En el mundo invisible, los espíritus no sólo se reúnen bajo la misma tendencia y naturaleza espiritual, sino que se agrupan por afinidad de raza, sentido psicológico y concepción filosófica, resultando de ello un padrón armonioso y familiar que favorece mucho el trabajo que en conjunto se debe realizar.
Aunque las almas desencarnadas puedan reunirse por los vínculos de las razas terrenas, también trabajan en la planificación de una forma de vida mejor para una civilización más avanzada que la actual. No olvidemos que en nuestro planeta estamos viviendo un proceso de transición, de cambio y de rectificación.
La esfera astral que existe alrededor de la Tierra, es la región donde se agrupan todos los desencarnados terrenos, así que es natural que en esa región se produzcan actividades como si se tratara de otro planeta semejante, pero mucho más rico en oportunidades espirituales, debido a su esencia sutilísima que aumenta todos sus sentidos en el mundo espiritual.
La vida después de la muerte continua y nuestro destino depende fundamentalmente de la fuerza mental que posea el Espíritu desencarnado, donde funciona el pensamiento como su potencial de relaciones y progreso.
El poder del pensamiento tiene una gran fuerza, que el ser humano aún no consigue controlar, ni sabe valorar.
El religioso se inclina respetuoso ante el altar, con los ojos cerrados, elevando su pensamiento.
El espírita, con los ojos cerrados, con profundo aire de sensatez y reverencia, con su cabeza inclinada mientras eleva el pensamiento, con el fin de lograr un ambiente severo y respetuoso, pero con vibraciones al mismo tiempo contradictorias… Los hombres, y principalmente los espíritas, ignoran que de ningún modo podrán elevar su pensamiento a última hora, si durante el día lo tienen dedicado a las cosas triviales o excesivamente materiales; porque los rostros místicos y los ojos cerrados durante algunos minutos de espasmódica concentración, no podrán compensar nunca las irreverencias practicadas durante el día.
La oración que más nos acerca a Dios, es nuestra transformación interior, las demostraciones exteriores tienen muy poco valor para Él.
La verdadera oración está en el control de nuestra mente, en nuestra firme voluntad para realizar un trabajo positivo, sin reparar en los sacrificios, siguiendo las enseñanzas del Maestro Jesús, cumpliendo sus mandamientos, renunciando a las cosas superfluas de la materia, para conseguir la redención de nuestro Espíritu.
Si hacemos esta clase de oración, no tendremos que representar una apariencia mistificada que, en realidad, puede ser falsa.
Es evidente que Dios está presente en todo aquello que creó, en todo el Universo, en los mundos de luz y en los mundos de sombras, y en el ambiente “impuro” de la vida material. El desorden y la impureza no dejan de ser estacionamientos evolutivos que contribuyen a la formación de la conciencia individual del Espíritu, muy inmaduro aún en sus facultades racionales.
Ya es tiempo de enfrentar la realidad espiritual, la falta de este conocimiento confunde y atemoriza a los seres humanos; en esta situación no pueden comprender que la verdadera vida es la espiritual, y que ésta continúa después de la muerte del cuerpo.
Es muy deplorable que aquí aún persista el tabú de que el Espíritu desencarnado es el fantasma de los histéricos o de los individuos verdaderamente sádicos, deseosos de asustar a todos los que se dejan impresionar.
Sin duda que el Espiritismo ha esclarecido todos estos temas o “misterios”, también ha roto muchos eslabones de la esclavitud religiosa, esclareciendo sensatamente a la humanidad sobre los dogmas infantiles y supersticiones absurdas, que tanto han deformado a la figura heroica y espiritual de nuestro Maestro Jesús.
Es necesario que los espíritas se esfuercen más en divulgar la doctrina y se preocupen menos de salvar a los espíritus que ya están en el sitio que les corresponde, según la justicia Divina que, sin duda alguna es justa y perfecta.
También hay que liberar a algunos centros espíritas (no todos) de su herencia idólatra, para que se entreguen a trabajos de más alto nivel, pero siempre huyendo a la peligrosa tentación de endiosar a los espíritus y convertirlos en “santos” sin coronas, para lo cual se dejan dominar muchos espíritas, sin tener la debida preparación, y se someten sumisamente ante los espíritus atrasados que se titulan “guías, olvidando que la experiencia individual es una necesidad indiscutible para la vida de todos los seres.
La historia religiosa nos cuenta los grandes fracasos sucedidos con respecto a la idea espiritual, elevada y sublime que nos transmitió Jesús, y que ha quedado sujeta a las interpretaciones contradictorias de los hombres.
El Cristianismo sencillo de Jesús se transformó en la organización fastuosa de hoy, de poca utilidad para el hombre espiritual, pues crearon distintas jerarquías demasiado humanas entre sus sacerdotes que, hasta entonces seguían la idea cristiana. Después se establecieron las ceremonias de adoración a los “santos” y a toda clase de imágenes.
Finalmente se firmaron contratos interesados con los poderes públicos y acuerdos políticos con el mundo profano, y con esto ya es suficiente para anular cualquier idea de paz, dignidad y renuncia espiritual.
Más tarde se crearon rituales y liturgias para impresionar a los fieles y construyeron templos suntuosos, sacrificando las economías de la comunidad pública y religiosa, falseando la personalidad de Jesús pobre, para caracterizarlo con la de un rico millonario en una casa lujosa, tan diferente a la humilde casita en que nació y de la modesta vivienda de Betania, donde él acostumbraba a descansar de sus fatigas.
Estos enseñamientos esclarecidos a la luz de la verdad, deberían ser suficientes para cambiar el rumbo de nuestras vidas, pero no es así, las ideas envejecidas y dogmatizadas que aún continuamos aferrados a ellas, despreciando la verdad de las ideas nuevas, nos siguen dominando y nos causará graves problemas al desencarnar.
La situación del ser humano que regresa al mundo espiritual, depende mucho del caudal de virtudes que haya conseguido el Espíritu desencarnante y del modo como haya vivido en la materia, porque en general, los encarnados obedecen más a los instintos de las pasiones animalizadas que a la razón espiritual; poco a poco se dejan envolver por las sugestiones maléficas de los indeseables de las sombras, que desde el más allá, les preparan anticipadamente el periespíritu para que se sintonice mejor a sus vibraciones maléficas después de la llamada muerte del cuerpo físico.
Son pocos los espíritus que durante su existencia física se esfuerzan por vivir las enseñanzas espíritas y salvadoras dentro de la práctica del Evangelio Cristiano, con la firme creencia que los sacrificios y las vicisitudes soportadas en la materia les ha de garantizar la liberación espiritual en el plano invisible.
Los seres encarnados que descuidan su responsabilidad y cultivan los vicios y pasiones que tanto abundan en nuestro ambiente, cierran totalmente sus sentidos para no recibir las llamadas de advertencia que continuamente les hacen sus guías espirituales.
Es indudable que tales criaturas después de la muerte son recibidas en el astral por una sombría comitiva de las tinieblas, que exigen los derechos que adquirieron sobre los desencarnantes, quienes recibieron sus consejos e inspiración, cuando aún se encontraban en el mundo material.
La protección tan necesaria y deseada que todos necesitamos después de la muerte corporal, dependerá fundamentalmente de la clase o forma de vida que hayamos llevado a lo largo de nuestra existencia.
Cada ser se eleva accionado por su propio esfuerzo y sacrificio.
El miedo a la muerte, también produce serias dificultades en la última hora, porque detiene al desencarnante más tiempo del debido, junto a su cadáver, negándose a aceptar una realidad que él no quiere comprender, debido a la ignorancia sobre la realidad espiritual y sobre la inmortalidad del Espíritu, también influye en esto, el llanto y la desesperación de los familiares que con su misma ignorancia terminan por imantar al moribundo a su lecho, dificultando la rápida liberación de su Espíritu en el momento del desprendimiento.
Los hombres se preocupan mucho por conseguir una preparación universitaria y profesional, con el fin de conseguir bienes materiales y mejor posición social en la vida, gozando de todo cuanto ella pueda ofrecerle, y el verdadero sentido de la vida lo confunden o ignoran, no quieren saber nada sobre las necesidades que tiene su Espíritu inmortal, que debería ser lo más importante para ellos.
En esta situación se enfrentan con el terrible momento de la muerte, donde la vida corporal se escapa sin posibilidad alguna de retención, el miedo se apodera de ellos y se apegan desesperadamente a los últimos resquicios de vitalidad, queriendo resistir más tiempo para desatar los últimos lazos de la existencia terrena.
Si analizáramos este tema en todos sus matices sería muy largo de explicar, pero sí diremos que, los hombres y mujeres de nuestro planeta, se empeñan ciegamente en ignorar la finalidad de la vida humana, la inmortalidad del Espíritu y lo que es más grave, la existencia del mundo espiritual.
¡Por amor de Dios!
Dejemos de vivir con los ojos cerrados y recuperemos la vista, para conocer la verdad que nos libertará.
Hay muchísimas cosas que esta humanidad ignora, aunque al mismo tiempo se considera muy “sabia”. Si estudiamos el Espiritismo podemos comprobar fácilmente que todos tenemos compromisos asumidos con la Divinidad, para conseguir nuestro progreso espiritual a lo largo de los milenios transcurridos y las innumerables existencias físicas que hemos tenido: Dios nos permite construir de forma dinámica nuestro propio organismo carnal, con el fluido vital necesario e indispensable para conseguir las experiencias de la vida planetaria.
Todo esto, para adquirir bienestar, paz y eterna felicidad, obtenido con esfuerzo y merecimiento.
Sin embargo, pocas veces respetamos este compromiso asumido con la Divinidad, porque además de lesionar nuestro organismo físico, lo usamos para fines brutales en las sensaciones corrompidas, y nos revelamos cuando la ley nos impone la multa rectificadora de acuerdo con la falta cometida. Abusamos desatinadamente de los bienes y beneficios que Dios pone a nuestro alcance para nuestra ventura espiritual, pero es evidente que más tarde deberemos sufrir las necesarias rectificaciones, bajo el proceso doloroso del sufrimiento, en el mismo escenario del mundo, en el que cometimos la falta.
Aunque el Espíritu no sea consciente de su situación y continúe en la rebeldía o en los desatinos por largo tiempo, llegará el día en que tendrá que aceptar un programa integral y de sacrificio, para su recuperación espiritual. Entonces se ve obligado a aceptar una nueva encarnación en la vida física, para sensibilizar y depurar al Espíritu, en sufrimiento benéfico y reparador. Pero en ese momento, los familiares y la ciencia de los hombres, creyendo que ese sufrimiento atroz y de recuperación espiritual es injusto y cruel, resuelven intervenir y en un acto de “caridad”, cortan el proceso evolutivo de ese Espíritu, por medio de la eutanasia.
La ignorancia humana es muy atrevida y lo que ellos no pueden imaginar es que, con la eutanasia se transfiere para una futura existencia el dolor y el sufrimiento, que fueron reducidos por ese acto. Este procedimiento es discutible hasta por la razón humana. Nadie está autorizado para intervenir en los procesos evolutivos del Espíritu, que es eterno.
Toda intervención indebida, implica una punición, y adoptar la eutanasia, es una forma indebida, aunque se quiera justificar por un sentimiento de “piedad”, pero muchas veces este sentimiento caritativo se puede confundir con sentimientos de comodidad o egoísmo. No conviene dejarse llevar por el primer impulso emotivo, que equivocadamente podemos sentir, creyendo que es un sentimiento piadoso, pero que en lo más profundo de nuestro ser puede tener otro origen muy distinto.
Nosotros aún estamos lejos de conocer con claridad todo lo que el Espíritu pretende realizar cuando se encuentra encarnado en el cuerpo físico.
En lo más íntimo del ser humano siempre hay un punto débil pero predominante, que es vulnerable a las sugestiones maléficas de las influencias astrales, que puede servir de motivo básico para formar una idea negativa, necesaria para el éxito de la obsesión.
Es por esto que tenemos que saber que nuestros mayores enemigos están dentro de nosotros mismos, y deben combatirse con nuestra fuerza de voluntad, pues en verdad, nuestros defectos, vicios y debilidades, suponen un gran peligro, donde los delincuentes y perturbados desencarnados, se afirman para imponernos su voluntad obsesiva. Desde hace muchos siglos, la voz de los espíritus amigos nos dice: “conócete a ti mismo”, ésta es nuestra mayor seguridad y prevención para esas negativas influencias.
Los obsesores tienen una preparación muy extensa, la astucia es uno de los métodos que más resultados les da; saben explotar el punto más débil de sus víctimas, que casi siempre es ignorado por ellas mismas. Si la víctima no tiene conciencia exacta de su situación o no cumple fielmente los enseñamientos de los Evangelios de Jesús, no tardará en someterse al deseo y dominio de los espíritus inferiores.
El obsesor transporta hacia la consciencia de su víctima el “deseo fundamental”, que puede ser una vanidad reprimida, un orgullo oculto, un deseo cruel, una mal disimulada lujuria, propensión a cualquier tipo de drogas,… El obsesado, ignorante de los verdaderos propósitos del obsesor, se convierte en una víctima, pero responsable de todos sus actos, emociones y pensamientos.
Esto le crea un grave conflicto para su futuro; los obsesores se convierten en “socios” de su vida, y cuando el obsesado regrese al plano espiritual, le exigirán el pago del “servicio” que le han dado. Al mismo tiempo la ley de causa y efecto, le impondrá una rectificación dolorosa para corregir el daño que se ha hecho a sí mismo haciendo mal uso de su libre albedrío, y posiblemente a sus semejantes.
El ser humano es obsesionado porque se deja influenciar por las seducciones de la materia y descuida la vigilancia que debe tener para proteger su habitación carnal, porque justamente está orientada hacia un objetivo material que la domina.
Una vez alcanzado este dominio, los espíritus inferiores obsesores, procuran satisfacer los deseos y realizaciones peligrosas de sus “protegidos” prolongando cada vez más el trance seductor, y utilizando con más intensidad el punto débil de la criatura, que le permitirá un dominio mayor de su víctima.
Algunos pregonadores religiosos que se creen salvadores de la humanidad, adoctrinadores espíritas, críticos inteligentes de su trabajo hacia el prójimo y médiums de brillante fenomenología, se pierden porque los domina la vanidad o el orgullo, y esto porque no utilizan el sentido crítico de la célebre frase: conócete a ti mismo, y cierran los ojos a las más sensatas advertencias que reciben de sus guías espirituales, la vanidad los confunde y cometen las mayores equivocaciones como si fuesen manifestaciones de alta espiritualidad. Entonces se encierran en su auto-fascinación, convencidos por completo de su falsa modestia, ignorando que el viejo y astuto orgullo del pasado, aún está latente en nosotros, y puede estar surgiendo lentamente utilizado por la astucia de los espíritus que nos engañan.
A medida que el ser humano se rebaja por sus desatinos emotivos y desajustes mentales, poniéndose en un contacto peligroso con las influencias del astral inferior, también aumenta el imperio de las sombras sobre la Tierra.
La vida del Espíritu en las zonas astralinas, es muy difícil y dolorosa, los hermanos que por su mal comportamiento en la existencia terrena tienen que vivir allí, viven en un “infierno”; están llenos de deseos carnales que no pueden satisfacer, estos deseos se hacen más imperantes debido a las condiciones vibratorias del mundo astral, que acentúa las sensaciones del periespíritu, que es la sede de los deseos del Espíritu; esos deseos recrudecen y se vuelven más violentos al no poder saciarse por intermedio del cuerpo físico, al cual estaban unidos.
Igual sucede con tantos otros vicios dependientes, a los que el Espíritu estaba entregado y sujeto durante su vida en el cuerpo físico. Éste es uno de los motivos por los cuales, los espíritus desencarnados realizan tenaces esfuerzos para conseguir obsesar a un Espíritu encarnado, utilizándolo como un muñeco viviente que pueda satisfacer sus necesidades y vicios. Ésta es la razón de por qué los espíritus inferiores o vengativos, no aceptan sólo vengarse de sus enemigos, sino que además de vengarse realizan todos los esfuerzos para dominarlos y conducirlos, para hacerlos intermediarios e instrumentos dóciles a sus vicios y deseos, los cuales sienten como una necesidad desesperante desde que dejaron su última vida carnal.
Estos espíritus infelices, y que al fin merecen nuestra compasión, forman grandes agrupaciones delictivas, se ayudan mutuamente en sus trabajos vengativos, trabajan en equipos que actúan astutamente sobre los encarnados que por su debilidad se someten a su dominio, utilizándolos como “alimento” de sus insaciables vicios. Se ponen furiosos y aumentan su odio contra aquellos que quieren ayudar al obsesado y arrebatarles sus víctimas, y buscan un punto débil para poderles atacar también a ellos, con verdadera furia.
La venganza, casi siempre, es el argumento que utilizan para justificar sus acciones sombrías del mundo tenebroso en que viven, pero en verdad, lo que más les interesa es conseguir sus objetivos, para satisfacer sus deseos y necesidades viciosas, que los atormenta como un fuego que no se extingue.
Solamente el dolor en su intensa manifestación, consigue influenciar a los seres indiferentes o a los espíritus atrofiados por el exceso de goces o bienestar; pasiones y ambiciones por los bienes materiales que, a veces, se pierden porque la ley de la vida nos impone una incesante superación a todos los fracasos, sufrimientos o vicisitudes humanas.
Aun cuando los espíritus encarnados, se olviden de su cometido y se entreguen a una degradación completa, viven con la esperanza de alcanzar una situación venturosa; realmente les falta fuerza de voluntad para adquirir el control de su vida, y continuar cometiendo peligrosos desatinos contra ellos mismos. Se preocupan mucho por mantener una buena imagen hacia el exterior, dentro de la sociedad en que viven.
En lo íntimo de cada ser, se activa el deseo ardiente de poder recuperarse y renovar las esperanzas frustradas, pero este deseo no se puede realizar si antes no conseguimos nuestra transformación interior.
La elevación espiritual no se consigue sólo a saltos improvisados, sino que también se consigue por caminos más dolorosos y tortuosos, la criatura pobre, simple, humilde y bondadosa, está también elevando su Espíritu; y qué diremos de aquel que nace con discapacidad física o mental y que está soportando la prueba severa de una rectificación espiritual, maniatado por la ley que utilizó mal en el pasado. Casi siempre es un feroz enemigo de los padres que le ofrecen una nueva oportunidad para rectificar y perdonar.
Las pasiones y la agresividad aún pueden estar latentes o amordazadas en cuerpos enfermos. Si estos espíritus tuviesen libertad y un organismo sano, debido a su inmadurez psíquica no tardarían en cometer los mismos desatinos, crueldades y torpezas del pasado. Si no fuese así el Espíritu culpable no podría efectuar a corto plazo, una renovación espiritual tan necesaria para su evolución.
La elevación espiritual se hace por etapas distintas y con lentas modificaciones, sin violentar el libre albedrío del Espíritu.
Comúnmente el Espíritu invierte más de un milenio para sólo conseguir una virtud loable: como la resignación, la paciencia, la honestidad o la simplicidad, junto con la humildad.
El Espíritu que desencarna de forma prematura, sin tener en cuenta los casos de accidentes imprevistos y provocados, es una entidad bien situada espiritualmente, mientras que el que enfrenta una existencia larga, generalizando, tiene que expiar muchos defectos o cumplir grandes compromisos que también le exigirán grandes sacrificios.
Muchas veces consideramos como dolores y sufrimientos, las etapas o tiempos que tenemos que vivir en proceso kármico que, a su debido tiempo transforma al Espíritu humano en un ángel. Este sufrimiento no tiene carácter de punición por las faltas cometidas por los seres humanos, en esta o en otras existencias. Esas vidas dolorosas, son como etapas de perfeccionamiento progresivo, que conducen a los seres negativos hacia las más elevadas expresiones del Espíritu. El hombre sólo progresa cuando a través del dolor, se libera de las pasiones degradantes.
Ya sabemos que somos dueños de nuestra voluntad y libre albedrío, pudiendo practicar nuestras acciones a favor o en contra de nuestros semejantes, e incluso de nosotros mismos, pero tenemos que recordar siempre, que la ley de consecuencias, interviene siempre que nos desviamos de la línea que ella nos ha trazado, creando situaciones más dolorosas para nuestro futuro.
Ante la constante y eficaz presencia de la ley de Causa y Efecto, por detrás de cualquier acontecimiento inevitable o trágico, es preferible curvarse humildemente a la resignada convicción de que Dios es justo y siempre sabe lo que hace, para que finalmente todos nosotros alcancemos un estado de paz y felicidad.
El Espíritu es la mayor realidad que existe en todo el Universo y que sobrevive eternamente a las innumerables desintegraciones de los cuerpos que ocupó. La ignorancia de esa realidad es la que produce el sufrimiento prolongado, motivado por nuestro comportamiento negativo y el temor que aún se tiene a la muerte corporal.
Los espíritus enfermos y delincuentes, ya desencarnados, debido a su carencia de un cuerpo físico, viven excitados por deseos inferiores que antes satisfacían en la materia, y cuando dejan el cuerpo en la Tierra, ven con desesperación que no pueden gozar de los vicios que alimentaban su vida corporal.
Entonces procuran continuar con sus vicios y degradaciones, tratando de apoderarse de los hombres y mujeres que por su ignorancia están desprevenidos y no saben defenderse, a fin de transformarlos en verdaderas “fuentes vivas”, y conseguir el medio de hartarse en sus deseos mórbidos. A través de seducciones creadas y enseñadas por entidades diabólicas, terminan por agotar la vitalidad y defensa de sus infelices víctimas. Estas entidades astrales son tenaces, astutas pacientes, frías y sin ningún escrúpulo; con tal de conseguir sus objetivos, intervienen incesantemente sobre el mundo material en busca de víctimas pasivas y descuidadas, con las que puedan realizar sus intentos malvados, dominando su voluntad para introducir en ella los deseos por las pasiones pervertidas. Una vez conseguido este objetivo, sus víctimas se convierten en esclavos sumisos de su maléfica voluntad.
La ley de afinidad o correspondencia vibratoria, actúa con más facilidad y sutilidad entre el mundo astral y físico, siendo relativamente fácil la operación para los espíritus viciados que se sintonizan a los periespíritus de los encarnados, con la finalidad de satisfacer sus apetitos inferiores y practicar torpezas y abusos inimaginables.
Aquellos que no se deciden a modificar su desordenada forma de vida, no tardan en ser dominados por esa fuerza negativa y se convierten en esclavos de la mórbida voluntad de los espíritus perversos. Después de perder el control de sí mismos, manifiestan extraobsesoresñas y confusas enfermedades que presentan diagnósticos confusos por parte de la medicina terrena, y pasan a vivir un estado excitado, afligido y de continua preocupación. Los presuntos “dueños” de su voluntad, con mucha astucia evitan que presten cualquier atención o aproximación amiga o redentora, que le sacaría de su situación.
La técnica que utilizan los obsesores sabios del astral inferior, es muy eficaz, rodean a sus obsesados de cuidados especiales, para que se aparten de las personas, ambientes, lecturas, doctrinas o películas, etc. que puedan despertarles la conciencia adormecida y se den cuenta de su triste situación y de la esclavitud en que viven, dominados por los vicios.
Es muy difícil contabilizar la cantidad de contradicciones, vicios, frustraciones, defectos o emociones incontroladas, que pueden servir de motivo suficiente para que los realicen su trabajo con mucho éxito, emprendido por los espíritus de las sombras, gracias al descuido de los encarnados.
En base a la ley de afinidad vibratoria, que determina las afinidades o simpatías entre todos los seres, somos nosotros los que creamos la receptividad favorable para la presencia angélica o clima electivo para la penetración e influencias peligrosas de los espíritus inferiores de las sombras.
Si estamos verdaderamente dispuestos a sacrificar nuestros intereses y deseos materiales, para conseguir la elevación de nuestro Espíritu, podemos conseguirlo; creando un ambiente vibratorio para estar en continua comunicación con el mundo superior.
Si nos dejamos dominar por las pasiones indignas, los vicios degradantes, y lo que es peor, la envidia, los celos y el orgullo, seremos un campo abierto para las embestidas hábiles del astral inferior. Estos espíritus delincuentes y viciosos del Más Allá, buscan todas las causas morales, y mentalmente vulnerables de las personas con tendencias viciosas que puedan ser sus víctimas y poder explotarlas. Les sugieren de forma malévola que busquen en el vicio o en los placeres un consuelo para el mal que supuestamente padecen. Se interesan, en especial, por las personas orgullosas, envidiosas, livianas, negligentes y muy comprometidas con los bienes y pasiones materiales.
Si no fuese tan grande la decadencia espiritual y el ostensivo consentimiento pecaminoso entre los hombres y mujeres, bastante débiles de carácter, aún les sería posible a los protectores espirituales reducir la creciente perversión moral que cada día está aumentando.
El prematuro deseo de los jóvenes modernos de hoy por emanciparse intelectualmente, sin alcanzar el equilibrio moral, crea el problema del menor delincuente, de la juventud desviada y descarriada; esto se adapta perfectamente a un peligroso siglo científico y a su atmósfera alterada por innumerables contradicciones, rarezas y rebeldías a los principios pacíficos y evangélicos expuestos por Jesús.
Los espíritus de las sombras trabajan para dominar la mente de esos jóvenes, haciéndoles creer que los Evangelios de Jesús sólo son un pasatiempo ridículo, propio de una época supersticiosa y llena de excomulgaciones, de tutelas religiosas y castas privilegiadas… Las sombras hacen creer a los jóvenes que el “evangelio” de la hora presente, es la rebeldía en toda expresión conservadora y deben rechazarse todas las normas de los tiempos antiguos, que traen sobre sus escrituras el polvo de los siglos y no se adaptan a la realidad científica de estos momentos.
Los espíritus de las sombras, malévolos y astutos, siembran sus ideas realizando un trabajo malicioso capaz de confundir y dominar a las mentes descuidadas, incapaces aún de pensar con total independencia… Estos elementos sombríos, exponen así sus ideas:
“Jesús fue un excelente filósofo que pregonó una buena doctrina para su época, ¿mientras tanto cómo conciliar los electrones que pueden modificar la superficie del planeta, con los granos de mostaza que remueven las montañas? Jesús fue bueno, puro y un hombre sincero, pero ahora está muy alejado de la grandeza científica del siglo XXI, por lo tanto es muy poético, pero inaceptable para nuestra época”…
De esta influencia negativa, astuta, mal intencionada y obsesiva, emana ese desinterés profundo de los jóvenes de la actualidad, imprudentes que confunden el descontrol espiritual con la emancipación intelectual, y sin darse cuenta se esclavizan a los genios del mundo de las sombras, con la vida espontánea y materializada.
Incapaces de comprender que cuando se reúnen en ruidosas algarabías y festivas demostraciones de libertad, empiezan a contrariar los compromisos del Espíritu, de la vida y de la responsabilidad de cumplirlos; entregándose al vicio del alcohol, tabaco y otras drogas.
Los obsesores los vigilan desde la vida invisible, saturando su mente con sugestiones atractivas para debilitarles y que se dejen llevar por el camino que los convertirá en los nuevos “alimentos vivos” para los hambrientos del Más Allá.
La voluntad negativa, no se puede imponer a un Espíritu encarnado a través del proceso instintivo, ni aunque el Espíritu obsesor posea psiquismo vigoroso. No es posible vencer la voluntad del encarnado cuando éste tiene una firme voluntad y a través de su libre albedrío, controla con firmeza sus facultades mentales, sin controlar nuestra mente, cuando nosotros nos descuidamos e inconscientemente nos ponemos a disposición de ellos, entonces nuestras defensas se debilitan y nos dejamos manipular por estos espíritus mal intencionados.
Así como recibimos las intuiciones de nuestros guías espirituales, en forma de sugestiones o invitaciones hacia el bien, que podemos aceptar o rechazar, también las instrucciones negativas se plasman bajo nuestra libre y exclusiva voluntad.
El Espíritu encarnado sólo queda anulado en su libre albedrío y pierde el dominio de su cuerpo en los casos de obsesiones posesivas, relacionadas con rectificaciones kármicas o cuando están obsesados por el vicio degradante.
Las familias que ignoran la peligrosa intervención, de los elementos de las sombras en la intimidad de su hogar, y que además viven la vida con un sentimiento material, contribuyen inconscientemente para alejar la ayuda espiritual que sin duda podrían recibir; esta situación se agrava muchas veces por el jefe de la familia, si se encuentra influenciado por los fluidos negativos del Más Allá.
Las familias terrenas, muchas veces, no dejan de ser el punto de encuentro donde se reúnen los espíritus para la mutua lucha, a favor de la victoria del capricho, el orgullo, el amor propio, los celos, etc.
En el mundo astral, invisible para nuestros ojos, se efectúa un trabajo incesante, perseverante y disciplinado, para que los espíritus encarnados vean debilitadas sus defensas espirituales, confundan sus sentimientos, equivoquen sus razonamientos y faciliten los planes tenebrosos del astral inferior.
Los perseguidores del mundo de las sombras, son astutos y muy pacientes, viven sembrando intrigas y confundiendo a sus víctimas, hiriendo el amor propio, excitando la vanidad, el orgullo, los celos, la envidia, la ambición y el egoísmo, para convertir a la criatura en un instrumento dócil a sus caprichos.
Si no estamos vigilantes y no vivimos la vida según las enseñanzas evangélicas de Jesús, si no estamos fortalecidos para rechazar sus ataques, que muchas veces llegan a través de nuestros seres queridos, entonces también seremos víctimas de ellos.
Vivimos en un mundo en que los siglos se han acumulado uno sobre el otro, y el hombre aún no se dio cuenta de que el principal objetivo que debe conseguir, es el de conocerse a sí mismo.
El hombre ha luchado para conquistar las empresas más peligrosas de la Naturaleza, pero se ha desinteresado por su elevación espiritual y la incredulidad sobre los valores nobles de la vida, aún los sigue ignorando, lo que facilita mucho el trabajo incesante de las fuerzas negativas, que perturban el ambiente de este mundo.
José Aniorte Alcaraz