Las religiones han formado un Dios a semejanza del hombre, y a Dios no se le puede definir; por esto todos los dogmas nos parecen faltos de lógica.

La justicia espiritual en todas las religiones la encontramos arbitraria; sólo en el Espiritismo hemos hallado hasta ahora una luz en la verdadera justicia de Dios. ¡Cuan consoladora son las reflexiones que hace Kardec en su libro de los espíritus!.

¿El progreso unirá un día a todos los pueblos de la Tierra en una sola nación?
En una sola nación, ¡No! Es imposible; porque de la diversidad de climas nacen costumbres y necesidades diferentes, que constituyen las nacionalidades, y por esto le serán siempre precisas leyes apropiadas a sus costumbres y necesidades.

Pero la caridad no reconoce latitudes y no establece distinciones entre los colores de los hombres. Cuando la ley de Dios sea en todas partes la base de la ley humana, los pueblos practicarán entre sí la caridad, y entonces vivirán felices y en paz; porque nadie procurará perjudicar a su vecino ni vivir a sus expensas.

La humanidad progresa por medio de los individuos que se mejoran poco a poco y se ilustran, cuando estos últimos son mayores en número, se hacen superiores y arrastran en pos de sí a los otros. De tiempo en tiempo, surgen entre ellos un genio que da el impulso, y luego vienen otros revestidos de autoridad, instrumentos de Dios, que en algunos años le hacen progresar muchos siglos.

El progreso de los pueblos hace resaltar la justicia de la reencarnación. Los hombres de bien se esfuerzan porque una nación adelante moral e intelectualmente; la nación transformada será más dichosa en este mundo y en el otro.

Por medio de la pluralidad de existencias, el derecho a la felicidad es el mismo para todos; porque nadie es desheredado del progreso, pues pudiendo volver en tiempo de la civilización, ya sea al mismo pueblo, o en otro: los que vivieron en tiempos de barbarie, podrán también disfrutar de la marcha ascendente de esos pueblos.

Las almas llegadas en tiempo de civilización han tenido su infancia como todas las otras; pero han vivido ya, y han llegado adelantadas a consecuencias de un progreso anterior.
Vienen atraídas por el medio que les es simpático, y en relación con su estado actual producen para el porvenir almas más perfectas, y el de atraer a las que ya han progresado y hayan vivido en el mismo pueblo en sus tiempos de barbarie, aunque vengan de otra parte. Esta es también la clave del progreso de toda la humanidad.

Cuando todos los pueblos estén al mismo nivel respecto del sentimiento del bien, la Tierra será el asilo de espíritus buenos únicamente, que vivirán entre sí en unión fraternal, y encontrándose repelidos los malos y fuera de su esfera, irán a buscar en mundos inferiores el centro que les conviene hasta que sean dignos de volver al nuestro transformados ya.

Según la doctrina de los espíritus, los progresos ulteriores son igualmente provechosos a éstas últimas generaciones que reviven en condiciones mejores, y pueden así perfeccionarse en el seno de la civilización.

Nos parece la síntesis de la justicia divina. Creemos que esa creencia será un día la pacificación de los pueblos, porque ella nos indica amar a Dios y a la humanidad.

Hablando del movimiento filosófico de nuestros días y de la necesidad que tiene el hombre de instruirse para comprender su misión en la Tierra, el estudio como la historia es indeterminado, y cuanto más estudiemos mejor conoceremos el valor de lo aprendido y de lo que aún tenemos que aprender.

Es verdad que cuando el hombre lee, cuando se entrega al estudio, y cuando se abisma en sus consideraciones, se ve como un átomo perdido en la inmensidad. El infinito le rodea y comprende que si leyó una página le quedan por leer los innumerables volúmenes de la ciencia universal. En este supuesto, la escuela que asegura saberlo todo, decid que aún no sabe nada, lo que siente como verdades no son más que hipótesis, podéis estar seguros que ella misma se entierra en la ignorancia.

Así como no puede decir e hallado en los números la última cantidad, del mismo modo no se puede decir que se posee la última y única verdad; y el que tal diga, y el que tal crea, niega todas las verdades.

Efectivamente; nadie es el depositario de la verdad única, nadie puede creerse el elegido para saber más que los otros; todo el trabajo del hombre, todo el afán de su inteligencia y toda la actividad de su genio, no es bastante para llegar a ser el intérprete de Dios; lo que pueden hacer las humanidades es progresar lentamente, porque de otro modo es imposible.

Si penosa es la infancia del cuerpo material, es aún mucho más la del Espíritu: para que algunos puedan dar un paso adelante necesitan siglos y siglos de lucha; por esto, cuando oímos a las religiones que cada una de ellas quiere ser la única poseedora de la verdad, nos sonreímos con lástima y nos parece que deliran.

Decimos que los grandes absurdos hacen las mismas tareas que las grandes verdades. Y esto es lo que hace falta, que las ideas se agiten que, como ya hemos dicho otra vez, forma la perla el agua que se agita, y el agua que se estanca forma el cieno, tiendan las ideas su vuelo porque ellas son la luz del infinito.

El gran papel que han representado las religiones en la civilización universal, han de ser exactas si quieren subsistir; y la escuela que se aventura en afirmar hipótesis cae vencida por su misma debilidad, y la que pretenda regir los destinos de la Tierra, necesita poseer las grandes verdades para poder ser el faro de las nuevas generaciones.

Pobre y débil es la que pretende engrandecerse humillando y menospreciando a las demás.
La moral de Cristo, es la moral de Dios; es la ley Eterna, promulgada desde los primeros tiempos por legisladores divinos, que le han hablado a las humanidades en un lenguaje apropiado a su respectivo adelanto.

Tres mil años antes de la era cristiana estaban codificadas las leyes indias, y Krishna dijo en aquellas remotas edades lo que más tarde repitió Cristo, y sabe Dios, si Krishna de qué otro redentor lo repitiera. No es de hoy la moral de Cristo, ¡No!

Escuchemos algunos versículos del Evangelio indio, que sus máximas sublimes alientan y fortifican, y hacen más de cinco mil años que las almas enfermas beben el agua de los textos védicos.

Los hombres que no tienen el dominio de sus sentidos, no son capaces de cumplir con sus deberes.

Es preciso renunciar a la riqueza y a los placeres, cuando éstos no son aprobados por la conciencia.

Los males que causamos a nuestro prójimo nos persiguen como nuestra sombra a nuestro cuerpo.

Las obras que tienen por principio el amor a sus semejantes, deben ser ambicionadas por el justo, porque serán las que se pesen más en la balanza celeste.

El que es humilde de corazón y de Espíritu, es amado por Dios.

Lo mismo que el cuerpo es fortificado por los músculos, el alma es fortificada por la virtud.

Así como la Tierra sostiene a los que la pisan con los pies, y le desgarran sus seno trabajándola, así debemos volver el bien por el mal.

Los servicios que se prestan a los espíritus perversos, el bien que se les hace se parece a caracteres escritos sobre el agua, que se borran a medida que se les traza, pero el bien debe cumplirse por el bien, porque no es sobre la Tierra donde hay que esperar recompensa.

Cuando morimos, nuestras riquezas quedan en la casa; nuestros parientes, nuestros amigos no nos acompañan más que hasta la tumba; pero nuestras virtudes y nuestros vicios, nuestras buenas obras y nuestras faltas, nos siguen en la otra vida.

El hombre honrado, debe caer bajo los golpes de los malos, como el árbol sándalo, que, cuando se le derriba, perfuma el hacha que le ha herido.

El justo que no se haga jamás culpable de maledicencia, de imposturas y de calumnias.
Que no busque querellas.

Que tenga constantemente la mano derecha abierta para los desgraciados, que no se vanaglorie jamás de los beneficios que haga.

Pero sobre todo, que evite dañar en lo más mínimo a otro: amar a su semejante, protegerle y asistirle, de hay derivan las virtudes más agradables a Dios.

Sobre esta moral sublime está calcado el Evangelio de Cristo, la historia de este último con pequeñas variantes, es la misma de Krishna.

Las humanidades no han sido creadas para odiarse, no. Los hombres no han nacido para destruirse unos a otros como fieras sanguinarias.

Su destino es más humanitario, su misión es más grande; pero esto de vez en cuando, cuando la fiebre enloquece a los hombres, cuando las instituciones de este mundo flaquean, vienen enviados providenciales, preceptores divinos que dan catedráticos a las multitudes, y les enseñan la moral de todos los siglos, les leen el código de todos los tiempo, les hablan de ese Dios desconocido que está en la mente de todos los hombres, Jesús fue uno de esos profetas del espiritualismo, y como su gran misión es regenerar a los pueblos, como había sonado la hora en el reloj eterno para que comenzara a espiritualizarse el sentimiento de la humanidad terrestre: por esto su voz generosa resonó en la Tierra, resuena y todavía resonará eternamente, y esto aconteció, acontece y acontecerá: no porque el cuerpo de Cristo resucitase o dejase de resucitar, sino porque Cristo resucitó al cuerpo social; que así como le dijo a Lázaro levántate y anda, del mismo modo le dijo al viejo mundo (inmenso cadáver encerrado en la sepultura del más grosero materialismo), ¡Levántate y anda humanidad, despierta y busca a Dios por medio de las buenas obras que harto tiempo has estado entregada con el opio fatal de tus pasiones!.

Kardec en sus obras nos habla sobre la perniciosa influencia de las ideas materialistas sobre las artes en general y su regeneración por el Espiritismo, dice así:
Para el materialismo, la realidad es la Tierra; su cuerpo es todo, pues fuera de el nada existe, puesto que hasta el pensamiento se extingue con la desorganización de la materia como el fuego cuando concluye el combustible.

El materialista, no puede traducir por medio del lenguaje del arte más que lo que ve y siente, y si no ve y no siente más que la materia tangible, no puede transmitir otra cosa. Donde sólo ve vacío, nada puede tomar. Si se aventura a penetrar en ese mundo desconocido para él, entra como un ciego, y a pesar de sus esfuerzos para elevar su ideal, se arrastra por la tierra como un ave sin alas.

La decadencia de las artes en este siglo, es el resultado inevitable de la concentración de ideas en las cosas materiales, y a su vez esta concentración es resultado de la carencia de fe y creencia en la espiritualidad del ser. El siglo no cosecha más que lo que a sembrado.
Quien siembra piedras no puede cosechar frutos.

Las artes no saldrán de su letargo sino en virtud de una reacción hacia las ideas espiritualistas.
Como el arte cristiano sucedió al pagano, transformándolo, el arte espiritista será complemento y transformación del arte cristiano.

En efecto, el Espiritismo nos demuestra el porvenir bajo un nuevo aspecto más a nuestro alcance. Según él, la dicha está más cerca de nosotros, está a nuestro lado, en los espíritus que nos rodean y que nunca han cesado de comunicarse o relacionarse con nosotros.

Existe incesantemente solidaridad entre el cielo y la Tierra, entre los mundos de todos los universos, la dicha consiste en el mutuo amor de todas las criaturas llegadas a la perfección y en constante actividad, cuyo objeto es de instruir y conducir hacia aquella misma perfección a los que están atrasados.

El infierno está en el corazón del mismo culpable que halla castigado en sus propios remordimientos, pero no es eterno, y el perverso entrando en el camino del arrepentimiento, encuentra la esperanza, sublime consuelo de los desesperados.

¡Qué inagotables manantiales de inspiración para el arte!
¡Qué obras maestras de todo género no podrán originar las nuevas ideas, reproduciendo las escenas tan múltiples de la vida espiritista

! En vez de representar despojos fríos e inanimados, se verá a la madre teniendo a su lado a la hija querida en su forma radiosa y etérea; la víctima perdonando al verdugo; el criminal huyendo en vano del espectáculo renaciente de sus culpables acciones; el aislamiento del egoísta y del orgulloso en medio de la multitud; la turbación del Espíritu que nace a la vida espiritual, etc.

Y si el artista quiere levantarse por encima de la esfera terrestre hasta los mundos superiores, verdaderos edenes en que los espíritus adelantados gozan de la felicidad adquirida, o reproducir algunas escenas de los mundos inferiores, verdaderos antros en que reinan como soberanas las pasiones, ¡Qué conmovedoras escenas, qué cuadros palpitantes de interés no produciría!.

Si, el Espiritismo abre en el arte un campo nuevo, inmenso e inexplorable aún y cuando el artista reproduzca con convicción el mundo espiritista, tomará en semejante origen las más sublimes inspiraciones, y su nombre vivirá en los futuros siglos, sin las preocupaciones materiales y efímeras de la vida futura y eterna del alma.

Ahora bien; ¿Hay puntos de contacto entre los espiritistas y los materialistas?

¡No! Son tan distintos los unos de los otros como la nieve y el fuego.

Varían tanto entre sí, como una deliciosa mañana de primavera y una tormentosa noche de invierno; y están tan lejos los unos de los otros, como la hormiga y el águila; mas, no por esto que decimos, se crea que los espiritistas estamos en contra de los materialistas, no, porque sabemos que cada Espíritu cree según su adelanto; y querer sujetar a una regla fija todos los espíritus es pretender un imposible, ni el ciego puede apreciar los colores, ni el sordo puede apreciar el valor de los sonidos; y nuestras observaciones y las imágenes que hemos presentado tan distintas entre sí, no son más que para demostrar la diferencia que hay de las ideas espiritistas a las ideas materialistas; conste pues, que los espiritistas somos racionalistas deistas, admitiendo una razón suprema que domina en todo.

Dice el Maestro, entiéndase bien que le llamamos Maestro, no pontífice, porque los espiritistas no le concedemos a nadie el pontificado en el sentido que a esa palabra le quieren dar.

Después de Dios, no reconocemos más pontificado que el de la ciencia y la razón; y Kardec era un hombre razonable, y dice: el principio espiritual es el corolario de la existencia de Dios; sin este principio, no tendría Dios razón de ser, porque no se concebiría el soberano poder ni la infinita inteligencia, reinando eternamente sobre la materia bruta, del mismo modo que no se comprendería un soberano terrestre, ejerciendo su reinado sobre las piedras. Y como no se puede comprender a Dios sin los atributos esenciales de la divinidad, entre los cuales descuellan la justicia y la bondad, estos carecerían de objeto si sólo hubiesen de ejercitarse sobre la materia. Por eso el materialismo y el ateísmo son corolarios recíprocos: negando la causa se niega el efecto, y negando el efecto no puede admitirse la causa. El materialismo es pues, consecuente consigo mismo, ya que no lo es con la razón.

La idea de la eternidad del ser espiritual es innata en el hombre; está con él como una intuición y una aspiración; comprende que con esto está la verdadera compensación de las miserias de la vida. Y por lo mismo ha habido y habrá siempre más espiritualistas que materialistas, y más deistas que ateos.

A la idea intuitiva y a la fuerza del razonamiento, añade el Espiritismo la sanción de los hechos, la prueba material de la existencia del ser Espiritual, de su supervivencia, de la inmortalidad y de su individualidad; precisa y define lo que en este pensamiento tenía de vago y abstracto, y nos muestra el ser inteligente en acción, independiente de la materia, sea después, sea durante la vida del cuerpo.

Todos los espíritus tienen un mismo punto de partida, todos son creados simples e ignorantes, con igual actitud para progresar mediante su actividad individual, que todos han de alcanzar el grado de perfección compatible con la criatura por sus esfuerzos personales; que siendo todos los hijos de un mismo padre, son objeto de igual cariño; que no hay ninguno más favorecido o mejor dotado que los otros, ni dispensado del trabajo impuesto a los demás para lograr su objeto.

Al mismo tiempo que Dios ha creado mundos materiales, ha creado también seres espirituales, sin lo cual los mundos materiales no hubiesen tenido objeto. Son los mundos materiales los que deben suministrar a los seres espirituales elementos de actividad para el desarrollo de su inteligencia.

El progreso es la condición normal de los seres espirituales y la perfección que deben alcanzar.
Antes que la Tierra fuese, unos mundos habían sucedido a otros mundos, y cuando la Tierra salió del caos de los elementos, el espacio estaba poblado de seres espirituales en todos los grados de adelantamiento, desde los que nacen a la vida, hasta los que de toda eternidad habían llegado a la categoría de espíritus puros, vulgarmente llamados ángeles, y ¿Cuál es el objeto de la encarnación de los espíritus?. Dios se la impone con objeto de hacerlos llegar a la perfección, y para unos es una expiación y para otros una misión. Pero para llegar a la perfección, debe sufrir las vicisitudes de la existencia corporal.

En esto consiste la expiación. La encarnación tiene también otro objeto, y es el poner al Espíritu en disposición de cumplir su tarea en la obra de la Creación, para cuya realización toma en cada mundo, un cuerpo en armonía con la materia esencial de aquel, y ejecutar, bajo este aspecto las leyes de Dios; de manera que, concurriendo a la obra general el Espíritu progresa también.

La acción de los seres corporales es necesaria a la marcha del Universo; pero Dios en su sabiduría, ha querido que esta misma acción le sirviese de medio de progreso y de aproximación a Él.

Así es, como por una ley admirable de su providencia, todo se encadena y todo es solidario en la naturaleza.

Dice sobre el mismo asunto, ¿En qué se funda la reencarnación?.

En la justicia de Dios y en su revelación; porque, un buen padre deja siempre a sus hijos una puerta abierta al arrepentimiento, ¿No te dice la razón que sería injusto privar irremisiblemente de la dicha eterna a todos aquellos, cuyo mejoramiento no ha estado en su mano? ¿Por ventura todos los hombres no son hijos de Dios?. Sólo entre los hombres egoístas impera la iniquidad y el odio implacable.

Si la muerte del hombre quedase irrevocablemente decidida después de la muerte, Dios no habría pesado las acciones de todos con la misma balanza, ni los habría tratado con imparcialidad.

Si sólo una existencia tuviese el hombre, y si después de ella quedase decidida para siempre su suerte futura, ¿Cuál sería el mérito de la mitad de la especie humana, que muere en edad tierna, para disfrutar sin haber luchado, de la dicha eterna, y con qué derecho sería eximida de las condiciones tan duras, a veces impuestas a la otra mitad?

Semejante orden de cosas no podrían estar conforme con la justicia de Dios.

Dada la reencarnación todos son iguales, a todos pertenece el porvenir sin excepción y sin favoritismo, y los últimos que llegan sólo así mismos pueden culparse. El hombre debe de tener el mérito de sus actos como tiene la responsabilidad de ellos.

Si únicamente nuestra existencia actual es la que ha de decidir nuestra suerte futura, ¿Cuál es en la otra vida la posición respectiva del salvaje y del hombre civilizado?.

El hombre que ha trabajado toda la vida para mejorarse, ¿Ocupa el mismo rango que aquel que se ha quedado detrás, no por culpa suya, sino porque no ha tenido tiempo ni posibilidad para mejorarse? El hombre que obra mal, porque no ha podido instruirse, ¿Es responsable por un estado de cosas ajeno a su voluntad?.

Se trabaja para instruir, moralizar y civilizar a los hombres, pero por uno que llegue a ilustrarse, mueren diariamente millares antes de que la luz haya penetrado en ellos.

¿Cuál es la suerte de los niños que mueren en edad temprana antes de haber hecho mal ni bien? Si moran entre los elegidos, ¿Por qué esta gracia sin haber hecho nada para merecerla? ¿Por qué privilegios se les libra de las tribulaciones de la vida? ¿Qué doctrina hay que pueda resolver estas cuestiones?.

Admitid las existencias consecutivas; y todo se aplica conforme con la justicia de Dios. Lo que no ha podido hacerse en una existencia se hace en otra, y así es como nadie se substrae a la ley del progreso, cada cual será recompensado según su mérito, y nadie queda excluido de la felicidad suprema a la que puede aspirar, cualesquiera que sean los obstáculos que en su camino haya encontrado.

Léanse esas obras sin prevención, sin posición de secta, y se encontrará en ellas el trato moral más perfecto que hasta ahora se ha conocido; y para prueba de ello veamos cómo comprende Kardec la civilización y de qué modo la define:
¿En qué señales puede reconocerse la civilización completa?

La reconoceréis en el desarrollo moral. Os creéis muy adelantados porque habéis hecho grandes descubrimientos e inventos maravillosos; porque estáis mejor alojados y vestidos que los salvajes; pero no tendréis verdadero derecho a llamaros civilizados hasta que no hayáis desterrado de vuestra sociedad los vicios de la deshonra, y hasta que viváis como hermanos, practicando la caridad cristiana. Hasta entonces no seréis más que pueblos ilustrados, y no habréis recorrido más que la primera fase de la civilización.

De los pueblos llegados a la cima de la escala social, aquel que únicamente puede llamarse más civilizado, será en el que se encuentre menos egoísmo, codicia y orgullo; donde los hábitos son más intelectuales y morales que materiales; donde la inteligencia puede desarrollarse con mayor libertad; donde hay más bondad, buena fe, benevolencia y generosidad recíprocas; donde están menos arraigadas las preocupaciones de sectas y nacimientos, pues esas preocupaciones son incompatibles con el verdadero amor al prójimo; donde las leyes no consagran ningún privilegio y son las mismas así para el último, como para el primero; donde se distribuye la justicia con menos parcialidad; donde el débil encuentra siempre apoyo contra el fuerte; donde mejor se respeta la vida, creencias y opiniones del hombre; donde menos infelicidad hay y donde… en fin, todo hombre de buena voluntad estará siempre seguro de no carecer de lo necesario.

¿De qué modo puede el Espiritismo coadyuvar al progreso?

Destruyendo el materialismo, que es una de las plagas de la sociedad, hacer ver a los hombres dónde está su verdadero interés. No estando el porvenir velado por la duda, el hombre comprenderá mejor que puede asegurarlo por medio del presente. Destruyendo las preocupaciones de sectas, de castas y de colores enseñarán a los hombres la gran solidaridad que ha de unirlos como hermanos.

Puesto que el Espiritismo ha de señalar un progreso en la humanidad, ¿Por qué los espíritus no apresuran ese progreso por medio de las manifestaciones tan generales y patentes que produjesen convencimiento en los más incrédulos?

Quisiérais milagros pero Dios los derrama a manos llenas ante vosotros, y aún tenéis hombres que reniegan de Él.

¿El mismo Cristo convenció a sus contemporáneos con los prodigios que hizo?

¿No véis hombres que niegan los hechos más patentes que ocurren en su presencia? ¿No los tenéis que dicen que no creerían aunque viesen?. No por medio de los prodigios conducirá Dios a los hombres.

En su bondad, quiere dejarles el mérito de que se convenzan por su razón.

Los hombres de la Tierra, pigmeos entre las humanidades del infinito, están muy lejos de Dios para saber a punto fijo cuando Dios hace gala de su Omnipotencia; y es completamente inútil asegurar si es de un modo o si es de otro; y además, en Dios no caben ni milagros ni prodigios; en Él no hay más que leyes eternas e inmutables que no están sujetas a producir efectos sorprendentes.

La filosofía que es el estudio de las verdades eternas, la que da solución a los grandes problemas, libro donde se encuentra la clave del infinito, no admite nada sobrenatural porque lo sobrenatural quiere decir sin razón.

Las manifestaciones de los espíritus no tienen nada de milagroso, ni de prodigioso, ni de maravilloso: no son más que los desenvolvimientos de la vida que realizan el continuo trabajo que hacen las fuerzas diseminadas en la Creación; por esto médium es el niño, médium el anciano, médium la casta joven, y no hay hombre que no posea una mediumnidad más o menos desarrollada.

La humanidad invisible vive con nosotros, los muertos no dejan en su sepultura más que su cuerpo, su Espíritu trabaja y siente a nuestro lado; ni son pueriles, ni son destellos de santidad, ni el satánico poder, no son más que el movimiento de la vida, acción incesante del trabajo.

¡Los latidos de las humanidades!

¡Las pulsaciones del Universo!

¡El raudal de la vida que en hirviente catarata se desprende de la eternidad para caer en el infinito!

En cuanto a las epístolas de San Pablo lo hemos dicho otras veces y lo repetimos ahora; el gran escritor cristiano adivinó realmente el porvenir religioso del mundo.

El apóstol se conoce que era médium vidente, porque solo por medio de una videncia extraordinaria se puede ver y pintar con tan exacto parecido nuestra época; los falsos profetas que están en algunas religiones, se llevarán un gran número de discípulos que se resistirán sistemáticamente a la verdad, y no son los espiritistas. Estos no rechazan la verdad, van por el contrario en busca de ella; lo que sí hacen es no creer ciegamente, sino que antes tratan de analizar lo que quieren creer; porque es contrario en absoluto a las leyes de la lógica, aceptar principios desconocidos a nuestra razón.

No son los espiritistas los profetas, los seductores que enseñan el error, nos traza nuestro retrato el inspirado apóstol; él dice en su primera carta a Timoteo, capítulo cuarto, primeros versículos: empero el Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos apostarán de la fe escuchando a espíritus del error y a doctrinas de demonios, que con hipocresía hablarán mentiras, teniendo cauterizada la conciencia. Que prohibirán casarse y mandarán abstenerse de las viandas que Dios creó para que participasen de ellas los fieles, y los que han conocido la verdad.

¿Quién prohíbe el casamiento a personas determinadas y señala las viandas que nos deben alimentar? ¡No son los espiritistas!

No rechazamos la verdad los que creemos que el Espíritu es una piedra preciosa que necesita la pulimentación del trabajo. Nosotros tendemos nuestros brazos a la verdad porque amamos el progreso; si para nuestro uso no nos es necesario practicar más culto que el amor al bien, porque creemos que sembrando el bien, bien inmenso recogeremos en el porvenir, no por eso dejamos de respetar las creencias de los otros, y elevando nuestra mirada al infinito buscamos un ideal en armonía con nuestra razón. La fuerza del Espíritu gobierna todas las fuerzas humanas; los espiritistas así lo creemos y estamos persuadidos que nuestro ser pensante, como indeterminado viene, y como infinito va a seguir su eterno viaje en busca de la verdad absoluta, tesoro inestimable que sólo posee Dios. Los espiritistas no rechazamos la verdad; la vemos dibujarse en la Creación, y guiados por su resplandor vamos como los Reyes de Oriente conducidos por la Estrella misteriosa hasta llegar a mundos mejores; donde el Espíritu sepa amar, y en esta peregrinación forzosa nos detenemos de vez en cuando para estudiar.

Y lamentamos el fanatismo de los unos, el indeferentismo de los otros, el insensato orgullo de los más, vemos el desarrollo intelectual de nuestra época y decimos:
las grandes bibliotecas de la Tierra sirven para ilustrar, pero no para consolar, no enjugan una lágrima, pero el amor al bien es la emancipación de los proscritos.

Esto trata de hacer el Espiritismo, implantar la ley del evangelio que es hacer el bien por el bien mismo, porque sabe por experiencia que no encuentra más que abismos quien abismos siembra, que no hay más infierno que las malas acciones del hombre, por esto todo su anhelo es crear moralidad, verdad y justicia.

¡Decir creo, es poca cosa! ¡Decir he hallado, ya es algo! ¡Tratar de ser bueno es cumplir el deber del justo!.

He aquí el propósito de la escuela espiritista, saber si puede creer en ese problema lleno de hipótesis en el cual está el porvenir del hombre.

Descubrir el más allá del Espíritu, la vida tras la tumba y el progreso en la eternidad, ha sido trabajo preferente a que se han entregado las humanidades sensatas, y justo es que la humanidad de hoy, muy dada a las ciencias exactas, estudie con preferencia; saber de donde ha venido, porqué aquí se detiene, y adonde irá; y el Espiritismo le dice al hombre:
¡Vienes de la voluntad de Dios!

¡Estás en el dualismo de tu libre albedrío! E irás progresando a través de los siglos sin llegar nunca a la perfección suprema; porque este ha sido, es y será, ¡El divino atributo de Dios!.

Amalia Domingo Soler

La Luz del Porvenir