José Aniorte

Es necesario saber que el éxito de nuestro Espíritu, está en aprovechar las experiencias vividas, tanto en estado corporal como espiritual.

Será crucial para ello, el esfuerzo individual y el interés del Espíritu para enfrentar y soportar las pruebas y sufrimientos que conlleva la vida corpórea, circunstancias en la vida necesarias para alcanzar la estabilidad espiritual.

Por este motivo, tenemos que divulgar los hechos y experiencias de los espíritus desencarnados, para que sirvan de estímulo y ejemplo a los que siguen en la retaguardia.

De la misma manera, hay que dar a conocer los dolores, decepciones y sufrimientos que el Espíritu imprudente e incauto que no escuchó los consejos de sus guías espirituales, encuentra a su regreso al plano espiritual.

Estos sufrimientos despiertan la conciencia de los que aún subestiman la pedagogía espiritual, a través de la ley de consecuencias en mundos materiales.

Después de la muerte del cuerpo, el Espíritu que es el ser pensante, está obligado a enfrentar su destino, el cual él mismo ha creado y seguir viviendo de acuerdo con la vida que ha llevado en la Tierra.

El Espíritu verdaderamente sabio, no se aparta de las prácticas espirituales, porque de este modo consigue liberarse más rápidamente de las cadenas pesadas, impuestas por las vidas materializadas.

No cambia la felicidad prevista de un mundo superior por los encantos pasajeros de los fenómenos digestivos y sexuales del mundo de las ilusiones; así es el buen alumno que se inicia en la espiritualidad; y prefiere huir de las distracciones transitorias que le rodean, para conseguir una asignatura mejor en la escala espiritual.

Habría que lamentar la habitual negligencia de los espíritus que al regresar nuevamente a la Tierra se dejan subyugar de forma placentera por las bajas pasiones, entregándose sin resistencia a satisfacerlas, acabando dominados por las fuerzas de la vida inferior.

De este modo se están haciendo daño a sí mismos, porque están agravando sensiblemente su deuda kármica.

No realizan ningún esfuerzo para avanzar sin pasar por la triste situación del dolor.

Revolotean atontados, como las mariposas indefensas, alrededor de las lámparas mortíferas, y espiritualmente están embrutecidos, pensando sólo en aparentar un lujo y un bienestar que muchas veces, en realidad no tienen, pero así satisfacen su orgullo y vanidad.

Se regocijan dilatando el abdomen por los excesos abusivos de las comidas y bebidas, sin reparar una vez más en el daño que se están haciendo ellos mismos.

Hay muchos religiosos que no practican ni creen en su religión.

Asisten a los actos religiosos y repiten sus oraciones, sin tener conocimiento de su contenido, porque no lo aplican a su forma de vida.

Se desinteresan de los bienes eternos del Espíritu porque confían en sus representantes religiosos, que les han de conseguir el deseado ingreso en el Reino de Dios y allí serán eternamente felices.

Pero esto no es así, la realidad es muy distinta cuando la sepultura recibe el cuerpo abatido por los excesos de los placeres materiales.

El tenebroso cortejo de sombras les espera en el plano invisible, unido al dolor que les produce las llagas ocasionadas por su comportamiento.

Estos espíritus se sitúan frente a la ley de causa y efecto, contenida en el Código Moral del Evangelio, que nos dice: “a cada uno le será dado conforme sus obras según su libre albedrío puede sembrar a voluntad, creándose el determinismo de la cosecha obligatoria de lo que ha sembrado.

Irresponsablemente hacemos una fuerte resistencia a las enseñanzas de Jesús, sin comprender ni comprobar que, para conseguir una integración definitiva con Él, sólo es posible con la práctica indiscutible del bien: hacer a los demás lo que queramos que nos hagan a nosotros, sólo esto es lo que nos libra de las terribles consecuencias purgativas que comúnmente lleva al desencarnado que ha vivido una desenfrenada vida, a las torturas del mundo astral.

Cuando llega el momento de la muerte, que no para todos es igual, muchos desencarnados regresan al plano espiritual como fieras enfurecidas, por las propias pasiones que aún sienten, mientras que otros dejan este mundo como los pajaritos que emprenden su vuelo feliz al dejar su nido.

Para ser feliz en el mundo espiritual, no es suficiente tener unos conocimientos, porque aunque éstos sean el producto de grandes esfuerzos, hay que saber utilizarlos para obtener un mayor beneficio.

Las perturbaciones que sienten aquellos que aún se torturan delante de la muerte, son el resultado de la naturaleza y el desequilibrio de las pasiones que fueron cultivadas por ellos mismos, durante la vida perturbada que vivieron.

Las pasiones humanas son como los caballos salvajes, hay que amansarlas y domesticarlas para que después nos sirvan como fuerzas disciplinadas y de ayuda benéfica para la marcha de nuestro Espíritu, a través de las pruebas de la vida.

Para conseguir el dominio de las bajas pasiones, es necesario el ejercicio del evangelio, porque es el recurso más eficiente, pues, se hace a través de la ternura, del amor y de la renuncia enseñada por el Maestro Jesús.

La serenidad y armonía, en la hora de la muerte, son estados que requieren un completo equilibrio de la razón y el sentimiento, pues aquel que sabe quien es, de dónde viene y a dónde va, también sabe lo que necesita, lo que quiere y lo que es ser un Espíritu venturoso.

La mente que piensa y dirige, exige también que su corazón o su estado interior se purifique y se transforme para cambiar su forma de sentir, pensar y actuar.

La vida feliz en el Espacio, depende únicamente de la forma de vivir que llevamos y el bien o el mal que nos hacemos a nosotros mismos.

La ley de Causa y Efecto no es la ley del “ojo por ojo y diente por diente”, como generalmente se entiende, por lo cual un hecho delictivo tendría que generar otro hecho idéntico en pago del ocasionado.

La solución moral de cada alma es un problema que ella misma tiene que solucionar y no con la ley, pues ésta no crea acontecimientos iguales a los anteriores, para que a través de ellos se cumpla la punición.

No sería justo que el delito de un hombre, en una determinada existencia, obligase a la ley a crear acontecimientos criminales en el futuro, para que el culpable se reajuste por medio de un hecho igual o similar en su próxima reencarnación.

Los Evangelios de Jesús son el barómetro que debemos tener para saber con seguridad la conducta que tenemos que seguir para que nuestro Espíritu a través de nuestros actos sea como la aguja de una brújula que nos marque el camino seguro de nuestra felicidad espiritual.

Sólo existe un camino para liberarnos de las cadenas de la ley de Causa y Efecto en los mundos físicos que aún merecemos vivir; este camino es el de la renuncia, el sacrificio y el perdón.

Con estos conceptos podemos solucionar nuestros problemas adversos del pasado.

En la abundante cosecha de injusticias e ingratitudes que recibimos, recogemos los frutos de la simiente plantada anteriormente, en momentos de imprudencia o decadencia espiritual.

La ley de Causa y Efecto nos exige que paguemos moneda por moneda, hasta el total de todas nuestras deudas contraídas en el pasado, pero también nos permite disminuir la cantidad o intensidad del mal practicado si trabajamos para mejorar la vida de los más necesitados y consolar a los más desesperados.

También podemos asumir un compromiso de renuncia y sacrificio para mejorar la situación negativa de este mundo, que nosotros mismos hemos creado.

Tenemos la oportunidad de pagar nuestras deudas kármicas, trabajando por nuestros semejantes.

Hay muchos recursos que nos ofrece la convivencia humana, que permiten al Espíritu reparar y rectificar los errores cometidos en el pasado, sin necesidad de pagar de forma violenta nuestras infracciones a la ley. Dios no quiere la muerte ni el castigo del pecador, quiere su transformación.

La Tierra es una escuela de educación espiritual, y no rechaza al alumno bien intencionado, que se compromete a recuperar el curso perdido, aunque para ello tenga que repetir todas las materias que no pudo superar.

Ya es tiempo de que los seres humanos despierten hacia la realidad espiritual, para poder asumir la realidad de su propio destino, y comprender que otros hombres, aunque representen altas jerarquías religiosas en el mundo, nunca les podrán proporcionar la paz y la felicidad interior que sólo podemos alcanzar por nosotros mismos, con esfuerzo y trabajo.

Es importante y necesario terminar para siempre con esa tergiversación mal intencionada sobre la verdadera vida que vivimos en el Más Allá, y que la obstinación sacerdotal aún impone a las conciencias inmaduras aún de sus fieles, sin importarles el daño que le hacen, haciéndoles creer en un panorama infantilizado a la vez que ridículo, con respecto al buen sentido de la justicia Divina.

El mundo astral es un lugar de trabajo, de reajuste, de preparación y de felicidad o sufrimiento, según haya sido nuestra conducta. Sin privilegios religiosos, ni títulos o derechos de nobleza.

Todos somos iguales, pobres, ricos o mendigos, con la esperanza de una renovación espiritual y con la seguridad de que Dios concede nuevos ciclos reencarnatorios, para que el Espíritu pueda rectificar su conducta del pasado, haciéndoles comprender que ese estado de felicidad prometido por las religiones, es falso, pues la única verdadera felicidad que existe, se tiene que ganar por uno mismo.

La humanidad, en su inteligencia actual, debería de comprender que es más lógico y sensato pensar que la evolución del Espíritu, a través de sus propias experiencias y actividades espirituales, forma parte de una ley creada por Dios, antes que creer en absurdos y ridículos privilegios, prometidos por las religiones para satisfacer sus intereses particulares.

Vemos con tristeza, como una gran mayoría de seres humanos, se entregan desenfrenadamente a los placeres que les ofrece la vida material, con sus sensaciones y goces materiales; despreocupándose inconscientemente de su vida interior, esto hace que se atrase por mucho tiempo su despertar, para ver y comprender que el verdadero objetivo de sus existencias físicas, es conseguir su renovación y elevación espiritual.

Una existencia física, aunque sea de corta duración, es suficiente para hacer olvidar al Espíritu la realidad de su compromiso y la razón de su vida, que es conseguir su transformación interior, para alcanzar la elevación de su Espíritu.

Nos cuesta mucho hacernos una idea exacta de lo que es la vida en el plano espiritual. La equivocación proviene, sin duda, porque queremos utilizar las leyes de un plano físico para comprender la naturaleza y la vida etérea astral, de un plano que es invisible para nuestros ojos, que sólo podemos vivir en un escenario material como el de la Tierra.

El espíritu con su periespíritu o cuerpo astral, puede moverse lógicamente, en el medio astral así como en el mundo material, se desliza con toda naturalidad, sin que nada ni nadie se lo pueda impedir, porque en ambos casos está constituido de la misma sustancia del medio en que actúa.

Por esa causa, si el suelo, las cosas, los seres y todo lo que constituye nuestro mundo, son hechos de la misma sustancia, su vida de relación, también transcurre como la vida en la Tierra.

Es conveniente saber, que la vida astral es mucho más intensa y dinámica que la vida en el plano terrestre, porque se actúa con la materia quinta esenciada, que es mucho más rica en reproducción vibratoria emotiva.

Para comprender esto debemos imaginarnos al Espíritu desencarnado, como si se moviera en un ambiente material fluídico, así como vemos al hombre moviéndose y viviendo dentro del pesado ambiente terreno.

El ser humano, con su cuerpo material, tiene la perceptibilidad de todo su cuerpo y sus vestidos, también sus alimentos que son todos de sustancias materiales.

Del mismo modo, pero bajo otro estado vibratorio, el Espíritu con su cuerpo fluídico puede sentarse en una silla etérea o ingerir frutas o líquidos etéricos.

Después de la muerte de nuestro cuerpo físico, nos damos cuenta de que tenemos otro cuerpo, el cuerpo espiritual o periespíritu, que es el verdadero cuerpo, porque existe antes del nacimiento y sobrevive después de la muerte.

Es un delicado cuerpo fluídico que nos relaciona con el mundo espiritual, muy sensible a las percepciones y sentimientos del Espíritu.

Como el estado mental del Espíritu, es el centro de nuestra conciencia individual, el cuerpo físico y el periespíritu simbolizan y reflejan el verdadero estado del Espíritu.

¿Cuál de los dos cuerpos es el más valioso e importante?

Podemos decir, sin duda alguna, que es el cuerpo espiritual, porque además de ser un organismo definitivo, es el que más lo liga a la conciencia inmortal.

El cuerpo físico es un organismo pesado y denso, pero necesario e imprescindible para que el Espíritu consiga su evolución y elevación.

El periespíritu, debido a su contextura sutilísima y quintaesenciada, es un maravilloso instrumento de acción, para desenvolver las energías del mundo astral.

Su delicada estructura permite manifestar y reflejar rápidamente la voluntad, el pensamiento y el estado emocional del Espíritu; es como un espejo donde se ve la verdadera imagen del Espíritu, no puede ocultar ni disimular nada, aquí nos encontramos con la gran realidad, sea ésta feliz o desgraciada, según el uso que hayamos hecho de nuestro libre albedrío.

A medida que el Espíritu se vuelve más sensible, debido al sufrimiento y al dolor, en las sucesivas vidas materiales conseguirá una mayor expansión en la vida espiritual y su cuerpo fluídico, al mismo tiempo se transforma consiguiendo cada vez más claridad.

Sólo cuando estamos en el plano espiritual y en situación de ver esta realidad, comprendemos que el estado ensombrecido o luminoso de nuestro cuerpo fluídico, sólo depende del estado mental de nuestro Espíritu.

Sin duda alguna, somos nosotros mismos los que creamos ese mundo exterior que nos aguarda, y lo hacemos igualmente en el astral como estando viviendo en el plano físico, pero todo es una creación de nuestra voluntad, que siempre se manifiesta y se impone en cualquier ambiente o lugar que estemos viviendo.

Así es como edificamos nuestro cielo, cuando los sentimientos son elevados, como también construimos los horrores de un infierno a consecuencia de las peligrosas creaciones mentales de nuestra mente.

Todo lo que se produce en la intimidad de nuestro Espíritu, sucede en un camino vibratorio diferente al de la materia, es un fenómeno que se relaciona con el mundo invisible que nos rodea y marca el futuro y el destino de nuestro Espíritu.

Todo podemos conseguirlo a través de nuestras fuerzas mentales; el extraordinario poder de nuestra mente puede actuar con éxito y es capaz de utilizar las energías del medio para construir las formas deseadas.

Cuando conseguimos armonizar con los espíritus más elevados, mantenemos contacto con ellos, obteniendo, cuando ellos lo creen necesario, enseñanzas y conocimientos mucho más avanzados.

Entonces nuestros esfuerzos se multiplican dinámicamente, ultrapasando las aflicciones y las fatigas que causan los contratiempos de la vida.

Aunque nos encontremos viviendo en un cuerpo carnal, podemos vivir también el ambiente del plano espiritual, superior o inferior, al cual iremos a vivir después de la muerte del cuerpo.

Nuestra forma de vida, sentimientos y pensamientos, cultivados durante nuestra existencia terrena, son ejercicios que desarrollan la sensibilidad psíquica para situarnos en un plano más elevado.

Todo impulso de ascensión espiritual es la consecuencia del esfuerzo que se ha realizado para liberarse de la materia esclavizante.

Nuestros deseos de progreso se reducen por la habitual negligencia espiritual que existe sobre el sentido educativo de la vida humana, como también se eleva cuando son accionados por la fuerza de nuestra voluntad, para conseguir una aspiración superior, manteniendo heroicamente a distancia al sensualismo peligroso de las formas.

No importa que estemos viviendo en un mundo material, si cultivamos las iniciativas dignas que nos permiten mantener una vida vibratoria en contacto con un plano superior.

Si nuestro objetivo es el estudio del verdadero sentido de la vida y de la muerte, la renuncia a las seducciones de la materia transitoria y la desencarnación, resultan para nosotros un suave desahogo y el ingreso positivo en un ambiente delicado, que ya sembramos en el interior de nuestra alma aún estando encarnada, y la vida humana en vez de ser una carga pesada, se vuelve una rápida promesa de felicidad.

Cuando sentimos vibrar en lo más íntimo de nuestro ser, la necesidad de asumir un compromiso con nuestro guía y Maestro Jesús, entonces le ofrecemos nuestra vida incondicionalmente, sin reparar en sacrificios, privaciones o persecuciones, para ayudar a nuestros semejantes, haciéndoles conocer la verdad que Él nos enseñó; recordemos sus palabras:

Yo soy el camino de la verdad y de la vida, y aquel que lo siga se salvará”.

Para poder comprender esto, necesitamos despertar en nuestro mundo la verdadera idea de la inmortalidad, que es el fundamento de nuestra propia estructura espiritual, aclarando para siempre la ingenua idea o creencia que se ha formado sobre la muerte del cuerpo físico, y por el contrario comprender que la muerte es necesaria para la supervivencia y evolución de nuestro Espíritu, que está siempre con nosotros en todo momento, en cualquier plano de vida, y en él está toda la historia de nuestra individualidad.

En realidad, sucede que aún creyendo en la inmortalidad del alma y sabiendo que la muerte del cuerpo físico es una transformación para que el Espíritu siga viviendo, aún así existe la duda o el recelo, lo que nos causa un cierto temor.

Por esto el ser humano acostumbra a pensar sobre la muerte, como si ésta no existiera; pensar de esta manera no nos libra de nuestro destino y la muerte nos llega cuando menos la esperamos.

Muchos hombres célebres de nuestro mundo, salieron de la pobreza o vivieron en ella y hasta sobrevivieron sufriendo graves enfermedades.

Hace miles de años que en la Tierra, el principal motivo del sufrimiento, reside en la gran ignorancia espiritual y lo que menos hace esta humanidad, es interesarse en conseguir un conocimiento que la libere de esta triste situación.

Los siglos se acumulan constantemente y los seres humanos continúan repitiendo las mismas cosas que hace siglos hicieron, prefieren continuar sufriendo nuevas pruebas carnales por la indiferencia que sienten para pensar y el desinterés que prestan al saber.

En su mayor parte, los espíritus terrenos regresan al plano invisible y después de incontables reencarnaciones, vuelven de nuevo, en el mismo grado de evolución.

Hay una gran indiferencia por la propia ventura espiritual, y hoy ya hay mucha facilidad para educarse e instruirse en este sentido. El Espiritismo aclara todas las sombras y misterios del pasado.

Los espíritus que ya pueden comprender el sentido de la vida, que pueden mirar por encima de sus realizaciones espirituales y abarcar el largo camino recorrido con los pies ensangrentados, se sienten invadidos de una gran tristeza, al comprobar lo lenta que ha sido su elevación espiritual, por el tiempo perdido en los caminos espinosos de la vida física.

Cualquier espíritu luchador que se destaque entre esa multitud negligente, animalizada y esclavizada por los sentidos de la carne, por ser un Espíritu que estudia e investiga, rompe las ataduras dogmáticas que lo esclavizaban y consigue su independencia, pero es incomprendido en el ambiente en que vive, calumniado y hasta perseguido.

No es extraño que así suceda, pues es un Espíritu liberado de los dogmas, tabúes sagrados o explotaciones religiosas, que trabaja, renuncia, estudia y se sacrifica con la seguridad de que

“cuando el discípulo está preparado el Maestro siempre aparece”.

La incesante liberación y renuncia valerosa a las ilusiones de la materia, es realmente lo que nos desata de las cadenas de la vida material, y que nos ayuda en las diversas desencarnaciones y regresos al mundo de la verdad.

De alguna manera todos sentimos un cierto temor a la muerte, pero cuando llega este momento inevitable, si nuestra conciencia está en paz, si sabemos ya la vida que nos espera, todo ese temor desaparece y nos sentimos libres y felices.

El dolor no debe interpretarse como un castigo, porque no siempre es una consecuencia o un pago por faltas cometidas en nuestro pasado; puede ser y muchas veces lo es, el efecto de la acción sobre el medio en que el Espíritu actúa.

Si consideramos el dolor exclusivamente como medio de pago por delitos cometidos en el pasado, tendríamos que investigar el origen del sufrimiento de tantos espíritus jóvenes que viven aún en un estado primitivo y salvaje.

El Espíritu tiene que vivir muchas veces sufriendo la angustia del fracaso y la alegría del éxito, sin que este proceso sea la causa de liquidar faltas cometidas.

El sentido de la vida material es un disciplinado proceso para que el hombre aprenda a dominar sus bajas pasiones, dando un sentido más elevado a la razón de su vida, y precisamente es a través del dolor, el cual tanto atemoriza a los seres humanos, como se consigue dar ese cambio para el perfeccionamiento.

La humanidad actual se sitúa entre dos tipos espirituales extremos, de un lado está el tipo tradicionalista, conservador y apegado fanáticamente al pasado, viviendo con una inquietud continua al pensar que en cualquier momento les puede llegar la muerte.

Del otro lado se encuentra el hombre idealista, valeroso, heroico, que es censurado y combatido en sus trabajos, porque se esfuerza en dar a conocer los nuevos ideales evolutivos del mundo, pues esclarece los horizontes sombríos y abre nuevos caminos para la elevación de la mente humana.

La convicción y creencia en la inmortalidad del Espíritu y la seguridad que tiene para un futuro mejor, es una idea consoladora para la recuperación espiritual, y hasta los seres más descreídos podrán fortalecerse ante las mayores desgracias de la vida.

Mientras tanto, muchos espiritualistas convencidos de la inmortalidad del alma, viven en el mundo con la fisonomía ceñuda y aire solemne, esparciendo a su alrededor un enfermizo e injustificable pesimismo ¿y esto por qué?, porque tiene una creencia que en realidad no convence, no ofrece ningún futuro, no tiene vida espiritual.

El Espiritismo nos dice, nos enseña y nos prueba, con hechos irrefutables, que el Espíritu es inmortal, la vida siempre continua, en el plano físico o en el mundo invisible; tiene un futuro para trabajar, luchar y vencer sus propias imperfecciones, hasta alcanzar por su propio esfuerzo un mundo de paz y felicidad.

José Aniorte Alcaraz

Las Verdades del Espiritismo