Un lecho de flores

Amalia y Juanito son alumnos del colegio de Belén, ella ingresó primero en la clase, a los pocos días llegó Juanito, y sin que nadie le dijese nada se sentó junto a Amalia; las niñas, al verlos tan iguales de estatura y sentaditos el uno junto al otro, hablando y riendo como si fueran compañeros desde la cuna, exclamaron gozosas: ¡Son prometidos!¡Son novios! Y cosa extraña, Belén que durante las horas de clase no permite la menor distracción ni la broma más leve encontró tan natural lo que decían las niñas que miró a Amalia y a Juanito murmurando enternecida; ¡Qué igualitos son!… ¡Qué buena pareja hacen!… Y los dos niños pasan parte de su vida juntos, y si salen a paseo con su profesora ya se sabe, no se separan el uno del otro.

La noche de la velada, siguiendo su costumbre Amalia y Juanito se sentaron juntos encima de una mesa para ver mejor lo que les rodeaba, y para recibir las caricias de su joven profesora que sentada junto a la mesa los contemplaba con evidente satisfacción, porque indudablemente aquellos dos niños despiertan el más vivo interés: ¿Por qué?… ¡Quién sabe!… hay algo en ellos que habla al alma, y naturalmente habló a la mía.

Yo los miraba y sentía un placer inmenso al contemplarlos; adivinaba que no era esta la primera vez que aquellos dos espíritus se encontraban en la Tierra, y respondiendo a mi pensamiento, oí una voz lejana que decía:

Escucha, yo te diré algo de su historia; presté atento oído, y oí perfectamente lo que te copio a continuación.

¡Amor!… ¡Sublime amor! ¡Fuerza del Universo!… sin el amor de las almas y la atracción de los mundos la obra de Dios no existiría, Dios es amor y amor es su obra, los seres que no aman, son piedras desprendidas del gran templo de la creación, que ruedan hasta encontrar un punto de apoyo, ese punto de apoyo es un alma compasiva, la compasión, es el embrión del amor, embrión que se desarrolla y llega a la plenitud de su crecimiento cuando el ser que se compadece y el que recibe aquel efluvio de simpatía, llega el momento supremo en que se confunden en un abrazo, y al decir abrazo, no creas que me refiero al abrazo de dos cuerpos, no, yo hablo del abrazo de las almas, éstas se abrazan a través de distancias inmensas.

Esos dos niños que hoy atraen tus miradas, son dos espíritus que hace luengos siglos vienen escribiendo su historia, enlazados por el amor más puro. Ella, la que hoy lleva tu mismo nombre, es un Espíritu tan identificado con el cumplimiento exacto de sus deberes, que se puede decir que nunca ha faltado a ellos: ha tenido otros leves defectos, pero ha permanecido siempre fiel a los juramentos que ha prestado, no es Espíritu de pasiones violentas, pero ha sentido un amor profundo, y enlazada a ese amor, a ese ideal purísimo, ha vivido sin faltar a sus deberes en la Tierra soñando con un cielo que su alma presentía.

Hace algunos siglos que ella pertenecía a la religión de Mahoma, vió en el asalto de la fortaleza que habitaba, a un guerrero, a un soldado de la cruz, que porfiaba denodadamente por arrancar la bandera musulmana para colocar en su lugar la enseña de Cristo, la hermosa doncella mora encontró al cristiano muy hermoso y murmuró con tristeza: Su Dios no es el mío, pero debe haber otro Dios que una a las almas, si no lo hubiera, yo no podría amar al cristiano que viene a destruir la torre que me sirve de asilo.

El guerrero cayó herido en el asalto y ella pudo retirarlo del lugar del combate, vendó sus heridas, aplicó un cordial a sus labios y le ocultó cuidadosamente para que su padre y sus hermanos no vengaran en él sus odios de raza y de religión, y cuando el cristiano recobró sus fuerzas ella le acompañó hasta dejarle lejos de su morada cuando las sombras de la noche tendían su manto sobre parte de la Tierra.

Él agradecido a sus bondades y enamorado de su espléndida hermosura, le dijo a la doncella: Deja tus lares y tu Dios, el mío es más bueno que el tuyo, y nos unirá para no separarnos jamás; más ella le contestó: Te amo y siempre te amaré, pero mi padre y mis hermanos enloquecerían de rabia y de dolor, soy su orgullo, su esperanza y su alegría, no debo convertirme en su verdugo.

Te amaré siempre, otro Dios más grande que el tuyo y el mío, nos unirá en el cielo; acuérdate de mí; y la virgen musulmana volvió a su hogar medio derruido para consolar a su anciano padre viviendo únicamente para él.

Ni un solo día dejó de pensar en el cristiano, en el amado de su corazón, y abrasada por aquel fuego divino dejó gozosa la Tierra pensando que un Dios más grande la uniría eternamente al ser que ella amaba con toda su alma.

En otra existencia volvió a encontrarle estando ella unida a un hombre que no amaba, al ver a un apuesto mancebo que la miraba extasiado, le pareció que recordaba algo muy lejano, él le dirigió palabras amorosísimas, ella las escuchó gozosa, y como si le conociera desde mucho tiempo, le dijo ingenuamente que sentía lo que nunca había sentido, sintiendo no ser libre para compartir con él la vida.

Él maravillado, le dijo lo que se dice en ese mundo, que huyera con él, que atravesarían los mares, y serían dichosos; ella entonces le rechazó diciendo: Para amarte siempre no necesito deshonrar mi nombre; en mí hay dos seres, el uno esclavo de sus deberes, no producirá el escándalo, el otro, libre en sus deseos, en sus aspiraciones y en sus sueños vivirá otra vida, rendirá culto a su alma gemela, y esperará la muerte para comenzar a vivir; y fiel a sus deberes conyugales no abandonó su hogar, viviendo consagrada a un recuerdo dulcísimo, su último pensamiento fue para el hombre que tanto amaba, y cuando se sintió morir, experimentó inmensa alegría, porque tenía intuición de la vida futura.

En su penúltima existencia, la que hoy se llama Amalia, fue esposa de Dios, y el día que pronunció sus últimos votos, cuando revestida con las galas mundanas paseó por el anchuroso templo para darle un adiós a los placeres de la Tierra, la novicia vió a un hombre que la miraba fijamente diciéndole con su apasionada mirada: ¿Por qué dejas el mundo cuando yo salgo a tu encuentro?

Ella se turbó, sintió algo que nunca había sentido, soñó con un cielo en la Tierra y cruzó por su mente el pensamiento de gritar: ¡Quiero ser libre!… pero recordó a sus padres que eran los más empeñados en su profesión, a sus compañeras, a su buen confesor, escuchó la voz del órgano que parecía decirle: ¿Y tendrás valor de abandonarme?… y la novicia sintió miedo, sintió angustia y entró en el convento llevándose las manos al corazón para contener sus violentos latidos.

Dejó sus galas, murió para el mundo, pero todos los días acudía al coro para contemplar al hombre que vió por vez primera el día de su profesión.

¡Le quería tanto!… le veía en sus sueños, y como el amor hace milagros, llegaron hasta ella cartas apasionadas escritas por el elegido de su corazón, proponiéndole la fuga, la libertad, el amor, la vida, el placer sin tasa, la felicidad sin término, la monja leyó gozosa su contenido, pero… renunció a dejar la clausura, su amor era inmenso, pero…¿Y el cumplimiento de su deber?… la distancia, el imposible, avivaba el fuego de su pasión, resistió a su empuje, pero su organismo se rindió al peso de tan encontradas sensaciones; y la esposa de Cristo murió joven pensando en aquel hombre que le había dicho:

¡Huye de tu encierro que mis brazos te esperan!

¡Hay un cielo!… ¡Hay un paraíso para las almas que saben amar!…

Ahora bien; ¿Tanto sacrificio no merece recompensa? Sí; por eso Amalia, en esta existencia al saltar de la cuna se ha encontrado a ese hermoso niño que la mira sonriendo, porque es su Espíritu amado, es el que ella ama desde hace muchos siglos, se acabaron los obstáculos y los imposibles, ya no los separa distinta religión, ya no pertenece Amalia ni a otro hombre ni a Cristo, ya es libre, merece una existencia plácida y feliz, porque es un Espíritu esclavo de su deber, porque ha sabido resistir a las asechanzas  mundanas, porque se ha sacrificado por su padre, por un hombre que no amaba, y por un ideal religioso que le inspiraba el más profundo respeto.

Ha hecho siempre abstracción de sí misma, su sacrificio lo ha creído justo, porque con él evitaba el escándalo y no atormentaba a los seres que la rodeaban.

Todos los que cumplen con sus deberes, encuentran a su debido tiempo la recompensa de su abnegación, de su heroísmo; no se pierde ningún acto heroico; la felicidad existe al alcance de todos aquellos que no emplean la violencia ni el crimen para conseguirla.

Amalia no ha corrido en pos de la felicidad, ha recorrido su camino soñando siempre con un Dios más grande que los dioses, con un cielo más hermoso que el de las religiones; por eso hoy la tierna niña sonríe gozosa mirando a su gentil compañero, y cuando le preguntan. ¿Quién es tu prometido? Ella contesta éste, y lo dice de una manera que conmueve, que impresiona, y es que la niña dice una gran verdad, le sobra la razón, al decir es éste mi prometido porque aquel ser le pertenece, ¿Sabes por qué? Porque lo ha querido sobre todas las cosas de este mundo y se ha contenido dentro de los límites de su deber para no profanar aquel amor tan puro, tan inmenso, verdaderamente sobre humano.

Él también la ha querido, pero en ella es más profundo su amor, por lo mismo que ha sido más combatido y más de una vez ha dejado la Tierra muriendo de amor.

Razón tienes al conmoverte mirando a la infantil pareja, tu encontrabas en ellos algo especial, algo que no podías explicarte, y es que el amor los envuelve con un manto luminoso, por eso las niñas, sin saber por qué lo decían, exclamaron al verlos juntos: ¡Son prometidos!… es verdad, hace muchos siglos que se dieron el anillo nupcial: Contémplales, mira en ellos la imagen sagrada de la felicidad. ¡Son prometidos! Sí, ella ha labrado su campo, ella ha formado los cimientos de su hogar, y si acontecimientos no esperados destruyeran su casa de la Tierra, su casa del infinito no la destruirán las tempestades, los huracanes ni los terremotos; son dos almas unidas que juntas irán progresando; ella está a mucha más altura que él, pero descenderá hasta los abismos más profundos para elevarle, para engrandecerle, para que sea justo entre los justos y sabio entre los sabios.

Ahora sonríe al mirarlos, ¡Son tan pequeñitos! Extasíate mirándola a ella, su rostro revela la pureza de su alma, él está orgulloso de su prometida, contémplales, admírales, abre paso a los prometidos y exclama: ¡Benditos sean!

Ahora comprendo la historia de estos dos niños porque yo los miraba con tanto afán, porque me atraían, porque hablaban a mi alma las miradas de Amalia y de Juanito, porque me sentía subyugada por aquellos dos pequeñuelos y me conmovía extraordinariamente cuando le preguntaba a él.

¿Quién es tu prometida? Y él sonriendo maliciosamente me decía mirándola a ella, ésta, y al dirigir a ella la misma pregunta, Amalia se sonreía como deben sonreír los ángeles, y decía mirándole a él, este, ¡Este y esta!… compendió de una larga historia, ¡Cuanto hay que estudiar en la humanidad!

 

Amalia Domingo Soler

La Luz del Camino