
De Cayey (Puerto Rico), me enviaron el suelto que copio a continuación, acompañado de fervorosas súplicas para que preguntara a mis espíritus protectores sobre el pasado de esas dos inocentes criaturas que han llenado de sombra el hogar de sus padres.
El relato no puede ser más conmovedor. Leamos:
DOBLE DESGRACIA EN CAGUAS.
Dos niños cayeron en un profundo charco del “Cagüitas” y perecieron de asfixia. Escenas conmovedoras en casa de los padres.
Junio 22. Escribo bajo la dolorosa impresión que me causó, la triste desgracia ocurrida a las infortunadas criaturas Andrés y Enrique Velázquez, de diez y doce años de edad respectivamente, los que perecieron ahogados en el día de hoy en el charco de las “Mambúas”, del río Cagüitas de este término municipal.
Serían las doce del día próximamente, cuando estos infelices muchachos comunicaron a su mamá que iban a ver a su padre, José Velázquez, conocido por el “Niño”, quien estaba trabajando en la panadería del comercio, sita en la calle Betances.
La madre, sin pensar siquiera que pudiera ser engañada por aquellos pedazos de su alma, accedió a ello, recomendándoles que no tardaran mucho; pero los infelices, guiados por la ignorancia propia de su edad, tomaron el camino del río, no creyendo seguramente que iban a encontrar un fin tan triste para sus infantiles existencias, allí, en aquellas aguas, en las que pensaban pasar un rato agradable mitigando el calor reinante.
Llegaron al río, y el menor de ellos se dedicó a coger camarones, con tan mala suerte, que sin sospechar que se hallaba en el borde de un charco de alguna profundidad, fue persiguiendo uno de aquellos animalitos, hasta que sin darse cuenta cayó al mencionado charco, para desgracia de él y de su hermanito, quien al presenciar los titánicos esfuerzos de éste para salir del peligro en que se veía, se lanzó también con objeto de ayudarlo a vencer el peligro que corría.
Mas lo hizo con tan mala fortuna, que al extenderle una pierna para que se agarrara de ella con la idea de salvarlo, el desventurado Andrés, en medio de su desesperación, cogió, según suposiciones, el pie de su hermano, como única tabla de salvación, pero quedaron ambos en medio del charco luchando denodadamente por el afán de vida, hasta que fueron al fondo, donde fueron hallados los dos cadáveres minutos después.
Al pronto se creyó que uno de ellos todavía vivía, pues alguien aseguraba que el corazón latía, siendo por tal motivo precipitadamente conducidos al hospital municipal, donde los médicos certificaron que ambos habían muerto por asfixia, siendo entonces trasladados a la casa de sus padres donde hubo la gran confusión.
Por un lado la pobre madre lanzaba desgarradores ayes, por otra parte la cuñada y hermanita lamentábanse con lastimeros quejidos y llanto, y por último el pueblo en masa, que al enterarse de los sucesos, corría presuroso a prestar a la infortunada familia todo género de servicios.
A la hora en que estuvimos allí, aún no había llegado el padre a aquella casa, donde se contemplaba una de las escenas más conmovedoras de la vida real. En un catre en mitad de la salita, yacían los dos cadáveres, y una hermanita de los fallecidos poco mayor que ellos, con la mayor tranquilidad y sangre fría, se entretenía en peinar a uno de ellos.
En el cuarto vecino, la madre con un fuerte ataque gritaba desesperadamente, lamentando la desgracia que de algún tiempo a esta parte persigue a su familia, pues no hace mucho tiempo que el hijo mayor de ella, que ya contaba con 20 años de edad, puso fin a su existencia, levantándose de un tiro la tapa de los sesos.
Las autoridades, todas estuvieron en el lugar de los tristes acontecimientos, cumpliendo con sus respectivos deberes.
¡Cuántas lágrimas, Dios mío! ¡Cuántas lágrimas! Razón tienen los espiritistas puertorriqueños en querer saber el porqué de tan trágico suceso; pregunté al guía de mis trabajos, no con pueril curiosidad, sino con el doble deseo de saber para enseñar, y obtuve la siguiente comunicación:
“Os quejáis al parecer con razón, lamentando los tristes sucesos, que se desarrollan ante vosotros, y sin embargo, los que veis sucumbir por medio de una desgracia, no pagan ciento por uno, pagan uno por ciento”.
Esos dos niños que han desaparecido en las aguas de un río, si bien han desgarrado el corazón de sus padres, no han causado con su muerte tanto trastorno como causaron ellos en su encarnación anterior, asesinando a una mujer honrada que tenía sus padres amantísimos y dos niñas gemelas que eran el encanto de su madre.
Esos dos niños de hoy, eran en su existencia anterior amo y criado, como decís vulgarmente, es decir, señor opulento y escudero inseparable de su dueño; hermanos de lactancia, ya que una misma mujer los había amamantado, queriéndose los dos entrañablemente y como el señor tenía todos los vicios conocidos, el escudero tomaba ejemplo y como quería tanto a su dueño, le ayudaba en todas sus felonías.
El noble señor se enamoró ciegamente de una hermosa viuda que vivía muy recatada, con los padres de su difunto esposo y sus dos niñas gemelas; los padres de ella, al quedar viuda, se reunieron con su hija, y las dos madres y los dos padres adoraban a la joven viuda envuelta en sus negras tocas, que no salía de su casa para ir a ningún paseo, y sí únicamente para oír la misa de alba en la iglesia de un convento cercano a su casa.
Una mañana la vio el rico señor y se quedó prendado de su elegante figura, adivinando que debía ser muy hermosa, porque a través de su velo se veía brillar sus grandes ojos. La requirió de amores, se situaba todas las mañanas al pie de la pila del agua bendita, y ella, viendo su insistencia, dejó de ir a misa no saliendo de su casa si no iba acompañada de una de sus madres; él no se desalentó por eso, porque estaba acostumbrado a ver y vencer, y creyó que la joven viuda al fin caería en sus brazos, pero pronto se convenció de que era una mujer honradísima, que vivía consagrada a sus recuerdos amorosos, y al ver el imposible se avivaron sus deseos, su capricho se convirtió en pasión avasalladora y tomando una resolución se presentó en casa de ella y pidió formalmente su mano a los guardianes de la joven; éstos, con breves palabras y suma sequedad, le dijeron que su hija no dejaría sus tocas de viuda, y mucho menos para unirse con un hombre que si bien era de ilustre cuna y poseía las riquezas de Creso, tenía fama de galanteador y se sabía que donde quiera que entraba dejaba la deshonra y el dolor. Él suplicó, rogó, pero fue en vano, llegando a la exasperación, cuando ella le miró con el mayor desprecio, diciéndole con sus ojos mucho más de lo que le habían dicho sus padres.
Él se irritó extraordinariamente, porque era la primera vez que una mujer le rechazaba, y juró vengarse de sus desdenes; se borró su pasión, pero aumentó su odio y dijo a su fiel escudero: esa mujer no quiere ser mía, yo tampoco la quiero, me inspira repulsión su espléndida hermosura; pero no vivirá más tiempo que aquel que yo no la vea dispuesta a unirse con otro hombre, la vigilaremos y obraremos en consecuencia.
La joven viuda siguió viviendo consagrada a sus hijas; vino después un hermano de su difunto esposo y acompañada de él y de sus niñas, salía algunas tardes a pasear al campo. Pronto se divulgó por la ciudad que la hermosa joven iba a contraer segundas nupcias con su cuñado y esto fue su sentencia de muerte. Como con el dinero todo se consigue, el desairado galán compró a una familia menesterosa y al sacristán de la iglesia, donde ella iba diariamente, y entre el sacristán y una pordiosera, consiguieron engañarla diciéndole que una pobre madre la llamaba para entregarle a sus dos hijas y morir tranquila; ella se dejó conducir una tarde al anochecer y fuera de la ciudad, la obligaron a subir a un coche, donde la aguardaban el señor y su escudero, el primero reiteró su petición de casarse con ella, y la joven le despreció nuevamente y al llegar a un punto donde las aguas de un río caudaloso formaban un violento remolino, porque chocaban contra un montón de piedras, la cogieron los dos y la arrojaron al río, donde la desdichada joven, encontró la muerte instantáneamente. El dolor de su familia fue inmenso, la desesperación del hermano recién llegado no tuvo límites, porque ya estaba convencido de proteger a la joven viuda casándose con ella, sirviéndole de padre a las inocentes niñas y en un momento se disiparon todos los sueños; la madre de ella no pudo resistir el golpe y murió de pena, en tanto que el señor y su escudero huyeron a lejanas tierras y nadie les importunó, ¡Era tan rico el asesino!… que pudo morir tranquilamente lejos de su patria; pero al reconocer su estado en el espacio, se horrorizó de su obra, lo mismo que su fiel escudero, espíritus tan afines que no se separaron y juntos volvieron a la Tierra escogiendo los mismos padres, dándose palabra el uno al otro de sufrir la misma muerte que hicieron sufrir a la joven viuda; y como no trajeron otro objetivo al encarnar, que el de pagar una de sus muchas deudas, por eso buscaron su tumba en las aguas de un río, que cuando un Espíritu firma su sentencia de muerte, no necesita del verdugo para llevar a cabo la ejecución, cada uno es verdugo de sí mismo.
Adiós
Dice muy bien el Espíritu;
para recibir el castigo merecido, cada ser se basta a sí mismo para juzgarse y condenarse;
¡Qué malo es ser malo!…
Amalia Domingo Soler
La Luz de la Verdad