SOMBRA… MÁS SOMBRA

Un lecho de flores

No pasa un solo día que no reciba alguna carta contándome algún suceso doloroso y suplicándome que averigüe, si es posible, el porqué de un determinado acontecimiento.
No siempre puedo complacer a mis hermanos, unas veces porque no tengo médiums disponibles o porque los espíritus se niegan a contestar categóricamente, respondiendo de un modo evasivo, incoherente, que deja lugar a la duda, y otras, porque no creen prudente ocuparse de historias terribles, y me dicen: “No te acerques demasiado al fuego, que puedes quemarte”. Y efectivamente, más de una vez me ha sucedido ponerme enferma escribiendo algunos relatos de crímenes cometidos en la noche del pasado.

Hace algunos días me escribió un espiritista residente en una gran ciudad de la República Argentina, quien entre otras cosas me decía lo siguiente:
“Vivían en esta población un matrimonio con tres hijos, el mayor de diez años,
la esposa próxima a dar a luz su cuarto vástago y eran todos ellos, incluso la madre de ella, un modelo de buenas costumbres: todos se amaban entrañablemente”.
“Una noche, estando los niños y la anciana acostados, el esposo fuera de casa y la señora cosiendo tranquilamente en el comedor, junto a una mesa en la cual había un gran quinqué lleno de petróleo, que esparcía una hermosa luz; no se sabe por qué, la señora se levantó y en mala hora tomó el quinqué, el que cayó de su mano derramándose el petróleo que se inflamó instantáneamente, y ella procuró apagar las llamas con tan mala suerte, que ardieron sus faldas y loca, sin saber lo que hacía se lanzó a la calle pidiendo socorro.

A sus gritos, a sus lamentos acudieron los vecinos y uno de ellos la cubrió con una manta de lana, pero las llamas, de más de dos metros de altura, eran tan voraces, que hirieron a varios individuos, y la primera víctima sólo sobrevivió cuatro horas, sufriendo agudísimos dolores, pero como conservó todo su conocimiento, encargó a su familia y vecinos que la perdonaran y que velaran por sus pobres hijos, muriendo resignadamente diciendo: ¡Señor, señor, cúmplase tu santa voluntad!”.

    La muerte de dicha señora ha llamado poderosamente la atención, porque era muy buena, madre excelente, hija cariñosa, esposa amantísima, y todos, unánimemente, decían que no merecía morir como ha muerto; pero como yo sé que cuando se muere tan desgraciadamente, causa muy justa ocasiona tan terrible efecto, a usted acudo, no por curiosidad, sino por estudio, por aprender en esa gran historia de la humanidad.
Pregunte usted, Amalia, pregunte usted, que ante esas desgracias irremediables debemos los espíritas entregarnos a las más profundas meditaciones”.
Soy del mismo parecer de mi amigo y hermano en creencias; así es que en cuanto he tenido ocasión oportuna he preguntado a un Espíritu, y él valiéndose de una buena médium, me ha dicho lo siguiente:

   “Hacéis bien en preguntar, porque nadie nace sabiendo, y aun cuando algunos sabios encarnan en la Tierra, no olvidéis nunca que su sabiduría abulta lo que un grano de mostaza, y su ignorancia es más voluminosa que vuestro sistema planetario”.
“El Espíritu que ha usado últimamente la frágil envoltura de una mujer, y que demostró tener más virtudes que defectos, en una de sus pasadas existencias perteneció al sexo fuerte y adquirió justo renombre por ser un gran orador sagrado, por ser una lumbrera en la cátedra del Espíritu Santo, por ser un ministro de Dios de conducta intachable, probo, generoso, compasivo, esclavo de sus deberes profesionales, sin que una mancha cayera nunca sobre su blanca vestidura, tan desprendido, tan desligado estaba, al parecer, de los goces terrenales; su morada suntuosa era una casa de oración, allí nunca se escucharon risas profanas, ni se entregaron sus moradores a ninguna expansión material; eran más los días de ayuno, que los días de hartazgo, y al morir el prócer eclesiástico, si no se le hizo santo le faltó muy poco, dado que eran proverbiales su austeridad y su sumisión a los mandatos de la iglesia; y sin embargo, aquel santo varón, modelo de buenas costumbres, estranguló a sus cuatro hijos en el momento de nacer.

   Desde muy joven, se apoderó de una pobre campesina, hermosa como las primeras ilusiones, sencilla y buena, obediente y sumisa a los mandatos de su señor; de una cabaña escondida entre montes, pasó a una casita oculta entre el espeso ramaje de un bosque centenario, y allí, en compañía de una pobre mujer sordomuda, vivió algunos años adorada de su señor y dueño, que era aquel ministro de Dios de quien no se sabía la menor debilidad mundana”.
“En aquel ignorado retiro él era dichoso, pero siempre temblaba ante la idea de que se descubriera su debilidad y, para evitarlo, cuando ella le dijo que iba a ser madre, él menudeó sus visitas para asistir a su alumbramiento, y sin que ella lo notase estranguló al niño al nacer y lo enterró él mismo, para borrar todo vestigio de su crimen; pero no se quedó tranquilo, podían ser descubiertos los restos, así es que, los tres hijos que vinieron después, él después de estrangularlos en el momento de nacer, los arrojó al fuego y aventó sus cenizas, habiendo momentos en que hasta ella le estorbaba, temiendo siempre que se descubriera sus crímenes; pero ella era tan hermosa, tan sencilla, tan sumisa a su voluntad, que no tuvo valor para asesinarla.

   Cuando ella murió, él respiró con más tranquilidad, y se entregó a las prácticas religiosas con místico entusiasmo, martirizó su cuerpo, dominó sus indómitas pasiones, aspiró a ser santo, y pensaba con horror en aquella mujer que durante algunos años le cautivó con sus hechizos, y en cuanto a sus hijos, los consideraba como frutos del pecado, y creía buenamente que había cumplido con su deber estrangulándolos al nacer y aventando después sus cenizas, para que no quedara el menor rastro de ellos”.
“Así pensó mientras estuvo en la Tierra, pero al volver al Espacio se horrorizó de sí mismo, si bien tenía en descargo que no había gozado con sus crímenes, pues los había cometido por sus escrúpulos religiosos, y esto le valió mucho para no ser tan responsable de sus hechos, pero él mismo se condenó a volver a la Tierra para morir entre las llamas cuatro veces seguidas y sufrir más de lo que sufrieron sus hijos, puesto que a ellos les quemaron sus cuerpos inertes”.
“He aquí por qué en esta encarnación ha dado comienzo el saldo de sus cuentas, siendo sus hijos los espíritus que el ministro de Dios arrojó lejos de sí; en esta existencia se unieron a su asesino para despertar su sentimiento, siendo carne de su carne y huesos de sus huesos”.

   “Ya ves si tenía una causa poderosa la desgraciada muerte de la madre de familia, que ayer quemó a sus hijos y hoy se ha separado de ellos con el más profundo sentimiento.

   Hacéis bien en preguntar el porqué de lo que os parece extraordinario; el ayer es la realidad del presente, y el porvenir es el heredero eterno, tanto de los justos como de los criminales. Adiós”.

   Indudablemente el estudio del Espiritismo es el que nos suministra los datos necesarios para estudiar con aprovechamiento y procurar por todos los medios imaginables ser buenos de verdad, sin engaños ni supercherías.
El infinito nos parece corto plazo para demostrar nuestra gratitud a los seres de ultratumba por el bien que nos hacen con sus revelaciones, y sólo deseamos ser grandes por nuestra sabiduría y por nuestra bondad.

¡Seres de ultratumba, benditos seáis, benditas sean vuestras comunicaciones; por ellas llegaremos a ser sabios y a ser buenos!

 

Amalia Domingo Soler