Un lecho de flores

Hablando una noche con una señora que nos contaba tristes historias de su familia, nos dijo lo siguiente:

Yo creo que pesa sobre mis parientes una maldición, porque llueven sobre ella las desgracias con una profusión aterradora.

¿Y Vd. con su buen talento cree en la eficacia de las maldiciones?

No diré que crea en ellas, pero existen casualidades tan fatales, que sus consecuencias son terribles.

Es que no existe la casualidad.

¿Pues a qué obedecen ciertos sucesos repentinos que no tienen explicación posible? La muerte de mi sobrino Ángel, por ejemplo, que era un muchacho de 18 años, adorado por sus padres, que no sabían qué hacerse con su hijo, el cual vivía muy tranquilo y muy satisfecho cumpliendo con su destino en el escritorio de una casa de comercio, y una mañana salió de su casa tan contento y tan alegre, con un revolver preciosísimo que le había tocado en suerte en una rifa, diciéndole a su madre: Mira, mamá, me llevo el revolver para que lo vean mis compañeros de oficina.

Esto era a las seis, y a las nueve le avisaron a mi cuñado que fuera inmediatamente al escritorio donde trabajaba su hijo y le encontró a éste caído en tierra y el revolver a corta distancia.

Ángel parecía que estaba sonriendo a pesar de haberle entrado una bala por el ojo derecho que le mató instantáneamente, según afirmaron los médicos que reconocieron el cadáver.

Ángel, según contaba el portero de la casa, había entrado en su oficina cantando alegremente su ópera favorita, y antes que nadie entrara en el escritorio se oyó una detonación.

¿Fue suicidio?

No, porque Ángel vivía muy contento de su suerte; luego fue casual que se le disparara el tiro; niégueme usted ahora la casualidad.

Y tanto que se la niego; y a más le aseguro que su sobrino pagó una deuda con esa muerte repentina, no me queda la menor duda.

¿Quiere Vd. decir?… no comprendo, no sé el significado de sus palabras.

La casualidad, se lo repito, no existe, y hecho tan trascendental como es la terminación de una existencia cuando sonríe la juventud, cuando las caricias de una madre amorosísima y los prudentes consejos de un buen padre nos envuelven con su manto de felicidad, cuando la esperanza nos ofrece sus horizontes de color de rosa, cuando la plenitud de la vida nos alienta con su savia generosa, el morir es un mal, y un mal es el resultado de un daño causado a otro.

Pero si mi sobrino era Ángel de nombre y ángel en sus hechos, todo el mundo le quería y envidiaban a sus padres porque le tenían por hijo; ¿Qué daño pudo, pues, causar a nadie? Ninguno, absolutísimamente ninguno.

En esta encarnación convenido; pero en las anteriores, ni Vd. ni yo sabemos lo que hizo.

Eso es verdad ¿Y no podría averiguarse algo?

Según y conforme, si es para satisfacer una pueril curiosidad nada preguntaré a los espíritus.

¡Qué ha de ser por curiosidad! Si mi cuñado y su infeliz esposa están completamente desesperados y buscando consuelo, han hablado con varios espiritistas, y estos les han dicho lo mismo que Vd. me dice; así es que están sedientos de saber algo; pregunte Vd. pues, amiga mía, a ver que le dicen y podría Vd. hacer dos obras buenas a la vez, consolar a unos desdichados y escribir para enseñanza de muchos lo que le dijeran los espíritus.

Ciertamente que ha pensado Vd. bien, y me ha propuesto lo que yo siempre tengo costumbre de hacer, pues nunca pregunto a los espíritus para satisfacer curiosidades de éste o de aquel, sino para dar una lección de la eterna justicia a los muchos que dudan de la sabiduría de Dios.

Yo pregunto a los espíritus para divulgar sus enseñanzas, para difundir la luz de la verdad, y que ésta disipe las densas brumas del error.

Cuando tuvimos ocasión hicimos presente nuestro deseo al Espíritu que guía nuestros trabajos, y éste nos contestó, lo que a continuación copiamos:

“Ya sé que no es tu móvil la curiosidad, por eso siempre que me es posible contesto a tus preguntas, porque sé que mis narraciones te sirven para publicar historias que encierran una útil enseñanza de las que está muy necesitada la humanidad, y es necesario que todos sepan que no hay casualidades, que todo sucede a su tiempo, especialmente cuando llegan esos momentos supremos, esas crisis que deciden el porvenir de un hombre.

Deseas saber porqué un joven que vivía tranquilo y sereno, adorado de su madre, querido y respetado de su padre, satisfecho de sí mismo, porque todo cuanto le rodeaba le brindaba cariño y consideración social; en un momento, cuando estaba más distraído con un juguete mortífero, con una de esas pequeñas máquinas que al funcionar producen la muerte de varios individuos en pocos segundos, cuando veía satisfecho su deseo, de poseer un arma de fuego de las condiciones que él anhelaba, perdió la vida sin saber si fue intencionadamente o por casualidad como decís en la Tierra: y yo te digo que no fue con premeditación, esto es, que no fue suicidio, ni un efecto tampoco de la casualidad.

Él miraba atentamente el cañón de la pistola y se disparó a sí mismo sin saber lo que se hacía, pero al entrarle la bala por el ojo derecho quedó saldada una de sus cuentas; así es, que no fue casual el pago de una deuda; cuando un Espíritu viene dispuesto a cumplir su destino, no necesita que nadie le infiera daño alguno, él mismo se administra justicia, como se la administró el joven de quien me has hablado; el cual, en una de sus anteriores existencias, fue una mujer sin corazón, una cortesana rodeada de galanes que se disputaban sus favores, ofreciéndole en cambio joyas y luises a los cuales Egamina era muy aficionada.

Entre sus adoradores había Leuterio, joven pintor de modesta fortuna, que sintió por la cortesana una pasión tan profunda que le ofreció su corazón, su mano y su humilde y poético hogar.

Egamina se rió de sus proposiciones y le dijo que ella necesitaba de grandes plumas para volar: Leuterio lamentó su negativa sin herirse su dignidad por la burla de que era objeto, y la siguió de lejos consolándose con verla a larga distancia.

El patrimonio de las cortesanas es su belleza física, cuando ésta se agota o se marchita, pasan de un lecho de plumas a un jergón del hospital, y sustituyen a sus galanteadores, por hurañas enfermeras que las desprecian y las acusan por su liviandad.

Egamina, cuando estaba en todo el desarrollo de su espléndida hermosura, la viruela se enseñoreó contra ella con el mayor furor, y a no haber sido por Leuterio la hubieran conducido al hospital; pero éste, en cuanto supo que estaba enferma, se constituyó en su enfermero y no la abandonó ni un segundo.

Egamina estuvo entre la vida y la muerte muchos días, todos la abandonaron, ninguna de sus compañeras de orgía veló su sueño, ninguno de los que compraban sus caricias le dio una limosna, y como las cortesanas viven en un déficit permanente, los acreedores se apoderaron de cuanto poseía y sólo por Leuterio pudo conservar su lecho y los muebles más precisos.

Su convalecencia fue larga y penosa, pues se le complicaron nuevas enfermedades, y Leuterio, antes de verla reducida a la miseria, se hizo criminal hurtando a sus padres los ahorros de veinte años de economías y privaciones; cantidad que en poder de Egamina pronto quedó reducida a la nada, pero duró el tiempo suficiente para reponerse y comprar los aceites necesarios para recuperar su belleza algo ajada y marchita, y cuando se vió hermosa y rejuvenecida, en vez de adorar al hombre que la había salvado de la miseria y que persistía en llamarla su esposa, se entregó de nuevo a sus habituales desórdenes, diciendo a Leuterio que habiendo recobrado sus antiguas alas, ya no necesitaba de padre para tender su vuelo.

Leuterio se quedó como herido del rayo, pero pronto recobró el uso de la palabra y juró a Egamina que se vengaría de ella, ya que por su causa él había sido criminal, robando a sus padres que quedaron reducidos a la miseria y murieron maldiciendo al hijo ingrato que había profanado el santuario del hogar.

Egamina no hizo caso de sus amenazas, siguió su vida de crápula y desorden, cuando una noche al entrar en su alcoba vió a Leuterio sentado junto a su lecho que la esperaba con una pistola en su diestra, y que al verla le dijo: La víctima viene a morir junto a su verdugo; pero antes quiero estrecharte en mis brazos. Egamina creyó que él quería matarla, trató de arrebatarle la pistola y al hacerlo salió una bala penetrando por el ojo derecho de Leuterio que murió instantáneamente.

La cortesana fue reducida a prisión, recobrando pronto la libertad, que ella empleó como siempre en el libertinaje, hasta que murió en un incendio en una noche de orgía.

El crimen que ella cometió con Leuterio tenía que pagarlo, porque de un hombre sencillo y bueno, hizo un criminal, un demente sin corazón que no se compadeció de sus ancianos padres y les dejó morir en el abandono y en la desesperación.

Ella le hizo suicida, porque el infeliz la quería tanto, que quiso morir junto al lecho de Egamina para verla en su agonía, no para matarla como aquella creyó.

Leuterio era un alma buena y ella le precipitó en el abismo por su ingratitud, ella le hizo morir y vivir desesperado, y en la eterna balanza ha sido pesada toda su infamia y pagará hasta el último cuadrante por su inicuo proceder.

Leuterio era una esperanza para su familia y una gloria para su patria, era un genio, era un artista que trasladaba al lienzo las nubes de la tarde y los arreboles de la aurora, el dolor de la madre ante el cadáver de su hijo y la desesperación del réprobo en las mazmorras de la inquisición; y aquella luz portentosa, aquella inspiración celestial, Egamina la redujo a humo, prometió cariño al artista mientras se sintió enferma, le despreció cuando se vió fuerte, y aquel alma de fuego se sintió profundamente herida, prefiriendo la muerte a su espantosa soledad, y todo el daño causado a un ser noble y sencillo, toda la desesperación de los padres de Leuterio al verse saqueados y abandonados por su hijo, y todo el mal que éste hizo y todo ese cúmulo de dolorosos desaciertos pesan sobre el Espíritu de la cortesana, que cuando en el espacio se dió cuenta de todos sus actos, sintió un horror invencible al sexo que había pertenecido manchándole con sus impurezas, y pidió todas las humillaciones que tuviera que pasar, que fueran en el sexo masculino; tenía miedo de volver a caer, Espíritu débil, cuantas veces ha vuelto a la Tierra, ha permanecido corto tiempo, siempre se ha ido joven huyendo de resbalar y caer.

Su arrepentimiento ha sido sincero, y quiere sufrir cuanto le hizo padecer a Leuterio; que sigue sus huellas esperando su regeneración. En su última existencia quiso morir como aquel murió, quiso sentir sus dolores, quiso truncar todas sus ilusiones y sus esperanzas; ya ves como no hay casualidades, no hay más que el cumplimiento de una ley, que nadie puede dejar de sufrir las consecuencias de su inapelable fallo.

Puede el Espíritu elegir tiempo para el pago de sus terribles deudas, pero no lo dudes, el tormento causado y la ofensa nos siguen como la sombra al cuerpo.

Muchas veces habrás visto en familias amorosas dotadas con bienes de fortuna, que uno de sus individuos no puede dar un paso o está ciego o epiléptico, o es sordomudo; y es que aquel Espíritu es cobarde ante la prueba y necesita pagar su deuda rodeado de atenciones amorosas, sin sufrir el hambre y la desnudez; para conseguir esto, ha estado centurias de siglos trabajando lentamente en su progreso.

En cambio, cuando veas a un mendigo con las piernas de palo o encerrado en un carretón rodeado de seres innobles que explotan su desgracia, compadece su expiación y admira su fortaleza, es un Espíritu decidido que al reconocer sus yerros ha dicho.

Quién tal hizo que tal pague, el mal camino debe andarse pronto, ¡Adelante! Y elige una existencia con padres semi-idiotas en la mayor miseria, que le dejan en medio de un camino como una carga inútil, y entre mendigos de profesión o solo en el mayor abandono, llega a sentir la nieve de los años sobre su cabeza que se dobla casi hasta tocar la Tierra. Cuando veas a estos desgraciados, te lo repito, compadéceles y admíralos, que iguala su infamia a su voluntad, su entereza de gigante que dice: “Si me hundo en lodo yo me levantaré, quien supo matar debe saber sufrir, quien en la cumbre de las grandezas humanas fue un bandido sin corazón, en la honda sima de las miserias y humillaciones terrenales, debe ser un modelo de mansedumbre y humildad”.

Fíjate bien en esos tullidos, en esos mudos que a veces encuentras en tu camino, detén tus pasos para dirigirles una mirada de consuelo y una palabra de compasión, que relacionados estáis todos los hombres por vuestros desaciertos de ayer y vuestro arrepentimiento de hoy.

Adiós.

Toda la eternidad que tenemos para progresar indefinidamente nos parece escaso tiempo para demostrar nuestra inmensa gratitud a los buenos espíritus y especialmente al que más nos guía en nuestros trabajos literarios.

Sin los seres de ultratumba hubiéramos sucumbido hace mucho tiempo bajo el enorme peso de nuestra cruz; porque en cumplimiento de una ley justa e inmutable, nuestra expiación nos ha rodeado de esas pequeñas y continuas contrariedades, que son sin disputa más insoportables que una desgracia inesperada, que cae como una bomba sobre la existencia.

Nuestra expiación ha sido la gota de agua horadando la piedra, así es, que hubiéramos llegado a la más completa desesperación, si los espíritus con sus razonados consejos no nos hubieran hecho comprender la admirable justicia de las leyes eternas.

¡Oh! Sí; agradecidísimos estamos a los espíritus por las útiles enseñanzas que nos dan, que no todos los que se comunican con los seres de ultratumba obtienen igual beneficio. Hay muchos médiums que sirven de intérprete a espíritus ligeros y engañadores, cuyas comunicaciones son peligrosas.

Hasta ahora felizmente hemos trasmitido historias y relatos de útil enseñanza moral; no hemos penetrado en el templo de la ciencia porque nuestra expiación nos ha negado la inteligencia suficiente para llegar al puesto que ocupan los grandes sabios; pero los buenos espíritus nos han inculcado los sanos principios de la moral eterna contenidos en estas palabras: No hagas a otro, lo que no quieras para ti.

Ellos nos han dicho así:

Trabajad sin descanso, recupera átomo por átomo todo lo que has perdido cuando despreciasteis la inteligencia adquirida en asíduos trabajos literarios y tu genio arrastró por el fango sus alas de oro.

Trabaja, nosotros te ayudaremos, nada se pierde, todo lo adquiere el Espíritu con aplicación y perseverancia, nosotros no hacemos sabios a los ignorantes, ni evitamos tareas a los indolentes, pero sí ayudamos con nuestros consejos y trabajo a los obreros de buena voluntad.

No respondemos al llamamiento de curiosos impertinentes, pero envolvemos con nuestro fluido a los que nos dicen:

¡Iluminadnos queremos progresar! ¡Decidnos cual es el mejor camino para llegar a la Tierra de promisión!

Esto y mucho más nos han dicho los espíritus; ellos son nuestros más fieles amigos, nada nos une a la Tierra y por ellos amamos a todos los infortunados que pululan en ella, los seres de ultratumba nos han dado una gran familia, por ella trabajamos, por ella pedimos inspiración a nuestros amigos invisibles, para hacerles conocer a los que lloran que ellos son la causa de su llanto, que no existe la injusticia, que cada ser vive en la atmósfera que él mismo se ha creado, que no hay redentores sino que cada hombre es el redentor de sí mismo; que no hay hechos casuales ni providenciales, que no hay fatalismo sobre ésta o aquella raza, no hay más que el trabajo individual de cada Espíritu que a su placer siembra su viña y su huerto y le cultiva con esmero, o deja que las malezas invadan el monte y el llano.

Esta profunda verdad es necesario que sea conocida de todos para que a la vuelta de algunos siglos, no tengan los terrenales que pagar con muertes violentas, las terribles deudas de su ayer.

 

 

Amalia Domingo Soler

La Luz del Camino