
Hace algunos días que un espiritista residente en Chafarinas me escribió una carta de la cual copiaré algunos fragmentos.
Chafarinas, 13 de Septiembre de 1893
Sra. Dª Amalia Domingo Soler.
Mi muy estimada hermana: Estando hoy pensando en un desgraciado que se encuentra en este hospital del cual tengo mucha compasión, me avisó mi Espíritu protector de que quería hablar conmigo y me dijo al pie de la letra, sin variar nada, lo siguiente:
“Querida hermana Amalia: Existe en este hospital un desgraciado digno de llamar la atención por sus muchos sufrimientos en esta vida. Después de haber estado sufriendo una larga condena, por faltas cometidas en la sociedad, pasó al hospital sin enfermedad aparente porque sólo entró a limpiarse el estómago, de cuya purga se revolvieron sus tumores y ha terminado en una parálisis completa que lo tiene postrado en cama ya 15 meses. Este desgraciado nunca se ha visto tan bien asistido, hasta que entró de enfermero un tal Francisco Villalva, alias El Vizés de Benamejí, consumado ladrón y asesino, el cual lo trata y mira por él con la solicitud de un padre”.
“Es un caso digno de estudio”.
1º) ¿Qué delito ha cometido este hombre en su anterior encarnación para padecer de este modo?
2º) ¿Qué ha motivado a este otro gran criminal a solicitar plaza de enfermero para cuidar del paralítico?
“Mis noticias son muy vagas y no quiero engañarte. Tú hermana Amalia, tienes buenos espíritus protectores, los cuales, después de haber estudiado tú este tema tan digno de estudio, te lo dirán”.
Médium L.V.
Consuelo
Ésta, querida hermana, es la comunicación que he recibido de mi Espíritu protector, No he puesto ni quitado nada, pues así me lo encarga.
Convertida hace tiempo en cronista de los pobres, en cuanto me fue posible pregunté al Espíritu del Padre Germán si podía darme alguna explicación sobre la comunicación obtenida en Chafarinas, y el médium parlante de que se vale el buen Espíritu que me guía en mis trabajos contestó lo siguiente.
“Todo Espíritu lleva en sí el polen del amor”.
“El amor es el efluvio de las almas”.
“El amor es la síntesis del Espíritu, quien no ama no vive”.
“No hay Espíritu sin amor, como no hay flor sin esencia ni átomo sin movimiento”.
“El amor es la religión eterna de las almas. El Sol de la ciencia alumbra al Espíritu, el Sol del amor alumbra a la Creación, ¿Por qué, pues, os extrañáis de que esos dos espíritus gravemente enfermos (puesto que ambos son criminales) se quieran y se consuelen y sea la pena del uno el tormento del otro? ¿Acaso es esta la primera vez que encarnan en la Tierra? ¿Por ventura han comenzado ahora a escribir su terrible historia? No.
Muchos siglos hace que, dominados por perversas inclinaciones, van descendiendo por la resbaladiza pendiente del crimen: ciegos, puesto que no ven la luz del bien, y sordos, porque no escuchan la voz de los espíritus regenerados que gritan: ¡Deteneos!… Que perdéis un tiempo precioso, el crimen no trae más que sombra, y la sombra es el símil de la muerte; mas porque el Espíritu camine entre tinieblas, ¿Deja por esto de llevar en sí los gérmenes del amor, del sentimiento, de la abnegación y del sacrificio? ¿Deja por esto de poseer el patrimonio concedido a todos los espíritus? No.
En la Creación no hay desheredados, no hay seres condenados a perpetua servidumbre, no hay más que obreros del progreso. Todos reciben la misma cantidad de tiempo y de fuerzas físicas e intelectuales para emplearlas a su antojo en edificar o destruir. Los que destruyen, ¿Pensáis que eternamente estarán destruyendo? ¿Creéis que su trabajo siempre les dará idéntico resultado? No, uno de vuestros escritores contemporáneos, refiriéndose a una materia explosiva empleada en los comienzos de una nueva revolución social, ha dicho que la dinamita destruye todo lo que quiere levantar y reconstruye todo lo que quiere destruir”.
“El mal no triunfa eternamente como el bien, el criminal más endurecido no deja de tener en su corazón una fibra sensible, el hombre más violento, el que siega sin piedad las cabezas de muchedumbre indefensas y atemorizadas, quizá se detenga compungido ante la cuna de un niño moribundo y compadezca a la infeliz madre que pide a Dios fervorosamente la vida de su hijo”.
“No hay espíritus sin vicios y sin virtudes. No hay más diferencia entre los justos y los pecadores que el empleo del tiempo más o menos aprovechado y el distinto camino que emprenden al encarnar en los mundos.
Seres eternamente rebeldes refractarios a las inefables, a las inexplicables dulzuras del amor, si existieran serían la negación de Dios, y como esto es absolutamente imposible, por esto no existen, porque la verdad no puede negarse a sí misma. No hay alma, por endurecido que esté su sentimiento, por degradadas que sean sus inclinaciones, que no tenga su parte sensible.
Podrá ser ésta tan pequeña, tan reducida, que se necesita de un microscopio muy perfeccionado para encontrarla, porque a simple vista pasa completamente desapercibida. Más no porque una cosa no se vea, deja por esto de existir. ¿Ven los ciegos la luz del Sol, los colores bellísimos del arco iris, los matices de las flores y la blancura de la nieve? No, y sin embargo, el Sol da la vida al mundo donde los ciegos se agitan, y las flores perfuman con su esencia el ambiente que respiran, y el arco iris es la sonrisa de Dios tras la tempestad, y la nieve envuelve con su manto a las más altas montañas, a esas eternas desposadas de la naturaleza. Pues de igual manera no todas las cualidades del hombre alcanza a conocerlas la generalidad”.
“Hay muchas virtudes escondidas que, semejantes a las piedras preciosas, hay que trabajar mucho para encontrarlas, y parece hasta imposible que un criminal pueda poseer en grado máximo una virtud, y el enfermo del hospital la posee. ¿Sabéis cuál? ¡La gratitud! Ese Espíritu tiene una historia terrible, sus páginas están escritas con sangre, mas por una serie de circunstancias ha vivido siempre tan abandonado, ha tenido tan pocos seres afectos que trataran de desviarle del camino de la perdición, que no es tampoco extraño que haya seguido el derrotero del crimen. Mas en medio de tanta sombra también hay un rayo de luz”.
“Hace algunos siglos que el enfermero de hoy era un hombre de armas que servía a un poderoso señor y en una batalla cayó herido de tal gravedad que pasó por muerto. Unos cuantos frailes mercenarios fueron los encargados de dar piadosa sepultura a las víctimas de la refriega. Entre los frailes se encontraba un pobre muchacho hijo de una mendiga que murió en la hospedería de un convento de la Merced. La comunidad se encargó del niño huérfano, que por su falta de inteligencia no vistió el hábito de la orden Mercenaria. Tobías puede decirse que era idiota, en su infancia y en su juventud hizo todo el mal que pudo, complaciéndose principalmente en la destrucción de animales y plantas, pero como al mismo tiempo era muy trabajador, el maestro de novicios trató de hacerle útil y de moderar sus instintos de exterminio”.
“Entre sus múltiples trabajos prefería el de enterrar a los muertos, así es que siempre que se presentaba ocasión de salir a buscar en los alrededores del convento las víctimas de las continuas refriegas de aquella época levantisca y batalladora, Tobías era el primero que salía del convento sirviendo de avanzada a los frailes que se encargaban de curar a los heridos y de enterrar a los que fallecían defendiendo los intereses de los nobles, que se disputaban palmo a palmo un pedazo de tierra”.
“El día en que el enfermero de hoy, al que llamaremos Cristian, quedó confundido entre los muertos, pues su cuerpo estaba hecho una criba agujereado por todas partes, cuando ya los frailes entonaron una oración por el eterno reposo de las almas de los combatientes, Tobías comenzó su piadosa tarea de darles sepultura, y al llegar ante Cristian notó que éste se movía y que abría los ojos, llamó en su auxilio a dos frailes, colocaron éstos al moribundo en unas angarillas, y con sumo cuidado lo llevaron a la hospedería del convento, no sabiendo por dónde empezar la cura, porque su cuerpo estaba acribillado de heridas.
Pero Tobías, que era buen enfermero, se encargó de él, suplicando encarecidamente que lo dejasen a su cuidado, que él respondía de su curación. Y tanto acierto tuvo, y tantos desvelos empleó en su cristiana y piadosa tarea, que Cristian recobró la vida, pero no el movimiento de sus piernas, rotas y destrozadas del modo más horroroso. Y Tobías, que no era cariñoso con nadie, con Cristian lo era en grado máximo. Con él compartía su alimento, le hacía compañía todo el tiempo de que podía disponer, y empleó todos sus ruegos con el superior de la comunidad para que Cristian, que no tenía familia ninguna, se quedase en alguna de las dependencias del convento, puesto que no tenía más porvenir que la mendicidad, y la mendicidad más dolorosa, porque un hombre sin piernas no se podía valer. Sus súplicas fueron atendidas, y el pobre inválido encontró albergue y alimentación abundante a la sombra de los mercenarios, siendo Tobías para él, padre, hijo, hermano y amigo cariñosísimo. Su inteligencia, adormecida hasta entonces, se despertó, y aprovechando todos los ratos que tenía libres, los pasaba al lado de Cristian, que le contaba cien y cien veces su vida llena de lances y de proezas, y como era un hombre tan acostumbrado a la lucha, aquella vida sin movimiento, sin acción, sin aventuras, sin emboscadas, era tan contraria en absoluto a su modo de ser, que a pesar de los desvelos de Tobías, a los dos años de haberlo dado por muerto, acabó de morir en brazos de Tobías”.
“Éste lloró como un niño por vez primera en su vida, desesperado sobre el cadáver de Cristian, demostrando un sentimiento tan profundo, un dolor tan verdadero, que llamó vivamente la atención de toda la comunidad, pues en verdad nunca se había distinguido Tobías por su sensibilidad extremada.
Antes al contrario, se complacía en destruir, y al morir Cristian se esmeró en adornar su fosa, y sin que nadie le dijese nada rodeó la fosa con una tosca empalizada que cubrió de follaje plantando un sauce y dos cipreses, siendo aquel lugar su sitio favorito. Toda la recóndita ternura que había en su corazón fue para Cristian, lo mismo que los escondidos destellos de su inteligencia, que se fueron amortiguando y desvaneciendo después de muerto aquél, volviendo a ser un idiota, una máquina que trabajaba al impulso de otra voluntad. ¿Por qué Tobías quiso tanto a Cristian? ¿Escribió entonces la primera página de su afecto? ¿Pagaba una deuda contraída en la noche de los tiempos?
“Nuestra mirada no alcanza el más allá de estos dos espíritus, sólo nos es dado relatar lo que hizo Tobías por Cristian en aquella existencia. Los dos espíritus han seguido su penosa peregrinación, y hoy se encuentran en la Tierra unidos por un afecto grande, noble y generoso. Tobías es el paralítico que ocupa un lecho en el hospital de Chafarinas, y Cristian el inválido de ayer que le debió al enfermo de hoy morir tranquilamente disfrutando de un placer para él desconocido, ¡El ser amado! Y ser amado del modo más desinteresado y puro, porque era un pobre que sólo podía dar trabajo al que le sirviera. Pues bien, Cristian, agradecido a sus paternales cuidados, ha pedido hoy una plaza de enfermero en dicho hospital para demostrarle a Tobías su gratitud. Gratitud inmensa, gratitud que no tiene límites, puesto que para él tienen un valor incalculable los cuidados que ayer le prodigó Tobías, únicas atenciones y demostraciones de ternura que endulzaron las últimas horas de una de sus azarosas existencias: y todos los horrores de sus crímenes no han podido borrar el recuerdo indeleble de aquel periodo de descanso que tuvo, gracias al cariño y a la solicitud de Tobías, pobre idiota que sólo para él recobró vida su inteligencia y su sentimiento”.
“Nada se pierde. El bien es una flor que nunca, nunca se marchita ni jamás se extingue su delicado y penetrante aroma. Podrán las almas rudas no saber corresponder con sus finezas, en el preciso momento de recibir un beneficio, pero esto, ¿Qué importa? ¡Si queda la eternidad para devolver con creces el favor recibido!”
“No os canséis de sembrar amor, que da ciento por uno, en el caso presente queda bien demostrado. En uno de los rincones más olvidados de la Tierra, entre dos seres considerados como pecadores, puesto que ambos están sufriendo una terrible condena, se desarrolla actualmente una acción interesantísima, verdaderamente conmovedora; un paralítico postrado en el lecho del dolor, encuentra cariñosísima solicitud en un hombre que ha olvidado vuestras leyes morales, puesto que sobre él pesa la horrible acusación de haber sido ladrón y asesino, y este hombre tiene para el pobre enfermo la ternura de un padre”.
“Mas retrocedamos algunos siglos y veremos el enfermero de hoy postrado a su vez con las piernas trituradas, el paralítico que hoy gime en el duro lecho de un hospital, sirviéndole ayer con mayor cariño y la más tierna solicitud, pidiendo protección para su impotencia, velando su sueño, adivinándole los pensamientos, y haciendo en fin un esfuerzo supremo para arrancar de su inteligencia adormecida, rayos de luz, rayos que perdieron su esplendor cuando su protegido dejó de existir”.
“Teniendo en cuenta estos antecedentes, no tiene nada de extraño lo que hoy acontece, es sencillamente el pago de una deuda, de una deuda sagrada. ¡Benditas sean las deudas de amor!… Porque al pagarlas, ¡Cuánto bien se hace!… No sólo al que se le devuelve lo que es suyo, sino a los que le rodean, y a todos cuantos se enteran del fausto suceso, porque como en la Tierra desgraciadamente no abundan las buenas acciones, cuando éstas se prodigan causan profunda admiración, y esto es lo que le hace falta a la humanidad, mucho bueno que admirar, hechos grandes para tomar ejemplo y hacer el bien por el bien mismo”.
“Esos dos espíritus se quieren tanto, que cuando se encuentran, el uno para el otro se convierte en ángel. Podrán ser demonios para los demás, pero los dos entre sí se complacen en prodigarse la ternura que niegan a los otros. Principio requieren las cosas, sin la primera piedra no se levanta ningún monumento. Esos dos espíritus, que giran dentro de un pequeño círculo, ¿Estarán siempre en el mismo estado? No, día llegará que con sus nobles esfuerzos romperán el anillo de hierro de sus culpas y lo que hoy guardan para un solo ser, será mañana para una familia y después para una tribu, y luego para un pueblo, y más tarde para un mundo, y con el transcurso de los siglos para innumerables planetas, para la gran familia universal que llena la creación de dulces armonías”.
“Es cuanto hoy puedo deciros de esos dos espíritus, que en uno de los parajes más tristes de la Tierra, está recogiendo el uno el fruto sazonado de su siembra de ayer, y el otro está pagando una deuda sagrada dispuesto a pagarla cien y cien veces, porque un alma agradecida mide lo que recibe, mas no lo que devuelve, cumpliéndose así el aforismo evangélico de que Dios siempre da ciento por uno”.
“Adiós”.
De grandísima enseñanza es la comunicación que he copiado textualmente. Ella demuestra que la luz siempre es la luz en medio de las más profundas tinieblas. Esto es, que no hay alma que no sea capaz de sentir y de agradecer. Lo que se necesita es educar el sentimiento, es someter a un tratado de curación a los espíritus enfermos (vulgo criminales), creando casas de salud en vez de penitenciarías donde los criminales se embrutecen en la holganza, contagiándose con las mutuas perversidades, o enloquecen, en la soledad del sistema celular, sin dar el menor fruto su inteligencia.
Tierras vírgenes hay en nuestro planeta, envíense a esos parajes, colonizadores, y sean éstos los que lleven en su frente el sello de Caín. Póngansele en la crítica situación de morirse de hambre o de trabajar, y como el instinto de conservación es innato en el hombre, a la vuelta de algunos años el criminal más empedernido quizá sea un hombre útil a sí mismo y a sus semejantes. Y mientras llegue ese periodo de adelanto sembremos en todas las almas la fructífera semilla del amor, puesto que nada se pierde, puesto que tenemos la consoladora certidumbre de que nuestros sacrificios nos darán mañana hermosos días de Sol, consolemos a los que lloran, si queremos ser consolados.
La ley de compensaciones es la más justa. A cada uno según sus obras. ¡Gracias, Dios mío, por tu eterna justicia! ¡Nada se pierde!
Amalia Domingo Soler
La Luz que nos guía
30 julio, 2020