará de ser para sí mismo un misterio vivo; ya no estará como hasta hoy ignorando las nociones precisas sobre su naturaleza espiritual y su porvenir.
Los pensamientos y las acciones del Espíritu repercuten constantemente en su envoltura fluídica, y según su naturaleza así es la imagen que ella tiene.
El estudio continuado, la practica del bien y cumplimiento del deber en todas las condiciones, contribuyen en gran medida para la realización del Espíritu, iluminando el camino que debe seguir. Por medio de un continuado trabajo moral e intelectual, a través de vidas meritorias, aspiraciones elevadas y grandes sacrificios, el ser humano se redime y se eleva gradualmente: sus vibraciones espirituales se activan, su claridad es más viva y al mismo tiempo disminuye la densidad de su cuerpo fluídico.
Todo lo contrario sucede con quienes se entregan a los vicios y a los placeres sensuales. Su modo de vida repercute en su cuerpo fluídico, con una reducción de sus vibraciones que, origina un entorpecimiento de sus sentidos. El Espíritu débil y vicioso, al entregarse sin resistencia al vicio y a la vida fácil, puede de esta forma convertir su organismo, después de la muerte, en una verdadera tumba, en la cual permanecerá como si estuviese sepultado, hasta que pueda tener una nueva encarnación.
El hombre crea su destino con sus actos. El poder, la felicidad y la irradiación del Espíritu, sólo es una consecuencia de su adelanto moral, pues sólo él es el artífice de su desgracia o de su ventura, de su inferioridad o de su elevación. La ley del destino consiste en el desenvolvimiento progresivo del Espíritu, mediante el desarrollo de su personalidad moral, creando así su propio porvenir. Esta es la evolución racional de todos los seres, partiendo todos del mismo punto, y llegando antes o después, al mismo objetivo. A través de existencias numerosas, prosigue indefinidamente esta evolución; en el Espacio y el la superficie de los mundos. La vida presente es para cada uno de nosotros, la herencia del pasado y una esperanza para un porvenir mejor. La vida humana es una escuela y un campo de pruebas y reparación.
La vida en el Más Allá que sigue a la vida física, es el ajuste de cuentas, allí encuentra el Espíritu el resultado de su siembra: la paz y la luz o las sombras, el dolor y la soledad.
El Espíritu se encuentra vivo en el mundo invisible, tal y como él se ha formado, como consecuencia de la clase de vida que por su voluntad ha tenido en las existencias pasadas.
Vuelve a encontrarse con sus valores morales o sus defectos, vicios y debilidades, sus tendencias, sus inclinaciones y sus afectos. Lo que somos moralmente en este mundo es lo que seguimos siendo en el otro; de esto resulta nuestra dicha o nuestro sufrimiento.
Para el Espíritu que ha conseguido vencer la influencia de las pasiones materiales, la vida en el mundo espiritual es mucho más fácil, ya no hay necesidades físicas que satisfacer, ni más alegrías que las de la inteligencia y el sentimiento.
Para los hombres que sienten y viven las pasiones de la materia, que se sienten atraídos por sus sensaciones, la vida en el Espacio es una vida de sufrimiento, miseria y privaciones porque sienten la imperante necesidad de satisfacer sus deseos y no pueden conseguirlo, esto les produce desesperación y desequilibrio mental. Por el contrario, los espíritus que han sabido liberarse de los hábitos materiales y viven consagrados a las altas facultades, necesarias para la elevación de su estado espiritual, encuentran en el mundo invisible la realidad de una vida verdadera, conforme a sus gustos, un exento campo abierto a su actividad. Allí, en realidad, sólo existe la aplicación de la ley de atracción y afinidad, las consecuencias naturales de nuestros actos, que recaen inexorablemente sobre nosotros.
La evolución gradual del Espíritu abre en él manantiales cada vez más abundantes de impresiones, conocimientos y sensaciones. Cada vez que vence el sentimiento del mal, prevalece con más fuerza el sentimiento del bien y el horizonte de su vida se dilata con más claridad. Después en las sombrías regiones terrestres, donde reinan los vicios, las pasiones y las intrigas, se abren nuevos horizontes y caminos luminosos, con nuevos trabajos y compromisos a realizar que compensarán con creces las vidas de pruebas, de lágrimas y sacrificios que el Espíritu ha tenido que vivir para alcanzar la felicidad.
La superioridad indiscutible que vemos en ciertos seres encarnados, es el resultado de sus esfuerzos pasados. Todos somos espíritus más o menos jóvenes o viejos; hemos trabajado unos más y otros menos, consiguiendo conocimientos y virtudes. Así se explica la diferencia de carácter, aptitudes y rectitud que existe de unos a otros. Aún así, espíritus que ya han alcanzado un grado evolutivo bastante bueno, piden una existencia achacosa para humillarse y adquirir las virtudes que le faltan por superar. Todas las existencias penosas, todas las vidas de luchas y de sufrimientos se explican por estas mismas razones. Estas son formas transitorias, pero necesarias para el bienestar y la elevación del Espíritu.
Las pruebas y los sufrimientos son recursos necesarios para que el Espíritu se redima de un pasado culpable y recobre el tiempo perdido. Así se templa el Espíritu, adquiere experiencia y sabiduría, y se prepara para nuevos compromisos y nuevas ascensiones.
El ser que padece, piensa en Dios, le suplica y se acerca a Él porque reconoce su pequeñez y su insignificancia. Así se cumplen las palabras de Jesús: “Aquel que se hace pequeño y se humilla, se está elevando”.
Cada ser humano, al regresar a este mundo en una nueva reencarnación, pierde el recuerdo de su pasado que está reflejado en su periespíritu. Este olvido temporal de nuestro pasado, es necesario para que no pueda influir en la forma de vida que tenemos que llevar, para rectificar nuestra conducta y reparar nuestros errores.
Visto desde el punto de vista moral, el recuerdo de nuestro pasado nos causaría grandes perturbaciones. Los espíritus que han sido en anteriores existencias, criminales, violadores, delincuentes, y muchos otros que reencarnan para redimirse, serían reconocidos, rechazados y despreciados; y ellos mismos quedarían aterrados y avergonzados ante sus propios recuerdos. La reparación del pasado se haría imposible y la existencia insoportable.
Los recuerdos de existencias anteriores agravarían peligrosamente la convivencia entre los seres humanos; el odio y la discordia enfrentarían hasta los miembros de una misma familia.
Los errores, las faltas y los actos vergonzosos, son como un pesado fardo que carga nuestro Espíritu, que ignorándolo caminamos con dificultad, soportando su peso, pero si en realidad supiéramos su origen, ese peso sería insoportable y paralizaría cualquier iniciativa reparadora.
Los espíritus se atraen en razón de sus afinidades; forman grupos o familias que se ayudan y se auxilian mutuamente, cumplen sus objetivos apoyándose unos en los otros, con amor y cariño, aunque hay excepciones pues no siempre es así. Muchos espíritus cambian de ambiente para progresar más rápidamente.
Enemigos del pasado odiándose aún hoy, reencarnan en una misma familia para conseguir una necesaria reconciliación; así es como madres, hijos y hermanos, conviviendo y compartiendo una o más existencias juntos, el odio se va extinguiendo en ellos y reconciliándose sus espíritus. Aún así, se dan algunos casos, en que el odio, oculto en el pasado, se manifiesta sin razón aparente con un continuo rechazo agresivo que, algunas veces llega hasta la muerte.
La ley de las existencias sucesivas explica claramente éstas y otras cosas. Hemos vivido antes de nacer y volveremos a vivir después de la muerte. Cada una de nuestras vidas es una etapa en el gran viaje que tenemos que seguir, marchando hacia el bien, hacia la verdad, hacia nuestra redención espiritual.
Con la doctrina de los espíritus todo se enlaza, se ilumina y se comprende; la Justicia Divina se nos presenta clara y transparente, sin misterios y sin castigos eternos; esta ley de Dios, justa y amorosa, es la única que rige nuestro destino. Con el Espiritismo sabemos que el alma no está formada por un dios caprichoso e incompetente que distribuye a su antojo el vicio o la virtud, el genio o la imbecilidad, el cielo o el infierno.
El alma empieza a vivir la vida humana, sencilla e ignorante, se eleva por sus propios esfuerzos y se enriquece a sí misma con sus obras, recogiendo siempre lo que ha sembrado anteriormente y continuando esa siembra para sus vidas futuras.
Así crea su propio destino, de grado en grado sube desde el estado más inferior y rudimentario hasta la más alta elevación espiritual. En esta marcha ascendente, el alma alcanza un estado sublime que ilumina los caminos del Universo y pasa por los mundos como un rayo divino.
Examinada y estudiada así la reencarnación, se vuelve una verdad consoladora, una esperanza y un instrumento de la justicia divina. Ella es el camino del progreso evolutivo de todos los seres humanos, la gran equidad de Dios, que no castiga al culpable sino que le permite redimirse por medio del dolor. Esta ley es inflexible, pero después de reparar nuestras faltas, y reconocer nuestros errores, podemos sentir y comprender el valor de la fraternidad humana, enseñando a todos aquellos que estén interesados, que todos los hombres y mujeres tienen los mismos derechos, el mismo origen y el mismo porvenir. No hay desheredados ni favorecidos, porque todos llegaremos, antes o después, al objetivo final que tenemos que conquistar con nuestro esfuerzo y sacrificio.
La ley de consecuencias pone un freno a las pasiones, a las palabras, pensamientos y actos que cometemos. Esta ley de causa y efecto nos muestra las consecuencias, nefastas o positivas que podemos tener en nuestra vida presente o nuestras vidas futuras, porque estamos sembrando en ellas el germen de la desgracia o la felicidad.
Cuando llegamos a comprender la grandeza de esta doctrina, comprendemos verdaderamente la perfección y el amor que hay en la justicia de Dios. Todos los seres humanos ocupan en este mundo el lugar que les corresponde y todos están sometidos a las pruebas que han merecido o deseado. Tenemos que dar gracias al Eterno por habernos concedido, mediante las reencarnaciones, la oportunidad de reparar nuestras faltas cometidas durante muchas existencias.
El alma humana empieza su evolución desde un principio, desde su nacimiento, y con muchas limitaciones, paso a paso se transforma y se eleva conquistando la inteligencia y adquiriendo las sublimidades del sentimiento, para llegar a ser un día un Espíritu luminosos, colaborador de Dios en el Universo.
Esta ascensión del alma, edificando ella misma su porvenir, siguiendo y viviendo la ley de evolución, este esfuerzo para vivir bien en la vida individual y colectiva, continuando de etapa en etapa en las superficies de los diferentes mundos del Espacio, progresando y perfeccionándose siempre para elevarse hacia Dios. Esto nos hace comprender mejor la utilidad de la lucha y la necesidad del dolor para la purificación y elevación de nuestro Espíritu inmortal.
Todos los espíritus que viven en los mundos materiales, están sumidos en una especie de letargo; su inteligencia entorpecida por la influencia que ejerce su cuerpo material, fluctúa indiferente ante los vientos pasionales que soplan a su alrededor. Muy pocos son aún los que saben defenderse de este peligro. Es importante y necesario que estos espíritus despierten a la voz de la verdad, que estas inteligencias se abran para distinguir lo bueno de lo malo y lo elevado de lo inferior. Todos los espíritus deben tener los mismos conocimientos y alcanzar las mismas alturas.
Si sólo tuviésemos una existencia, conseguir este objetivo sería un imposible; de aquí la necesidad de las numerosas existencias, de tantas vidas de luchas y de pruebas, a fin de que todos los espíritus despierten sus facultades aletargadas y las pongan en acción.
Es por la lucha y las necesidades, por las situaciones de la alegría y del dolor, por las inquietudes, los pesares y los remordimientos; las caídas y las reparaciones; los retrocesos y las ascensiones. Así se desenvuelve la vida humana, poco a poco, lentamente, el Espíritu se va perfeccionando y elevando, saliendo del fango de la bestialidad y de la ignorancia. Por medio del sufrimiento y del dolor los seres humanos se depuran, se ennoblecen y se elevan para cumplir y vivir en las leyes Divinas que rigen la vida en el Universo. Es entonces cuando el alma, alegre y feliz se abre a la compasión y la bondad.
La ley del progreso rige la vida infinita del Universo. El mal sólo es un efecto de contraste para que se pueda alcanzar el bien. La lucha del Espíritu con la materia y su ascensión pasando por el dolor, es el único camino que existe para que el Espíritu consiga su elevación.
La voz de los Espíritus Superiores nos dice: Es necesario difundir esta enseñanza, para que el encadenamiento de los efectos y de las causas se de a conocer a todos los que deseen conocer la verdad y la realidad de su vida.
Todas las criaturas tenemos que saber que el Amor Divino envuelve a toda la Creación.
José Aniorte Alcaraz