Un lecho de flores

He aquí el principal distintivo de los terrenales.

Exigente es el pequeñuelo, con su madre o su nodriza, cuando con su llanto, a veces continuo, y su impertinente clamoreo, les exige su primer alimento.

Exigente es el niño cuando, corriendo, saltando y brincando, sube siempre en los puntos más peligrosos, y hace correr anhelantes a los suyos tras de él, ora parándose ante los escaparates de las confiterías, pastelerías y quincallerías, pidiendo golosinas y juguetes, con el mismo imperio con que los emperadores romanos exigían a sus pueblos los tributos más onerosos.

Exigentes son la mujer y el hombre, cuando sienten esa inquietud desconocida, ese no se indefinible, ese algo misterioso que vulgarmente se llama amor.

Nadie más exigente que el enamorado: es celoso, vengativo, llega hasta la crueldad si es necesario: dice el adagio, que donde no hay amor no hay celos; de consiguiente, el amor terrenal es el egoísmo puesto en acción: dominada por él, la mujer abandona hogar, el hombre olvida su familia: la ley de la vida en este planeta es la ingratitud continuada, el exclusivismo más absoluto: para que dos seres se quieran, parece que ha de ser indispensable que se olviden del mundo entero, este amor, bien considerado, es la negación absoluta del amor universal.

Exigente es el fanático religioso que quiere que todos piensen como él.

Exigente es el político de cualquier partido, que no encuentra ningún sistema de gobierno mejor que el suyo.

Exigente es el hombre en todas las esferas de la vida; hasta el sabio llega a serlo, que todo lo quiere sujetar al análisis de la ciencia; y los espiritistas no podían librarse de tener ese defecto capitalísimo; también son exigentes, y en grado máximo muchos de ellos, y quizá ninguna exigencia sea tan peligrosa ni de tan fatales resultados como la de los espiritistas.

Cuando éstos son exigentes con los espíritus, queriendo ser médiums a viva fuerza, sin escuchar consejos ni razones, se asemejan al inexperto marino que en frágil barquichuelo se propone cruzar el Océano, sin considerar los innumerables peligros a que se expone.

El espiritista que llama a los espíritus y se quiere poner en comunicación con ellos sin haber estudiado lo bastante para comprender en algo a los seres que va a tratar, es tan imprudente como el jugador que pone en una carta toda su fortuna.

¡Cuán general es el razonamiento siguiente!

Pierde un hombre a un ser querido, se desespera con su pérdida, niega la justicia de Dios, blasfema, maldice todo lo creado, y en medio de su dolor, contando su pena a todo al que le quiere escuchar, llega a hablar con un espiritista, el cual le dice:

—Venga UD. conmigo; yo le llevaré a un paraje donde se consolará, porque se convencerá que el alma no muere, no, señor; a mi se me murió un hijo, y creí volverme loco; pero, gracias a Dios, ya he hablado con él.

— ¿Ha hablado UD. con su hijo?

—Sí, hombre, si; ya verá UD.; esta misma noche le voy a llevar a un centro espiritista.

Y efectivamente; va a la reunión el creyente y el incrédulo; este último llama al ser que se fue y le dejó sumido en onda pena; espera anhelante que hablen los médiums, y estos muchas veces suelen decir:

«El espíritu que habéis evocado no está en condiciones de comunicarse; además, el interesado recibiría una sensación violentísima; hay que esperar que pase más tiempo»

—Todo esto es una comedia—murmura con descontento el visitante;-si yo vengo con el mejor deseo, si yo me estoy muriendo de pena, ¿por qué no me han de consolar los espíritus? ¡Bah! ¡bah! Esto es una farsa como otra cualquiera.

Y el escéptico sale de la reunión, repitiendo con amarga ironía:

—¡Loco de mí, que por un momento pude creer que los muertos resucitaban!

Y este mismo individuo, cuando más adelante alguno le habla de espiritismo, contesta resueltamente:

Es mentira la comunicación; yo he ido a una sesión espiritista con la esperanza de hablar con mi hijo, y dijo un médium que el espíritu que se había evocado no podía comunicarse, y que además yo me conmovería demasiado. ¡Qué me había yo de conmover! Que no me vengan diciendo que el Espiritualismo es una verdad porque yo puedo decir en voz muy alta que es una farsa ridícula.

Y la mayor parte de los enemigos que tiene la escuela espiritista son esos espíritus exigentes que todo lo quieren conseguir en una hora, sin tomarse el trabajo de estudiar lo que quieren conocer, y antes que todo, estudiarse ellos mismos.

¡Cuántos de los que gritan «queremos ver espíritus..» si llegan a ver la más leve sombra se aturden, se atemorizan, y hay otros que son como los niños mal educados, que nunca están contentos, que mientras más ven, más quieren ver, que a ninguna prueba les satisface, que siempre dudan, que tan pronto niegan como conceden; y a esos espíritus dualistas no les conviene ver ningún fenómeno del Espiritismo, ninguno; porque toda la semilla que se arroje en esas imaginaciones calenturientas, es como el grano sembrado en terreno endurecido, que no germina porque una ráfaga de viento se lo lleva, puesto que queda en la superficie, y como menuda arena, es juguete del vendaval!

Hemos estudiado mucho la cuestión de la propaganda del Espiritismo, porque la conceptuamos de un interés capitalísimo. La creencia espiritista es vida, salud, esperanza, progreso, verdad innegable, para las almas sensatas; y desencanto, duda, inquietud y aturdimiento para los seres exigentes.

Recordamos a un joven de imaginación de fuego que había recibido una esmerada educación; su vida había sido una serie de novelescas aventuras y de trágicos sucesos, Leyó las obras espiritistas, y su mente se exaltó hasta el punto que tan pronto propagaba el Espiritismo, como decía que en la tumba quedaba evaporada toda la esencia del hombre.

Quería a todo trance ser médium, y un espiritista muy atendido le dijo así:

—Créeme, Felipe; posees varias mediumnidades; pero ¡ay de ti! el día que quisiéramos ponerlas en desarrollo, tendríamos que ponerte la camisa de fuerza. Sigue mi leal consejo; no te ocupes poco ni mucho del Espiritismo; no asistas a las sesiones, que en ellas no consigues otra cosa que perturbar tu imaginación. Si el mismo Cristo descendiera a la tierra, se materializaría y hablara contigo, ni aun su voz evangélica encontraría eco en tu mente, ni su potencia magnética lograrla tranquilizarte. Créeme, vive en la inacción; los espíritus turbulentos como el tuyo, ganan tiempo cuando no hacen nada.

Pero Felipe (como era muy natural) no hizo caso de tan sensatas advertencias, y siguió probando a ver si era médium.

Una noche, estando en una reunión masónica, se habló de un asunto que él impugnó violentamente, de pronto, (según él nos contó después) sintió en la cabeza un dolor agudísimo, parecía que plomo derretido corría por sus venas, y comenzó a hablar, a pesar suyo, a favor de lo que minutos antes había desaprobado.

Habló más de hora y media, siendo interrumpido por los aplausos de sus compañeros, que no podían explicarse aquel cambio tan rápido, Cuando terminó su peroración, cayó rendido en su silla, miró a sus amigos con asombro al ver que todos le felicitaban, y más creció su sorpresa cuando el secretario leyó la aprobación del proyecto (que él tanto había combatido, citando varíos párrafos de su improvisado discurso.

Felipe comprendió perfectamente que no era él el que había hablado; que solo había servido de instrumento a otra voluntad, y maldijo su mediumnidad, que solo le había servido para contrariarle y echar por tierra sus planes.

Si fuésemos a citar todos los espiritistas exigentes que hemos conocido, necesitaríamos escribir innumerables tomos en folio, y otra serie interminable de volúmenes si nos propusiéramos contar todas las desgracias que han ocasionado esas exigencias.

No hace muchos días que vino a vernos una pobre mujer, que nos dijo lo siguiente:

—.Mire UD. , señora; vengo a verla, para que llame UD. a un espíritu que me diga por qué teniendo que trabajar fuera de mi casa, en ninguna parte puedo estar dos días seguidos. Voy a un punto, y si me ocupo en guisar, me quemo las manos; si me pongo a coser, me clavo una aguja entre uña y carne, que me hace estar con el dedo malo días y días; si me dedico a limpiar, me caigo por la escalera. Yo bien sé que son mis espíritus familiares los que me hacen todos esos daños; pero es el caso que yo necesito ganarme el sustento y ellos no me dejan. Y yo dije: Pues nada, iré a ver a doña Amalia, y pronto lo tendré arreglado, porque vendrá un espíritu y me dirá lo que hay.

—Pues sus cálculos han sido fallidos, señora; no servimos para esas consultas; los espíritus únicamente nos inspiran para escribir en distintos periódicos,

—¡ Ay!….¿y cuando UD. los llama para una pregunta particular nunca vienen?

—No, señora.

—Pues yo, en cuanto los llamo comparecen.

—Ya se conoce; de la manera que UD. vive, se ve claramente que está UD. en comunicación continua con los invisibles.

—De lo que estoy contentísima, porque yo tenía un deseo de ser médium.

—¿Y qué ventajas ha sacado UD. de su mediumnidad?

—Verá UD.; ventajas materiales, ninguna, pero como se ha de vivir espiritual mas que materialmente, si por un lado pierdo , por otro gano ; porque estoy en relación con San Juan Bautista, con San Pablo, con Santa .Mónica, con la Magdalena……….

—Pues mire UD., mientras el hombre está en la tierra, lo que debe procurar antes que todo, es ser dueño absoluto de sus acciones, y UD. se ve que no lo es; porque sin tener ninguna dolencia se ve privada de ganarse la vida; UD. es pobre, ha de vivir de su trabajo, y los espíritus cometen con UD. un abuso gravísimo, quitándole los medios de subsistencia.

—De eso no podemos hablar, porque más ven ellos que nosotros, y cuando obran así, Dios sabe por qué lo harán. Ya ve, UD, como no me conviene saberlo, cuando he acudido a usted, que tanto escribe, y no puede trazar una línea para mí.

—¿Tuvo UD. mucho afán en ser médium?

Sí, señora, y que en seguida lo fui, sin necesidad de leer ni una hoja; llamé a los espíritus que le he dicho a UD. de quien yo era muy devota, y al momento vinieron, y no hay uno que yo llame que no venga al instante.

Antes la envidiaba, pero ya no la envidio, porque veo que no sabe UD. todo lo que quiere saber.

—Y aquella infeliz se levantó, y se fue tan satisfecha de su mediumnidad, mientras nosotras decíamos tristemente:

—He aquí las consecuencias de la exigente ignorancia; esta pobre mujer lleva retratada en su rostro la miseria; juguete de espíritus inferiores, se deja dominar por ellos; y padece hambre, pudiendo trabajar.

—Conocemos otra pobre mujer, joven y simpática, que al tener noticias del Espiritismo, demostró vivísimos deseos de ser médium vidente, y lo consiguió; pero siempre ve hombres iracundos y ensangrentados que se despedazan unos a otros; ora la persigue un inquisidor, agitando una tea encendida, ya ve naufragios, casas incendiadas, y, como la que hemos referido anteriormente, donde quiera que va a trabajar siente malos fluidos, se ahoga, su impacienta, y va por el mundo como el Judío Errante de la leyenda, sin encontrar una palmera a cuya sombra reposar.

¿De qué les ha servido a esos pobres seres el Espiritismo? De daño más que de provecho; y todo por la exigencia de querer comunicarse con este o con aquel espíritu, y ver de cerca a Jesús o a  María.

Cualquier persona sensata que hable con esos infelices obsesados, y que no tenga la menor idea del Espiritismo, por razón natural, se ha de reír de nuestra creencia, y ha de decir que somos locos e idiotas. ¡Lástima grande que una escuela filosófica llamada a realizar una verdadera revolución religiosa, política y social, propague su credo entre seres completamente ignorantes!

El Espiritismo no es luz para todas las inteligencias; produce sombra en la mente de los sabios orgullosos que niegan su verdad, porque ellos no han sido los primeros en divulgarla.

Engendra tinieblas en la imaginación del dualista, que siempre va buscando la última palabra, y lanza al caos de la más horrible confusión a todo el que falto de instrucción, no tiene suficiente humildad para escuchar el consejo de personas entendidas que le quieran apartar de su perdición. En cambio, el Espiritismo es luz para lodos los desheredados de la tierra que buscan el consuelo en sus obras fundamentales y en las razonadas comunicaciones que dan los espiritas en distintos centros.

Escuchando se aprende; a veces una sola palabra es bastante para hacer comentarios sobre ella, que nos dan un mundo de luz.

Exigencias hay en los que se llaman espiritistas a cual más imprudentes, tanto con los espíritus como con los médiums; de éstos, muchísimos se echan a perder por las exigencias de unos y oíros, pidiendo comunicaciones sobre asuntos puramente materiales.

Le debemos al Espiritismo más que la vida, puesto que le somos deudores de haber comenzado el estudio más difícil, el de nosotros mismos; y como apreciamos en su inmenso valor su consoladora y racional filosofía, por esto lamentamos que la exigencia sea la abundante cizaña que no deja crecer las doradas espigas del trigo con las cuales se forma el pan bendito dé la verdad.

Dice el P. Germán que en la época presente, delante del Espiritismo van los chiquillos promoviendo ruido y rompiendo, si es necesario, cuantos objetos hallan a su paso. Es verdad, es una definición exactísima; pero a los niños se les educa, se les, instruye, se les enseña a guardar consideraciones a los principios y fundamentos de  la regeneración universal.

Si los actuales espiritistas son semejantes a los niños, cuya impremeditación les hace cometer mil disparates, empléense con ellos los mismos procedimientos que con los niños; edúqueseles; ya hay algunos espiritistas que por sus conocimientos han llegado a la edad viril y pueden servir de maestros; pues aunque hemos oído decir a un espiritista muy entendido que el Espiritismo es anárquico, creemos que en el Espiritismo, como en todos los sistemas de la regeneración social, la instrucción es necesaria, que se debe enseñar al que no sabe, haciendo cuanto sea posible por moderar las exigencias da los impacientes y de los ignorantes; que se debe propagar la buena nueva, sembrando en tierra bien preparada, no en terreno completamente inculto.

El trabajo es útil, según del modo que se hace. Trabajar como una comunidad religiosa que, según cuentan, hacia cestos de mimbres por la mañana y los deshacía por la tarde, es perder el tiempo lastimosamente; pues de igual manera se pierde hablando a seres sin instrucción y sin luz natural, de las excelencias del Espiritismo. Nadie más amante de la escuela espiritista que nosotros, ni más deseosos de manifestar su verdad suprema; pero enmudecemos en absoluto cuando conocemos que pisamos terreno falso.

Por nuestra parte, evitaremos cuanto nos sea dable, fomentar las exigencias de los espiritistas, por que apreciamos en todo su valor al Espiritismo, y no queremos aumentar el  de los infelices obsesados, víctimas de la ignorancia, que es la causa creadora de todas las exigencias.

 

 

AMALIA DOMINGO Y  SOLER.

 

 

Año VI.      Gracia: 2 de Octubre de 1884. Núm. 19.

LA LUZ DEL PORVENIR