Un espiritista de Buenos Aires me escribió hace pocos días enviándome el recorte de un periódico, diciéndome: “Que tenga a bien pedir al guía de mis trabajos, si le es posible explicarnos por qué ese joven, por casarse se volvió ciego voluntariamente; si se hubiera suicidado, ni siquiera le hubiese enviado el suelto, porque en un momento de locura se puede atentar contra la existencia; pero, en cambio, este caso es digno de estudio y creo que su explicación será muy provechosa”.
El suelto dice así:
UN SACRIFICIO POR AMOR. –Los periódicos italianos dan cuenta de un suceso verdaderamente extraordinario ocurrido recientemente en Palermo.
Un joven de la buena sociedad de aquella población, se enamoró de una señorita ciega perteneciente también a lo más florido de la sociedad palermitana.
La ciega, muy buena y muy hermosa, estaba dotada de un Espíritu elevado y de una inteligencia nada vulgar.
El joven, llamado Ernesto Barini, visitaba con gran frecuencia la casa de la ciega, acabando por declarar a la joven su pasión.
Rosa Venelli, que según Il Pópolo, de Nápoles, tiene diecisiete años y cuya enfermedad incurable es la gota serena, enamorada también de Ernesto, como los ciegos pueden enamorarse, por el timbre de la voz y la mayor o menor delicadeza de sentimientos que el lenguaje revela, hubo de negar su correspondencia amorosa al apasionado pretendiente.
Insistió éste una y otra vez en sus aspiraciones, sin obtener resultado favorable y sin lograr que Rosa explicara los motivos de su insistente oposición para aceptar las relaciones; mas tan grande fue la tenacidad del galanteador, que por fin la ciega descubriendo el secreto, dijo:
-Yo no me atrevo a corresponder al amor que usted me ofrece, porque como mis ojos carecen de luz, es lo más probable que, cuando usted menos piense, se sienta deslumbrado por otras pupilas, ya que las mías no pueden deslumbrarle.
-¿Es ésa la sola causa de su negativa? –Preguntó Ernesto.
-La única –respondió Rosa.
A la madrugada del siguiente día, Ernesto salió al campo y se tendió en la hierba, de cara al Oriente, y cuando el disco enrojecido del Sol empezaba a levantarse en el horizonte, Ernesto fijó en él sus ojos.
Así permaneció hasta las doce, sin apartar la vista del astro.
Cuando se levantó, ante sus pupilas, que lloraban enrojecidas, flotaban grandes masas de sombras.
Repetida la misma operación al otro día, el atentado se consumó por completo: la ceguera se había apoderado de la retina de Ernesto.
Entonces, como lo que era, ciego, se dirigió a tientas a la casa de Rosa, y tomándole la mano le dijo:
–Ya soy ciego como usted. ¿Quiere usted aceptarme por esposo?
La ceremonia nupcial se ha celebrado con gran pompa, y el suceso es el tema de todas las conversaciones en la patria de Dante.
Los jóvenes de Palermo, queriendo significar su admiración a este mártir del amor, le han obsequiado con originales y ricos presentes al pie de los cuales figuran sentidas dedicatorias.
Probablemente el caso de Ernesto Barini, por el valor que causa, por lo abnegado, por lo grande que es en sí, no tiene ejemplo en la historia de los sacrificios realizados en aras del amor. Se comprende hasta la entrega de la vida, pero la inmersión voluntaria en las tinieblas eternas, el desplome tácito en la noche sin aurora, la caída reflexiva en el espantoso mundo de la negrura, no, no tiene adjetivo que pueda expresar el heroísmo que encierra la acción llevada a cabo por el joven palermitano.
Confieso ingenuamente que me ha causado profunda impresión la lectura del anterior relato, porque como dice muy bien el periodista italiano, se comprende muy bien la entrega de la vida en un momento de desesperación, pero la inmersión voluntaria en las tinieblas eternas es superior a todos los sacrificios realizados en aras del amor, y deseando aclarar este amoroso misterio, he preguntado al guía de mis trabajos, obteniendo la comunicación siguiente:
“Comprendo el asombro que os ha causado a todos la heroicidad de Ernesto Barini, Espíritu que ha entrado en el camino del adelanto y que tiene una conciencia tan purificada que no le duelen prendas para cumplir con su deber”.
“En su anterior encarnación, no era Ernesto tan bueno como ahora; se enamoró de una hermosa joven, pidió su mano, se comenzaron los preparativos de la boda y él, antes de celebrar su enlace, emprendió un viaje relacionado con sus intereses comerciales, en tanto que su prometida arreglaba sus galas de desposada.
Una tarde salió ella con su familia al campo para visitar una quinta de su propiedad en la que pensaba pasar su noche de boda, y cuando estaban todos ultimando el decorado de la cámara nupcial, se cubrió el cielo de negras nubes, rugió el trueno y cayó un rayo en el gran comedor de la quinta, causando muchos daños, mas sin ocurrir desgracias personales. Las señoras se desmayaron y la heroína de la fiesta, la hermosa joven que miraba ruborizada su lecho de novia, también cayó al suelo lanzando un grito aterrador, y cuando pasó el hecho, vio su familia con espanto que la gentil Adelina tenía los ojos desmesuradamente abiertos, pero sin vida: ¡Se había quedado ciega!”…
“La ciencia fue impotente para devolverle la vista, y cuando su prometido volvió, quedó aterrado al ver a Adelina, pues no parecía la misma, dado que los ojos le habían quedado tan abiertos, enrojecidos siempre por el llanto, y su rostro tenía una expresión tan dolorosa que no se la podía mirar sin sentir una angustia indefinible.
Ernesto se espantó de tal modo, que huyó despavorido, sin dirigirle a su prometida una palabra de consuelo. Adelina comprendió enseguida que su prometido no se casaría con ella, y no se engañó. Ernesto abandonó la ciudad, escribiendo antes al padre de Adelina, pidiéndole perdón por no tener valor para unirse con su hija, y que, aunque deploraba lo ocurrido, le era imposible vivir unido a una mujer que era el símbolo del dolor, a la que no podía mirar sin sentir una verdadera desesperación”.
“El padre de Adelina trató de ocultar a su hija la resolución de Ernesto, pero ella le dijo: Padre mío, quiero saberlo todo, esta incertidumbre me mata, quiero la realidad, todo es preferible a la duda que me atormenta.
Entonces su padre le leyó la carta y Adelina lloró amargamente diciendo: he perdido la luz de mis ojos y la luz de mi alma; ahora sí que viviré en la sombra; pero su martirio no duró mucho tiempo, se fue consumiendo lentamente y murió sin exhalar una queja, encargando a sus padres que averiguaran donde estaba Ernesto y que le escribieran diciéndole que le perdonaba de todo corazón”.
“El desolado padre cumplió religiosamente la última voluntad de su hija, y Ernesto al recibir la noticia de la muerte de Adelina, lloró amargamente, mucho más cuando leyó:
Me encargó mi hija al morir que os hiciera saber que os perdonaba de todo corazón.
En honor de la verdad, Ernesto vivía muriendo desde que huyó de su prometida; en ninguna parte estaba contento y la sombra de la pobre ciega le perseguía por todas partes, la veía en sus horas de sueño y de vigilia, y tenía momentos en que temía perder la razón.
Así es que su malestar aumentó al enterarse de su muerte. Sintiéndose tan pequeño y tan humillado ante su inocente víctima, murió al poco tiempo muy contento de ello, porque creía que en la tumba quedaba sepultado el todo de nuestro Ser.
Mas, ¡Cuál fue su asombro cuando se encontró en el Espacio con Adelina!, Siendo ella la que le hizo despertar, haciéndole comprender su verdadero estado. Ernesto entonces le ofreció seguirla eternamente y ser su esclavo, hasta borrar con su sacrificio el horrible tormento que le había causado, pero ella le contestó: Tal vez, con el transcurso de los siglos, un día nos podamos unir, pero por ahora será imposible, porque yo he de volver a la Tierra repetidas veces para quedarme ciega; porque yo he dejado a muchos hombres sin luz en sus ojos cuando era dueño y señor de muchos vasallos; yo no imponía la pena de muerte, pero en cambio le quemaba los ojos a mis súbditos rebeldes, con hierros candentes; y cuando perdí mis hábitos de ferocidad, dejaba ciegos a los pájaros para que cantaran en mis jardines y me recrearan en mis horas de aburrimiento, y como he de vivir ciega, tengo el íntimo convencimiento de que rechazaré tus protestas de amor, porque recordaré vagamente el tormento que he sufrido”.
“Ernesto y Adelina volvieron a la Tierra, y Adelina es la joven Italiana que rechazó a su amado, temiendo que él le fuera infiel, y Ernesto, arrepentido sinceramente de su crimen de ayer, se propuso demostrar a Adelina su verdadero arrepentimiento, perdiendo voluntariamente la luz de sus ojos para vivir al lado de su víctima de ayer. Ernesto es un Espíritu que ha dado un paso gigante, no se puede pedir más, no cabe mayor sacrificio, ha perdido lo más bello, lo más necesario para la vida, sólo por demostrar su amor y su arrepentimiento a la que generosamente ayer le perdonó su infame proceder”.
“Ernesto es un Espíritu decidido, es un alma bien templada, se ha propuesto ser grande y ha dado el primer paso. Querer es poder.
Adiós”.
Es verdaderamente interesante la comunicación que he obtenido; si todos los culpables tuviéramos el valor suficiente para borrar con nuestros actos heroicos los crímenes cometidos ayer, la Tierra sería dentro de poco un verdadero paraíso, ¡Pero los sacrificios cuestan tanto! Que vamos dejando para mañana el saldo de nuestra larga cuenta.
Amalia Domingo Soler