Una de las catástrofes que más nos impresionan son los incendios: dos veces en nuestra vida nos hemos visto amenazados por el fuego, y una vez por el agua en una de las muchas inundaciones que ha sufrido Sevilla; y nos horrorizó mucho más el fuego que el agua, y eso que ésta subía sin descanso, convirtiendo el patio de nuestra casa en un anchuroso estanque, donde nadaban los muebles de las habitaciones bajas, produciendo en nuestro ánimo un efecto tan doloroso aquella agua negruzca, que si hubiera sido sangre, no nos hubiese causado más espanto, pero en medio de todo, nuestro dolor era tranquilo, nos dejaba completamente libre el pensamiento; nuestro ser languidecía, y pensábamos en una muerte cercana y sin aturdimiento parecía que nos preparábamos a un sacrificio forzoso, veíamos el cumplimiento de una ley fatal, y decíamos como los mahometanos: ¡Estaba escrito!
Cuando nos vimos libres de aquel peligro, miramos sin horror el lugar donde habíamos estado expuestos a morir… pero cuando en Madrid, estando una noche entregados al sueño, oíamos voces atronadoras que gritaban ¡Fuego!
La emoción que experimentamos no encontramos frases para escribirla, creemos que si tuviéramos, que subir al patíbulo no podríamos sufrir más.
Cuando nos asomamos al balcón y vimos la ancha calle llena de carros que conducían las bombas, soldados, bomberos, una muchedumbre inmensa que todos gritaban a la vez, nos sobrecogimos de tal modo que a pesar de no ser el incendio en nuestra morada, y de separarnos una calle de la casa presa de las llamas, éstas, nos parecía que envolvían nuestro ser, veíamos que estaban lejos y sin embargo su terrible calor nos quemaba las entrañas, y durante mucho tiempo cuando alguien encendía un fósforo, sentíamos una emoción dolorosísima que tratábamos de ocultar porque la hubieran calificado de niñería, pero nuestra impresionabilidad era más fuerte que todos nuestros razonamientos.
Dadas estas ligeras explicaciones, no extrañarán nuestros lectores, que siempre que leemos el relato de algún incendio, todo nuestro ser se conmueve y sentimos profundísima compasión, tanto por los que mueren quemados, como por la familia de las victimas que deberán guardar un recuerdo terrible de esas muertes violentas que despedazan y trituran el cuerpo, impresionando tan hondamente al Espíritu, que según nos han asegurado algunos seres de ultratumba, los que dejan su envoltura en medio de las llamas, queda su periespíritu en un estado tan sensitivo, que durante mucho tiempo, a pesar de que sus cenizas han desaparecido de la Tierra, para ellos existe la llama devoradora que ha consumido su envoltura material; tan agudo es el dolor que experimentan los que mueren carbonizados.
Pero también nos han dicho y esto nos consuela, y lo encontramos muy lógico, que muchas veces el Espíritu en uso de su libre albedrío, aunque tenga una deuda terrible que pagar, no salda su cuenta hasta que se ha creado un número de afecciones suficientes, para que estas le presten consuelo en medio de su agonía, para que al morir no se encuentre solo luchando con sus terribles dolores, sino que seres amigos procuren alejarle del lugar de su tormento; y como que este consuelo es legítimamente ganado, puesto que es la consecuencia, el resultado de sus buenas obras, de su sacrificio, de su abnegación, ésta rebaja su pena; es natural, paga estrictamente lo que debe, pero no se aumenta su sufrimiento porque le sucede lo que acontece en la Tierra a los que se arruinan: uno por ejemplo pierde su fortuna y trata por medio de su trabajo, no de recuperar sus riquezas, pero sí de no vivir en la miseria, y acallando necios orgullos e insensatas vanidades, no se avergüenza de ejecutar los trabajos más humildes, ni de ir a servir a un amo, habiendo él tenido numerosa servidumbre; y aunque no vive bien, al menos no sufre ni el hambre, ni el frío ni la sed, y al cabo de algunos años casi llega a vivir en una melancólica tranquilidad; vive pobre pero no desesperado.
En cambio, el que se arruina y se desespera y juega el todo por el todo mezclándose en negocios ilícitos, entregándose al fraude y a toda suerte de desaciertos, al fin llega un momento que le falta tierra para sostenerse, y apoyando una pistola en su sien muere maldiciendo una existencia que no le ha proporcionado más que dolores, pues lo mismo exactamente le sucede a dos espíritus que hayan cometido un crimen; si el uno se reconoce culpable y trata de enmendarse pidiendo encarnaciones para ejercer el bien, cuando le llega la hora de sufrir el dolor que a otro hizo sentir, su tormento no será más que momentáneo, porque los espíritus que le deben un beneficio acudirán a alentarle y a consolarle, en cambio el Espíritu rebelde que tras de su crimen aumente guarismos a su cuenta cometiendo nuevos desmanes, cuando le llegue la hora de pagar ojo por ojo, y diente por diente, se encontrará solo en medio del naufragio sin tener una tabla donde asirse, porque lo que no se gana no se obtiene, y si tiene que sufrir el martirio del fuego, creerá en su desesperación que el infierno de las religiones positivas es una realidad, puesto que él siente todas las torturas que la tradición religiosa asegura que existen en el averno; así es, que cuando en un incendio mueren algunos o muchos desgraciados, como sucede cuando se quema un teatro lleno de espectadores, nuestro pensamiento no se fija únicamente en el momento terrible que las llamas y la confusión y la impaciencia proporcionan la muerte a centenares de individuos, lo que más nos horroriza es el mañana de aquellos infortunados, porque como no sabemos a qué altura moral se encontraban, no podemos calcular el alivio que pueden hallar en los seres de ultratumba.
Últimamente los periódicos trajeron la descripción de un incendio ocurrido en Granada.
La Gaceta de Cataluña, del 9 de Febrero, decía así:
“Había sido el jueves un día de mucho trabajo en casa de D. Juan Granizo, honrado comerciante de ultramarinos de la calle de San Matías. A las diez de la noche terminaron la salazón de las carnes de cerdo, y el matrimonio y sus ocho hijos, cuatro hembras y cuatro varones, descansaban al calor de la lumbre de una mesa camilla. A las 12, a instancia del padre, se acostaron los muchachos”.
-Vamos a caer en la cama como piedras en pozo, dijo la de los cuatro años, que estaba muy cansada.
“Eran las dos o las tres de la madrugada, cuando notó el sereno un resplandor por dentro del almacén, llamó y no le contestaron. Todos los de la casa estaban profundamente dormidos”.
“Poco después delataba el humo el incremento del fuego; más tarde se oyó una terrible explosión; por los resquicios de la puerta asomaban grandes llamaradas, y hubo que echarla abajo”.
“Al despertar Granizo, ya no se podía salir por la puerta. Llamó a su mujer, cogieron los dos a un niño del pecho y le subieron a la azotea donde se les reunieron también los dos varones mayores, salvándose todos por la azotea de la casa inmediata, en camisa y aterrorizados. La madre especialmente, llegó a un estado gravísimo producido por el terror y una fuerte hemorragia; y llorando a gritos por sus hijos. El padre no podía hablar: ninguno podía darse cuenta de todo lo horrible y espantoso de aquella realidad”.
“Corrió la voz en la calle de que había en la casa todavía cinco criaturas, cuando los zapadores y los artilleros combatían el fuego que amenazaba a las casas contiguas. Unos cuantos de aquéllos habían trepado para salvar a los niños; pero una explosión horrorosa les obligó a arrojarse por los balcones, resultando contusos o heridos tres o cuatro bomberos, un soldado, y un dependiente de la fonda de Simancas”.
“Pasada un tanto la confusión, llegaron dos hombres después de romper un tabique a la pieza contigua al dormitorio, y hallaron el cadáver carbonizado de Angustias, la joven de 14 años que huyendo de la muerte, subió sobre un estante”.
“¡Entonces ya amanecía! El fuego se propagó a la fonda de Simancas que desalojaron todos los huéspedes como pudieron, y hasta llegaron a quemar las llamas la puerta de una casa de enfrente”.
“En esto, hundiéndose los techos de los pisos principal y segundo de la casa de Granizo, se perdió las esperanzas de salvar a las otras cuatro criaturas, cuyos cadáveres destrozados y hechos carbón fueron hallados más tarde. El de Encarnación de 17 años tenía en sus brazos a su hermanito de 7 años. Al cadáver de Carmen, niña de 11 años le faltaba una mano y la cabeza. Todos ellos menos el de la primera tenían las piernas separadas del tronco”.
“Las pérdidas de la casa fueron cuantiosas, pues nada pudo salvarse. La fonda también ardió toda, excepto los muebles. En esta devoró el fuego la biblioteca del hijo del dueño, que era muy numerosa; la librería y las ediciones de tres obras importantes del Catedrático de aquella Universidad Señor Artero, así como los originales de su Historia de Oriente y Roma, fruto de largos desvelos, y otros mil documentos”.
“En casa del Señor Godoy se perdieron también los borradores de una obra de medicina, que llevaba cinco años trabajando, muchas fanegas de trigo, bastante aceite y otras mil cosas; sin contar las obras y documentos, se calculan pérdidas en 60.000 Duros”.
“Este desgraciado siniestro dio por resultado las cinco criaturas muertas, ocho heridos y contusos, pues lo fueron dos zapadores más; un padre y una madre enfermos. El novio de una de las jóvenes muertas, cayó enfermo al saber la horrible noticia”.
“Creen que la causa del fuego debió ser el incendio de unas cajas de fósforos, que por olvido no guardó el dueño de la tienda en su caja de hojalata”.
Esta relación nos impresionó dolorosamente, pensando en los padres de las víctimas, que sin duda se creerán que son juguete de una horrible pesadilla.
¡Perder cinco hijos en breves segundos! ¡Entre ellos tres flores hermosas en lo más risueño de la vida! ¡Encarnación de 17 años!… cuando quizá ya estaba preparando sus galas de desposada, ¡Angustias de 14 abriles! Niña que ya soñaba con perder sus alas de ángel para convertirse en mujer, ¡Carmen de 11 inviernos! Que tal vez al dormirse pensó en sus muñecas…. ¡Qué horrible despertar!
Y cuando más embebidos estábamos en nuestras reflexiones, el Espíritu que más nos guía en nuestros trabajos literarios nos dijo así:
“No te ocupes solamente en lamentar el hecho, es necesario que escribas algo sobre tan triste suceso. ¿Sabes por qué? Porque los padres de las víctimas necesitan consuelo, y es indispensable despertar su atención sobre la comunicación ultraterrena, para que se relacionen con los seres que creen perdidos para siempre”.
“Los espíritus que dejaron en las llamas su envoltura, se encuentran en muy buen estado porque ya tenían hecho un gran progreso; han esperado para saldar su terrible cuenta algunos siglos, en los cuales han trabajado sin descanso, y se han creado grandes simpatías espirituales que ahora les han servido de inmenso alivio porque no han tenido que sufrir más que aquellos dolores que imprescindiblemente tenían que experimentar, puesto que en otros tiempos estos espíritus se complacieron en ver quemar a sus semejantes; y no te quede la menor duda que esos terribles siniestros que tanto os afectan, esos incendios espantosos, en los cuales se verifica la inmigración de centenares y hasta de millares de espíritus, no son otra cosa (tenedlo bien entendido), que expiaciones, saldos de cuentas atrasadas, pagarés vencidos que no tenéis más remedio que pagarlos. Podréis ser muy buenos, podréis ser verdaderos adalides del progreso, pero si antes de poseer tantas virtudes os habéis complacido en el daño ajeno y habéis hecho padecer a otros, tenéis que sentir sus mismas angustias; porque así como nos recompensan hasta un buen deseo a favor de otros, del mismo modo la justa ley de las compensaciones nos devuelve gemido por gemido, tortura por tortura, dolor por dolor”.
“Cuando la inquisición levantó en Sevilla su terrible Tribunal, los espíritus que han dejado su cuerpo en el último incendio de Granada, estaban entonces en Sevilla; sé muy bien toda su historia porque lazos íntimos me unen a ellos. En aquella época eran mujeres de la más alta nobleza de Andalucía, que batieron palmas cuando vieron arder las primeras haces de leña cuyas llamas debían devorar a los infelices, que con sus hopas y sus corazas se adelantaban hacia la hoguera, ellas agitaron pañuelos, victorearon a los verdugos, y proporcionaron muchas víctimas al santo oficio hasta de su misma familia, llevadas de su celo religioso; y además queriendo borrar con la muerte las huellas de sus desaciertos, ateniéndose al erróneo adagio de que hombre muerto no habla”.
“¡Cuantos crímenes se hubiera ahorrado la humanidad si hubiera comprendido que tras la tumba germinaba la vida! Y que las muertes violentas no daban más resultado que adquirir enormes responsabilidades para el que las causa, y traer sobre sí odios implacables y poco menos que imperecederos”.
“Los espíritus a que me refiero, tengo la íntima satisfacción de haber trabajado mucho en su adelanto, siéndome más fácil la victoria por no ser ellos de gran perversidad. Hay espíritus que aún cuando cometen crímenes, lo hacen muchas veces dominados por las circunstancias, subyugados por las religiones que tanto han imperado en las humanidades, y a tan hondos abismos las han conducido”.
“Estos espíritus que hoy son tan llorados por sus deudos y amigos, en la actualidad merecen todo el sentimiento que han despertado, porque poseen grandes virtudes, aman entrañablemente a la familia que han dejado en la Tierra, desean comunicarse con ella para calmar su duelo; por esto yo, valiéndome de ti, le digo a esos padres sin consuelo:”
“¡Pobres almas heridas! ¡Escuchadme! No es tan triste, no es tan horrible vuestra situación actual: de aquellas jóvenes hermosas, de aquellas lozanas flores que embalsamaban vuestra vida, no se ha perdido su embriagador perfume; sus cuerpos han sido carbonizados, triturados; pero su Espíritu, y su periespíritu, envoltura mucho menos grosera que su cuerpo material, existe envolviendo el Espíritu o mas bien asimilándose a él, uniéndose a su irradiación, presentando su espléndida hermosura, sin haber perdido ninguno de sus encantos, antes bien se han aumentado, porque el cuerpo material por hermoso que sea, nunca tiene la belleza celeste del Espíritu, por tener el primero mayor densidad. La belleza espiritual no podéis comprenderla, sin embargo la presentís, dándoles a vuestros santos refulgentes aureolas. Pues bien; esa luz que forjáis en vuestro deseo, es un débil reflejo de la atmósfera luminosa que rodea a los espíritus que se han engrandecido por su amor inmenso, que no han perdonado medios para ser útiles a la humanidad”.
“¡Pobres almas heridas, vuestra razón flaquea, y no es extraño, porque al parecer habéis sufrido una pérdida irreparable; pero creedme, vuestro dolor puede encontrar un gran lenitivo si estudiáis las obras espiritistas y tratáis de poneros en comunicación con vuestras hijas que ansían comunicarse con vosotros para consolaros, alentaros y fortificaros: Pocas familias en la Tierra en las condiciones especiales que estáis vosotros, porque no todos los que se van están en disposición de comunicarse, ni todos los que se quedan son tan amados como sois vosotros. En esta ocasión se reúnen muchas circunstancias todas favorables para quitaros parte de vuestra pena, puesto que si queréis podréis comunicaros con vuestras hijas que hoy deploran vuestro desconsuelo, y os acarician, y murmuran a vuestro oído:”
“-¡Despertad! ¿No nos veis? ¿No nos sentís?”
“¡Pobres almas heridas! Por más que os parezca imposible, ¡Los muertos viven! ¡Los muertos están con vosotros! Las llamas todo lo consumen menos el Espíritu y el periespíritu que le sirve para manifestarse en el espacio, como le sirve el cuerpo para manifestarse en la Tierra”.
“En las tinieblas del dolor estáis sumidos, pero la aurora del mañana colorea vuestro horizonte.
¡Abrid los ojos y mirad! ¡Prestad atención y oíd y yo os prometo que si estáis muertos en la desesperación, resucitaréis en la esperanza”.
“¡Nada hay imposible! Lo que os parece que está fuera de la leyes naturales, realmente no lo está; únicamente lo que sucede, es que vosotros ignoráis el plan y el método de esas leyes, que son muchas en la naturaleza las que se escapan a vuestra penetración; pero que no por esto dejan de ser fijas e inmutables”.
“Amalia; trabajemos en bien de esos espíritus enfermos que hoy lloran en la ciudad de Granada, tierra de flores, cuyo suelo ha sido fecundizado con sangre y lágrimas”.
“¡Qué expiaciones tan horribles hay en este planeta! Pero no lo dudéis, todas son merecidas. A vosotros se os resiste creerlo así, mas no por esto deja todo de tener su causa”.
“Recuerdo que la última vez que estuve en la Tierra escribí largamente grandes volúmenes, que encerraban mis pensamientos que para mí constituían un tesoro, y cuando más satisfecho estaba yo del fruto de mis asiduas tareas, sin saberse la causa, se prendió fuego a mi biblioteca, y en menos de sesenta segundos quedó reducido a cenizas el trabajo y los desvelos de toda mi vida. Mucho sentí aquel percance, y sentí más aun lo que tal vez habría yo hecho sufrir a otros; pues yo tenía clara intuición que había vivido ayer, y conforme dejé la Tierra, y me di cuenta que no existía, cuando mi razón dominó mi nuevo estado, vi mis existencias pasadas, y en seguida encontré la causa de la destrucción de mi trabajo que el que a hierro mata, a hierro muere. Yo había arrojado al fuego mil y mil volúmenes fruto de largas vigilias soportadas valerosamente por centenares de sabios; yo en la destrucción de la primera biblioteca que se fundó en Alejandría por Piolomeo Soter, tomé una parte muy activa, y en otras encarnaciones también seguí destruyendo los frutos sazonados del humano entendimiento. En muchas existencias cuando he sido más razonable me he consagrado a escribir, pero nunca mis obras han salido a luz, siempre el fuego se ha encargado de destruirlo: quien tal hizo, que tal pague. El que se gozó en la destrucción de lo más grande que hay en la Tierra que es una buena biblioteca, no merece perpetuar sus pensamientos, estos deben perderse, como se pierden las huellas del hombre en la arena”.
“Trabaja, Amalia; no descanses ni un segundo en propagar el Espiritismo, porque esa filosofía será la redención de la humanidad. ¿Sabes por qué? Porque evitará grandes abusos, actos punibles de los cuales hoy sufrís las consecuencias, porque vivís muy mal los terrenales: el fraude os seduce, la hipocresía os halaga, vuestras costumbres dejan mucho que desear, y hora es ya que comencéis a regeneraros. ¿No os fatiga vivir en la sombra? ¿No os entristece ver a vuestros genios que por una parte llegan al cielo de la sabiduría, y por la otra descienden hasta perderse en el abismo de la crápula?”
“La verdadera vida es más armónica, más apacible; vuestros días sin calma, y vuestras noches sin sueños, son el resultado de vuestros anteriores desaciertos, no la demostración de la vida que para tan altos fines nos fue dada”.
“Mirando la hermosura de la naturaleza, la belleza y perfección de todas sus especies, ¿No os angustia mirar al hombre, que siempre están en desacuerdo las manifestaciones de su inteligencia, con las demostraciones de su sentimiento?”
“Estudiad! ¡Investigad! ¡Preguntad! No perdáis las horas en vanos pasatiempos, empleadlas en un trabajo útil y os evitareis innumerables sufrimientos. Si viérais de qué distinta manera se vive cuando se camina entre abrojos, o cuando no se ven más que flores…”
“Todos los penados sueñan con el indulto que suele aminorar su pena; vosotros, ¿No soñáis con una vida mejor?”
Sí que soñamos buen Espíritu, y estamos agradecidísimos a la providencia porque nos permite comunicarnos contigo y con otros espíritus, dándonos facilidad para emitir vuestros pensamientos a los cuales enlazamos nuestras ideas, como se enlaza la humilde hiedra al árbol gigante.
¡Cuán consoladora es la comunicación de ultratumba!
Felices nosotros que cuando el infortunio nos hiere podemos decir con íntima convicción: ¡Todo tiene su causa! Procuremos ser buenos y seremos felices!
¡Quiera Dios que estas líneas que hoy trazamos por consejo y por inspiración de un Espíritu, atraigan la atención de la infortunada familia que vive al pie de la Alhambra dudando de Dios, y de su eterna justicia!
Ha sido herida en los seres más amados de su corazón; sólo el Espiritismo podrá calmar su duelo, sólo la comunicación de esos espíritus que dejaron este mundo sufriendo el dolor de los dolores, podrá hacerlos sonreír y bendecir la grandeza de Dios, diciendo con inmenso júbilo:
¡La muerte no existe! ¡La vida irradia en el infinito!
¡Qué hermoso es el porvenir de la humanidad!
¡Loado sea Dios!
Amalia Domingo Soler
