
Con este capítulo doy término a este libro, que tiene como principal objetivo divulgar una verdad aún desconocida por muchos hermanos nuestros; me sentiría feliz si su contenido diera ánimo y paciencia para aceptar con sumisión las leyes eternas.
El ser humano vive en una irresponsable inconsciencia, se embriaga en los placeres para olvidar mejor el objeto de su vida, sus imperiosos deberes y sus pesadas responsabilidades.
La vida humana no es una cosa vana que pueda usarse con ligereza, es una lucha para la conquista de una vida mejor, una obra elevada y grave, de edificación y perfeccionamiento, regida por leyes justas y equitativas, por encima de las cuales prevalece la eterna justicia de Dios.
Las religiones y las filosofías del pasado están llegando a su fin; han desplegado sobre el alma humana el manto de sus concepciones y de sus esperanzas, sin embargo ha quedado la duda en el fondo del alma.
Una crítica sabia y transparente ha pasado por el tamiz.
Todas las teorías de antaño y de aquella imagen celestial, sólo han quedado en un montón de ruinas.
Las religiones han perdido mucho de su prestigio y los frutos negativos del materialismo aparecen por todas partes.
Al mismo tiempo que la ambición, el egoísmo y la sensualidad se desarrolla en unos, en otros es la codicia y la brutalidad.
El desencadenamiento de guerras para satisfacer las ambiciones desmedidas de los más grandes, provee el odio mortal de los más pequeños.
Las religiones fanatizan a sus seguidores para después utilizarlos como armas mortales contra sus enemigos.
Estas prácticas bárbaras destruyen los cimientos de nuestra civilización y siembran el caos, destruyendo la forma de vida que debe ser respetada en nuestro planeta, antes de descender a lo más profundo del abismo de las miserias.
Después de tantos abusos y tantas infracciones, el Mundo Superior nos dijo: “habéis agotado todas vuestras posibilidades, llegó el momento de separar la cizaña del trigo, cada uno recibirá según su merecimiento, la estructura de la Tierra tiene que ser reparada, para corregir el daño que habéis ocasionado”.
Durante este siglo se llevarán a cabo estas obras y no se permitirá que nadie más atente contra ellas.
Los nuevos inquilinos serán seleccionados y se cumplirán las bellas palabras pronunciadas por Jesús en el sermón de la montaña: “bienaventurados los mansos, humildes y pacíficos porque ellos heredarán la Tierra”.
El hombre estudia la historia de nuestro mundo, evoca el recuerdo de las civilizaciones pasadas y generaciones muertas que reposan bajo el polvo de los siglos.
Duda de la fe crédula de los simples y de la fe razonada de los espíritus, pero por encima de las opiniones contradictorias, de las rivalidades de castas y religiones, el Espíritu encarnado que siente la necesidad de liberarse de estas negativas influencias, encuentra una luz que le indica el camino que debe seguir.
Es un camino difícil y pedregoso, para poder caminar en él hace falta fuerza de voluntad, espíritu de sacrificio y creer en el mensaje de Jesús, quien nos dijo: “yo soy el camino de la verdad y de la vida, y aquél que lo siga y llegue hasta el fin, se salvará”.
La voluntad es una fuerza que está oculta en todos los hombres pero si queremos utilizarla, su poder es capaz de conseguir todo lo que uno se proponga.
La voluntad que rige el destino del Universo se manifiesta de manera que nadie pueda dudar de la existencia de Dios.
Si el orden y la armonía del Cosmos no bastan para convencer a los hombres, libres son de creer o no creer, pues nadie obliga al escéptico.
Lo mismo sucede con las cosas de orden moral. Nuestra existencia se desarrolla y los acontecimientos se suceden sin relación aparente, pero la ley de compensaciones se cierne sobre nosotros y rige nuestro destino según un principio ineludible, por el cual todo se encadena en una serie de causas y efectos.
Su conjunto constituye tal estado de armonía, que el Espíritu cuando está exento de prejuicios e iluminado por un conocimiento elevado, agradece con humildad al mundo superior.
Dios está en cada uno de nosotros, en el templo viviente de nuestra conciencia.
Allí está el lugar sagrado, el santuario donde se oculta la chispa divina.
Es necesario aprender a conocernos nosotros mismos, a registrar los rincones más íntimos de nuestro Ser, analizar nuestro verdadero estado en el silencio y en la soledad, así podremos conocer el poder que está oculto en nosotros.
Él es el que eleva y hace resplandecer en el fondo de nuestra conciencia, la imagen del bien, de la verdad y de la justicia, consiguiendo que se ilumine nuestra conciencia que aún está oscura y poco a poco la luz penetra en nuestro Ser, desvaneciendo las sombras.
De esta manera cae el principal argumento de los que negaban la posibilidad de la existencia de los espíritus.
Los que hacían esto no podían comprender la existencia de una vida invisible, por falta de un fluido o sustancia que pueda escapar a nuestros sentidos, sin embargo podemos encontrar en el mundo de los imponderables, los elementos constitutivos de la vida de estos seres y las fuerzas que les son necesarias para manifestar su existencia.
Los fenómenos espíritas, se explican por el hecho de que puede gastarse una importante cantidad de energía sin ninguna pérdida aparente de materia: todo es fácil de comprender cuando se conoce el juego de las fuerzas y de los elementos que entran en acción en estos fenómenos.
Dios es el Espíritu de sabiduría, de amor y vida, el poder infinito que gobierna el Universo.
El Espíritu encarnado tiene un principio pero el camino que ha de recorrer es eterno.
El principio espiritual que lleva en sí, le permite presentir los problemas que traspasan los límites actuales de su entendimiento.
El Espíritu prisionero de la carne, se libera a veces, y se eleva hacia los dominios superiores del pensamiento, de donde le llegan las altas inspiraciones.
Todo está escrito en el fondo del alma; el pasado de donde venimos y los caminos que hemos recorrido, así que debemos ser humildes reconociendo nuestra pequeñez, mirando con cariño a los que ahora están recorriendo ese mismo camino que nosotros recorrimos antes.
Debemos seguir evolucionando hacia el porvenir que nosotros mismos construiremos, como un monumento maravilloso, hecho con los buenos pensamientos, y las buenas acciones a favor de los demás.
El trabajo que cada uno debe realizar se resume en tres palabras: saber, querer y creer.
Saber que tenemos compromisos espirituales que cumplir.
Querer el bien, y dirigir el pensamiento hacia lo más alto.
Creer en la eficacia de nuestra acción sobre la influencia de la materia y el poder que tiene sobre nosotros.
Cuando el Espíritu encarnado llega al conocimiento de su verdadera naturaleza y de su compromiso con el mundo espiritual, cuando esta verdad penetra en su mente y en su corazón, entonces se eleva hasta un plano superior, domina las imperfecciones terrestres y consigue la fuerza que “transporta las montañas”, resulta vencedor de las malas inclinaciones de la vida, y no teme al fracaso ni a la muerte.
La ignorancia es una consecuencia de nuestra propia naturaleza, la escasa idea que tenemos de las leyes que rigen el destino, es lo que nos une a las influencias inferiores inclinadas al mal.
El estado de ignorancia es una de las formas necesarias para que se cumpla la ley de evolución.
Nuestra inteligencia, aún tropieza con los accidentes del camino, de aquí surge el error, el abatimiento, las pruebas, los desengaños y naturalmente, el dolor; todo esto es un medio de educación y elevación para el Espíritu.
Yo he tenido una larga vida, sufriendo las pruebas y el dolor, y todos los días doy gracias a Jesús por permitirme una existencia tan difícil, porque gracias a ello, he pagado muchas deudas del pasado y he conseguido algún beneficio para el futuro. (Ver “Hechos y obras de una vida” de mi autoría).
Cada individualidad es un eslabón en la inmensa cadena de los seres. La unión que tienen entre sí, puede limitar la de cada uno en cuanto a su extensión pero no en su intensidad.
En todos lo tiempos, el pensamiento elevado se ha proyectado sobre el cerebro humano. La luz divina se expande por todos los pueblos, a todos les han sido enviados guías, misioneros y profetas.
La verdad es sólo una y es eterna, ella penetra en los seres humanos por inspiraciones sucesivas, a medida que éste está más apto para recibirlas.
Cada nueva revelación es una continuación de la anterior, ésta es una de las misiones del Espiritismo que siempre se está renovando, siguiendo el progreso de la ciencia, aportando siempre una enseñanza nueva y un conocimiento más completo, para la evolución de la humanidad.
El Espíritu encarnado ha olvidado su verdadera misión y dominado por la vida material, ha perdido de vista los grandes horizontes de su destino; despreciando los medios que tiene para desarrollar sus facultades latentes, que le llevarían a conseguir su transformación.
El Espiritismo viene a recordarle todas estas cosas, a sacudir las conciencias adormecidas y a estimular y acelerar la marcha de su camino espiritual.
El Espíritu sólo puede progresar en la vida colectiva, trabajando en beneficio de los que le siguen por detrás. Una de las consecuencias de esta solidaridad que nos une, es que los sufrimientos de unos pueden alterar la serenidad de otros.
La oración en estos casos puede fortalecer el ánimo del sufridor, proporcionando consuelo, pero no puede evitar el sufrimiento, no puede cambiar las leyes inmutables, ni modificar nuestro destino.
Trabajar con un sentimiento elevado, persiguiendo un fin útil y generoso a favor de nuestros semejantes, también es orar.
En realidad este trabajo es la mejor oración que podemos hacer y la que con más fuerza llega a Dios. No se necesita de palabras ni de formas externas para expresar su fe, porque está presente en todos los actos y pensamientos.
El ser que practica y asume esta responsabilidad, respira y se envuelve en una atmósfera pura y esta forma de vida se convierte en una necesidad, hasta el punto de no poder vivir de manera diferente.
Los que viven una vida egoísta y material, cuya mente está cerrada a las influencias superiores, no pueden imaginar o saber, la fuerza interior que se siente y se posee, cuando se comprende que se ha conseguido mantener la comunicación continua con el mundo espiritual superior.
Si todo efecto tiene una causa, todo efecto inteligente tiene una causa inteligente. Sobre este principio descansa el Espiritismo, y si aplicamos este principio a las manifestaciones de ultratumba, descubrimos sin duda, la existencia de los espíritus.
Por esto la existencia de Dios constituye uno de los puntos esenciales de la doctrina espírita, uno de los principios fundamentales, sin ningún dogma porque el Espiritismo no los acepta.
Continuamente vemos a nuestro alrededor cómo se desarrolla la majestuosa ley del progreso y evolución, desde las formas más inferiores, desde los infinitamente pequeños, infusorios flotando en las aguas y elevándose lentamente en la estela de la evolución de las especies, para finalmente llegar hasta el hombre.
Siguiendo este proceso evolutivo, el instinto llega a ser sensibilidad, después inteligencia, conciencia y finalmente razón.
Gracias a las enseñanzas de los espíritus, sabemos que esta evolución prosigue a través de los mundos, bajo formas cada vez más sutiles, elevándose continuamente como fieles servidores de Dios.
Esta elevación grandiosa de la vida, sólo se explica por la existencia de una voluntad, de una causa inteligente, de una energía incesante que envuelve a toda la naturaleza; esta fuerza superior e inteligente regula con toda perfección la vida y manifiesta su grandeza en la inmensidad de este maravilloso Universo que Él ha creado.
Nuestras existencias se suceden y se desarrollan a través de los siglos. Los hechos ocurren independientes a nuestra voluntad, y la justicia divina se cumple sin que nadie pueda escapar a ella; nuestro destino ya está fijado según la ley de compensaciones. Nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo se relaciona, todo se encadena por una serie de causas y efectos que marcan nuestro destino.
Cuando se investiga la realidad de la vida futura, cuando se examina la situación del Espíritu, después de producirse el fenómeno muerte, se comprueba un hecho de gran relevancia; se constata la existencia de un estado de cosas que está regulado por una ley de equilibrio y de armonía.
El Espíritu se ve como si estuviese ante un espejo, y en él se reflejan fielmente todos los actos por él realizados, para acusarlo o glorificarlo; no hay escape posible. Es obligado a contemplarse a sí mismo para reconocerse y prepararse para otra nueva vida de progreso o para sufrir el reconocimiento y la vergüenza de su fracaso.
Nada se pierde, ni el bien ni el mal, todo se escribe, se repara y se borra por medio de otras existencias.
El deber no es una palabra vana, y el compromiso asumido es lo único que debe prevalecer por encima de todo.
Cada uno de nosotros construye sin saberlo su propio porvenir.
La existencia que estamos viviendo, sea fácil o difícil, es una consecuencia de nuestras acciones anteriores.
Hay que insistir en estos puntos porque es posible que influya en la sociedad actual, cuyos pensamientos, tendencias y actos, están muy a menudo, inspirados por el egoísmo o las malas pasiones; acumulando negras nubes fluídicas, que presagian una terrible tempestad.
Es lamentable que en el principio del siglo XXI, aún se vea tanta decadencia moral, tanta corrupción, tanta indiferencia en algunas conciencias con respecto al sentimiento del bien.
Esta imagen negativa que presenta una parte de esta humanidad terrestre, justifica suficientemente la selección que ya se está haciendo en el plano espiritual.
Todos los que aún se entregan a sus bajas pasiones para satisfacer sus vicios y deseos, sin importarles nada el daño que se hacen a sí mismos y a sus semejantes, no tienen ninguna posibilidad de seguir viviendo en la Tierra.
Tengo que decir una vez más, que los fenómenos naturales que se están dando y que aún se tienen que dar, cada vez serán más violentos y causarán más víctimas, y justamente esto sucederá con más violencia, en los países más pobres, donde sus habitantes tienen menos recursos y más penuria.
Yo desde estas páginas que llegarán a sus manos gratuitamente, quiero mandarles un mensaje, con todo cariño: “Mis queridos hermanos, creer en Dios es lo más importante de nuestra vida; en los momentos difíciles la fe es necesaria, porque nos fortalece, nos da esperanza y fuerzas para seguir viviendo o saber morir, no importa cómo y cuando se tiene que morir porque la muerte no existe, muere el cuerpo pero el Espíritu sigue viviendo y vuelve a nacer con un cuerpo nuevo.
Yo os hablo así porque ya he vivido situaciones difíciles: enfermo y abandonado, con un cuerpo sucio, mugriento sin tener agua para lavarlo y cambiar la ropa infestada de piojos durante más de un año, durmiendo en el suelo, sin tener una vieja manta para cubrir mi cuerpo, hambriento hasta desfallecer, buscando en la basura algo para poder comer.
Cuando las palabras ya no salían de mi boca y me faltaban las fuerzas para seguir, pensaba en Jesús, y la fe que tenía en él, hizo que nunca me dejara llevar por la desesperación.
La fe nos da fuerzas para sobrevivir y enfrentarnos con más serenidad a cualquier situación. Sufrir con paciencia el dolor, nos eleva hacia un mundo superior”.
Quiero acabar con estas palabras de Jesús, en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados”.
José Aniorte Alcaraz
Elucidaciones Espíritas