
Siempre hemos mirado con profunda compasión a los desgraciados, a esos pobres seres ciegos, tullidos o contrahechos, y lo que más nos ha llamado siempre la atención, es que esos desheredados suelen tener en sus rostros una aprensión repugnante, y suelen abrigar muy malas intenciones; por lo cual el vulgo dio en decir desde hace mucho tiempo, que un cojo o un tullido, un ciego o un manco, no podían ser buenos, porque un lisiado estaba señalado por la mano de Dios.
Nosotros al oír esto reflexionábamos, y decíamos: Dios es muy injusto; no se contenta con privar a estos infelices de la agilidad de su cuerpo, sino que también les quita la nobleza de su sentimiento.
¡Oh! Esto es cruel, y más que cruel absurdo.
Aquí debe haber algo incomprensible para el hombre, si es que Dios existe no puede crear seres de cuerpo raquítico y de alma menguada.
Y así vivíamos esperando encontrar la solución razonada de tantos enigmas, cuando llegó a nuestras manos un periódico espiritista, leímos su contenido y exclamamos con íntima satisfacción: ¡Aquí está la verdad! Al menos la doctrina más racional, aquí está la definición de los grandes problemas de la vida.
El hombre vivió ayer, y vivirá mañana; luego esta existencia es una continuación de nuestra historia, pero en manera alguna decide nuestro porvenir.
Es un capítulo del volumen histórico que va escribiendo nuestro Espíritu, estudiemos el Espiritismo que bien merece ser estudiada la ciencia que hasta ahora mejor define a Dios, y leímos las obras espiritistas con verdadero afán, y encontramos entonces la explicación racional de muchísimas anomalías que habíamos observado en el penoso curso de nuestra existencia, y comprendimos por qué la mayoría de los cojos, de los ciegos y tullidos suelen tener mal carácter y torcidas intenciones.
No es que Dios les señale con el dedo, como cree neciamente el vulgo; es que la imperfección de su Espíritu se manifiesta, porque por regla general, sólo los grandes homicidas, los opresores de la humanidad, los tiranos de los siglos, los que han hecho el mal complaciéndose en el estrago y en el exterminio, son los desgraciados seres que vemos arrastrándose por la Tierra, sufriendo esas dolencias horribles, esa privación de sus miembros, esa falta de acción vital que convierte la existencia en un verdadero suplicio.
¡Qué malo es ser malo! ¡Qué fatales consecuencias nos traen nuestros vicios!… Cuán triste es la vida de algunos seres, y cuán dignos de compasión son esos espíritus que vienen a la Tierra amarrados al potro del tormento.
Entre las comunicaciones de ultra tumba que más nos han impresionado, recordamos una que vamos a transcribir porque encierra una triste enseñanza.
Un médium parlante puramente mecánico, comenzó a decir con amargo acento:
“¡Qué horrible es vivir en la Tierra! ¡Parece que no hay sol en ese planeta!
¡Cuánto sufrí el tiempo que estuve en ese mundo! ¡Qué días tan sombríos! ¡Qué noches tan tristes!… ¡Qué vida tan penosa!… ¡Siempre igual! ¡Para mí no hubo un día mejor que otro! ¡Paralítico entré en ese globo, y paralítico salí de él!”
“¡Sin movimiento estuve en la cuna! ¡Sin movimiento me dejaron en la tumba! ¡Sólo mi cabeza quedó libre! ¡Pude hablar para maldecir la creación!
¡Pude pensar para dudar de la existencia de Dios!”
“Mi pensamiento trabajó de continuo porque mis ideas tenían lucidez extraordinaria. Tuve lo que los terrenales llamáis talento, pero un talento claro, profundo, analizador; y durante veintiocho años estuve como una fiera enjaulada. ¡Cuánto, cuánto sufrí… me causa horror recordar mi ayer!… porque si en medio de mi desventura hubiese estado rodeado de una familia cariñosa, si hubiera visto en torno mío rostros risueños, si hubiese escuchado tiernas plegarias, mi sentimiento se hubiera despertado, y hubiese sufrido con resignación las amarguras de mi pobre vida; pero viví rodeado de seres que como yo, gemían en su desesperación, excepto mi padre, que el infeliz se movía como un autómata, estaba aturdido, y en su semblante no brillaba ni un leve destello de inteligencia, una sonrisa estúpida plagaba sus labios, y todo le era indiferente”.
“Mi madre, ¡Pobre mártir! Estaba ciega, y era víctima de los malos tratamientos de mi hermana cuya imaginación calenturienta padecía terribles accesos de locura, y más eran los días que estaba loca, que los que estaba cuerda, y sólo mi hermano mayor era el único que tenía sus cinco sentidos cabales, pero que tenía que vivir entristecido, abrumado por la enorme carga de su familia, porque es horrible mirar y ver ante sí, a cuatro seres que le pedían pan completamente inútiles, y ser él sólo para trabajar y ganar el sustento de todos, y cuidarlos, y hacer los trabajos más ínfimos de la casa. Me dirán que hay padres de familia que tienen ocho o diez hijos que mantener, pero es muy distinto contemplar un grupo de niños ágiles y alegres cuyas caricias le dan vida a una piedra, pero nosotros… el cuadro de nuestra familia era tristísimo. Mi padre con menos entendimiento que un pequeñuelo recién nacido, mi madre ciega y acobardada por los golpes de su pobre hija completamente loca, y yo, del todo inútil, porque hasta el alimento me lo tenían que poner en los labios, y mi pobre hermano tenía que trabajar todo el día para ganar… dos pesetas… ¡Infeliz! ¡Cuánto ha sufrido… y sufre todavía! Y gracias que su carga se le ha aligerado, porque hemos dejado la Tierra, mi padre, mi hermana y yo. ¡Pobre Juan! ¡Cuánto nos ha querido a todos especialmente a mí! Nunca ha proferido una queja, su inteligencia no está muy desarrollada, pero su moralidad y su caridad es admirable, ha cumplido con su penoso deber sin decaer ni un segundo su gran voluntad”.
“Cuantas veces le decía yo: ¡Juan, mátame! Harás dos obras buenas, concluiré de sufrir, y tú tendrás un martirio menos, el pobre me miraba, movía la cabeza negativamente y se iba al trabajo, y yo me quedaba allí… siempre allí clavado en mi vieja silla, mirando a mi familia hambrienta, huraña, renegando de todo”.
“¡Y un día, y otro día, un mes, y otro mes, un año, y otro año… y siempre lo mismo… lo único que cambiaba era el vuelo gigantesco de mis ideas!”.
“¡Desgraciado de mí! ¡Yo era un gran político! Un notable reformador… y sólo podía hablar y discutir con una anciana mendiga que todas las tardes venía a hacerme compañía. Excelente mujer; de muy clara inteligencia; que muchas veces me decía:
-Créeme Andrés, Dios existe, y la vida que tú llevas es un saldo de cuentas, algo hiciste ayer… que has tenido que pagar hoy. Yo me enfurecía y negaba sus razonadas argumentaciones, y así viví negando siempre. ¡No creía en nada!… para mí no había más que una verdad… ¡El dolor!”.
“Contaba mis años, y al ver mi muerta juventud, al verme tan inútil… me desesperaba, parecía que me iba a volver loco… y después… después lloraba como un niño, y no hay frases en el lenguaje humano que puedan expresar lo que yo sufría”.
“Al fin, una tarde de invierno sentí en todo mi ser una fuerte sacudida, mis miembros entumecidos adquirieron acción instantáneamente, lancé un grito supremo, me quise levantar… y mi Espíritu dejó la Tierra… y no sé lo que pasó por mí…”.
“Ignoro el tiempo que pasé en la turbación, pero debió ser breve; sólo recuerdo que cuando volví a pensar recordé enseguida a mi hermano y corrí a buscarle. ¡Pobrecillo! Le vi muy pensativo mirando mi silla vacía, el infeliz pensaba en mí, y no pudiendo llorar se abismaba en mi recuerdo. Es el único ser, que se acuerda de mí en la Tierra, mi imagen está fotografiada en su pensamiento y cuando mira mi silla aún cree que me ve en ella, nunca se sienta en mi puesto, mi recuerdo le inspira religioso respeto. ¡Pobre hermano mío!”.
“No me doy exacta cuenta de lo que pasa por mí. Comprendo que vivo, creo que hay algo superior a la inteligencia del hombre, y calculo que mi última existencia de sufrimiento tendrá su razón de ser, indudablemente; pero… no me encuentro dispuesto a contemplar por ahora mi pasado. ¡Mi Espíritu está aún tan abatido!… ¡Se encuentra tan ensimismado!… que no me explico como hablo con vosotros porque no estoy dispuesto a ejecutar ningún trabajo. Yo que creía que en la tumba cesaban todas las manifestaciones de la vida, y al encontrarme que no es así, al verme desprendido de mi cuerpo conservando mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad, esta metamorfosis me sorprende y me abisma en un mar de confusiones. ¡Vivir, vivir siempre! Tiene su lado malo y su lado bueno, este asunto tiene mucho que estudiar… Adiós, me encuentro fatigado”.
¡Pobre Espíritu! ¡Cuánto debió sufrir! Tener una gran inteligencia, y vivir veintiocho años sin poderse valer de su cuerpo.. qué expiación tan horrible. Se comprenden esas horas de angustia, pero no hay frases que puedan pintar esos grandes dolores.
Se quedó tan presente en nuestra imaginación el anterior relato, que ni un solo día ha pasado que no consagráramos un recuerdo al pobre paralítico, al desdichado Andrés, y al pensar en escribir algunas líneas en su memoria, hemos oído la voz de un Espíritu que nos dice:
“Escribe, tus palabras servirán de consuelo a un alma errante que no quiere mirar su pasado, pero que escucha tu voz con agradecimiento, porque las almas que sufren, se consuelan cuando ven que en la Tierra consagran un recuerdo a su dolor”.
“Los espíritus felices no están tan necesitados ni de luz ni de ternura; por esto consagra siempre tus vigilias a compadecer las inmensas desventuras de los seres débiles, que los que caen hay que ayudarles a levantarse. Acuérdate de lo que decía Jesús, los enfermos son los que necesitan médico, tú también has caído muchas veces, y espíritus amigos te han dicho ¡Levántate y anda! Sigue pues la senda de la vida, y anima con tu voz cariñosa a un alma errante”.
Nosotros, que sabemos compadecer, no por virtud, sino por conocimiento de causa, porque nuestra existencia actual ha sido combatida por el sufrimiento de una dolencia física desde el momento de nacer, nosotros que hemos vivido a la mitad porque en nuestros ojos débiles y enfermizos han faltado raudales de luz, y sólo a muy corta distancia hemos distinguido los objetos, nosotros que sabemos cuanto hemos sufrido, cuando en un espectáculo, en el teatro por ejemplo hemos oído celebrar la parte mímica, la expresiva gesticulación de tal o cual artista, que para nuestros ojos ha pasado completamente desapercibida, otras veces, cuando en las olas del mar hemos buscado la luz de la vida, y por un momento cuando la blanca espuma ha cubierto nuestra frente, y abriendo los ojos hemos visto el cielo más azul, el sol más brillante… y lentamente una ligera bruma ha ido envolviendo todos los objetos, y hemos vuelto a verlo todo bajo la niebla que enturbia nuestros ojos, ese dolor mudo, esa sensación dolorosa que tantas veces hemos sentido, es lo que ha despertado nuestra compasión para los grandes dolores; que sólo los que han llorado mucho pueden saber lo que sufre el que llora.
Pues bien, nosotros que recordamos la historia de Andrés, que calculamos toda la angustia que debió sufrir durante su permanencia en este mundo, y comprendemos que su estado no puede ser muy satisfactorio, deseando que nuestra voz pueda prestarle si no un gran consuelo, al menos una melancólica tranquilidad, porque es muy distinto creerse uno mártir del capricho de la suerte a reconocerse víctima de sí mismo.
Hay una notable diferencia en decir: parece que todos los dolores de la existencia han venido a chocar contra mi frente, o reflexionar y conocer, que si mucho hemos sufrido, muchísimo más debíamos sufrir.
El llanto de la desesperación quema nuestros ojos, y seca las creencias del alma, y las lágrimas del arrepentimiento y de la gratitud caen como rocío benéfico sobre el desgarrado corazón del hombre.
Es necesario a veces conocer lo que hemos sido, para reconciliarnos con Dios, porque como el Espíritu no conserva recuerdo de sus existencias anteriores, y mientras está en la Tierra sólo ve su presente: cuando un infeliz nace, como nació el pobre Andrés paralítico, cuando ninguna culpa ha cometido, y se ve víctima de una fatalidad desconocida, si este desgraciado no conoce el Espiritismo, y sólo ha oído hablar de las religiones positivas: si posee una clara inteligencia, tiene que ser escéptico sin remedio, tiene que negar a Dios antes que admitirle haciendo justicia.
Esto hizo Andrés, y nosotros afanosos de que este Espíritu comience a trabajar, aceptaremos la inspiración que nos den para que escuche nuestra voz, y contemplando su pasado, se decida a engrandecer su porvenir.
Nuestro ser se conmueve, con sacudidas nerviosas y algo inexplicable nos dice que un Espíritu amigo nos envía su fluido, y nos dicta lo que escribimos a continuación:
“Escribe, escribe, los caídos son los que conocen el dolor que reciben al caer; y tú comprendes lo que sufre el Espíritu rebelde, porque el tuyo se rebeló, y aún pagas las deudas que tu rebeldía te hizo contraer; por esto no es extraño que digas y repitas al pensar en Andrés:
¡Qué cuadro de familia! ¡Qué existencia tan triste la del pobre paralítico!”
“¡La inteligencia activa como el deseo, y el cuerpo inerte como la materia inorgánica!”
“¡Sentir, pensar, querer, y no tener ni un miembro de su cuerpo que secunde sus ideas!”…
“¡La vida, la plenitud, la exuberancia, el desbordamiento de la vida en la cabeza, y la atonía de la muerte en el resto de su ser!”
¡Oh, ese padecimiento es espantoso! Tienes razón; pero no olvides nunca, tenlo siempre presente, “que el dolor de hoy, es el crimen de ayer”.
“Escucha, esa familia cuyo cuadro te causa horror, esos cuatro seres que han vivido muriendo, porque si bien el pobre Juan ha padecido, su misión es muy hermosa, porque vino a la Tierra para difundir el consuelo, para ser el sostén de espíritus atribulados.
Juan tiene una encarnación de progreso, mientras que los otros no han hecho más que padecer, lo que irremediablemente tenían que sufrir; porque hay existencias puramente expiatorias, en las cuales el Espíritu, todo el progreso que puede hacer es adquirir paciencia y mansedumbre, nada más, y esto lo adquiere difícilmente, porque es tan estrecho el círculo en que vive, que no puede adelantar (si es que adelanta) más que en un sentido”.
“El Espíritu que como Andrés tiene que escoger una envoltura muerta, y tiene que vivir en la mayor miseria, todo lo que puede hacer es padecer, y pagar no ojo por ojo ni diente por diente, pero sí ha de sentir el peso de un átomo de sufrimiento, por los mundos de agonía que él creó en otro tiempo, y cuya enorme carga colocó sobre sus víctimas”.
“Pobre familia de Andrés ¡Dices tú con abatimiento!. Y dices muy bien, pobre es en verdad, porque se compone de cuatro espíritus cuyo nacimiento se pierde en la oscura noche de los siglos, que han tenido gran inteligencia pero que la han empleado muy mal. El padre ha sido el menos criminal, por esto ha vivido sin gran sufrimiento, porque donde falta la luz de la razón, falta también la sensación del dolor”.
“La madre y la hermana de Andrés, esas desgraciadas, han sufrido porque era necesario que algo sufrieran quienes tanto han hecho padecer a los demás”.
“Si las hubieras visto en otras edades, han sido dos mujeres célebres por su hermosura, por sus liviandades y su crueldad. La una, impúdica en sus deseos, tentadora por su belleza satánica, atraía a los jóvenes incautos con sus miradas de fuego, y cuando conseguía satisfacer el grosero apetito de su concupiscencia, las miradas de aquellos testigos de sus obscenidades la estorbaban y mandaba a sus esclavos que aprisionasen secretamente a aquellos cómplices de su liviandad, y les sacasen los ojos, y cuando estaban ciegos los dejaban en libertad; y la que a tantos desventurados quitó la luz del día, justo es que durante algunas existencias viva ciega; que el dolor de hoy, es la culpa de ayer”.
“La hermana de Andrés, la pobre loca que a intervalos recobraba la razón, fue notable también por sus costumbres licenciosas, y entregada a la ambición política, cuando algún alto personaje no aceptaba su juego, encontraba medio de aprisionarle y de matarle, y pasaba por loco todo el que a ella le estorbaba para realizar sus inicuos planes; ¿Y no crees lógico que fuera víctima de la locura, quien a tantos hizo pasar por locos?”
Andrés, talento extraordinario, religioso por ambición, fanático por crueldad, tirano sacerdotal de su tiempo, tuvo su inquisición especial; él nunca empleó el fuego para martirizar a los herejes, únicamente el agua. En la fortaleza que él servía de residencia habitual, había unos subterráneos, por los cuales corría un brazo del Tíber y en algunos parajes subía el agua hasta la altura de tres pies. Fuertes argollas de bronce se encontraban de trecho en trecho en la pared, y a ellas se amarraba con una cadena al infeliz cautivo que caía en poder del que en su última existencia se llamó Andrés”.
“Tal era la astucia y la sagacidad y la hipocresía de aquel gran político y temible religioso, que siempre decía:
-Yo no mato al delincuente, yo le doy tiempo para que se arrepienta, mas ¡Ay! Que aquel tiempo era una muerte lenta. Aquellos infelices vivían… ¡Pero cómo vivían!… con la extremidad de su cuerpo en al agua… los miembros se entumecían… perdían toda clase de movimiento… llegaba el caso que no podían llevar a sus labios el insalubre alimento que les daban, y aquellos infelices… morían de hambre”.
“¡Cuántos horrores! ¡Cuántos crímenes guarda la historia del pasado!”
“Paralíticos de la Tierra llorad, gemid, no por vuestra enfermedad, sino por las muchas lágrimas que habéis hecho verter”.
“¡Andrés! ¡Pobre Espíritu! Has lamentado veintiocho años de sufrimiento… pero no has llevado sobre tus hombros más que el peso de un átomo, y muchos centenares de mártires han muerto abrumados por la enorme carga de tu iniquidad”.
“Tus cautivos eran maltratados por tus esclavos, y tú siempre has tenido una mano cariñosa que llevase el alimento a tus labios. ¡Compara, y notarás la diferencia!”
“Tú no has querido a nadie, y tu hermano Juan te quiere desde hace muchos siglos; Espíritu inclinado al bien, desde otras edades viene procurando tu regeneración, y siempre te ha impulsado a la piedad.
Tú ahora comienzas a querer a tu hermano, quiérele mucho, conságrale toda la ternura que seas capaz de sentir.
Es el único ser que ha perdonado siempre tus crímenes, porque es el único que te ha amado. Vive enlazado a ti, como la hiedra a las ruinas.
Su adelanto le permite estar en los mundos regenerados, pero él no dejará los planetas de expiación y prueba hasta que consiga tu regeneración”.
“¡Despierta de tu sueño, Andrés! ¡Tu inteligencia es grande! Conviértete en apóstol de la verdad. Llora con ese llanto que vivifica el alma, con ese llanto que como el fuego sagrado purifique tu Ser”.
“Yo no he rasgado el velo de tu pasado para que la vergüenza y el remordimiento te atormente. No; yo lo que quiero es que comprendas la inmutable justicia de Dios. Es necesario que tu Espíritu sienta una gratitud inmensa, que adquieras el profundo convencimiento de que no hay una lágrima que no tenga su historia, ni una sonrisa que no recuerde una buena acción”.
“¡Despierta Andrés, despierta! Ten valor para mirar las sombras de tus existencias pasadas, y haz firme propósito de emplear tu gran inteligencia en nobles empresas.
Tú que durante tantos siglos defendiste los privilegios de una religión absurda, defiende ahora los derechos de la religión verdadera, engrandece tu Espíritu con esa fe racional que nos acerca a Dios”.
“Purificado por el sufrimiento hoy renaces a la vida, procura vivir en la esfera de la virtud. A tu gran ciencia une la caridad, y el paralítico de ayer volverá a la Tierra con el alma tranquila y el cuerpo sano, fuerte, ágil y robusto, emplea tu actividad y tu elocuencia en demostrar a los hombres que Dios existe, y que el Espíritu que alienta a cada ser es inmortal”.
“No pierdas en la inacción un tiempo precioso. Trabaja Andrés, trabaja, que también se crearon para ti los mundos de luz”.
Después de lo dictado por el Espíritu ¿Qué diremos nosotros? Que Dios es grande, que su misericordia es infinita cuando le concede a todos sus hijos tiempo ilimitado para progresar.
¡Tiempo! Síntesis de la justicia divina, tú eres el primer elemento de la vida.
Tú eres la riqueza inapreciable de la humanidad.
Si algo pudiera adorar nuestro Espíritu, después de adorar a Dios rendiríamos culto al tiempo; porque él sintetiza para nosotros el porvenir de todas las humanidades.
Por él se redimen los cautivos.
Por él adquieren fuerza los débiles.
Vista los ciegos.
Agilidad los tullidos.
Virtud el malvado.
Ciencia el ignorante.
Creencia el ateo.
Por ti se regeneran los mundos.
Se transforman las sociedades.
¡Tiempo bendito! tú eres el soplo de la divinidad.
La esencia de la esperanza, el eterno “fíat luz de la Creación”.
Tú dices hágase la luz en la densa noche de los siglos, y la luz se hace con tu poder supremo, porque tú eres ¡Oh tiempo! El hálito divino de Dios.
¡Andrés! ¡Alma errante! El tiempo te espera, trabaja en tu progreso, no olvides nunca que para ti también fueron creados los espléndidos mundos de luz.
Amalia Domingo Soler