
Cuando el Espíritu abandona la vida libre del espacio y viene a encarnar en la Tierra, si no es Espíritu de gran turbación ya sabe que vendrán para él luchas, sufrimientos, pruebas desengaños y toda clase de contrariedades; pero ¡Ay! La turbación de la materia es tan tremenda, que el Espíritu queda sin conocimiento de causa durante todo el tiempo de su infancia, y cuando despierta a la vida, se encuentra rodeado del bien y del mal; entonces empieza a reflexionar, y los hábitos e inclinaciones adquiridas se manifiestan con todo su poder.
Como todos los espíritus que venimos a encarnar en la Tierra tenemos más de malo que de bueno, en nuestros primeros actos, hechos con conocimiento de causa, se manifiesta enseguida la tentación a los vicios, pasiones, orgullo, afán de bienestar, y sólo cuando viene la edad madura y después de muchos sufrimientos, desengaños y situaciones terribles, el Espíritu se detiene, y a veces, no siempre, emprende un nuevo derrotero y busca la paz, no en las comodidades y halagos del mundo, sino en la quietud, en la reflexión y en el estudio. Entonces es como el ser encarnado busca, estudia y analiza y encuentra la verdad, como los espiritistas hemos encontrado.
Pero éstos somos en corto número, con respecto a la generalidad; la gran mayoría se aferran a las comodidades, riquezas y honores del mundo, y siguen su existencia sin haber realizado gran progreso moral y muchas veces contrayendo grandes responsabilidades que, además de hacerles sufrir mucho, les obliga a volver a la Tierra, y esto les sucede tantas veces como el Espíritu necesita para llegar al estado de depuración y de lucidez que ha de tener para quedarse en las moradas de luz y gozar de la dicha espiritual que gozan los justos.
Los espiritistas estamos menos expuestos a caer en las turbaciones de la generalidad; pero no estamos exentos de ellas.
Muy difícil es elevarse a la altura de la misión que tenemos cada uno de nosotros; ya he dicho que nosotros somos la luz del mundo, lo dije en la “Guía práctica del espiritismo”, y si bien debemos ser la luz del mundo, porque nosotros estamos iniciados en las verdades morales y filosóficas que pueden conducir a la humanidad por el más directo camino, debemos ser hombres prácticos en la virtud, y mayormente en la virtud de saber sufrir.
Sufrir con resignación es poco; es necesario sufrir con calma, con serenidad y con el conocimiento de causa, que el sufrimiento depura, engrandece y fortifica el Espíritu; sufrir es elevarse, es hacerse Espíritu de luz; sufrir es pasar por el camino que han pasado los mártires, los héroes, los justos; sufrir es aprovechar el tiempo; pero es necesario sufrir bien; sufrir, si es posible, con alegría, o cuando menos con una tranquilidad que, los ratos que los sufrimientos nos dejan libres, tengamos la satisfacción de haber sufrido bien y la seguridad que hemos ganado algo en la vía de nuestro progreso y que estamos dispuestos a recibir el nuevo sufrimiento que ha de venir, esperándolo con calma, con serenidad y con la convicción de que vamos a dar un nuevo paso hacia nuestra perfección, porque no lo dudéis, hermanos míos, el sufrimiento pasado, como nos aconsejan los buenos espíritus, es la prenda de más valor que llevaremos en el reino de Dios. Y para convenceros de esto, consultad obras espiritistas; leed comunicaciones; escuchad a los espíritus; observad cuáles son los espíritus más grandes que llegan a nosotros, pobres encarnados de la Tierra, y veréis que son los más grandes los que han sufrido más, los que han llegado hasta al heroísmo, los que han dado su vida para los demás. Escuchemos a un Espíritu de mucha luz que hace pocos días se presentó a la médium, y le dijo:
“Por qué buscáis siempre en la Tierra horas de calma y de paz? No sabéis que la Tierra no es morada de paz sino de lucha? Esperad siempre horas de prueba y de sufrimiento; pero esperadlas con ánimo sereno y con valor, y así no os contrariarán tanto las luchas y pesares de la vida.
“Vosotros que amáis tanto al Maestro, no sabéis que Él en la Tierra no encontró sino lucha? Por qué anheláis tanto lo que no es de este mundo? Acordaos que la Tierra es morada de expiación, de prueba y de dolor”.
Hace pocos días que uno de nuestros hermanos sufría mucho por dolores físicos y morales; la médium, en sus oraciones, pidió consuelo por el citado hermano, y el Espíritu se le apareció rápidamente y le dijo.
“Dile al hermano que tanto sufre, que resista los dolores que le acosan, pero con serenidad y valor; que no decaiga, que si sabe sufrir será el mejor trabajo que para su bien habrá hecho en la actual existencia; que recuerde la historia de Jesús siga en pos de Él”.
Estos son los consejos de grandes espíritus, porque saben que los sufrimientos son de gran provecho para el Espíritu que sabe sufrir.
Observad al mismo tiempo, los que concurrís a los centros espiritistas, si en algunas sesiones se han presentado espíritus desencarnados de nuestra época y se han comunicado, cuales son los que demuestran más felicidad? Los que más han sufrido moral y físicamente; generalmente, a mayor sufrimiento más luz y más felicidad. Si estas demostraciones de los seres desencarnados fueran aisladas o muy escasas, podríamos poner en duda sus afirmaciones; pero esto es un hecho universal, y que es idéntica esta manera de expresarse de los espíritus que en distintas épocas han sufrido en la Tierra.
En la actualidad son en gran número los espíritus de los mártires de todas las épocas, de los reformadores, de los que han sido mártires en el silencio, pero que han sufrido bien; digo que son en gran número los que viven en las moradas de luz, porque la médium de este Centro ha sido transportada a las maravillas en donde se reúnen estos espíritus en gran número; allí ha visto a muchos de épocas antiguas, como ha visto algunos de nuestra época, como Jacinto Verdaguer, José Puig, José Sala, Francisca Galí. ¿Quién fue Jacinto Verdaguer? Su historia es pública, casi todos la sabemos. ¿Quién fue José Puig? Un joven niño, porque quedó paralítico a la edad de 11 años y vivió 9 o 10 años en aquel estado aborrecido de su familia; pero su resignación fue tan grande y tan sublime, que cuando nuestro respetable Fernández Colavida estaba en la Tierra, lo había visitado algunas veces, y alguna vez había dicho: aprendo más observando ese hombre niño, que leyendo muchos libros. Nuestra hermana Amalia Domingo había escrito algunos artículos sobre su manera de obrar; era el tipo más acabado de resignación y sumisión al Padre. ¿Quién era José Sala? Un buen espiritista, que por sus ideas fue aborrecido de su familia; su vida era un continuo sufrimiento por los desprecios que sufría de los seres que le rodeaban; pero José Sala, aunque hubiera podido imponerse, por ser el jefe de familia, o separarse, el hombre lo soportó todo, sin imponerse jamás, sino siendo siempre sumiso. ¿Francisca Gali, quien era? Era la hermana de la caridad del vecindario; desencarnó a causa de un cáncer del estómago, cuya enfermedad soportó con verdadero heroísmo.
Si comparamos la situación de estos espíritus a la de otros, que si bien han sido espiritistas, no han tenido que sufrir tanto, y quizá si hubieran tenido que sufrir como los primeros no habrían tenido tanta resignación, digo que, comparada la situación de unos y otros, son incalculables los beneficios que tienen los que han sufrido y se han resignado.
Dejar de ser hombre o mujer en la Tierra y quedar convertido en ángel en el espacio, es el cambio más sublime que el ser puede experimentar en su vida universal, y digo esto, porque en nuestros estudios espiritistas así lo hemos podido comprobar.
Los espiritistas que han sido héroes en el sufrimiento y en el dolor; los que se han entregado con toda sumisión a la ley divina; los que en medio de sus sufrimientos, no solamente no ha decaído su amor al Padre, sino que han sentido satisfacción en acatar la ley, se presentan con tanta luz y hermosura y con una lucidez y goce divino, que una comunicación o una videncia verdadera de ellos, parece que nos transporta a regiones desconocidas; su influencia es tan sublime, consoladora y edificante, que uno se queda regenerado. Parece imposible que aquel ser que tanto sufrió en el mundo, tenga hoy tanta alegría, tanta dicha y tanta felicidad.
Con Puig y Sala hemos tenido ocasión de tratar con ellos algunas veces, y no parecen aquellos que tanto habían sufrido en la Tierra, sino emisarios del Altísimo, que cuando llegan a nosotros nos dejan impregnados de consuelo, de dicha y de felicidad, y un deseo en el alma de pedir al Padre nos envíe sufrimientos para podernos elevar a tan sublime posición como ellos ocupan.
De manera, que si en la Tierra nos agobian los sufrimientos, y con tanto afán deseamos salir de ellos, es por nuestra ignorancia. No quiero decir que hayamos de buscarlos, pero digo que cuando ocurran debemos aceptarlos como un beneficio que viene de arriba y que nos proporciona medios para hacernos espíritus de luz.
Debemos pensar que en la Tierra nunca seremos felices, siempre tendremos algo que nos mortificará, pues ya que hemos venido para encerrarnos en este lúgubre mundo, el no aprovechar el tiempo para elevarnos, es quedarnos estacionados, es permanecer en estos estados que, por no querer ser héroes de una vez, prolongamos nuestro martirio y tardamos mucho a ser espíritus libres y de luz.
Y esto pasa no solamente a los espíritus que estamos encarnados en la época, sino que ha pasado a todos los espíritus que han salido depurados de la Tierra, y mayormente a los espíritus que han venido a desempeñar una gran misión y que sus enseñanzas y su conducta sirven de ejemplo a la humanidad.
Y si miramos al Señor en su vida, su predicación y sus martirios, que deduciremos de esto?
Él no tuvo ni casa ni hogar desde el momento que empezó su predicación; no llevó alforja ni bastón, ni dinero en sus bolsillos; comió en donde le vino y durmió muchas veces en despoblado; su amor a la humanidad hizo que siempre se viera rodeado de enfermos, desvalidos, desheredados y pobres de Espíritu y de materia, y sin embargo, no se quejó, y cuando sus apóstoles le invitan a comer y al descanso, Él responde: dejadme que yo tengo que estar en las cosas de mi Padre; y convierte a la mujer adúltera y hace una mujer sublime de la Magdalena y levanta al paralítico, abre los ojos a los ciegos y a todos devuelve la salud del cuerpo y el bien del alma; sí, a todos los que le escuchan y le siguen, y cuando los afligidos le permiten algún descanso, va a los opulentos y grandes y les dice la verdad, y les afronta por su mal proceder, y no se cansa de una vida de tanto sacrificio y de tanta abnegación, hasta que le prenden.
¿Y cómo le tratan? Peor, mucho peor que al más empedernido criminal, sin ninguna consideración, infiriéndole los insultos más groseros y dándole los tormentos más dolorosos, y sin embargo Él no se queja, no exhala ni una exclamación; sumiso, como manso cordero, sabe que su vía dolorosa será recorrida por muchos; sabe que su resignación será ejemplo para muchísimos; sabe que su obra se recordará siempre y que será la vía dolorosa que seguirán los mártires, los héroes y los justos; sabe que muchos se abrazarán a la cruz por Él simbolizada, como signo de redención.
Por eso no nos hemos de extrañar que la Tierra sea lugar de dolores y de sufrimientos, cuando tan grandes espíritus nos han venido a trazar la vía que hemos de seguir; no nos ha de extrañar, porque ya sabemos que estamos a mucha distancia de nuestra paz y de nuestra dicha y que la manera más fácil de recorrer el camino que hemos de seguir, es sufrir; pero sufrir bien, sufrir con calma, con serenidad, siempre con la convicción de que es el camino más rápido para adquirir nuestra felicidad, y si algún día decae en medio del sufrimiento nuestro ánimo, acordémonos de tan gran ejemplo.
Cuando la mujer, en la vida que tantas angustias ha de pasar, se encuentre en situación apurada, que transporte su imaginación en el momento que María llegó a la cumbre del calvario y vió clavado en la cruz a su amado hijo, y que piense que ella no ha pasado aún situación tan terrible; y cuando los hombres nos sintamos afligidos por desengaños recibidos, acosados por la miseria y los sufrimientos, recordemos al Señor en aquellas horas de agonía pasadas en la cruz, desamparado casi de todos, y que en lugar de darle consuelo, le llenaron de insultos y no le dieron agua para apagar su sed, sino hiel y vinagre.
Recordemos cuando sufrimos, que estamos muchas veces acostados en una cama, rodeados de seres amorosos que nos prodigan toda clase de consuelos y se desviven para nosotros; y el que no está rodeado de familia, lo está de los elementos que le proporciona la caridad; y el que sea tan pobre y se halle solo en el mundo, a lo menos no se verá atormentado. De manera, que desde el rico opulento hasta el menesteroso, todos tenemos el ejemplo en Jesús.
Seamos valerosos. Seamos espiritistas de verdad y hagamos como hace el soldado valiente en medio de la pelea, que con su entusiasmo todo soporta para llegar a la victoria.
¡Señor! Perdonadme si me atrevo a recordaros tanto; os amo después del Padre sobre todo.
¡Qué más hubiera podido hacer mi misma madre, que dar la vida sufriendo tanto para enseñarme el mejor camino! Gracias, Señor; por eso siempre os amaré; siempre recordaré a mis hermanos, y vuestro ejemplo de abnegación, de sacrificio, de humildad y de virtud, vivirá constantemente en mí para practicarlo en los momentos precisos; y si llego a saber cumplir, si mi conducta y mis hechos llegan a ser agradables a Vos, habré conseguido mi dicha y mi felicidad, y si un día a través del espacio os puedo encontrar, os diré:
¡Señor! Nada soy, nada valgo, nada tengo; pero os he amado y os amo mucho; permitidme, pues, que aunque siendo el último, el más insignificante, el más inútil, pueda entrar entre el número de los que os sirven, os aman y cumplen vuestra voluntad.
Miguel Vives y Vives
La Luz del Camino