

I
Siempre que estamos más cerca de Dios esto es, en el campo o como hoy que tuvimos el placer de visitar la montaña de Monserrat, nos agrada sobremanera escuchar la voz de los espíritus, nunca nos parece más hermosa, más elocuente y más conmovedora la comunicación ultra-terrena, que cuando contemplamos un espacio inmenso, un suelo fértil y un altar de rocas donde los sacerdotes de piedra permanecen inmóviles escuchando la palabra de Dios.
¡Allí!… separados del mundanal ruido, olvidados por un momento de las rudas luchas de la vida, un médium parlante nos dio una comunicación admirable, cuyos bellísimos conceptos y levantadas ideas dieron valor a nuestro Espíritu para volver con más afán y más anhelo a luchar por el progreso de la humanidad.
¡Qué esperanzas tan hermosas despertaron en nuestra mente las palabras del Espíritu!
¡Qué panorama tan maravilloso desplegó ante nosotros!
¡Cuántas verdades dijo sobre las religiones!
Cuánto nos alentó para seguir luchando conquistando con nuestro progreso un lugar en los mundos donde las religiones no embrutecen a los hombres ni petrifican las conciencias; donde la ciencia y el amor caminan unidos repartiendo sus dones a aquellos que después de luchar muchos siglos, reposan de sus fatigas para emprender de nuevo su viaje por los innumerables mundos donde humanidades más felices adoran a Dios en la naturaleza y le ofrecen por holocausto el amor universal.
¡Qué momentos tan felices! Estábamos sentados entre rocas, mil plantas olorosas nos ofrecían su embriagador perfume, la montaña por uno de sus lados más bello nos presentaba sus altares con sus dioses de piedra, el mar en lontananza extendía el espejo del infinito, y hondonadas, y fragosidades y árboles y rocas formaban a nuestros pies confuso laberinto.
Dejar la Tierra en aquellos instantes, venturosos, ¡Cuán bueno hubiera sido para nuestro Espíritu!… se encontraba tan desprendido de las pasiones humanas, que indudablemente hubiera despertado en el espacio en muy buenas condiciones; pero aun no ha llegado la hora de nuestra solemne despedida, aún tenemos que conquistar lo que hemos perdido por nuestros desaciertos, y al considerar que los momentos volaban, que aquellas horas benditas huían quizá para no volver en mucho tiempo, suspiramos con profunda tristeza, y como si la providencia se apiadara de nuestro duelo, como si quisiera decirnos: ¡Mira y compara! Mira y compara y serás consolado: seguimos nuestro camino, cuando nos llamó la atención un grupo de seis o siete personas en el cual había mujeres, niños y un anciano vestido pobremente con pantalón y chaqueta de pana de un color indefinido, con un chaleco color de ante sucio y desgarrado, con una camisa que en vez de ser blanca, era por la suciedad color de ceniza, con una gorra grasienta que descansaba sobre su frente abultadísima, en la cual como un signo de anatema, se veía una cicatriz negruza que comenzando en el entrecejo seguía en línea perpendicular hacia el cráneo.
En el momento que nos detuvimos ante el grupo, aquel hombre reía con la risa de los idiotas, y daba saltos, hacía cabriolas que hacían reír a los que le contemplaban, y que nosotros por el contrario nos impresionamos profundamente, y poniéndole la mano en el hombro le preguntamos con dulzura.
-¿Vive Vd. aquí?
El hombre nos miró y su estúpida sonrisa desapareció por completo; en su semblante sucio y amarillento rodeado de una barba gris poco larga y poblada, se retrató la inteligencia del hombre racional, y nos contestó con amargura.
-Hace cuarenta años que vivo aquí.
-¿Tiene Vd. familia?
Murmuró algunas palabras ininteligibles, y prosiguió diciendo: tenía un hijo… subió allá arriba… Alto!… ¡Muy alto!… y desde la altura… cayó al abismo de peña en peña!…
-¿Duerme Vd., en el convento?
-¿En el convento?…no; ahí no me quieren, no me dan nada, ni un pedazo de pan, me pegan si me acerco, y duermo en una cueva y ellos que tanto tienen, cuando ven que tengo reunida una cantidad de estiércol que vale veinte pesetas, vienen y me lo quitan… ¡Infames! ¡Todo lo quieren! Hasta aquello que logro reunir trabajando días y días limpiando los senderos… ¡Qué malos!… ¡Qué crueles son!… Y con puño cerrado señalaba al convento con ademán tan terrible… se veía un odio tan profundo en la mirada de aquel hombre, que comprendimos perfectamente que aquel desgraciado no era idiota, y sí víctima de una expiación horrible; murmurando alguien en nuestro oído ¡Mira y compara!… ¡Oh! Y cuán dichosos nos conceptuamos al compararnos con aquel paria.
-¿Cuantos años tenéis? Le preguntamos.
-Contad quince, y quince, y quince y quince y ocho, y esos son mis años, vivo de lo que me dan los visitantes, duermo allá arriba, yo mismo me lavo la ropa allá tengo dos camisas tendidas y nos señaló un montón de guiñapos amarillentos, aquí nadie me quiere, cuando voy a comprar vino me dan esos pícaros vinagre…¡Y se ríen!… estoy solo!… pero…soy libre! ¡Muy libre! En mi cueva nadie me manda, por más que hasta allí me quieren dominar esos que todo lo tienen, y volvió a señalar al convento con furioso ademán, yendo después a separar piedras de un estrecho camino.
¿Quién será este desgraciado? Nos preguntamos mentalmente:
-“Un Abad de ese Monasterio, que hoy tanto odio, le inspira; (murmuró una voz en nuestro oído), un grande de la Tierra, un elegido del Espíritu Santo, un ungido del Señor, como ellos se llaman, un falso apóstol del Cristianismo, un verdugo de sus hermanos, su historia es horrible, su presente responde a su pasado, ante ese infortunio, ante esa miseria, ante esa degradación, ante esa soledad, ¿No vives tú en un paraíso? Ese infeliz no tiene pan, no tiene albergue, no tiene nadie que le ame en la Tierra, todos le niegan hasta el mendrugo que arrojan a los perros, es inmensamente desgraciado porque tiene inteligencia para conocerlo, se hace idiota para conseguir la compasión de los transeúntes, pero comprende todo lo horrible de su situación. No lamentes pues la brevedad de tus horas felices, mejor dicho tranquilas, tu ya vives la luz, en la gloria, en la felicidad inapreciable del progreso en comparación de ese desgraciado.
¿Me pudieras contar una parte de su historia?
-Ten paciencia y espera que todo te será concedido.
Profundamente impresionados recorrimos de nuevo algunos parajes, contemplamos aquella catedral maravillosa formada por la naturaleza, y subimos al coche llevando en nuestra mente un mundo de encontradas ideas.
Cuando mucho se siente, ¡Qué poco se espera!
Nunca nos hemos convencido tanto de nuestra pequeñez como en aquellos momentos, y jamás hemos sentido tanto nuestra insuficiencia, porque quisiéramos haber participado a nuestros lectores algo de lo que habíamos sentido, queríamos haberle dicho que se había despertado en nosotros un amor inmenso al Ser Omnipotente, que le adorábamos en la naturaleza y bendecíamos, si, bendecíamos la eternidad de la vida ante la esperanza de ver mundos mejores, que ya no temblamos ante el porvenir porque el progreso es concedido a todos los espíritus, y confiábamos en nuestras fuerzas aumentadas con el fluido de los buenos espíritus que nos decían:
Mira; contempla a los apóstoles del libre pensamiento, son mariposas que tienden sus alas matizadas por el Espiritismo, con los divinos colores de la verdad únete a ellos, tiende tu raudo vuelo que tienes ante ti los mundos de la Luz, ¡Avanza! ¡Levántate! ¡Anda y acércate al gran libro de la historia de todas las generaciones, tu nombre también está escrito en él, los espíritus de luz te presentan blancas páginas, escribe en ellas, cuenta como las almas se redimen, como los esclavos ¡Rompen sus cadenas, como los proscritos vuelven a su patria!
Esto y mucho más quisiéramos decir a aquellos que leen nuestros escritos más ¡Ay! Nuestras ideas no adquieren la lucidez necesaria y tenemos que enmudecer, esperando que los espíritus nos cumplan su promesa de contarnos algunos episodios de la historia del infeliz paria de Monserrat, al que preguntamos su nombre, actualmente se llama Francisco Guitart.
II
Cuando se desea una comunicación de ultratumba, no para satisfacer pueril curiosidad, sino para utilizarla en dar con ella racional enseñanza, los espíritus se asocian a los terrenales, y trabajan unidos los obreros del progreso: que es el mejor medio para facilitar el convencimiento a los muchos que dudan de la supervivencia del alma y de la constante relación que existe entre los vivos y los muertos.
Como nuestro único afán al pedir comunicaciones a los espíritus, no es otro que demostrar con datos irrecusables la verdad del Espiritismo, los seres de ultratumba no nos escasean interesantes relatos, y habiéndole pedido con alguna insistencia al Espíritu que nos guía en nuestros trabajos, detalles sobre la vida pasada del mendigo que tanto nos impresionó en la montaña de Monserrat, nuestro guía invisible nos dijo lo siguiente:
-¿Porqué pedís explicaciones sobre lo que está más claro y evidente que la misma luz del esplendente Sol? ¿No conocéis que el que mucho sufre, mucho paga… no sabéis que el presente es el fiel espejo del pasado?
Mas como vuestro deseo no es otro indudablemente que enseñar al que no sabe, y enseñar a otros, es enseñarse a sí mismo, nosotros al daros nociones de la eterna vida del Espíritu, recordamos nuestra propia historia, vosotros al escucharnos recapacitáis, pensáis detenidamente en todos los sucesos de vuestra existencia, y deducís por lo adversos que han sido, que no habréis descollado por virtuosos en vuestras encarnaciones pasadas; y a vuestra vez decís a los que quieren escucharos, que no hay peor azote que la riqueza cuando no se sabe hacer buen uso de ella, que el hipócrita es el más pobre de los mendigos, porque la hipocresía es el camino que se recorre para volver atrás, y desandar lo andado es perder el tiempo lastimosamente.
Los que os escuchan suelen atenderos, (no por mérito literario de vuestras narraciones), sino porque decís sencillamente la verdad, señalando y demostrando la causa que da tal efecto; y hay criminal empedernido que se conmueve con vuestros escritos, porque los vicios no los curan las leyes sociales, los curan los tristísimos ejemplos de los mismos vicios. Cien jueces no harán a un hombre honrado, si el hombre por sí solo no se levanta y mira con horror el inmundo cieno del crimen.
Antes de deciros algo sobre ese desgraciado que tanto os impresionó en ese nido de águilas, o sea, esa montaña que tiene una larga historia, debo deciros, que si los remordimientos aniquilaran, las religiones en su mayoría habrían dejado de ser, teniendo la muerte más horrorosa, porque es indudable que las religiones han pecado mucho, puesto que a su sombra se han asociado millones de hombres, que, o han sido inútiles por su ignorancia supina destrozando su organismo, y debilitando por consiguiente la lucidez de su inteligencia: o han consagrado todo su saber a la explotación de la humanidad engañándola miserablemente, haciéndole pagar su salvación, como si la tranquilidad de la conciencia se pudiera comprar con un puñado de oro; cuando en realidad el íntimo reposo del alma, no hay riquezas en el universo que sean suficientes para conseguir un segundo de inalterable y envidiable paz. Todos los justos rogando a Dios fervorosamente no tienen poder bastante para salvar a un Espíritu del remordimiento de su culpa.
El hombre ora, cuando es útil a la sociedad.
Él médico del sufrimiento es el trabajo, y un segundo de trabajo le es más beneficioso al Espíritu, que mil siglos de oración. No hay mejor religión que las verdades de la naturaleza, y una buena madre, vale más que todas las religiones.
La fe religiosa es la luz que alumbra a los niños y la llama que ciega a los hombres, ¡Ay de la humanidad que olvidándose de pensar se echa en brazos de la fe!… Mas las religiones morirán por el desprecio de los pueblos, cuando estos se convenzan que las religiones unen entes, y las filosofías unen inteligencias, que los libros religiosos son las páginas de los errores humanos, y nunca han enseñado a las humanidades que las penas se matan, con la razón de las mismas penas.
Jamás le han dicho las Biblias al hombre que cada mundo es una pizarra donde los niños hacen sus ecuaciones, y que la pizarra del hombre es el infinito; que el sabio siempre es niño ante la ley del cálculo, que la desgracia es el libro abierto del pasado, que enseñar a una humanidad a creer, es criar una planta para dejarla morir.
Los libros religiosos no han servido en ninguna época para ilustrar a los pueblos porque siempre han sustentado principios falsos y en ellos se han inspirado la mayoría de los sacerdotes, monjes, frailes, ermitaños, anacoretas, y demás familiares de las religiones.
No negaremos que en todos los tiempos ha habido y habrá, sus honorosísimas excepciones, pero las individualidades aisladas, y aún queremos suponer que hayan existido y existan colectividades dominadas por un buen sentimiento, estas habrán sido y serán útiles en una localidad relativamente pequeña, mientras que asociaciones religiosas verdaderamente formidables, se han apoderado y se apoderan de la conciencia de millones y millones de hombres y les han hecho, y les hacen servir de escabel para subir al trono de la autoridad Suprema a un hombre pecador como los demás, al que le han declarado infalible como el mismo Dios. Y a esa casta de verdaderos apóstatas a esos desdichados deicidas, ha pertenecido en muchas existencias el infeliz mendigo que en la montaña de Monserrat paga alguna de sus muchas deudas, saldando como todos saldamos, las cuentas de ayer.
¡Ay! De aquellos que no reconocen que las ciencias enseñan la verdadera religión que es la religión del saber. ¡Ay! De los que olvidan que los cuerpos mueren y las voluntades renacen, porque para ellos es el crujir de dientes; más como dijo un sabio (y es muy cierto), que lo que más persuade y convence es la experiencia, sólo a fuerza de sufrimiento aprende el Espíritu a ser bueno; no hay mejor código que la necesidad, y cuando al encontrarse en el espacio el Espíritu reflexiona y hace un recuento de todas sus penalidades, cuando piensa en la soledad del alma, que es una enfermedad que no mata, pero que aterra, entonces es cuando se da principio a los buenos propósitos y se vuelve a la tierra humilde, y tímido a veces en demasía, porque para el mal la reparación, no la humillación, ésta última degrada y envilece, porque el llanto es bueno para padecer, no para conquistar; pero en fin, cada Espíritu hace su trabajo según sabe y según puede, y según sus circunstancias se lo permiten. El mendigo de Monserrat es un Espíritu que se encuentra dispuesto a saldar sus cuentas, pues tiene inteligencia para conocer que cuando así vive, no merece otro modo de vivir.
Como aún se encuentra en la Tierra no diremos claramente, los crímenes que cometió ese desgraciado, sólo diremos que fue Abad del Monasterio cuyos moradores actuales le rechazan en absoluto. Él autorizó y cometió grandes desaciertos, y un Espíritu que fue víctima de uno de ellos, nos pide que le cedamos el puesto para relatar un episodio de su historia, podéis admitirle sin temor alguno.
“La paz de Dios sea contigo, mujer feliz; que feliz es todo aquel que rechaza las farsas religiones como tú las has rechazado hace mucho tiempo. No he sido yo tan afortunada, pues durante muchas encarnaciones viví enlazada a diversas comunidades religiosas, y te diré como dice un Espíritu, que el mal de las religiones consiste en no saber hacer madres; sino que muy al contrario la fecundidad de la mujer solo sirve para cometer nuevos crímenes; y si los abismos que rodean a Monserrat hablaran y los que cercan a innumerables monasterios edificados en la cumbre de las montañas: ¡Cuantas historias sabríais! ¡De cuantas infamias tendríais exacto conocimiento! ¡Cuantos horrores os harían estremecer y temblar de espanto! La dominación religiosa es la más cruel de todas las tiranías; el episodio de mi última existencia que voy a referirte, me aconteció hace algunos centenares de años en la montaña de Monserrat. Yo vivía en sus inmediaciones en una casa de campo, que para que recuperara mi quebrantada salud, mi familia se trasladó a una de sus posesiones.
Todos mis deudos eran fanáticos religiosos algunos de ellos vestían el hábito de los siervos del Señor, y mis padres tenían total empeño en que yo también profesara, pero un amor nacido en la infancia me impidió obedecer el riguroso mandato de los autores de mis días, que al fin se convencieron que harían mi desventura separándome de mi adorado Jaime, hermoso doncel consagrado a la conservación de su pingüe hacienda y a las ciencias exactas.
En mal hora me llevaran a la casa de campo, para que la variación de aires y de aguas devolvieran a mis pálidas mejillas el color de la vida y de la juventud. Pronto fue mi casa el lugar predilecto de los monjes del convento, cercano, del cual era Abad en aquel tiempo, el que hoy duerme en una cueva cerca de su antigua morada.
Mi peregrina hermosura atrajo sus miradas, despertó sus deseos, desencadenando en su pecho una violentísima pasión. Yo hice lo posible por apresurar los preparativos de mi enlace con mi adorado Jaime, que a su vez no perdonaba medio, tampoco para realizar nuestro deseo, pero nuestro próximo parentesco hacía necesaria la dispensa del Papa, y como ésta nunca llegaba, al fin decidió mi amado Jaime el ir por ella, gastando si era preciso toda su fortuna para conseguirla; y mientras él se fue a Roma que en aquellos tiempos hacer un viaje, era mucho más largo y enojoso que dar hoy la vuelta a vuestro mundo; pero como el amor hace milagros y vence todos los imposibles Jaime partió dejándome antes en mi retiro… ¡Quien le dijera que me dejaba en la tumba de nuestra dicha!…
El Abad de Monserrat empleó cuantos medios le sugirió su imaginación diabólica para vencer mi resistencia y hacer que accediera a sus sacrílegos amores; pero yo amaba, y la mujer que ama resiste mientras no le hacen perder el conocimiento o no la atan dejándola sin movimiento y sin acción.
Una tarde fue el Abad como de costumbre, a descansar de su paseo en mi casa, diciendo que muy cerca de mi morada había una pobre mujer exánime por el hambre y el frío; yo me conmoví, me impresioné, y pedí a mis padres que me dejaran ir a socorrerla.
Yo te acompañaré en tu buena obra, dijo el Abad y te ayudaré a llevar algunas provisiones.
Yo al oír su ofrecimiento hubiera querido retroceder, pero no me atreví, porque mis padres me reconvenían continuamente y me decían que el Abad era un Santo y que mi desvío indicaba que sin duda me atormentaba el Diablo cuando huía de un elegido de Dios.
Salí pues en compañía del Abad y encontramos efectivamente una mujer harapienta que al verme se postró en mis pies pidiéndome que tuviera compasión de ella y fuera a recoger su pobre hijo, hermoso niño de tres años que había dejado en la ermita más cercana, porque no tenía fuerzas para continuar su viaje con él y teniendo noticias de mis caritativos sentimientos se había dirigido a mi casa, mas la fatiga la hizo detenerse en el camino. Yo ante tal infortunio, olvidé mis temores, sólo pensé en devolver a una madre desolada el hijo querido de su corazón, y dejándole las provisiones que le llevábamos, me dirigí en busca del niño acompañada del Abad que pronto encontró uno de sus cómplices, que al vernos hizo el papel más inocente y más humilde poniéndose a nuestras órdenes. Su vista me tranquilizó por completo, y seguí el camino pensando en la buena obra que iba ha hacer.
Llegamos a la Ermita, entramos en ella y no encontramos a nadie y con la rapidez del rayo me colocaron en la escalera que conducía al cuarto del ermitaño, me ataron acercándome a la nariz un pañuelo empapado en una esencia adormecedora, sentí que se alejaban aquellos miserables, sentí que cerraban la puerta y se fueron porque sin duda no se atrevieron a consumar su crimen brillando aún el Sol en los picachos de Monserrat.
Quedé en un estado que no acierto a describir, no pude hacer el menor movimiento y sin embargo no perdí el conocimiento por completo para sufrir uno de los tormentos más horribles de mi vida, la profanación de mi cuerpo por el hombre que yo más odiaba; el que saciado su infernal deseo me colocó sobre sus hombros, salió de la Ermita y levantándome en sus brazos me lanzó al abismo; mas como no se muere hasta que ha llegado la hora, mi cuerpo quedó detenido en un ancho escalón de las rocas y allí recobré el sentido después de algunas horas, lanzando ayes tan desgarradores y tan lastimeros, que llegaron a oídos de los trabajadores del campo que iban con la luz del alba a comenzar sus cotidianas tareas; al verme me dijeron que pronto vendrían en mi ayuda, dieron un largo rodeo y pudieron llegar hasta mí, y con mil apuros consiguieron llevarme a mi casa, donde mis padres me encomendaban a Dios habiendo creído lo que les había dicho el Abad, que me había adelantado imprudentemente habiéndose desprendido la roca en que me apoyaba rodando los dos al abismo.
Yo desgraciadamente, cuando pude hablar que tardé algunos días pues la fiebre me devoraba y los horribles dolores de mis dos piernas fracturadas, conté a mis padres todo lo acontecido, más ellos no me creyeron; era tan profunda su fe en los ministros del Señor, que no titubearon, en decirle al Abad que sin duda el Diablo se había apoderado de mí o que había perdido la razón. El Abad dijo entonces que hacía tiempo me venía observando y creía que efectivamente mi juicio no estaba en su estado cabal, y que la tarde de mi desgracia, indudablemente un arranque de locura me hizo correr hasta caer en el abismo.
¡Cuánta infamia! Los labriegos que me salvaron la vida fueron desapareciendo lentamente empujados al abismo por los secuaces del Abad, en venganza sin duda de haberme devuelto a la vida y yo, como loca, y además endemoniada, fui encerrada antes de mi completa curación en una casa de corrección religiosa, donde concluí mis días verdaderamente loca, porque hasta allí me persiguió el maldito Abad diciéndome que yo tenía para él una atracción satánica.
Renuncio a contarte la serie de humillaciones que me hizo sufrir porque las leyes del rubor lo impiden. Al fin dejé la Tierra después de cinco años de horribles e indescriptibles sufrimientos morales, y mi adorado Jaime puso fin a sus días cuando volvió de Roma y mis padres le dijeron que yo estaba loca y endemoniada.
Hizo cuanto pudo por encontrar mi encierro, mas todo fue inútil; y pronunciando mi nombre en una noche de tempestad se arrojó al mar. Ya ves, cuánta dicha perdida. Yo vivía feliz, era joven, hermosa, inmensamente rica y tiernamente amada: Jaime era mi vida, con él crecí, con él pasé mi niñez, con él sentí esa sensación inexplicable que siente la niña cuando al dejar sus alas de ángel un hombre murmura en su oído. ¡Yo te amo! ¡Yo quiero que seas la madre de mis hijos!… mi mundo era él, que me respetaba como una virgen, jamás sus labios se apoyaron en los míos, su amor era casto y puro, y tanta castidad, tanta pureza, tanta inocencia fue hollada miserablemente por un hombre que se llamaba elegido de Dios, y no contento con mi deshonra, quiso mi muerte, y al no conseguirla me hizo pasar por loca para hacerme sufrir nuevos y repetidos ultrajes: y el adorado de mi corazón, el que me había preparado un verdadero nido de plumas y flores, tuvo que buscar en el suicidio la calma y el olvido de su inmensa desventura, porque él nunca creyó que yo estuviese loca, y sí, que era víctima de una maquinación infame.
Ahora dime tú, ¿Los que cometen tantas iniquidades, tantos crímenes, los que arrebatan la felicidad a seres, (que para ellos son inocentes) que merecen? Merecen volver a la Tierra en las condiciones que ha vuelto el mendigo de Monserrat, que vio morir a su hijo rodando de peña en peña porque era necesario que pagara algo de lo mucho que debía. Su hijo había sido uno de sus compañeros en el poder religioso, que hay espíritus que se buscan, lo mismo para ejercer el mal, que para expiar sus culpas; y aunque el Espíritu que me ha dejado comunicarme contigo no quería aclarar qué crímenes había cometido el mendigo de Monserrat, yo difiero en un todo de su parecer, y por eso he dicho uno de sus innumerables atropellos para demostrar lo grande que es la justicia divina; y como aprende el Espíritu a ser bueno.
En ésta existencia Francisco Guitart ha sido un ser completamente inofensivo, su propósito de enmienda ha sido firme, bien ha padecido hambre y sed, bien ha sentido frío y todos los padecimientos inherentes a una vida de completa expiación, más por su mente no ha cruzado la idea de hurtar un pan: vive humillado, pero no envilecido; odia toda dominación, especialmente la religiosa, porque a ella ha debido todos sus desaciertos, es en ésta existencia inmensamente desgraciado, pero no ha adquirido ninguna responsabilidad.
Yo le he odiado durante mucho tiempo, hoy le compadezco, le he perdonado cuanto daño me hizo; porque yo también tenía y tengo una funesta y malhadada historia; más como él la ignoraba, su crimen no tiene disculpa. Yo no merecía ser dichosa en mis amores, por eso no lo fui, pero tampoco era acreedora a sufrir las penalidades y tormentos que sufrí; tormentos que lastimaron tanto mi Espíritu, que no he tenido valor aún para sufrir la angustia y la amargura de una nueva encarnación; he quedado completamente abatida. Mi adorado Jaime, ese sí, ha vuelto a la Tierra valiente y animoso; yo permanezco recobrando fuerzas y educando mi sentimiento, porque quiero olvidar las ofensas recibidas y aún no puedo; y muchas veces cuando el mendigo de Monserrat siente hambre y todos le niegan el pan, cuando en el convento le despiden y le arrojan como si fuera un leproso, experimento una sensación a pesar mío de inmensa alegría; luego me arrepiento y yo misma inspiro a muchos viajeros para que le den su óbolo y doy fortaleza a su Espíritu para que sufra sin murmurar.
Si yo te contara los crímenes que se han cometido en la montaña de Monserrat en los pasados siglos, cuando el feudalismo religioso imperaba en absoluto, ¡Cuántos volúmenes podrías escribir!… y a cuantos desgraciados te podría enseñar que están hoy en la Tierra, los unos sin brazos, (como uno que viste no hace mucho tiempo) los otros sin piernas o gibosos, aquellos que pasan por locos y están en los manicomios de lejanos países trabajando y sufriendo teniendo completa lucidez en su inteligencia; otros acusados de crímenes que no han cometido, sufriendo condenas o prisiones preventivas.
¡Ay!… la humanidad de la Tierra tiene una historia de crímenes, por eso vivís tan mal, todos sois malhechores más o menos arrepentidos; por eso aun cuando ya sois muchos los que amáis el progreso, como tenéis un pasado de tanta sombra ¡Cuán difícil es que podáis vivir en la gloria de la luz! Ya sois muchos de vosotros buenos, hacéis el bien, llegáis a veces hasta el sacrificio; mas ¡Ay! Que de las malas obras tenéis formada una pirámide más alta, mucho más alta que el sepulcro de los Faraones: y de las buenas, no tenéis aún concluidos los cimientos que han de sustentar el arco de triunfo de vuestras virtudes.
Haces bien en compadecer a los que viven como el mendigo de Monserrat, porque es muy desgraciado todo aquel que ha pecado mucho, y es, el que está más necesitado de cariño y de consideración.
La comunicación ultra-terrena ha venido precisamente para acelerar la marcha del progreso, para demostrar que siendo siempre bueno, no hay temor de ser castigado; que el que hace el bien, en el mismo bien está pagado; que de las cenizas del pasado han de nacer las flores del presente, que del vicio de la fe, nació la plaga del fanatismo; que la vida es trabajar, que el tiempo es el gran maestro, que la creación es el archivo de la sabiduría, que nadie debe creerse superior a otro ni considerarse impecable, porque todos tienen un pasado y un porvenir.
Mucho más te diría porque me complace y me consuela comunicarme contigo, pero me indica el buen Espíritu que nos ha puesto en relación, que debo despedirme de ti, y como aquí obedecemos más que los terrenales, te dejo dándote mi parabién por el modo que tienes de emplear el tiempo. Adiós”.
“Quedas complacida por hoy, (nos dice nuestro guía) deseabas saber una historia más, para decir a los que sufren:
Haceos buenos para redimiros y ser libres; no ceses en tu noble empeño y no dudes que siempre tendrás quien te ayude en tu trabajo”.
Adiós.
Nuestro júbilo es inmenso cuando los seres de ultratumba nos ayudan con sus narraciones y sus prudentes consejos, para sembrar la preciosa semilla del Espiritismo, que tan buenos y sazonados frutos da en los parajes donde hay más corrupción y más desgraciados. En las cárceles y en los presidios han conseguido las comunicaciones de los Espíritus, lo que no han obtenido nunca las religiones; que es despertar el dormido sentimiento del asesino, hacer reflexionar al delincuente, y convertir en hombre arrepentido al criminal más temible.
Felices nosotros que en medio de nuestra expiación y de nuestra soledad, podemos ser útiles a una fracción de la humanidad, la más necesitada de instrucción, educación y consuelo.
Por eso nuestros escritos sólo cuentan generalmente tristes historias, porque solo éstas enseñan la amarga realidad de lo que fuimos y lo que somos.
¡A cuántas consideraciones filosóficas se presta la vida pasada del mendigo de Monserrat!
¡Ayer el fuerte, el señor feudal dominando en absoluto, cometiendo crímenes sin miedo de ser castigado: hoy el último entre los postreros sin un lecho donde reposar, sin un ser amigo a quien contar sus penas, sufriendo el hambre y el frío, siendo el objeto de burla y escarnio de cuantos le rodean, y esta humillación la sufre en los lugares donde quebrantó las leyes divinas y humanas!…
¡Ayer el tirano!…. ¡Hoy el oprimido!…
¡Ayer el fuerte!…. ¡Hoy el débil!…
¡Ayer crímenes! ¡Hoy expiación!.. y mañana…¡Oh! Mañana, ¡Progreso indefinido para su Espíritu!…
Amalia Domingo Soler