Un lecho de floresEs innegable que todas las creencias han crecido entre abrojos; todo adelanto, todo descubrimiento, toda idea nueva ha tenido el indispensable bautismo de la befa, y del martirio muchas veces.

Es decir, martirio es todo aquello que nos contraría, pero éste pasa desapercibido para la generalidad: y sólo cuando un hombre marcha al suplicio por defender su doctrina, es cuando dice el vulgo: ahí va un mártir; creyendo que con perder la vida lo pierde todo.

¡Cuán errónea es esa suposición!

¿Qué se pierde dejando esta miserable existencia, donde somos tan pequeños, donde nuestra inteligencia es tan limitada, donde nuestros instintos son tan perversos en la generalidad de los seres?

¡Feliz mil veces el que se va si ha cumplido bien su misión!

Triste es la despedida ciertamente; mucho más porque siempre viene acompañada de padecimientos físicos que debilitan nuestro valor intelectual; pero pasadas esas horas de prueba, ningún espíritu cuando se comunica, exceptuando a los suicidas y a los crimínales empedernidos, dice que desea volver a la tierra: todos se encuentran mejor y califican nuestro planeta de triste y oscuro.

¡Y tan oscuro como es! Y ¿cómo no ha de serlo, sí es tan lóbrega nuestra conciencia y tan obcecado siniestro entendimiento, que empequeñece cuanto toca?

¿Puede haber nada más grande que la ley predicada por Jesús? No; antes de ella el caos; con su promulgación la luz, la libertad, la vida, en fin.

Sí existen religiones muy déspotas y muy arbitrarías que han falseado la doctrina del Enviado, ha sido porque los fariseos de todos los tiempos la han corregido y aumentado a su placer.

El Espiritismo también tiene sus fariseos, y teniendo ante nuestros ojos las dolorosas reformas que ha sufrido el cristianismo, hechas por sus falsos apóstoles, debemos tener un gran cuidado en arrancar la cizaña del campo espiritista, y aunque queden pocas espigas, ¿qué nos importa la cantidad? la calidad únicamente es lo que debe merecer nuestra atención especial.

La mediumnidad es la piedra de toque donde tropiezan y caen los espiritistas ignorantes.

El mal uso que se hace de la escritura mediamínica, ocasiona grandes obsesiones en unos y un poder arbitrario en otros, que se apoderan del libre albedrío de las familias dominándolas a su antojo, diciendo que los espíritus mandan esto, y lo otro, y lo de más allá; cuando solo su refinada hipocresía es la que sostiene tan sacrílego juego.

Sacrílego, sí; porque la revelación de ultra-tumba no es un entretenimiento, no es el libro de la fortuna, ni el de los sueños, ni el oráculo de Napoleón: y si espíritus atrasados y rebeldes se prestan a ser maniquíes nuestros, en voz de evocarles y hacerles necias preguntas, lo que se debe hacer es aconsejarles si tenemos talento para ello; y si no basta la elocuencia de la palabra, empleemos la del sentimiento, oremos por ellos; la oración es el idioma universal; todos sabemos decir: Ten piedad de ellos, Señor; que tu misericordia los acoja, que tu bondad suprema los bendiga.

Este debía ser nuestro proceder, y así evitaríamos mistificaciones sin cuento.

Los falsos médiums son los enemigos más terribles que tiene el Espiritismo; esos desprestigian nuestra consoladora doctrina, haciendo que el ridículo caiga a plomo sobre nosotros; y el ridículo es el arma más poderosa que se conoce para derribar cuanto existe. Cuando una idea inspira risa compasiva en nuestros adversarios, cuando nos dejan por lástima y se encogen de hombros diciendo con acento desdeñoso:

¿Quién lucha con tontos y con necios? entonces debemos lanzar de nuestras filas a nuestros hipócritas y simples enemigos, porque los hay de ambos géneros, y tan perjudiciales son los unos como los otros.

La ignorancia domina en todos ellos, porque si no fueran ignorantes, ni los unos creerían absurdos, ni los otros manejarían la farsa y la astucia.

El Espiritismo por sí solo vale lo bastante, sin los apéndices de los milagros, apariciones y comunicaciones perpetuas; y toda persona de mediana inteligencia lo comprende así.

No necesita que nosotros le demos ridículos accesorios; su filosofía, su verdad, su ciencia y su eterno porvenir, forman un cuadro tan acabado y tan perfecto, que no necesita de medias tintas ni de pincelada alguna.

¿Será más grande la justicia de Dios porque un individuo con su fuerza magnética haga oscilar los muebles, y porque otros escriban continuamente, haciendo valer sofismas y mistificaciones?

La revelación es muy grande, no le negamos su inmenso poder; y la luz que de ella irradia ha reverberado en todos los siglos, porque ¿qué otra cosa que revelaciones supremas han sido las que han tenido los padres la Iglesia en sus éxtasis y en sus místicas meditaciones?

Los grandes hombres que han descubierto los secretos de la ciencia, muchos de ellos, ¿qué son sino médiums que nos han transmitido los conocimientos de espíritus más elevados?

¡En cuántas celebridades científicas y literarias se nota que son nulidades completas en su trato íntimo, y parece increíble que esos hombres tan grandes en la tribuna en la cátedra, en las academias y en los liceos, en sus laboratorios y en sus gabinetes de estudio, sean luego en el seno de la familia los seres más vulgares y más insignificantes!

¿Qué es este aparente desequilibrio? Que son instrumentos de inteligencias superiores, y que cuando no tienen más vida que la que les presta su espíritu son simplemente medianías, escribientes más o menos adelantados.

La revelación es un hecho; no necesita que se empeñen en patentizarla los necios maliciosos y los crédulos inocentes, enemigos declarados de la verdad y de la razón.

No debemos temer la sonrisa del indiferente, la excomunión del fariseo, ni la réplica profunda del materialista; pero sí debemos ponernos en guardia con el espiritista impresionable y con los médiums que están constantemente consultando a los espíritus para que estos los guíen en las menores acciones de su vida.

Semejantes médiums, o toman el Espiritismo por un juego de niños, o no comprenden en lo más leve la ampliación del cristianismo, que no otra cosa es la verdad espirita.

Los espíritus no se comunican para quitarnos el libre albedrío ni prescribirnos nuestro modo do conducirnos, porque entonces perderíamos la responsabilidad de nuestros actos.

Se comunican si, para ilustrarnos, para aconsejarnos la caridad, pero no personalizan; hablan a todos en general; y cuando se les pide un consejo especial se nota en sus contestaciones cierta vaguedad y nunca una afirmación definitiva ni una orden en absoluto. Siempre nos dejan ancho campo para que nosotros raciocinemos y sea nuestra razón arbitra de nuestro destino.

El Espiritismo no consiste en emborronar mucho papel, ni en ver sombras, ni focos luminosos: el espiritista verdadero es estudioso, caritativo, olvida las ofensas y recuerda los beneficios, lamenta los errores de los demás, tratando de no cometerlos él; leyendo y viendo en su conciencia, que es el libro más precioso y más elocuente para el que rinde culto a la verdad.

Por amor a nuestra grande idea, por deber imperioso, debemos quitarles la máscara a los falsos médiums, y desengañar a los crédulos inocentes, diciéndoles una y cien veces:

La revelación existe desde que el mundo es mundo (como so dice vulgarmente) pero no a cada hora ni a cada instante.

No hay milagros; no hay más que hechos simples y naturales que obedecen a leyes desconocidas para nosotros.

Dios no nos da escenas de efecto; en Dios todo es grande, fijo e inmutable.

No hace falta demostrar la existencia de los espíritus con saltos y con brincos.

No hay más que mirar este mundo pequeño y grosero, y recordar la grandeza de Dios.

¿Existe armonía entre «el Eterno y nuestra pobre humanidad? Nó; pues claro y evidente se ve que hay algo más allá.

Sin el Espiritismo, no se puede aceptar la existencia de Dios; porque en el Gran Ser no cabe imperfección, y todas las religiones lo han formado con las debilidades del hombre; el Espiritismo, en cambio, le da la Divinidad de la Suprema Justicia.

¡Espiritistas! no nos cansemos de repetir mil veces: atrás los embaucadores; atrás los enemigos más temibles que tiene el Espiritismo, gusanos roedores que ocultos en la sombra debemos arrojar de nuestro lado, para que no logren ni por un segundo oscurecer la luz de la verdad.

Amalia Domingo y Soler

 

AÑO VIII. Enero de 1876. Nº1.
REVISTA DE ESTUDIOS PSICOLÓGICOS.