Un lecho de flores Se quejan los adeptos de las religiones positivas, de que en la época actual decrece su prestigio, y se miran con marcada indiferencia los actos de sus ritos, que no ha mucho tiempo absorbían nuestra atención.

Nada más natural; en el crescendo eterno de la creación, todo asciende, todo se eleva, todo se sublima, todo se espiritualiza, solo las religiones positivas, cual si fueran las momias de los siglos, permanecen estacionadas; son verdaderamente las ruinas de pasado, y aunque, las ruinas tienen su poesía, esta se encuentra principalmente en los monumentos centenarios, más no en los antiguos usos; porque la parte que tienen de ridículas hiere vivamente nuestra inteligencia, y no hay peor impresión que la que nos causa el ridículo.

Pobres instituciones, las que nos inspiran lástima. En la literatura sucede lo mismo la prensa neo católica es tan pobre en sus argumentos, tan mezquina en sus imágenes, tan inverosímil en sus conceptos, tan absurda en sus historias, que el alma más creyente, se ha de sublevar y ha de dudar, y ha de reír, sí tiene sentido común.

Los libros sagrados, generalmente, adolecen de un mal gravísimo, y es la confusión de su desenvolvimiento: se leen páginas y más páginas, y no se encuentra un pensamiento luminoso, y como epílogo de aquel interminable prólogo, se dice por final: esto es un misterio, que solo a los santos padres de la iglesia los es dado conocer; y entre paradojas y silogismo se queda el lector profano, sin comprender una palabra.

Respecto a los libros de oraciones son un tratado de monotonía admirable, y la prensa clerical tiene unos periódicos que parece increíble, que se publiquen tales sandeces; y luego se quejan de la impiedad del siglo, y no es impiedad del siglo, no; es que la luz se eleva por cima de nuestras Cabezas, y aún, los más obstinados rechazan inconscientemente las sombras del oscurantismo.

Espíritus progresivos vienen a trabajar en el planeta, y el progreso es incompatible con las religiones positivas el alma de este siglo podrá respetarlas, dejarlas que mueran envueltas en el polvo de sus ruinas, pero aceptarlas……… jamás, es totalmente imposible; el espíritu que busca el infinito no puede detenerse entre los matorrales de la tierra; quien escucha la voz de la razón no puede dar oídos a ridículos cuentos, y a necias historias.

Como prueba innegable de lo que decimos, vamos a copiar un pequeño artículo que publica una revista religiosa de Barcelona, dice así:

Excelente aviso dado por los Santos Ángeles a un ladrón. —{Nuestros Ángeles benditos, inclinados a la compasión para imitar al Padre de las misericordias, se convierten no obstante algunas veces en ejecutores de la justicia divina contra el alma endurecida que la insulta. El Señor perdona con mucha más frecuencia, que castiga, porque la vida actual es el tiempo de la gracia; pero cuando en sus inescrutables juicios oprime al pecador, sus azotes se manifiestan de un modo terrible, y algunas veces sin el menor alivio.}

«Refiere el P. Marín, en su obra; (Vida de los Santos libro 3. cap. 14) que un ladrón que había robado dos ovejas a un pastor, fue acusado: y queriendo justificarse del crimen que se le atribula, consintió en seguir a este acusador hasta el sepulcro de S. Eutimio que había sido abad de un monasterio cercano a Jerusalén, y que era tenido en gran veneración por toda la comarca, merced a sus muchas virtudes, y a los milagros que se obraban junto a su cadáver.»

«Sin el menor escrúpulo, el ladrón puso por testigos a Dios y a su fiel siervo, jurando varias veces que no había robado las dos ovejas que le reclamaban. Nadie se atrevió ni siquiera a sospechar que aquel hombre fuese perjuro; y así fue que le dejaron en completa libertad. Pero he aquí, que estando solo por la noche, y teniendo las puertas perfectamente cerradas, se abrieron de repente por sí mismas, dando paso a un venerable anciano, acompañado de otros cinco personajes, rodeados todos de una luz vivísima que inundó de claridad el aposento como si fuese en mitad de un día de verano,»

«Eran S. Eutimio y cinco ángeles de Dios, que iban a ejecutar un tremendo castigo sobre aquel perjuro.

«El santo Anciano, adelantándose hasta el ladrón y lanzando sobre su rostro una mirada severa, le dijo con espantoso acento: —Desdichado; ¿cómo has tenido valor para llevar a cabo una acción tan criminal sobre el sepulcro de un viejo? —Pero el ladrón, dominado por el terror, quedó sin saberle dar contestación alguna. En seguida se acercaron al infeliz, cuatro de los ángeles benditos que iban con S. Eutimio, se apoderaron de él, y mientras le sujetaban con fuerza, el quinto de los ángeles dio sobre su cuerpo tan repetidos y vigorosos golpes con una vara, que le dejó enteramente cubierto de sangrientas llagas

«Luego, después del castigo de los azotes, el santo viejo, cogiéndole por los cabellos añadió: —¿Qué por ventura ignorabas, villano, que allá en el cielo hay un Dios que sabe castigar los crímenes hasta en esta vida? En breve te arrancarán el alma; y lo que has adquirido malamente en la tierra, dime, ¿a quién lo dejarás? El Señor le ha castigado de un modo tan espantoso, para que sirvas de ejemplo a los demás, y para que atiendan no tan solo a evitar el perjurio, si que también a no jurar ni aun para dar testimonio de verdad, sin que haya una necesidad las más apremiante y absoluta.

Horrorizado por estas palabras, y no pudiendo sufrir el dolor que le causaban las llagas abiertas en su carne, aquel desgraciado pidió auxilio, y suplicó que le trasladaran al lugar en que se hallaba sepultado S. Eutimio. Allí, postrado en la presencia de los religiosos, confesó públicamente su crimen, y enseñó su cuerpo tan horrorosamente despedazado, que a todos inspiró la más profunda compasión.»

«Pidió humildemente perdón, y derramando abundantes lágrimas del mayor dolor por sus pecados, mereció con su arrepentimiento la gracia del Señor, que no quería perderle, antes bien salvarle castigándole maravillosamente por intervención de los ángeles, benditos ejecutores de su recta justicia.»

«Fue preciso trasladarse prontamente a su casa en donde no tardó en dar su último suspiro, después de haber purgado sus fallas de un modo tan ejemplar y provechoso para su alma y para sus hermanos.

¿No es verdad que es altamente irrisorio semejante cuento? ¿No es cierto que los santos padres de la iglesia comparan a Dios con un mal arriero, que castiga a los pecadores como bestias de carga?

¿De dónde venís espíritus atrasados, que os forjáis un Dios más brutal que los hombres de la tierra, dónde ya existen sociedades protectoras de animales y plantas, mientras vosotros, para castigar al culpable, armáis a un ángel, a un espíritu puro, con una vara de fresno, y a garrotazo limpio dejaís terminado el asunto?

Pasó esa época de oscurantismo y de barbarie…. ¡despertad! que estáis bajo el dominio de un narcótico fatal. Los días se suceden, pero no se parecen, cada segundo se lleva una partícula de la ignorancia; no tratéis de oponeros a la marcha del tiempo, porque éste es inmutable y vuestros esfuerzos son vanos; vuestro empeño inútil; las cadenas se rompen donde irradia el sol de la verdad.

¿Cómo queréis impresionar con vuestras absurdas relaciones a una humanidad, que en su mayoría tiene ya, aunque sean ligeras nociones, algunos conocimientos de la vida infinita?

El Dios que ha formado los mundos con sus soles múltiples de diversos colores, con sus espléndidos cambiantes de luz prismática ¿cómo queréis hacernos creer que un Dios tan grande pueda convertir a sus ángeles en ejecutores de tan ridícula justicia?

Se comprende que vosotros solo concebís el dolor material, cuando todos vuestros afanes se reducen a inutilizar el cuerpo y castigáis a los malhechores triturando su carne, pensando que las heridas físicas elevan al espíritu, si es que vosotros comprendéis que hay algo en el hombre que se separa de su envoltura, (que lo dudamos), pues si tal creyerais, quizá no seríais tan materiales.

Hay un adagio que dice: del enemigo el consejo; y aunque los espiritistas no somos enemigos de nadie, somos sí contrarios de las ideas retrógradas y decimos a sus mantenedores:

Si queréis dominar durante algún tiempo, es necesario que os amoldéis a las exigencias de la época; hoy los hombres saben mirar, pensar, sentir y querer, y no quieren admitir más autoridad que la de su razón; por esto vuestros cuentos y consejos debéis sustituirlos por relatos más instructivos. Vuestra nave sufre la avería del progreso, estáis encallados entre las rocas del oscurantismo, y no queréis mirar por el telescopio de la civilización, hacéis mal; creednos, os fuera mucho más provechoso seguir las huellas de la ciencia, espiritualizaos, y aún se leerán vuestras historias, y se acudirá a vuestros templos, no por rutina, sino por necesidad imperiosa del espíritu.

Tened menos púrpura en vuestros trajes y más sentimiento en vuestra mente. Cantad las alabanzas del Supremo autor de lo creado con más poesía; sí no cambiáis de rumbo vosotros mismos haréis lo que los trapenses, os cavareis vuestra sepultura.

¿Pensáis que las religiones deben rechazar la ciencia? No; ellas fueron un día las depositarias de los tesoros científicos y hoy debieran ser las que proclamaran la soberanía de la luz; pero si seguís por vuestro oscuro camino, no extrañéis que las multitudes os abandonen y solo os sigan en vuestra peregrinación mujeres ignorantes.

Desengañaos, lo que dice Víctor Hugo es una gran verdad.

«Pasaron las épocas en que el dogma era un eterno maestro, y el género humano un eterno súbdito: lo que pasó pasó, pero las naciones no vuelven a su origen.

¡ Dejad por lo tanto vuestros cuentos vulgares y llenad vuestras revistas con artículos razonados que lleven el convencimiento y el consuelo a las almas enfermas. Difundid la luz, ya que os llamáis ministros de Cristo. Dad a las muchedumbres raudales de amor y fé, y no las hagáis el Bú, con escenas terroríficas y cómicas a la vez.

No personalicéis a Dios, que éste no tiene figura conocida, No tratéis de administrarse justicia de un modo tan ridículo. ¿Y luego os quejáis si la herejía se extiende? ¿No se ha de extender? ¿Qué persona semi racional se ha de satisfacer con vuestros relatos y vuestras predicaciones? Ninguna.

El siglo de la hulla, del teléfono, y del fonógrafo, en el cual, como dice un escritor, «se escucha el silbido de la locomotora, esa armonía del grande y majestuoso himno del progreso en este siglo repetimos, el hombre quiere un Dios más justo que vuestro Dios; quiere el Dios de los sabios, el Dios de la ciencia y de la caridad, rinde culto al Dios de la razón, y le adora en la naturaleza, único ídolo que puede ser la imagen de Dios.

Solo estudiando los efectos, se puede conocer y admirar la grandeza de la causa llamada Dios.

 

Amalia Domingo y Soler

Año VII. Gracia: 28 de Febrero de 1886. Núm.36

La Luz del Porvenir