Un lecho de flores

Entre los innumerables vicios de que adolece la humanidad, la murmuración es uno de los que más la perjudican para su adelanto moral e intelectual y las mujeres, desgraciadamente, son las que más se entregan a ese pernicioso entretenimiento, quizá porque su educación es más superficial, y el tiempo que les sobra de sus tareas domésticas lo emplean en murmurar del prójimo.
Decía madame de Stael que no le gustaban los hombres porque fueran hombres, sino porque no eran mujeres.
Estoy conforme con la opinión de la eminente escritora; el trato de las mujeres, en general, no instruye ni enseña y cuando paso algunas horas entre ellas murmuro con amargo tedio ¡qué lástima de tiempo! ¿qué he aprendido? nada, es decir, nada bueno; en cambio he sabido debilidades ajenas y he prestado atención al relato, olvidándome de las mías.

¡Oh! murmuración, eres la tea incendiaria que destruye la paz.
El Simohun que marchita la gloría.
El arma homicida que penetra en todos los corazones.
La vivera ponzoñosa que arroja su baba sobre todos los labios, fétido fango que mancha cuanto toca.
Murmuración, eres la enemiga más formidable que tiene el progreso. Virus que te inoculas en las venas del niño, del joven y del viejo. Si la imbécil figura de Satanás pudiera tener una personificación racional, nadie mejor que tú lo simbolizarías.
Si el odio pudiera albergarse en mí corazón te odiaría.¡Oh raquítica y exacta fotografía de la humanidad!

Tú has causado más víctimas que todas las pestes, que todas las guerras, que todos los grandes siniestros que han conmovido los senos de las montañas, y el fondo de los mares. ¡Oh! si, sí, y sí la imprecación de un alma pudiera confundirte yo te confundiría, remora de todos los siglos, sombra de todos los tiempos, siempre astuta que no abandonas tu presa ni en el claustro de las vírgenes, ni en los bosques sagrados de las sacerdotisas, ni en los Harems de mahoma, ni en los congresos de todas las edades, ni en los campos de batalla de todas las naciones, ni en las universidades, ni en las academias, ni en los templos, ni en los teatros, ni en los clubs, ni en los cafés, y por último ni en el hogar doméstico; en todas partes se respira tu aliento maldito.
En todas partes, gusano del universo, vas royendo el corazón do la sociedad.
En el hogar doméstico es donde me causa más pena, al ver la perniciosa influencia que ejerce la murmuración.
Cuando un padre murmura de su hijo, y cuando éste enumera las faltas de aquél que sirvió de intermediario para que él viniera al mundo, siento frío en el alma pero un frío intenso; parece que me falta la tierra para posar mi planta, parece que el aire se descompone y con su descomposición me abruma, y si la nada pudiera simbolizarse, si la nada pudiera verse, si la nada en fin existiera, yo la encontraría en la murmuración de la familia porque es la negación del amor y de la unidad por Dios prescrita. Cuando ésta falta, el desequilibrio es inminente y los resultados fatalmente dolorosos.

Dice Emilio Castelar: «educad a la mujer y tendréis hombres»; nada más cierto.
El niño que crece entre los desvíos de una madre y las quejas amargas de un padre va guardando en su corazón y en su mente las tempestades, que más tarde han de conmover el orden social.
Los grandes pesimistas, los ardientes revolucionarios, todos ellos bebieron en su infancia la cicuta de la murmuración, de la burla doméstica.
Las primeras gotas de amargura que cayeron en el corazón de Lord Byron fue la burla grosera de su madre cuando el gran poeta quedó cojo siendo aún niño.
Voltaire, entre un padre que le despreciaba con sus encarnizadas burlas y sus prosélitos que le adulaban, pasó su infancia y su juventud.
Mirabeau por su extremada fealdad también fue el blanco de las burlas domésticas y su gigantesco genio encontró en su familia la más obstinada oposición.
La murmuración se ensañó en él en todas las épocas de su vida, y bien conocidas son de todo el mundo las amargas inspiraciones, los hechos trascendentales de estos grandes colosos que hubieran sido mucho mejores, y hubieran realizado obras más útiles, regenerando a la sociedad, sino hubieran quedado huérfanos en la cuna, porque los padres que no estudian el carácter de sus hijos, y no les dan buen ejemplo no merecen tan honroso y tan sagrado nombre.
Si fuéramos examinando la infancia de todos los hombres que han brillado en la tierra por su genio y su rebeldía, veríamos en todas ellas que esos seres audaces, que por un momento se hacen dueños del mundo, han crecido entre luchas domésticas, los que más tarde los ha calificado la historia como tiranos do la humanidad.
¡Cuántas madres de familia preparan el camino de la prostitución y del cadalso para sus hijos!….
¡Cuántas mujeres son hipócritas y recelosas porque se han tomado el trabajo de hacerlas así!
La murmuración es un mal gravísimo para el cual existe un antídoto enérgico y poderoso.
El estudio.
Dice Víctor Hugo, que la verdadera soberanía es la de la inteligencia.
He aquí una gran verdad.
¿Hay nada más útil, ni más agradable que esos pugilatos del talento sostenidos por medio de la palabra fácil y fluida y por escritos razonados?
Cuando un orador nos hace vida de su misma vida, no nos ocupamos en mirar las debilidades de los pequeños y los desaciertos de los grandes, sacando a relucir historias ocultas por el misterio.
No; entonces irradia en nosotros la luz del sol cuyo foco nos atrae y nos hace sentir religiosa admiración.
Nunca me cansaré de repetir que la murmuración es la noche del espíritu y bajo su sombra se cometen todas las malas acciones que nos convierten en cosas.
Todas las religiones en su base fundamental son buenas, todas tienden a rendir adoración a un Dios único y todas se han hundido en el caos empujadas por los murmuradores.
El Espiritismo los tiene también.
¿Y cómo había de salvarse de tan terrible plaga, reinando aún en la tierra la más deplorable ignorancia?
¡Imposible! ¡absolutamente imposible!…..
La murmuración es la erupción cutánea de todas las ideas.
Es la viruela negra que mancha todas las escuelas; pero no deja señal en las creencias, si con la espuma del estudio lavamos nuestro pensamiento.
Hoy es necesario conocerlo y confesarlo , la murmuración nos divide y nos separa y nosotros tenemos la culpa de cuanto nos acontece: porque al crear centros y grupos espiritistas, nos ocupamos únicamente de buscar fenómenos.
De que las mesas giren.
De que los lápices rasguen el papel.
De que San Juan, y San Pedro, y toda la corte celestial, se comunique con nosotros.
Ahora pregunto yo:
¿Se puede coser con agujas sin punta?
¿Se puede ver claro mirando a través de cristales sucios?
¿Se puede volar sin alas?
No; y mil veces no.
Pues bien, nosotros somos para los grandes espíritus:
¡Agujas despuntadas!….
¡Sucios cristales!….
¡Aves sin alas!….
¿Y cómo siendo instrumentos tan toscos, hemos de servir de agentes conductores a los espíritus elevados hasta el grado más sublime?
Es un absurdo creerlo: ¿creerlo? he dicho mal; error es pensarlo, y locura que causa lástima entregarse a semejantes sueños.
Formemos centros, si: y busquemos un gran fenómeno.
¿Sabéis cuál es?
Crear escuelas espiritistas, y hagamos que la enseñanza sea obligatoria, y cuando el hombre sepa leer, comprenda lo que lee y explique y se dé cuenta a él y a los demás de lo que ha leído, entonces podrá evocar y pedir comunicaciones, y espíritus amigos, inteligentes y buenos nos darán instrucciones y consuelo, y no habrá lugar a la murmuración ni a la duda.
¿Habéis visto crecer las espigas sin haber antes sembrado el grano?
No; pues del mismo modo, nosotros queremos que la luz irradie, teniendo nuestras lámparas sin aceite.
Trabajemos sin descanso, hagamos desaparecer de nuestra escuela esa hidra de cien cabezas llamada murmuración, y solo entonces el espiritismo tenderá sus alas y a su bendita sombra descansará la humanidad.
Instrucción hermanos míos, instrucción sin tasa, pues sin ella somos los sudras de la India, última casta condenada a los trabajos más ímprobos: y teniendo a nuestro alcance el jordan de la ciencia ¿por qué no hemos de pedir al progreso el bautismo de sus aguas?
No se llega a la cúspide de la montaña sin subir antes por su escabrosa falda.
La civilización es nuestro bello ideal, es la fábrica grandiosa en la cual todos somos obreros.
La piedra angular es la ciencia; seamos estudiosos hermanos míos.
Sí, sí; consagremos nuestra vida al estudio y no nos quedará tiempo para murmurar, y llegará un día que no será un mito el precepto evangélico, de uno para todos, y todos para uno.

¡Atrás murmuración! deja que el hombre
Busque de la verdad la eterna luz:
deja que pueda conquistar un nombre
Sin que le agobie el peso de tu cruz.

 

Amalia Domingo y Soler
Barcelona, 3 Agosto 1876.

 

Año VIII. Agosto de 1876. Núm. 8. REVISTA DE ESTUDIOS PSICOLÓGICOS.