
Reflexionemos, sí; detengámonos un momento, y dirijamos una mirada al año 1880 que ha ido a perderse en ese abismo insondable llamado eternidad.
¿Qué ha hecho durante este periodo la raza humana? Lo de siempre, progresar, porque la humanidad siempre progresa; y aunque en pequeñas localidades parece que se estaciona, como para la vida de un planeta el estacionamiento de una nación es una cosa muy insignificante, nada importa que España se quede un poco rezagada, porque como en ella hace mucho tiempo que en sus dominios se puso el sol, y no está llamada a llevar la batuta en la orquesta política del mundo, su atraso no influirá ni poco ni mucho en la marcha ascendente de la humanidad.
Las cuestiones religiosas son sin duda alguna, el barómetro que marca el grado de la civilización de los pueblos, y España en ese sentido siempre ha estado en última línea, porque siempre ha preferido ante todo ser católica romana.
En todas partes hay clero, en todas partes los ministros de Dios pronuncian desde la cátedra del Espíritu Santo, elocuentes discursos; y sólo en España es donde los vicarios de Cristo se presentan más intolerantes, tratando siempre de restringir las modernas libertades; y para demostrar que lo que decimos es cierto, copiaremos algunas palabras del Padre Monsabré y del Padre Almonacid.
El primero ha dicho en París, que la libertad religiosa es la salvaguardia y el coronamiento sagrado de todas las libertades; y el segundo ha dicho en Barcelona, que la gloria de España es la unidad católica y la intolerancia de la Iglesia.
El Padre Dibón dijo en París que el templo no debe pertenecer a ningún partido político; que es de todo el mundo y que cada cual puede arrodillarse en él libremente.
Y un Obispo español el Señor Urquinaona dijo en Tarrasa, que los disidentes de la iglesia católica romana están excluidos de la felicidad eterna, no teniendo otra esperanza que las tinieblas y la condenación.
Ungidos del Señor son los de allá, y ungidos del Señor son los de aquí; pero se conoce que los españoles deberemos llevar el estacionamiento en la masa de la sangre como diría el vulgo; porque hasta nuestros hombres políticos, cuan distintos son de los de la vecina República.
Hagamos comparación entre algunos párrafos de dos célebres discursos, pronunciados el uno por Castelar, y el otro por Víctor Hugo; dice el primero refiriéndose a la conciliación política religiosa a que aspira el pontificado del papa actual:
pues bien; hay que atraerla para nosotros, hay que buscarla con perseverancia porque no conseguiremos poco, si consiguiéramos calmar ciertas inquietudes religiosas y traer la parte más ilustrada del clero, si no a la democracia y a la libertad, a un desistimiento de toda tendencia política y a un espiritualismo capaz de levantar consoladores ideales, sobre las inclinaciones demasiado positivistas de nuestro siglo, que peca cual la civilización romana en sus últimos tiempos de economistas y utilitarios.
De todas suertes el actual momento es el menos oportuno, para reñir con la Iglesia. El sentido que hoy domina en los asuntos religiosos de Francia, me asusta por su carácter Jacobino.
Nosotros no caímos del poder, como todos lo saben, por el nombramiento de Obispos, no renegaremos de nuestras gubernamentales tradiciones, ni desmentiremos las solemnes palabras dichas en nombre de nuestro partido allá en las Cortes, por el más joven y más elocuente de los demócratas históricos.
Iremos a la separación de la Iglesia y del Estado; pero con medida y con seriedad.
Conservaremos el patronato y el presupuesto eclesiástico, si volvemos al poder; y en nombre de la libertad religiosa, en nombre del derecho individual, en nombre del respeto al principio de asociación, dejaremos que los seres tristes, desengañados del mundo y poseídos del deseo de la muerte, se abracen, si quieren a la cruz del Salvador como la hiedra al árbol, y aguarden la hora del último juicio envueltos en el sayal del monacato y tendidos sobre las frías lozas del claustro hasta evaporar su vida como una nube de incienso en la inmensidad de los cielos.
Esto dice Castelar en su notable discurso de Alcira, y veamos lo que dice Víctor Hugo hablando sobre la enseñanza clerical:
¡Ah! ¡Ya os conocemos!
Ya conocemos al partido clerical, partido veterano que ya tiene hojas de servicios. Él es el que monta la guardia en la puerta de la ortodoxia, el que ha encontrado para la verdad esos dos cables, la ignorancia y el error; el que ha prohibido al genio y a la ciencia, ir mas allá del misal, y el que quiere enclaustrar el pensamiento en el dogma.
Cuantos pasos ha dado la inteligencia europea, los ha dado a su pesar; su historia está escrita en la historia del progreso humano, pero escrita al revés; él se ha opuesto a todo.
Él es el que ha hecho azotar a Prineli, por haber dicho que no caerían las estrellas, el que ha aplicado siete veces el tormento a Campanella por haber afirmado que el número de los mundos era infinito, entreviendo el secreto de la Creación; el que ha perseguido a William Harvey por haber probado que circulaba la sangre.
Con el testimonio de Josué prendió a Galileo, con el de San Pablo, aprisionó a Cristóbal Colón; descubrir la ley del cielo era una impiedad; encontrar un mundo una herejía.
Él fue el que anatematizó a Pascal en nombre de la religión; a Montaigne en nombre de la moral y de la religión.
¡Oh! Sí, no hay que dudarlo cualesquiera que seáis ya os llaméis del partido católico, ya seáis del partido clerical, os conocemos, ya hace mucho tiempo que la conciencia humana se revela contra vosotros y os pregunta: ¿Qué queréis de mí? Ya hace mucho tiempo que procuráis poner una mordaza al Espíritu humano.
¡Y vosotros queréis haceros dueños de la enseñanza!
Y no queréis aceptar ni a un solo poeta, ni a un escritor, ni a un filósofo, ni a un pensador, y rechazáis cuanto se ha escrito, descubierto, soñado, deducido, iluminado, imaginado, inventado por los genios; el tesoro de la civilización, la herencia secular de las generaciones es patrimonio común de las inteligencias.
Si el cerebro de la humanidad estuviese a vuestra disposición como las páginas de un libro, lo llenaríais de borrones; tenéis que convenir en esto.
En fin, hay un libro que desde la primera letra hasta la última es una emanación superior, un libro que es para el Universo lo que el Corán para el islamismo; lo que los Vedas para la India; un libro que contiene toda la sabiduría humana iluminada por toda la sabiduría Divina; un libro cual la veneración de los pueblos ha llamado la Biblia.
Pues bien, vuestra censura ha llegado hasta este libro. ¡Cosa inaudita! ¡Los papas han proscrito la Biblia! ¡Cómo deben admirarse los sabios, cómo deben espantarse los corazones sencillos al ver el índice de Roma sobre el libro de Dios!
Y con todo, reclamáis la libertad de enseñanza. Seamos sinceros, entendámonos acerca del género de la libertad que queréis.
Esta libertad es la de no enseñar.
¡Ah! ¡Queréis que os entreguen los pueblos para instruirlos! Está bien; pero veamos, veamos vuestros discípulos, veamos vuestros productos, ¿Qué habéis hecho de Italia? ¿Qué habéis hecho de España? Diez siglos que tenéis en vuestras manos, y en vuestras direcciones, en vuestras escuelas, bajo vuestra férula a esas dos grandes naciones, ilustres entre los ilustres; pues bien, ¿Qué habéis hecho de ellas?.
Voy a decíroslo: gracias a vosotros, la Italia cuyo nombre nadie que piense puede pronunciar sin un inefable dolor filial. La Italia, esa madre de los ingenios y de las naciones, que ha esparcido por el Universo las más brillantes maravillas del arte y de la poesía; la Italia que ha enseñado a leer al género humano, hoy no sabe leer. Sí, la Italia es de entre todos los estados de Europa aquel en que existen menos naturales que sepan leer.
La España magníficamente dotada, la España que había recibido de los romanos su primera civilización, de los árabes su segunda y de la Providencia, a pesar de vosotros, un mundo, la América: la España ha perdido gracias a vosotros, gracias a vuestro yugo de embrutecimiento, que es también yugo que degrada y que aminora, la España, digo, ha perdido el secreto del poder que había tomado de los romanos, el genio de las artes que le inspiraban los árabes y el mundo que le había regalado Dios, recibiendo la inquisición de vuestras manos a trueque de todo aquello que le habéis hecho perder.
La inquisición, que ciertos hombres de partido procuran rehabilitar hoy con cierta timidez pública que yo les aplaudo.
¡La inquisición que ha quemado a cinco millones!
Leed la historia: la inquisición exhumaba los muertos para quemarlos como a herejes, testigo de ello es Urgel, Arnauld y el Conde de Focalquier; la inquisición que declaraba a los hijos de los herejes hasta la segunda generación, infames e incapaces de honores públicos, exceptuando sólo aquellos, que hubieran denunciado a sus padres, la inquisición que en este momento mismo tiene aún sellados con el sello del índice en la biblioteca papal los manuscritos de Galileo.
¡Pero con todo para consolar a la España de lo que le quitábais, le regalábais el sobrenombre de católica!.
¿Queréis saberlo?
Vosotros habéis arrancado a uno de sus más grandes hombres, ese doloroso grito que es vuestra mayor acusación: prefiero que sea la grande a que se llame la católica.
Aquí tenéis vuestras obras maestras: habéis apagado ese foco que se llama Italia; y habéis minado ese coloso que se llama España; ceniza es la una, y la otra escombros.
Ved lo que habéis hecho de esos dos grandes pueblos. Ahora bien, ¿Qué es lo que queréis hacer de la Francia?
¡Que diferencia entre Castelar y Víctor Hurgo!
Son quizás los dos hombres más grandes de nuestra época por su maravillosa elocuencia, por su genio sin rival, pero el tribuno español aún no quiere separarse de las sacristías, en tanto que el primer poeta de Francia lamenta la ruina de España y no quiere para su patria tan triste porvenir.
Como se ve los españoles no lo podemos remediar; somos un pueblo estacionado, y nuestros oradores políticos y religiosos no quieren salir del estrecho círculo de la ortodoxia.
Ciertamente se debe respetar la oración espontánea y a la verdadera piedad; pero la penitencia es indigna si es mentida, y es inútil y aunque buenamente se haga; porque el hombre que se entrega a la penitencia es un suicida, el Espíritu progresa en el movimiento de la vida, no en la inercia de la muerte; se debe respetar lo que es digno de respeto, y por triste experiencia sabemos los españoles lo que es la dominación de esos seres tristes, desengañados del mundo y poseídos del deseo de la muerte.
Cierto que desean la muerte, pero es la muerte del progreso lo que ellos desean, y aunque deben respetarse todos los ideales, pero como es obra de misericordia, enseñar al que no sabe, creemos que los libres pensadores debemos decir cual es la verdadera religión, que es amar a Dios sobre todas las cosas, y a toda la humanidad sin distinción de razas ni colores, y para practicar esta religión no es necesario éxtasis ni penitencias; esta religión la describe muy bien Víctor Hugo diciendo:
es la hermana de la Caridad a la cabecera del moribundo;
es el hermano de la Merced rescatando al cautivo;
es Vicente de Paul recogiendo al niño expósito;
es el obispo de Marsella en medio de los apestados;
es el arzobispo de París adelantándose con la sonrisa en los labios hasta el formidable arrabal de San Antonio, levantando su crucifijo por encima de la guerra civil, enfrentando la muerte para conseguir la paz.
Esa es, la verdadera enseñanza religiosa real, profunda, eficaz y popular:
la que felizmente para la religión y para la humanidad conquista para el cristianismo más corazones, que los que aleja de él la conducta de la generalidad de los iniciados en los misterios de la religión.
Nosotros que somos muy amantes del progreso lamentamos de veras el estacionamiento de España; porque esto impedirá por algún tiempo el natural desarrollo que debía tener en el suelo español, la escuela filosófica espiritista racionalista; mas si por un momento una nube de tristeza envuelve nuestra mente, pronto se disipa, porque reflexionamos y decimos:
¿Qué es un grano de arena ante millares de mundos?
¿Qué es un punto negro ante millares de soles?
¿Qué es España con su fanatismo religioso ante el progreso universal?
¡Menos que el grano de arena ante los mundos!
¡Menos que el punto negro ante los soles!
¿Qué es una fracción de la humanidad alucinada durante algunos siglos? Si en la eterna supervivencia del Espíritu éste ha de progresar, si no de grado por fuerza.
Porque si le falta iniciativa las circunstancias de su época le empujan y lo hacen entrar en nuevos senderos quiera o no quiera, y cuantas veces vemos a algunos hombres apegados a las rancias costumbres, y sin embargo obedeciendo a un algo superior a su voluntad, son apóstoles de una idea nueva, y durante cierto tiempo es suficiente para dejar sembrada la semilla del adelanto.
A veces retroceden a su estacionamiento, pero como la luz difundida ya no la pueden oscurecer, el bien y el progreso que han proporcionado a los demás sirve de provecho a los que lo han recibido y aquel adelanto colectivo se refleja siempre sobre su individualidad; y a pesar suyo, los espíritus reacios, los que están adheridos a los terruños de la ignorancia oyen de vez en cuando la voz del Señor que les dice:
¡Despertad! Seguid el movimiento armónico de la Creación.
Nada hay inamovible en la naturaleza, vosotros no podéis oponeros al cumplimiento de mis eternas leyes.
Si libre albedrío os concedí dentro de la esfera de una vida lógica y racional, no lo tenéis para permanecer eternamente en el mal.
¡Libres sois para escalar los cielos!
¡Libres sois para pedir a la ciencia los secretos del infinito!
Pero no sois libres para descender a los abismos de la ignorancia mil y mil veces.
¡Para el progreso no tenéis límites! ¡Mi creación es vuestra!
Pero para el mal mis propias leyes detendrán vuestro paso.
Así es, considerando el progreso como la ley inmutable de la naturaleza no nos apesadumbra el estacionamiento de algunos pueblos, mucho más, que nosotros no consideramos patria éste o aquel rincón de la Tierra, nuestra patria no es este Planeta, es más bien el Infinito.
Nuestro único deseo es buscar la luz de la razón.
Encontramos a Dios en la caridad y en la vivencia, y tratamos de progresar porque verdad no hay más que una:
Dios dando vida a la naturaleza por medio de su amor, y los hombres deben amarse porque la atracción es la ley universal.
El amor es la atracción de las almas y la atracción es el amor de los cuerpos o como dice Flammarion:
el amor debe sentirse por todo lo creado, demostrándose por esa protección mutua que debe establecerse entre los hombres, que el fuerte sea la sombra del débil, y muchos débiles el sostén del fuerte.
Queremos la fraternidad universal porque sin ella la civilización es un mito; pero tenemos completa confianza en el porvenir; y mientras más reflexionamos más nos convencemos de que el mañana es espléndido.
Las viejas sociedades heridas de muerte luchan en el estertor de la agonía, al fin exhalarán su último suspiro y en sus tumbas, las modernas sociedades dirán:
¡Dormid en paz, espectros de otros siglos!
¡Piérdanse en el olvido vuestro consejo y tradiciones!
¡Húndanse vuestros vetustos templos!
¡Que con las catedrales de la naturaleza tienen los hombres bastante para elevar a Dios sus plegarias!
Sí, sí; ¡El porvenir de la humanidad es una eterna sonrisa!
El hombre nunca es huérfano ni desheredado; ¡Dios es su padre! ¡El trabajo es su patrimonio! ¡El progreso su gloria! ¡La inmortalidad su vida! Con esos bienes imperecederos nadie puede llamarse desgraciado.
Reflexionemos dijimos al principio de nuestro artículo; y hemos reflexionado, y la nube de tristeza que envolvía nuestra mente se ha disipado como se disipan las nubes ante los rayos del sol.
¿Qué es el estacionamiento de un pueblo ante la eterna vida de los mundos?
¿Qué es el atraso de unos pocos ante el adelanto de muchos?
¡Progreso indefinido! ¡Redención por medio del trabajo!
¡Tú!…¡ Tú eres el porvenir de la humanidad!
Amalia Domingo Soler
La Luz de la Verdad
3 octubre, 2019