Un lecho de flores

¿En qué consiste ésta? En la justicia de Dios, en dar a cada uno según sus obras, pero el premio merecido y el castigo justificado, no pueden apreciarse ni comprenderse, sin el profundo estudio del Espiritismo, porque al parecer, en la Tierra, los bribones, los malvados, y los entes más miserables suelen vivir nadando en la abundancia sin penalidades, sin enfermedades, sin nada que amargue sus horas, y en cambio las almas buenas, los seres inofensivos, sufren hambre, sienten sed, tienen frío y cruzan la superficie de este planeta, sin encontrar en su larga calle de la amargura, un Simón Cirineo que les ayude a sostener, el enorme peso de su cruz.

Antes de conocer la filosofía espiritista, nos llamaba mucho la atención el desequilibrio social, y llegó el día que concluimos por negar la existencia de Dios, pues no podíamos creer que viviera la injusticia amparada por su amor.

Siempre nos han horrorizado los males físicos, y aunque dijo Campoamor que: Ante la horrible tempestad del alma ¡Las tempestades de la mar qué son!

Aunque es muy cierto, que la enfermedad del Espíritu es superior a todos los dolores, sin embargo, las dolencias físicas nos han producido siempre inexplicable espanto.

Esos enfermos prisioneros en un sillón o sepultados en el lecho, años y años, nos ha causado tanta angustia su contemplación, se han grabado en nuestra mente con tal fijeza sus doloridas imágenes, que las hemos visto en nuestro sueño y en nuestra vigilia, quitándonos la alegría de nuestras horas de solaz, pues al disfrutar en el campo de esa calma que adquiere el Espíritu contemplando las bellezas de la naturaleza, hemos recordado a los esclavos del dolor y hemos dicho: ¡Pobrecitos! ¿Por qué vivieron encadenados?

Entre los muchos enfermos que hemos tratado, nos causó penosísima impresión una buena y reducida familia que conocimos en Madrid, compuesta de dos hermanos Felipe Ruiz y su hermana Jaima, vivían en la más modesta medianía, se puede decir que con la escasez de la miseria.

Su pequeño cuarto, no contenía más que los muebles indispensables para no dormir en el suelo, no comer como los presidiarios y no sentarse a la usanza oriental.

Él tendría treinta años, cuando después de haber sufrido mil penalidades en la guerra, le dieron la efectividad de capitán: sueño acariciado durante muchos años, y cuando le estaban haciendo el uniforme, cuando su hermana Jaima ya le veía en su mente, tan apuesto y tan elegante luciendo sus tres estrellas; después de haber comido el rancho desde temprana edad, cuando ya se veía en la opulencia en comparación con la horrible miseria que les había atormentado toda su vida, cuando ya Felipe había sentado la cabeza; porque había sido un hombre de poco juicio, siempre en el garito, sin acordarse de su infeliz hermana que se moría de hambre poco a poco, cuando el arrepentimiento más espontáneo y más sincero había operado un cambio absoluto en el atolondrado Felipe, que quería a su hermana como si fuese su hija, pero a pesar de su cariño le había hecho verter mares de llanto, cuando en aquel hogar siempre triste y solitario se escuchaba de continuo la sonora voz de Felipe, hablando con sus compañeros durante la velada, mientras Jaima cosía tranquilamente mirando a su hermano con inmensa gratitud, por haber vuelto como el hijo pródigo diciendo: hermana mía, perdóname mis extravíos, mucho te he hecho sufrir, lo confieso, pero de hoy en adelante tendrás en mí un verdadero padre, que bien merece tu abnegación y tus sacrificios la recompensa de mi conversión.

Efectivamente, Jaima había sido un modelo de paciencia y de resignación, porque había sentido los horrores del hambre y por no descubrir las locuras de Felipe, a nadie acudió en demanda de auxilio, su hermano llegó una noche y se la encontró exánime, porque durante dos días no había tomado alimento.

Ante aquella mujer heroica, Felipe se sintió humillado y cogiendo sus manos heladas, murmuró con inmensa amargura:

¡Soy un miserable! Pero…yo sabré ser grande como tú, y desde aquella noche, aunque siguió imperando la miseria, por el atraso y las deudas contraídas, reinó entonces la más dulce tranquilidad, porque Felipe se dio palabra a sí mismo de no pisar más garitos, y lo cumplió; y cuando a fuerza de heroicas privaciones habían pagado las mayores deudas, cuando Jaima sonreía dichosa pensando en la transformación de su hermano, cuando habían recibido la más cordial enhorabuena por haber ascendido Felipe a capitán, éste llegó a su casa una noche diciendo:

No sé qué tengo, me habrá cogido algún aire, todo el cuerpo me duele, me acostaré y tomaré un sudorífico, que mañana tengo que estar bueno porque entro de guardia.

Jaima, que para hermana de la caridad no habría tenido precio, se apresuró a abrigar a su hermano y pasó la noche intranquila, presintiendo su Espíritu la horrible tormenta que se iba a desencadenar sobre su hogar.

Al día siguiente Felipe se quiso levantar, se vistió con sumo trabajo y al ir a echar sus piernas, éstas flaquearon y tuvo que sentarse porque no podía sostenerse en pie.

Vino el médico, éste pidió junta y después de sacrificios inmensos y de pasar meses y meses pidiendo a la ciencia médica un eficaz remedio, los doctores más renombrados declararon que la enfermedad de Felipe era incurable, padecía reblandecimiento de la médula espinal, y aquel hombre activo, apuesto y gallardo, vivió dieciocho años sentado en una silla, después de comer se paseaba por su aposento apoyándose en un bastón y en sillas que ponía Jaima formando una estrecha senda, y si alguna vez se aventuraba a salir con algún amigo, pagaba caro su salida del cautiverio, pues casi siempre se caía sufriendo el golpe de la caída y la vergüenza de rodar por el suelo.

Diez años llevaría de enfermedad cuando le conocimos

¡Qué impresión tan dolorosa nos causó, la primera vez que le vimos!

En su pequeño cuarto donde, como hemos dicho antes, faltaba casi lo más necesario; la compasión más inmensa nos hizo llorar contemplando aquel infortunio.

Era un hombre joven, con una posición honrosa, con un porvenir glorioso, porque tenía fama de valiente y en la carrera de las armas el arrojo es el mejor patrimonio, con una figura agradable, con mediana instrucción, con muy buen criterio, con grandes aspiraciones, con nobleza de sentimiento, y todas estas buenas condiciones, ¡De nada le habían servido!… dominado por fatal dolencia, sufriendo dolores inaguantables en sus débiles piernas, sentado en una pobre silla; años y años sin ver más que las paredes de su pequeño aposento, su vieja mesa cubierta con una bayeta verde y unos cuantos libros, periódicos y otros papelotes, allí moría lentamente un hombre que por la calle no había sabido ir nunca despacio, y que las horas que estaba en su casa, tenía que hacer algo para estar siempre en movimiento.

Un hombre que había vivido en los campos de batalla y en ellos había soñado con ser generalísimo del ejercito español, que jamás había temblado ante el enemigo, que amaba el peligro por temperamento y verse reducido a la impotencia sintiendo vértigos cuando quería dar un paso, pues su vista o su imaginación agrandaba de tal modo su reducido aposento que para él era una plaza inmensa y Jaima había de formarle un estrecho camino con sillas.

¡Pobre Felipe y pobre Jaima!

Qué vida tan monótona pasaban; para ellos todos los días eran iguales, vivían muy pobremente, pues en medicinas gastaban más de la mitad de la paga, porque siempre Felipe aparte de su dolencia crónica tenía algún que otro achaque, así que no podían permitirse la menor distracción, siempre la misma comida.

Ya podían venir fiestas que para ellos todos los días eran iguales, y aceptaban su martirio con tan heroica resignación, que siempre su casa estaba llena de infortunados que iban a pedirles consejo en sus aflicciones, y amparo en sus miserias y a pesar de que ellos carecían hasta de lo necesario, más de una vez vimos sentados a su mesa, niños huérfanos y ancianos desvalidos.

Cuando conocimos a esta desgraciada familia, aún no deletreábamos el A B C del Espiritismo, y al verlos tan buenos y tan desgraciados, decíamos con amargura: si es que Dios existe, ¿Cómo permite tanta injusticia?

Algún beato ignorante dice; que Felipe sufre el castigo de sus locuras pasadas, pero la pobre Jaima que toda su vida ha sido una mártir ¿Por qué ha de pagar ahora culpas que no ha cometido? ¿No parecía más justo que disfrutara de tranquilidad y de alegría al lado de su hermano redimido? ¿No sería este hombre más útil a la sociedad habiendo podido crear una familia, llegando a ser un día por su valor un héroe que diera honra a su patria?

Pues, si a Dios (según los católicos), le basta un segundo de arrepentimiento para que el criminal empedernido, entre como el hijo pródigo en el reino de los cielos, ¿Cómo a éste que tan manifiestamente se arrepintió, le niega la entrada y el sitial en el banquete de la gloria eterna?

¿Por qué esta pobre familia, que en medio de su miseria atiende a otros necesitados, no encuentra gracia ante la clemencia de Dios?

Si el que peca y se arrepiente, limpio queda de pecado, ¿Por qué Felipe es un mártir después de confesar y lamentar su falta?

Y Jaima que no ha pecado, ¿Por qué ha de sufrir las consecuencias de ajenos desaciertos? ¿Por qué sus grandes y hermosos ojos han sido siempre copioso manantial de lágrimas abrasadoras? ¿Por qué se agotó su juventud sin haber aspirado el dulce aroma de las ilusiones? ¿Por qué tan amargas realidades para una mujer tan buena? ¿Por qué tanta miseria, y tanta estrechez para seres tan generosos, que se quitan el pan de su boca para dárselo al niño hambriento?

Éstas eran nuestras reflexiones, siempre que pasábamos algunas horas en compañía de aquellos dos seres tan buenos, tan dignos y tan sufridos; hasta que conocimos y estudiamos el Espiritismo, entonces otras fueron nuestras consideraciones; los contemplábamos y decíamos:

¿Qué habrán hecho ayer? ¿Qué páginas habrán escrito en la historia universal? ¿Qué tiranía habrán ejercido, para vivir hoy tan esclavizados?

Dieciocho años duró el martirio de Felipe y Jaima, hasta que al fin después de horrorosos sufrimientos, dejó su envoltura, quedando la pobre Jaima abrumada por una de esas penas que no tienen explicación posible, hay dolores que ni el que los sufre llega a comprender su intensidad, cuando se está en el período álgido de la prueba, no se sabe medir la profundidad del abismo en que uno se encuentra; se mide después, cuando desde el borde se mira al fondo, entonces es cuando se dice: parece imposible que haya tenido fuerzas para sufrir tanto.

Por algo que no nos hemos podido explicar, a pesar de lo mucho que deseábamos saber sobre la vida pasada de Felipe, dejamos transcurrir bastante tiempo, nos parecía que no debíamos escudriñar la historia de su ayer, y sólo de vez en cuando nos atrevíamos a preguntar el estado de su Espíritu, hasta que últimamente el guía de nuestros trabajos literarios nos dijo así:

“Leo perfectamente en tu pensamiento y debo decirte, que no reprimas tus preguntas, sobre el pasado del Espíritu que tanto sufrió en su última existencia; puesto que el móvil de ellas no es la pueril curiosidad, ni es para hacer hipócrita y excesiva demostración de asombro, diciendo:

¡Qué malo fue! No; tú preguntas para enseñar, preguntas para hacer un sencillo y fiel relato, que sirva de útil ejemplo a aquellos que padecen y acusan a Dios, porque no tiene clemencia de sus dolores; tú quieres demostrar que la gran ley nos obliga a pagar ojo por ojo y diente por diente; tú quieres repetir en voz muy alta que no hay desheredados ni elegidos, que no hay más que sembrar y recoger.

Si la semilla que se arroja en el surco de las existencias, consiste en buenas obras, la cosecha es amor y bienaventuranza; si por el contrario son los granos podridos de los crímenes, la recolección es abundante en sufrimientos, sin tener derecho a ser dichoso quien no ha procurado atesorar virtudes, y siempre que veas esos enfermos incurables, siempre que contemples esos cuadros horribles de miseria, de aislamiento, de soledad, de dolor sin tregua, murmura con tristeza:

¡En Dios todo es justicia, acatemos resignados el cumplimiento de su gran ley!”.

“El Espíritu que en esta encarnación has conocido postrado por terrible enfermedad, no ha tenido más que una virtud en sus anteriores existencias; responder él mismo de todos sus actos, sobre nadie ha descargado el enojoso trabajo de castigar, ni a nadie ha comprometido haciéndole aparecer como culpable; siendo él, el delincuente, siempre ha sido el primero en confesar su traición; ésta ha sido su única virtud, demostrar sus odios, sus antipatías, sus ambiciones, sus crueldades, sin atenuar en lo más leve la enormidad de sus delitos, no ha sido hombre vulgar, siempre ha emprendido grandes empresas.

Espíritu de conquista ha combatido con arrojo por someter a su duro dominio pueblos indefensos, valiente hasta la temeridad, ha vivido siempre en lucha encarnizada con los moros fronterizos, y con los vencidos ha sido tan implacable y tan cruel, les ha hecho sentir de tal modo su condición de esclavos, les ha sometido a tratamientos tan humillantes y tan dolorosos, que necesariamente, él que se ha complacido en triturar a sus semejantes, no le queda más camino que el del sufrimiento, por eso esta vez ha sufrido dolores tan irresistibles que no lo habéis comprendido en todo su horror, porque él ha sabido sufrir heroicamente sin exhalar apenas una queja, pero ha sido un mártir porque ha vivido entre los tormentos de la inquisición”.

“No podía ser de otra manera, entre sus crueldades figura el cautiverio de un caudillo de Mahoma; que lo tuvo prisionero en una mazmorra gran número de años, sujeto con tres argollas de hierro una en el cuello, otra en la cintura y otra le abarcaba las piernas, los pies bañados de continuo en agua cenagosa, se le pudrieron al infeliz, y su dueño se complacía en visitarle de vez en cuando para insultarle, para escupirle al rostro y repetirle que lo odiaba con todo su corazón, y que no le había matado para gozarse en su agonía”.

“Estos atropellos, estos crímenes ¿Qué han de producir? ¿Qué fruto pueden dar? Existencias como la que has visto, y todavía su crueldad merece mucho más, pero el Espíritu paga principalmente, no la cuantidad de los desaciertos, que obedecen en gran parte a la ignorancia del que los comete y a la barbarie de determinadas épocas; lo que se paga ojo por ojo y diente por diente es el ensañamiento, la premeditación del delito, el cálculo empleado en atormentar, la satisfacción impía del que goza viendo padecer y Felipe ha pagado en esta existencia, sus visitas al cautivo en la mazmorra; su expiación ha sido justa, no lo dudes, y premiada al mismo tiempo su única virtud, teniendo a su lado a un ser que le ama desde hace muchos siglos, habiendo sido su madre y su hermana repetidas veces, y en esta existencia que tanto había de sufrir, ella pidió el lazo fraternal para convertirse en su ángel bueno, ya que de madre no podía servirle; porque la expiación de Felipe, no le permitía tener una madre tan buena, tan apasionada y tan heroica como Jaima lo hubiera sido.

Tenía que verse despreciado y maltratado, y escogió lo que realmente le pertenecía; que el padre y la madre son dos figuras de tal importancia en la vida humana, que cuando se tiene un padre miserable o una madre prostituta o despegada del hogar doméstico, no te quede la menor duda de que el hijo o los hijos de aquellos seres, no merecen la protección de un padre ni la abnegación maternal; nacen de una mujer unida a un hombre porque la especie humana así se reproduce, no porque merezcan gozar de las dulzuras y del amor de la familia; y el que se ha condenado a pagar una deuda terrible, si tiene un buen padre lo pierde en edad temprana, o sucumbe su madre al darle a luz, o contrae nuevas nupcias apenas su hijo comienza a pronunciar su nombre, para que no le quede más que vago recuerdo de ese amor divino superior a todos los amores”.

“Crecer sin la tierna solicitud de una madre ni la previsora protección de un padre, es la señal inequívoca, es la marca infamante que trae el Espíritu de su degradación anterior; esto es en términos generales, que no os faltan criminales en la Tierra, que tienen padres honradísimos que se desviven por sus hijos, aunque es muy distinto venir a expiar o a seguir la senda del crimen; para lo primero todo ha de ser sombra, para lo segundo a veces el Espíritu escoge buenos padres, porque éstos tienen que expiar, y los crímenes de su hijo constituyen su horrible expiación”.

“La base de una existencia es la madre que nos acaricia y el padre que nos bendice, los que crecen sin ese refugio del hogar paterno, ¡Cuán dignos son de compasión! Porque indudablemente quebrantaron las leyes Divinas y humanas”.

“Deseas saber como sigue Felipe, se encuentra relativamente bien, con esa melancólica tranquilidad, que se experimenta cuando se ha pagado una deuda terrible y aunque muchas le quedan, como valor no le falta, mira a su pasado, sondea su porvenir, suma las cantidades pagadas y las que aún tiene que pagar, y no se abate ni se amilana, confía en su fuerza de voluntad, espera en la ley del progreso y no duda que para todos los espíritus hay un rayo de sol en el infinito”.

“Para los grandes opresores de los pasados siglos, no hay en el espacio seráficas alegrías, los que mucho han pagado en la Tierra no pueden batir palmas hasta que no se dan cuenta de su transformación; ante la realidad de la vida, tarda mucho el Espíritu en sonreír, lo que hace es recobrar aliento, medir el terreno que ha recorrido y el que le queda por recorrer, se encuentra mejor naturalmente sin su cuerpo enfermo y dolorido, sin las exigencias y penalidades inherentes a la vida terrena, hay un goce relativo, pero no absoluto, porque no puede gozar el que deja seres queridos en la Tierra, a los cuales prestaba sombra y daba aliento”.

“Felipe deja en ese mundo seres muy amados, su mirada no se separará de ellos, por consiguiente en su goce habrá durante mucho tiempo profunda melancolía, que cuando el Espíritu deja de ser egoísta, no puede gozar mientras seres amados lloran por él”.

“Sigue cumpliendo tu misión de enseñar a los seres humildes; a aquellos que aún saben menos que tú, prodiga el consuelo con tus sencillos y vulgares escritos, que los pobres no entienden el buen lenguaje académico; y los desgraciados necesitan la ingenuidad del sentimiento antes que la erudición y la elocuencia, tú no escribes para alcanzar la gloria, ésta para ti, en la actual existencia no ha sembrado sus laureles para coronar tu sien; tú escribes para redimirte, y la gloria no redime a nadie, lo que hace es enorgullecer al Espíritu, y tu orgullo de ayer te obliga hoy a vivir humillada, trabaja sin pensar en la recompensa terrena, porque ésta no la obtendrás ni te conviene tenerla. Adiós”.

Agradecemos profundamente al Espíritu todo cuanto nos ha dicho, comprendemos perfectamente la justicia de Dios, y nos convencemos de que es del todo imposible que deje de cumplirse su gran ley.

Amalia Domingo Soler

La Luz del Porvenir