Un lecho de flores

Un espiritista me escribió una carta desde Cienfuegos, diciéndome:

“Ahí te envío el recorte de un periódico, en el cual leerás un hecho sorprendente, el suicidio de un millonario; y lo califico de sorprendente, porque, por regla general, no son los ricos los que se suicidan, esas resoluciones extremas las suelen tomar los hambrientos, los desheredados, los arruinados por las pérdidas sufridas en el juego, o los atormentados por una enfermedad incurable; pero dejar un gran capital, familia y amigos, esto sí que llama la atención y, como caso de estudio, te aconsejo que preguntes al guía de tus trabajos a ver si el Espíritu del Padre Germán te da asunto para escribir un buen artículo de enseñanza espiritista; pues bien verá él que ni a ti, ni a mí nos guía la impertinente curiosidad de saber vidas ajenas, sino el buen deseo de enseñar los misterios que encierran algunas existencias”.

Como el espiritista que me dirigió las anteriores líneas es uno de los mejores adeptos con que cuenta el Espiritismo no he titubeado en complacerle y cuando he tenido ocasión oportuna he pedido una comunicación al Padre Germán y éste me dijo:

“Copia la biografía que de ese millonario te han enviado y a continuación lo que yo te dictaré”.

En Vigo ha puesto fin a sus días, arrojándose por el balcón del hotel Continental, un sujeto, dueño de considerable fortuna, llegado de Guatemala. Su historia es por extremo curiosa. Era español, natural del Ferrol y al caer soldado se le destinó a Cuba, viniendo de guarnición a la Habana. Desertó y escapó a Méjico, donde pasó algunos años, padeciendo grandes miserias y apuros y, viendo que la suerte no le favorecía, pasó a Guatemala, dedicándose a la venta de quincalla, bujías y otros efectos.Cuando llegó a reunir cinco mil pesos, a costa de muchas fatigas, compró una finca tasada en más de 20,000 duros, llamada “Bola de oro” situada en la zona del Tombadol. A los ocho meses vendió la finca en 116,000 pesos al contado; pagó lo que debía y con el sobrante adquirió otra, haciéndola llamar “Rosario” que radica el mismo territorio, la cual vendió en 250,000 pesos a su antiguo administrador. Llegó a reunir una fortuna valuada en siete millones y medio de pesos.

Hace tres meses que salió de Guatemala para San Francisco de California, New Yok y Londres, de donde fue a Barcelona y luego al Ferrol, deseoso de ver a los supervivientes de su familia, después de 30 años de ausencia. Mala impresión le debió causar la visita a su pueblo natal, cuando pasó a residir a Vigo, tomando la fatal resolución que nuestros lectores conocen.

Deja en Guatemala tres hijos naturales de dos mujeres. Su capital está depositado en el Banco de Londres y en el de la mencionada república del Centro América. Varias veces hizo préstamos de consideración al gobierno de la misma. Era de natural generoso y su casa y su bolsillo estuvieron francos siempre a cuantos españoles acudieron a él.

El millonario suicida se llamaba Don Pedro Maurí.

En su testamento deja gran parte de su fortuna a sus tres hijos, una cantidad considerable para obras piadosas y benéficas y el resto en legados, entre ellos: 8,000 duros a su amigo de Vigo, don Jesús Nuñez, 5,000 a don Domingo Castilla y donaciones a todos los operarios de sus cafetales, que pasan de mil. Muchos de los legados los destina a sus parientes gallegos, a sus amigos residentes en España y Guatemala y los establecimientos de beneficencia.

 

¡Cuánto y cuánto os sorprende que un millonario se suicide!

¿Pensáis que en la Tierra todo se consigue, poseyendo ríos de oro?

Estáis en un gran error; porque con el oro se compra castillos, fortalezas, plazas fuertes, títulos nobiliarios, árboles genealógicos, consideración social, fama, renombre, beatificación y canonizaciones, la santidad, un altar y el culto al santo bienaventurado: todo se compra con el oro en vuestro mundo, menos los latidos de un corazón, esos latidos que conmueven todo el organismo y esas miradas de unos ojos amantes que dicen: ¡Yo te amo!¡Yo te espero!¡Ven!¡No tardes!¡Ah!

Las expansiones del alma, esas no las compran los Césares de la Tierra, esas se ganan con el desinterés, con la abnegación, con el sacrificio, con el amor incondicional, con el martirio si es necesario; pero no, no hay tesoros en la Creación para comprar la inquietud de un alma enamorada; por eso Pedro se suicidó, porque durante su última existencia vivió íntimamente solo, cumplió las leyes de la naturaleza, las mujeres le dieron hijos de su propia carne, de sus mismos huesos, pero aquellos cuerpos no estaban animados por espíritus simpáticos, ni afines con el Espíritu de Pedro, eran simples actores que venían a representar un papel secundario en la vida de Pedro; sus parientes ninguno de ellos ha estado enlazado con él en otras existencias. Pedro buscó una familia extraña para comenzar a sembrar en terreno nuevo sus aficiones, Espíritu de larga y accidentada historia, no ha conocido aun los horrores del hambre, porque cuando la miseria ha llamado a su puerta, él, con su admirable actividad, le ha dicho vete y luchando y trabajando ha vencido siempre a la adversidad.

Ha sido poderoso por su fuerza hercúlea, por su enérgica voluntad, por su gran decisión, por sus altos puestos en la magistratura y en la gloriosa carrera de las armas, por sus riquezas fabulosas, adquiridas de todos modos, por herencia legal, por trabajo incesante, por conquista y estafa y por el tráfico infamante de la carne humana, vendedor y comprador de esclavos, ha sido para ellos un tirano, los ha tratado con la mayor crueldad y si en determinadas épocas era con ellos más humano no era por lástima, ni compasión, sino para mejorar la mercancía, alimentándolos y poniéndolos en condiciones más ventajosas de robustez y virilidad. Su Dios era el oro, con él saciaba su insaciable sed de mando y poderío; cuando desde lo alto de su mansión señorial miraba los rebaños de sus ganados, los inmensos bosques, las villas y aldeas, cuyos moradores le conceptuaban como su señor y dueño, aquel Espíritu ambicioso gozaba, diciendo:

¡Todo cuanto veo es mío! ¡Todo cuanto alienta en mi derredor obedece a mi omnímoda voluntad!.

¡Insensato! Todos aquellos cuerpos eran suyos, todos aquellos pueblos le pertenecían, pero aquellos hombres, aquellas mujeres, aquellos niños le odiaban con todo su corazón, cuando él pasaba entre ellos todas aquellas cabezas tocaban la tierra en señal de humillación, de ominosa servidumbre, pero el pensamiento, que no se ve, que no se toca, éste, ¡Ah! éste profería una maldición para el tirano, para el explotador sin piedad, para el traficante sin entrañas que separaba los hijos de sus madres, azotándoles cruelmente si exhalaban una queja.

Pedro casi siempre ha sido rico, pero nunca ha sido amado, ha buscado el oro en las profundas entrañas de la tierra, en el profundo lecho de los mares, ha pasado años y años sepultado en el fondo de las minas, buscando cuantos minerales enriquecen vuestro suelo, pero jamás ha explorado la mina de un corazón, ni ha preguntado a unos ojos dónde se ocultaba el amor; pero ese estado de animalidad, puede decirse, en el cual la naturaleza funciona y el Espíritu no toma parte en aquel funcionamiento puramente material, no puede ser eterno, la luz tiene que abrirse paso entre tantas tinieblas, la hartura de los goces llega con los excesos del placer y Pedro ya hace algún tiempo que siente en su alma un algo inexplicable, indefinible, trabaja en todas sus existencias por ser rico, en casi todas ellas lo consigue, pero ya en sus últimas encarnaciones se ha parado muchas veces ante las más humildes cabañas y cuando ha visto en ellas uno de esos cuadros que podríamos llamar de la sagrada familia se ha conmovido profundamente y más si ha visto llegar un pescador y salirle al encuentro una mujer joven rodeada de pequeñuelos y éstos al ver a su padre, como atrevidos gimnastas, se han encaramado por un robusto cuerpo hasta sentarse en sus hombros, estrechando su cabeza con infantil regocijo. Pedro al ver aquellas manifestaciones ha comprendido que a él le faltaba algo, el qué no lo sabía, pero era indudable que le faltaba, quizás (y sin quizás), lo más necesario, lo más indispensable para la vida. Mas como los vicios muy arraigados se tarda muchísimos siglos en desgarrarlos, Pedro ha comenzado a sentir la imperiosa necesidad de amar y de ser amado, pero entre un deseo naciente y un vicio que tiene profundas raíces la victoria no suele alcanzarla el novel combatiente, sino el veterano aguerrido, así es que, Pedro, si por una parte ha dulcificado su sentimiento y ha comenzado a sembrar buenas obras, por otra parte, un gran negocio, una jugada atrevida, no haciendo caso de los medios para llegar al fin, le ha hecho dejar en un instante todas las afecciones y ha corrido delirante tras el oro hasta realizar su temeraria empresa.

En su última existencia había adelantado muchísimo en su progreso, y por lo mismo que se despertaba su sentimiento, encontraba más a faltar el cariño, como él sembraba con abundancia beneficios, quería cosechar inmediatamente demostraciones de gratitud; y como las flores del agradecimiento no han brotado en torno de él, se entristeció su Espíritu, sintió frío en el alma ¡Mucho frío!… y como en esta existencia había vencido su sentimiento a su anterior dureza de corazón, como había podido más que su antigua sed de oro, su naciente afán de ser amado, su alma triste rechazó los halagos del vicio, y las caricias compradas; y como si recordara confusamente el mal uso que había hecho de sus anteriores riquezas, tuvo miedo de sí mismo, de no emplear en buenas obras sus capitales, al mismo tiempo le pesó la vida, le abrumó el peso de su dolorosa expiación, diversos y frecuentes desengaños le hicieron llorar como un niño perdido en populosa ciudad, miró sus tesoros y sonrió con amarga ironía, se preguntó qué quería, y él mismo se contestó ¡¡Morir!! El Espíritu rudo y fuerte que había cruzado algunos mundos buscando los filones de oro, en esta existencia débil como el huérfano pequeñuelo, no se encontró con valor suficiente para seguir luchando con los ingratos, y se mató porque le faltaron las fuerzas para resistir el frío del alma.

“En sana lógica, como Pedro en su última existencia fue cuando más se dulcificó su sentimiento, era puede decirse un niño que tuvo miedo de andar solo; le faltaba experiencia en el buen camino, y apeló al peor de los remedios; porque con el suicidio no se consigue otra cosa más, que el estacionamiento del alma, ni se avanza ni se retrocede, se queda uno en el mismo punto leyendo el capítulo más enojoso de su historia, viendo con más claridad el por qué de aquellas ingratitudes y lamentando el tiempo perdido por haber dejado un cuerpo que todavía le era útil, y unas riquezas que podía haber aumentado en bien de sus semejantes.

He aquí contado a grandes rasgos, el porqué un millonario prefirió la muerte a los goces de la opulencia, adquirió el triste y profundo convencimiento que hay algo en la Tierra que no se compra, y por lo mismo que no podía alcanzar lo que deseaba, sintió con más intensidad el frío del alma; envidiando al último mendigo que a la puerta de un templo contempló rodeado de su haraposa compañera y de sus andrajosos chicuelos, que con él compartían el durísimo pan de la limosna. Cuantos seres encontró en su camino todos le parecieron que eran más felices que él, y en realidad no se engañaba; porque tal vez la mayor parte de ellos, no tenían una historia tan borrascosa como la suya, y habían sido mejores labradores arrojando la semilla de las buenas obras en los surcos de la vida; por lo cual recogían la cosecha que el millonario en su última existencia no pudo recoger.

La impaciencia es la peor consejera para el Espíritu, y Pedro fue muy impaciente, aunque su impaciencia, fue en cierto modo justificada; porque el Espíritu acostumbrado centenares de siglos a decir ordeno y mando en una existencia que ordene y mande que le amen, pagando adelantado aquel afecto, y pagándolo con largueza, creyendo que una cantidad de oro, puede hacer latir un corazón y llenar de lágrimas unos ojos amantes; al ver completamente defraudadas sus legítimas esperanzas, al tocar el hielo de la indiferencia el que necesitaba el calor del cariño para comenzar a vivir en un mundo nuevo, se desesperó como el niño voluntarioso y mal educado que se enfada cuando rompe un juguete por ver lo que tiene dentro. Los que han sido muchos siglos miserables, cuando comienzan a ser pródigos, creen que con sus dádivas lo pueden alcanzar todo, y están en un gran error, porque la verdadera generosidad no es la que espera la inmediata recompensa, el bien tiene que hacerse por el bien mismo, y las ingratitudes hay que considerarlas como las espinas que rodean a vuestras rosas, que mientras más delicada es su esencia y más embriagador su perfume más espinas hay en su tronco, como si éstas quisieran simbolizar el áspero camino del progreso, que mientras más grandioso es el ideal de la redención humana, más abrojos encuentran los redentores en su camino; y más les cuesta aspirar el aroma de la rosa bendita de sus ensueños.

Los que hacéis firmes propósitos de enmienda, y como es natural, comenzáis por atender a los desvalidos, por enjugar el amargo llanto de los desesperados, por vestir al desnudo y dar de comer al hambriento, haceos cargo, que los pobres que socorréis son otras tantas cajas de ahorros que guardan vuestros capitales para mañana.

En los Bancos y Sociedades de Seguros que tenéis en la Tierra, ¿No dais una cuota mensual o anual, con lo cual formáis un capital para vuestros hijos? ¿Y no esperáis años y años para conseguir una renta vitalicia o una suma determinada con la cual atendéis al porvenir de vuestros descendientes o a vuestra decrépita ancianidad? ¿Imponéis hoy y retiráis mañana el capital impuesto? No, bien tenéis un plazo más o menos largo para recuperar en anticipo, pues haceos cargo os repito, que los pobres que socorréis son otras tantas cajas de ahorros que os guardan riquezas inestimables para vuestras sucesivas existencias. ¿No os habéis encontrado muchas veces en grandes apuros para recobrar vuestra libertad o recuperar vuestros bienes perdidos en un incendio, en un naufragio, en un terremoto, en una de las muchas calamidades que afligen a ese planeta? Y no habéis notado que a veces, un desconocido, una persona a la cual no os une el menor lazo de cariño, ni aun el de la simpatía, se presenta a vosotros y os dice con la mayor naturalidad y sencillez:

-No os aflijáis, todo tiene remedio en este mundo menos la muerte, seguid este o aquel camino, que andando se llega muy lejos.

Yo os preguntaré, yo os indicaré el mejor derrotero; y decís con extrañeza, ¡Qué caprichos tiene la fortuna!… ayer me lo quitó todo y hoy me devuelve una parte por quien menos lo podía yo esperar; y en realidad, el fantasma de la fortuna no existe; no hay más que las cajas de ahorros creadas por las buenas obras de los espíritus, que a su debido tiempo dan a sus imponentes los réditos del capital impuesto.

Pedro fue impaciente, no esperó el tiempo necesario para recoger los intereses del oro prodigado a manos llenas, quiso que a la siembra siguiera la cosecha sin dejar que germinara la semilla; los impacientes son los que luego tienen que hacer grandes acopios de paciencia, son los que a veces veis postrados en el duro lecho del dolor años y años que sonríen en medio de sus penas, y son la admiración de sus deudos que se maravillan de su evangélica resignación; son los que ruedan por los hospitales, son los que a veces llegan a vuestros asilos benéficos y les dicen: No hay albergue para vosotros, y permanecen a la intemperie horas y horas o van de un punto a otro pidiendo un lecho para morir. Las impaciencias tienen su expiación en relación con la culpa, el frío del alma se cura con el fuego de la caridad, por qué sino se encuentra el calor del cariño y del agradecimiento, la llama del amor que arde en el corazón del filántropo tiene calor bastante para reanimar al que se muere de frío; toda la indiferencia de los espíritus desagradecidos (en determinadas épocas) no es bastante la nieve de su desvío para apagar la llama de la caridad, cuyo suave calor domina a todos los rigores del frío. El Espíritu que verdaderamente se interesa por sus semejantes nunca está solo; ni jamás siente frío en el alma, porque sus pensamientos fijos en el dolor ajeno, no le dejan pensar en sí propio. Sabiendo mirar, hay siempre que compadecer, el que compadece ama, y el que ama, a sí mismo se dá calor y vida, porque el amor, es el fuego central que todo lo vivifica.

Compadeced a los suicidas, son ciegos que en un momento de extravío se han arrancado los ojos, son tullidos que han entumecido sus miembros en el calabozo de la desesperación, han roto un organismo que echarán de menos más tarde, y que no podrán reconstruir en las mismas condiciones; compadecedles y no sigáis nunca sus huellas sangrientas, que el camino de los suicidas es el más escabroso y el más lleno de obstáculos que cruzan los espíritus.

No olvidéis que con el oro todo se compra, menos los latidos de un corazón, y las dulces miradas de unos ojos amantes que dicen: ¡Yo te amo!…¡Yo te espero! ¡Ven!… ¡No tardes!… Adiós.

La comunicación del Padre Germán es de profunda enseñanza como todas las suyas, y la eternidad me parece que no es tiempo bastante para demostrarle mi inmensa gratitud al guía de mis trabajos.

¡Cuánto te debo buen Espíritu!… no encuentro frases para demostrarte mi agradecimiento, no sé con el transcurso de los siglos si algún día te podré demostrar ¡Cuánto te amo! ¡Cuánto te admiro! Porque tu bondad es inmensa para mí, y no acierto a comprender la protección que te debo, porque de ti, a mí, hay la distancia que media entre el átomo y el infinito.

 

Amalia Domingo Soler

La Luz del Camino