Un lecho de flores

 

Hojeando varios periódicos, leímos en el Defensor de Granada la preciosa leyenda que copiamos a continuación:

 

FLOR DE NIEVE 

«He aquí una curiosa leyenda que cuentan por las noches en Sérvia los hombres graves a los muchachos.

«Escuchad, les dicen, vosotros que corréis detrás de, la flor de la felicidad, escuchad la historia de la Flor de Nieve:

«Había en otros tiempos en Sérvia una joven que no tenía padre ni madre, porque las hadas la habían formado de un poco de nieve recogida en la cima más alta de las montañas. La brisa le había dado el soplo de la vida, el rocío la había nutrido; la floresta la había abrigado; así es que era más blanca, más rosada que la aurora y más bella que ninguna joven que haya aparecido jamás sobre la tierra.

Un día anunció al mundo entero que en un sitio designado tendría lugar una carrera, en la que la obtendría por esposa el primero que la adelantara con un, caballo lanzado al galope. Acudieron miles de pretendientes, montados en magníficos corceles, de estampa ligera de que el mismo viento estaba celoso. El hijo del Czar respondió también al reto de la joven y se presentó entre los concurrentes.

Cuando todos los pretendientes, montados en sus caballos, estuvieron colocados en línea, Flor de Nieve les dijo:

He colocado en el puesto de llegada una manzana de oro: el que la alcance y la coge antes que yo me obtendrá por esposa.

Pero, si yo soy la primera en llegar al término y en coger la manzana, todos los que hayan corrido detrás de mí caerán heridos do muerte.

Y todos los caballeros respondieron: Aceptamos. Dadnos la señal de partir.

Flor de Nieve dio tres palmadas.Todos se lanzaron.

No estaba aún recorrida la mitad de la distancia, y ya la ágil muchacha se había adelantado a todos los concurrentes, aunque iba a pie. Los caballeros entonces excitando a sus caballos y clavándoles las espuelas en, el vientre, lanzaron gritos, frenéticos.

Pero la joven ganaba siempre terreno, y los caballos luchaban con la locura de la desesperación….. Muy pronto, obligada por ellos, Flor de Nieve: dejó caer una lágrima que se trasformó en una rápida corriente, a la que fueron arrebatados los caballeros.No obstante, uno de ellos, el hijo del Czar, había conseguido salvar el obstáculo y volvió a comenzar con más ardor su carrera. Viendo que la joven estaba todavía lejos de él, invocó tres veces, el nombre del Señor, suplicándole que la detuviera.

Y, en efecto, se detuvo bajo la influencia  de este nombre. Entonces él la cogió la coloco a la grupa  de su caballo, y franqueando montañas y valles, atravesando ríos y desiertos la llevó a su casa. Pero cuando hubo llegado al término de su carrera y se volvió para cogerla entre sus brazos, ella se desvaneció como la nieve en las manos del niño, diciendo al hijo Czar:

¡Yo soy la felicidad suprema! Ningún mortal me poseerá jamás.

¿Qué decís de la leyenda, queridos lectores? ¿No la encontráis verdadera?Nuestros deseos, nuestras esperanzas aquí abajo no se realizan jamás por completo, y las raras flores que nuestra mirada encuentra en el camino de la vida, como la Flor de Nieve del país servio, se desvanecen al contacto de la mano que quiere cogerlas.(C I).

Es verdad, se desvanecen, y esa es la causa de nuestra felicidad: el goce verdadero del espíritu no está en la posesión, consiste en el deseo, porque la posesión nos estaciona, y el deseo nos hace progresar porque nos hace sentir, nos hace soñar, nos hace buscar todos los medios imaginables para ver satisfechos nuestros afanes y desvelos, y en ese trabajo nuestra inteligencia adquiere desarrollo, recobra energía y la gimnasia de las ideas es la que ofrece al espíritu los eternos raudales de la vida.

Preguntaba Bartrino:

¿Porqué es menor el placer

que el deseo, en el amor?

¡Porqué el fruto no ha ser

tan bello como la flor!

Porque nos estacionaríamos, y el destino del hombre no es el estacionamiento, no; esa sed insaciable del espíritu es la base firmísima de su progreso indefinido.

¡Ay del hombre que nada desea, cuan improductiva es su existencia! La señal infalible de nuestra inmortalidad es el descontento que envenena nuestros días; y si ese algo inexplicable no nos hiciera pensar en un día que nunca llega, si no sintiéramos una profunda ansiedad, entonces nacer seria entregarse al sueño, al letargo, y la prueba la tenemos en algunos hombres de la tierra.

Observemos la vida que llevan los poderosos. ¿Qué hacen los magnates que poseen inmensos tesoros? Por regla general, no hacen nada que digno de contar sea; entretienen sus ocios en ejercicios corporales, en los cuales gastan sus fuerzas físicas, dejando dormir la parte intelectual.

Casi todos los hombres notables de la tierra han salido, como se dice vulgarmente, del polvo da la nada; hijos del pueblo, han crecido entre abrojos, y el dolor les ha dicho: «Trabajad y seréis libres, cread y seréis grandes, conquistad y seréis los dueños del mundo; por esto, elevados espíritus dicen, y están en lo cierto, que la prueba de la riqueza es la más difícil para el hombre, porque el pobre en su pobreza, en su escasez tiene un incentivo poderosísimo para trabajar y engrandecerse; pero el rico está rodeado de implacables enemigos. Comencemos por la pereza es un opio qué produce la embriaguez: tiene su goce, pero es un goce mortífero, porque va agostando lentamente las nobles aspiraciones del espíritu.

Después de la pereza, tiene la indiferencia, que le produce la insensibilidad, como no sabe lo que es sufrir, no sabe compadecer; por esto mira con una calma imperturbable el enjambre de méndigos que le acosa pidiéndole una limosna; el dolor es un idioma que no le han enseñado, y de consiguiente, no lo comprende.

Después de la indiferencia tiene él orgullo; porque como generalmente el rico está rodeado de aduladores, se Cree el primero en la tierra; así es que desconoce la virtud de la admiración, que mal puede admirar el que se cree grande entré los grandes y sabio entre los sabios.

¿Qué puede esperarse de un hombre perezoso, indiferente, ínfatuado y envanecido? Nada de provecho; es un pozo seco, que, durante su permanencia en el mundo, a nadie podrá calmar la sed:

Ya tenía razón aquel que dijo que era más fácil que entrara un cable por  el ojo de una aguja, que un rico por las puertas del cielo.

La prueba de la riqueza es verdaderamente temible, porque es una tentación continua; las diversiones son como el abismo, atraen; tras de una, se desea otra. Se le roba al cuerpo su descanso necesario en las horas destinadas por la Naturaleza, se cambia el plan de la vida, y las leyes  naturales no se truncan en vano; se vive ficticiamente; los ojos brillan con el fuego de la fiebre, y de un enfermo de cuerpo y de alma, ¿qué se puede esperar?

Los ricos creen a veces que son felices, y están tan lejos de la felicidad suprema como el crimen de la virtud.

Dice la leyenda servia que la felicidad suprema ningún mortal la poseerá jamás; ciertamente, no puede poseerla, porque entonces se truncarían las leyes eternas; pues si sólo con su reflejo de goces efímeros el hombre se estaciona en la tierra ¿qué haría si nada tuviera que desear?

¡El deseo es la vida!

¡El deseo es el trabajo!

¡El deseo es la libertad!

¡El deseo os la redención!

¡El deseo es el alma del progreso!

¡El deseo es la fuerza motriz que Dios ha puesto en el hombre!

Nos decía un espíritu, no hace mucho tiempo, que el alma, mientras el cuerpo reposa, se entrega a hacer balance de las operaciones del día: si es un espíritu cansado de sufrir, por la ley natural, desea mejorar las condiciones de su vida; y como en estado libre se comprende perfectamente que lo que no se gana no se obtiene, cuando el espíritu ve que a fuerza de trabajo ha conseguido salir de la servidumbre de la ignorancia, hace el propósito de aumentar un poco su tarea ordinaria; y al volver a reanimar su cuerpo se encuentra dispuesto a emprender un nuevo trabajo, y sucesivamente va deseando y va adquiriendo nuevos compromisos que cumplir, y así vemos a algunos seres que a fuerza de laboriosidad, soñando siempre con ese algo que nunca se alcanza, llegan a ser grandes obreros del progreso. Los pesimistas, los que aseguran que tras de la tumba está el no ser, lamentan que la posesión cause el hastío, por eso dijo Bartrina:

Que es una gran verdad veo

Aunque tarde se conoce,

Que más aún que en el goce

Está el goce en el deseo.

Y mus adelante exclama:

Anhelo ciencia y goce,

Goce y ciencia imposible, si me afano.

Buscándolos, mi espíritu conoce

Que fatalmente habrá de ser en vano.

Si alguna vez alcanzo lo que ansió

Y ávida al fin lo estrecha ya mi mano,

A la palabra mágica de ¡es mío!

La posesión trasformase en hastío.

Y este hastío, bien considerado, es el germen eterno de la vida.

Mucho han hablado los poetas de la vida ignorada, pacífica y tranquila de los campesinos, y han dicho (por decir algo), que envidiaban a los hombres que no hubiesen visto más monumento que el humilde campanario de su aldea. No estamos, conformes; la vida reducida a tan estrechos límites no es vida.

¡Vivir sin desear!….

¡Vivir sin relacionarse con la humanidad!

¡Vivir sin ponerse en contacto con el adelanto de su siglo!

¡Vivir sin emitir ideas y sin recoger conceptos de otros no es vivir!

Queremos la vida de la lucha, la vida de la comunicación y de la fraternidad, por esto estamos tan acordes con el desenvolvimiento del Espiritismo, porque estrecha las relaciones de los hombres.

Ayer la tumba ponía una línea divisoria entre los vivos y los muertos, hoy se han borrado los linderos, y no se sabe quién está en la plenitud de la vida, si los que llamamos vivos, o los que llamamos muertos.

Ahora ya sabemos por qué la suprema felicidad no se alcanza en la tierra. ¿Cómo se ha de alcanzar, si este mundo es un lugar de expiación y prueba? ¿Vemos acaso que los presidios sean parajes de recreo? No, no hay en ellos lo necesario para disfrutar; únicamente se encuentran los utensilios indispensables para el trabajo. Del mismo modo en la tierra el hombre no tiene a su disposición más que tiempo para trabajar; eso sí lo sabe aprovechar, si no comete imprudencias que le priven de la salud, que muchas enfermedades el hombre se las crea por sus abusos y su temeridad.

Así, pues, no pidamos que las zarzas den rosas, ni que los vientos helados de Diciembre nos traigan el perfume de las azucenas. Al lugar de las tribulaciones no desciende la felicidad; únicamente vive entre nosotros la melancólica resignación: esa es la única que nos envía su fluido benéfico.

Cerramos, sí, afanosos en pos de la felicidad; deseemos el reinado de la libertad y de la justicia, que sólo los que desean ser libres merecen serlo.

No desfallezcamos porque nos digan que la felicidad es un mito; mienten los que tal dicen, y están en un error los que tal creen. La felicidad existe porque existe Dios, porque existe la razón y la verdad, y todo aquel que trabaja y se perfecciona está cerca, muy cerca, de la suprema felicidad. No se deshace en nuestras manos como la Flor de Nieve, no; la felicidad que es la perfección, aparece a nuestros ojos cada vez más bella y más esplendente; mientras más virtudes poseemos, mejor distinguimos la estrella polar de los mundos.

En la tierra no se alcanza el placer de ser grande; porque en este planeta el hombre más bueno tiene más defectos que peces los mares; pero sabiendo, como ya sabemos, que nuestra vida ni aquí empieza ni aquí acaba, cada contrariedad, cada desengaño que venga a herir nuestra alma nos debe servir de poderoso incentivo para engrandecer nuestro deseo de alcanzar la felicidad que al parecer huye de nosotros, como huye la mariposa de las asechanzas del niño, y en realidad somos nosotros los que huimos de ella; porque los blasfemadores, los envidiosos, los calumniadores, los que hurtan, los que codician bienes ajenos, los que vivimos para nosotros, sin pensar en las penas del prójimo, que nos ocupamos de él cuando le creemos feliz y le olvidamos si le vemos sumido en la desgracia, ¿somos merecedores por ventura de la felicidad? No, todos podemos ser felices, eso sí; y con esa certidumbre el espíritu pensador puede sonreír, porque puede esperar en sí mismo. Dios creó al hombre, y el hombre conquista su felicidad. ¡Qué grande es el destino de la raza humana!

¡Humanidad! levanta la frente, coordina tus ideas, sonríe, gozosa; eres libre como las águilas, está en tu mano adquirir todas las virtudes; aprende a desear, y eleva tus deseos a gran altura, que con el trabajo de millones de siglos los hombres serán merecedores de ver los reflejos de la felicidad suprema. Reflejos nada más, porque la felicidad es la perfección, y la perfección absoluta sólo pertenece a Dios.

Para el hombre siempre habrá un más allá superior a su inteligencia, siempre deseará, porque el deseo es el germen de su vida;

El hombre sin deseos no puede progresar, y el destino del espíritu es el progreso indefinido.

 

Amalia Domingo y Soler

Año VII, Gracia: 11 de Marzo de 1886 Núm. 42.

La Luz del Porvenir