¡Cómo acaban los años y las penas! ¡La falta de salud, cuánto estaciona! ¡Cómo aumentan su peso las cadenas si a un dolor, otra angustia se eslabona!

¡Qué miedo se apodera del cuidado, que término no encuentra a su agonía!…

El ánimo más noble y esforzado, pierde todo su arrojo y su energía.

¡Qué insoportable encuentra la existencia, todo aquél que el dolor le martiriza!…

Y si no tiene plácida creencia, murmura con desdén; ¡Humo y ceniza son los afanes que la vida tiene!…

¡Ilusiones mentidas, engañosas! Se aleja un desengaño y otro viene y las dudas se acercan cautelosas.

¡Dudar!… ¡Negar! ¡Qué noche tan sombría! Vive sin luz el que lo niega todo.

¡Desdichado de aquél que en su agonía, en vez de buscar flores, busca lodo!…

Me dice un alma que con voz suave a mí se acerca compasiva y buena:

La negación es un delito grave, pero tras de la culpa va la pena».

¿Te atreves a dudar? ¡Duda insensata! Si vives en la luz, ¿Por qué la niegas? Porque el dolor tus fuerzas te arrebatan, secas el ancho mar donde navegas.

¿Es posible, mujer, que olvidadiza te hayan vuelto los años y las penas? ¿Has sucumbido en la terrena liza sin recordar tus horas inserenas?.

¿No te acuerdas? Tus ojos entreabiertos querían hallar la luz y no la hallaban; tus pasos eran débiles, inciertos, y tus labios gemidos exhalaban.

Para ti, no había un rayo de esperanza, para ti, no había luz en este mundo; para ti, no había un puerto de bonanza, porque era tu dolor grande y profundo.

¡Todo te faltó a un tiempo!… ¡Todo!… ¡Todo!…. faltándote la fe, fuiste vencida, no hallando tu razón, medio ni modo para encontrar el puente de la vida.

Sólo una idea germinó en tu mente; buscar en el suicidio triste calma; preciso era morir, porque impotente en el combate se quedó tu alma.

¿Qué eras entonces? Di, marchita hoja desprendida de un árbol medio muerto; justo era tu dolor y tu congoja: tu expiación te negaba hallar un puerto.

Con verdadero afán buscaste ansiosa en varias religiones un consuelo. Mas ¡Ay! ¡Qué decepción tan dolorosa! ¡Tú no podías entrar en ningún cielo!.

Te faltaba la fe, tú no creías en absoluto en viejas tradiciones; que la sed de infinito que sentías no la podían saciar las religiones.

Aumentaba tu sed, cuando un escrito un hombre te entregó, diciendo: mira, aquí hallarás la luz del infinito, si todo lo que dicen no es mentira.

No era mentira, no; tú leíste ansiosa y exclamaste con íntima alegría: aquí está la verdad pura y grandiosa en la más bella y racional teoría.

No hay parias en la Tierra; no hay vencidos que no puedan luchar si luchar quieren, pueden levantarse los caídos, porque los hombres caen, mas no mueren.

Y en el Espiritismo, con anhelo, con insaciable afán buscaste ansiosa la esperanza, la vida y el consuelo, y tus ensueños de color de rosa.

Trabajaste con fe, con ardimiento, pediste inspiración de noche y día; consagrando tu fe y tu sentimiento a la más grande y racional teoría.

Y como Dios nos da ciento por uno, cada palabra tuya de consuelo, hizo latir el corazón de alguno, y consolando terminó tu duelo.

Y encontraste familia numerosa que su afecto te dio con alegría; y llegaste a ser casi dichosa, pues todo en torno tuyo sonreía.

Ya no eras la mujer sola y doliente, ¡Sin luz! ¡Sin esperanza!… ¡Sin amparo!… eras foco de luz resplandeciente; en el mar de la vida, tú eras un faro.

Tus escritos cruzaron anchos mares, los hombres con deleite los leyeron, y encontraron consuelo a sus pesares los que tus enseñanzas comprendieron.

Y hasta los criminales sin entrañas que en los presidios sin vivir vivían, sensaciones tan nuevas como extrañas, sentían a su pesar, cuando leían tus escritos tan llenos de consuelo, tus ejemplos de amor, y sacrificios, les abrían las puertas de los cielos a los que se apartaban de los vicios.

Reflexiona, mujer, la diferencia que existe entre tu ayer y tu presente; ayer eras un paria en tu indigencia, hoy tus cantos resuenan dulcemente.

¿Y por qué una dolencia te impresiona, olvidas el progreso realizado y al desaliento tu alma se abandona? Despiértate y recuerda tu pasado.

¡Despiértate mujer! Que aún de tu mente brotarán pensamientos luminosos; aún tu sol no ha llegado a su occidente y elevarás tus himnos melodiosos.

No seas ingrata nunca; considera que el ingrato es un ser pequeñito, y que padecer no debe esa ceguera, quien ha visto la luz del infinito.

Tu buen consejo seguiré fielmente, y aun cuando en mi camino encuentre abrojos, no olvidaré que el Ser Omnipotente, ha dado luz a mi alma y a mis ojos.

No quiero ser ingrata; engrandecerme es lo que en mi existencia necesito; ¡Quiero subir, subir y sostenerme, en las olas de luz del infinito!.

Amalia Domingo Soler

La Luz de la Verdad