
Dice Castelar, (muy oportunamente) que no hay ningún hombre a la altura de su idea. Es muy cierto, ciertísimo, por eso sin duda alguna, muchos espiritistas tienen sobra de buena fe, y falta de sentido común, siendo su mayor desgracia la de ser médiums.
La mediumnidad en ciertos seres es una verdadera calamidad, porque les convierte en el hazme reír de los desocupados, de los maliciosos y de todos aquéllos que se complacen en evidenciar las debilidades ajenas, viendo como suele decirse, la paja en el ojo ajeno, sin ver la viga que llevan en el suyo.
Entre las plagas del Espiritismo, figuran en primera línea los médiums ignorantes, aquellos que con una fe inmensa, creyendo que cada Espíritu es semejante a Cristo, escuchan con el mayor recogimiento las palabras que les dictan los seres de ultratumba, copiándolas con verdadera veneración, aunque sea un escrito, como se dice vulgarmente, sin pies ni cabeza.
En esta clase de comunicaciones, abundan los anuncios proféticos de mejores días, y a veces, por el contrario, predicen calamidades y castigos para las gentes de poca fe.
Pero todo esto, dicho con más desatinos que palabras: lo que a nosotros nos causa profunda pena, pues vemos que la ignorancia es perjudicial en todas las escuelas y muy perjudicial también en el Espiritismo Filosófico; porque lo más sublime, lo más grande, lo que más hace pensar y discurrir a los profundos sabios, queda reducido en poder de los ignorantes a una serie de comunicaciones insulsas que hacen reír a los indiferentes, y hacen llorar a los que verdaderamente conocen y estudian las verdades fundamentales del Espiritismo.
Hay una especial monomanía en crear Centros Espiritistas y desarrollar médiums, sin escoger con prudencia un presidente o director que sea medianamente entendido, que sepa distinguir fácilmente el oro del oropel, y no se deje engañar por los espíritus, que tomando nombres retumbantes (que nunca les han pertenecido), dicen las mayores simplezas y majaderías, que son aceptadas como artículos de fe.
En estos centros se dedican con preferencia, a las curaciones, y nada más cómico que una de esas sesiones en que unos cuantos infelices (no infelices por su humilde posición social, sino por su falta de entendimiento), le van explicando al médium sus dolencias y padecimientos, y éste, magnetizado por los espíritus, va recetando las medicinas más vulgares que ya dieron al olvido nuestros abuelos, por haber dado la ciencia médica pasos de gigante con el sistema homeopático el dosimétrico, el hidroterápico y otras muchas aplicaciones que hoy tiene la medicina y que emplean admirablemente el Dr. Pasteur, el Dr. Ferrán y otros sabios dedicados al bien de la humanidad, a su mejoramiento físico que tan necesario es para su engrandecimiento intelectual.
Hoy que las leyes higiénicas están al alcance de todos, que hay gimnasios para el desarrollo de los seres enfermizos y anémicos, la medicina dada por los espíritus, compuestas de aceites antihistéricos, infusiones de distintas hierbas, unturas con bálsamos y bayetas amarillas para conservar el calor en la parte lesionada; este sistema de curación (verdaderamente primitivo), excita la risa entre los curiosos y causa honda pena entre los que conceptúan las comunicaciones de los espíritus, como uno de los bienes más inmensos que Dios ha concedido a la humanidad.
Las comunicaciones de ultratumba, que bien comprendidas, dan tanta luz sobre el pasado de las humanidades, sobre el presente de los pueblos y el porvenir de todas las razas… las comunicaciones de espíritus formales y sensatos, que dan tanta resignación a los desgraciados, haciéndoles comprender el porqué de su infortunio, las comunicaciones, que levantan el velo de lo desconocido y presentan nuevos y dilatados horizontes, las comunicaciones que nos hablan de la verdadera historia universal, mostrándonos las cunas de las religiones y los ídolos de los tiempos prehistóricos, las comunicaciones, que nos han revelado la existencia de innumerables humanidades, que habitan los mundos que ruedan en el Universo; las comunicaciones que son ciencia, vida y amor, cuando se las estudia con cordura cuando no se deja uno seducir por nombres de relumbrón; las comunicaciones que hacen más comprensible la grandeza de Dios; en poder de seres ignorantes,
¡Cuánto daño hacen a la humanidad!
En algunos Centros Espiritistas, ¡Cuánto sufrimos algunas veces! Diciendo con amarga tristeza:
como bien dicen; de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso.
Nada mejor que un buen Centro Espiritista, si en él se celebran distintas sesiones; para desarrollo de médiums, para estudios filosóficos, conferencias públicas y controversia entre dos escuelas, presidiendo en todas las reuniones, la seriedad, el buen deseo, y un recto criterio; y nada peor a la vez que un Centro Espiritista donde el presidente y los concurrentes, sean unos benditos de Dios que hayan dejado los santos de barro para postrarse humildemente y recibir las comunicaciones de Santa Teresa, (que es una santa que siempre la traen a retortero en los malos centros espiritistas) lo mismo que de Magdalena, San Juan, San Pedro y otros varios santos de la corte celestial, que siempre están conversando con los espiritistas sobrados de buena fe y faltos de sentido común; porque se necesitan muy buenas tragaderas, para aceptar comunicaciones cuyo lenguaje ramplón, está muy lejos de asemejarse, al que usaban estos espíritus cuando estaban en la Tierra.
Si durante su vida fueron modelos de buen decir, y no se supo qué admirar más en sus escritos, si la forma, o el fondo.
¿Cómo han de haber retrocedido para hablar tantas simplezas y recetar medicinas, que sólo los más incultos campesinos hacen uso de ellas?
No basta para ser espiritista, decir:
“Yo creo que los espíritus se comunican, yo creo que sus consejos son luz y verdad, y que en sus cálculos son infalibles. Yo abdico mi entendimiento y mi voluntad y me someto humildemente a las prescripciones de los espíritus”.
Este modo de creer hace fanáticos, hace de seres racionales instrumentos inconscientes de voluntades de ultratumba, que no se sabe a punto fijo con el rumbo que navegan, pues mal se pueden conocer las intenciones de seres invisibles, cuando muchas veces desconocemos las de aquellos que se llaman nuestros más íntimos amigos.
En el espacio, lo mismo que en la Tierra, cada ser trabaja para engrandecer su ideal favorito, y hay espíritus que aconsejan a sus oyentes, que rindan culto a tal o cual creencia; por esto, lo de menos es recibir comunicaciones de los espíritus, lo que más interesa es estudiar y analizar los dictados de ultratumba, para no ser engañados y servir de juguete a los desocupados del espacio.
Hay que desconfiar mucho de los médiums que en una sesión sirven de intérprete a cuatro y cinco espíritus, pues por regla general, suele ser un solo espíritu que se comunica bajo diversos nombres, cual de todos, más notable en los fastos de la historia.
Un Espíritu de buena intención, no menciona generalmente su nombre, ¡Se han tenido tantos!… Que es completamente indiferente presentarse con uno o con otro, y si usa algún nombre cuando se familiariza, es indudablemente uno que no tiene importancia histórica de ninguna especie.
La verdadera comunicación, la que da un Espíritu deseoso de ser útil a los terrenales, se distingue por la sencillez y naturalidad del lenguaje, por sus justas y atinadas observaciones, sin llegar nunca al consejo imperativo que se convierte en mandato, sino que muy al contrario, deja completa libertad de acción a los que moran en la Tierra, pues sin el uso de su libre albedrío, dejaría de ser el hombre, responsable de sus actos.
Se conoce la buena influencia del Espíritu cuando el médium no se envanece de las comunicaciones que recibe, y escucha sin lastimarse su amor propio, las observaciones y censuras de que suelen ser objeto sus comunicaciones.
Los buenos médiums, son instrumentos puramente pasivos, que se prestan dócilmente siempre, que los espíritus no molestan en lo más leve su organismo; mas desconfíese de todo médium que se enoje porque se le diga que recibe malas comunicaciones, pues tan imperfecto es el Espíritu comunicante, como el transmisor de sus pensamientos.
Hay también otra plaga en el Espiritismo: los apóstoles; éstos son seres ignorantes la mayor parte de ellos, algunos de muy buena intención, que se creen los continuadores de la obra de Cristo, y otros, (que son la mayoría) no son más que unos pacíficos vividores, que prefieren la vida del azar y de la holganza a la sujeción del trabajo y al cumplimiento del deber; porque hay entre ellos hombres casados que han abandonado a su familia, para irse a curar enfermos por esos mundos de Dios.
Nada más grande que la mediumnidad curativa, nada más maravilloso en algunas ocasiones, pero nada tampoco más ridículo ni más perjudicial que las prácticas de algunos apóstoles queriendo alejar de los pacientes a los espíritus (que según ellos les atormentan), confundiendo las dolencias puramente físicas, con las obsesiones o malas influencias de enemigos invisibles.
Nada más admirable que el Espiritismo Filosófico, nada tan trascendental como las buenas comunicaciones de los espíritus, y nada tampoco más irrisorio que los malos Centros Espiritistas donde se escriben colecciones de anuncios espirituales y filosóficos.
El Espiritismo no necesita de mansos corderos y humildes ovejas, no; lo que le hace falta, son hombres inteligentes y mujeres de buen sentido que sepan pensar por sí mismas, sin necesitar del confesor para ser buenas esposas, madres modelo y verdaderas hermanas de la caridad, consolando a los afligidos y velando por los enfermos.
Mucho hay que escribir sobre las plagas del Espiritismo, que muchas han caído sobre él, como sobre todos los grandes ideales; y aunque el Espiritismo, es semejante al Sol, no se oscurece su brillo porque el negro humo de la ignorancia levante sus densas nubes; es necesario deslindar los campos y decir: éste es el trigo y aquélla la cizaña.
El estudio razonado del Espiritismo es la vida.
La ciega credulidad en los mandatos de los espíritus, es la muerte de la razón y de la dignidad humana.
No confundamos la luz con la sombra.
No hagamos uso de la ciencia universal, para darle forma al fantasma del oscurantismo.
¡Espiritistas racionalistas!
Rechazad con energía las plagas del Espiritismo.
Amalia Domingo Soler
La Luz de la verdad