Un lecho de flores

Antes de conocer el Espiritismo, las muertes violentas, los sucesos terroríficos que continuamente vienen a sembrar el espanto entre los que viven, si no tranquilos, al menos, libres de esas desgracias horribles que dejan el ánimo contristado para mucho tiempo, me causaban profundo estupor y me hacían dudar de la justicia de Dios; pero desde que estudio las innegables verdades de la filosofía espiritista, cuando un crimen espantoso, o una muerte imprevista, o uno de esos acontecimientos que traen consigo la desolación y la muerte para un número determinado de individuos, y entre ellos se salva el más indefenso un niño por ejemplo, o un enfermo postrado en su lecho, y cae junto a él un Hércules aplastado por los escombros, si bien ante un cuadro de destrucción mi Espíritu tiembla y mira con espanto el porvenir, mi reflexión viene enseguida a calmar mi pena, pienso con tristeza en los que han muerto violentamente y murmuro con melancolía:

Si, por el fruto se conoce el árbol, el pasado de estos espíritus que no han merecido siquiera dejar en su lecho su envoltura rodeados de sus deudos, recibiendo sus atenciones y sus cuidados; ¡Qué azaroso habrá sido! ¡Cuántas lágrimas habrán hecho verter! ¡Cuántos errores habrán cometido!… ¡Cuántas veces habrán caído arrastrando en su caída a seres inocentes! Las responsabilidades de estos espíritus tienen que ser tantas que será imposible hacer una suma exacta de ellas. El que mucho paga mucho debe,

¡Dios mío! ¡Qué bueno es ser bueno, y qué malo es ser malo! Porque cuando hay una cuenta pendiente cuando menos se piensa se presenta el acreedor implacable y hay que pagarle hasta el último cuadrante.

Hace algunos días que murieron en Barcelona dos mujeres quemadas, tomando tales precauciones la autora del crimen, que fue imposible la salvación de ninguna de ellas, puesto que se encerró en un cuarto con su víctima que era una jovencita hermosísima que le servía de criada, roció a esta con alcohol se roció, ella también, puso debajo del lecho de la joven la bombona o vasija que contenía el alcohol restante, prendió fuego a las ropas de la infeliz muchacha, se abrazó a ella, y cuando llegó el socorro de los vecinos, la joven era cadáver, y su verdugo estaba con las ansias de la muerte, pudiendo confesar su crimen y hasta dar muestras de arrepentimiento (según cuentan) porque en estos casos hay que repetir aquel antiguo adagio: De dinero y calidad, la mitad de la mitad, pero lo que es innegable que la autora del crimen quiso morir con su víctima. Varios espiritistas me han escrito pidiéndome mi opinión, sobre un suceso tan horroroso, una de las cartas que más me impresionó fue la siguiente:

Apreciada amiga y hermana en creencias; bien deberás estar y de sobras enterada de las dos horrorosas muertes que hubo días atrás siendo víctimas la dueña de la mesa de refrescos de la Rambla de Canaletas y su criada. Como que fueron dos muertes especiales, a mí no me cabe duda que ha de haber en ellas un gran misterio espiritual.

Se susurra que la autora del crimen no estaba mal con su marido, y que la sirvienta que tenía nunca habían tenido entre ellas la menor reyerta, ni motivo de odio; la chica vigilaba a su señora, porque ésta algunas veces había intentando suicidarse y que esta última vez se aseguró encerrándose con aquella que no la perdía de vista: y dicen que contó la moribunda que le había dicho a su criada las siguientes palabras: Ahora ya no me podrás impedir que me mate, ya no hay remedio hemos de morir juntas, tú te irás al cielo y yo al infierno.

También se susurra que la sirvienta estaba prometida, y los celos se apoderaron de su ama contra el novio por no querer separarse de la muchacha ¡Se dicen tantas cosas!.

No por curiosidad, porque yo respeto muchísimo el ayer de los espíritus, sino por estudiar en esa historia universal que no tiene más historiador que el tiempo, pregunté al Espíritu que me guía en mis trabajos, si le era posible decirme algo sobre el pasado de las dos mujeres, la una en la plenitud de la vida, y la otra en el albor de la adolescencia, las dos habían tenido la muerte más horrorosa que se puede tener en la Tierra, pues según las comunicaciones de diversos espíritus que han dejado su envoltura atormentados por el fuego, la sensación del dolor es tan horrible, tan intensa, tan duradera que el Espíritu la siente mucho tiempo después de estar su organismo carbonizado; y esto tiene que ser tristemente cierto, puesto que la quemadura más leve produce un dolor inaguantable, ¿Y qué será esto, en comparación con verse rodeado de llamas? ¡Oh! La muerte por el fuego deberá ser el saldo de cuentas terribles: el Espíritu interrogado por mi deseo de saber me dijo lo siguiente.

Por el fruto conocerás el árbol, cuando los espíritus tienen que dejar su envoltura entre las llamas, ¡Pobres desdichados! El fuego del remordimiento les ha quemado muchos siglos; las dos mujeres cuya muerte os ha impresionado, están enlazados sus Espíritus desde remotos tiempos, muy remotos, por ambiciones insaciables, por ardientes deseos de poder omnímodo, por crímenes cometidos a la sombra de una religión poderosa, poderosísima, los dos han rivalizado en una ambición sin límites, su historia tiene muchas páginas manchadas de sangre, se han seguido el uno al otro como la sombra al cuerpo, han sido inseparables, si bien siempre el uno ha sido la cabeza y el otro el brazo, el uno más fuerte y más inteligente ha trazado el plan, y el otro más débil y más indolente ha ido por el camino que le han indicado, se han necesitado mutuamente, se han servido de complemento, puesto que si el fuerte gozaba con el exterminio, el débil no sentía la menor repulsión en hacer el papel de ejecutor; la historia de esos dos espíritus, es tan accidentada, tan borrascosa, tan turbulenta y han llevado a cabo sus atropellos con tanta premeditación, han atado tantos hilos para que sus inicuos planes no salieran fallidos, han sido dos inteligencias tan unidas y tan conformes para practicar el mal que su responsabilidad no tiene límites, y como consecuencia inmediata han sufrido mucho; con el látigo del dolor los ha azotado su expiación y ya ni el uno ni el otro se complacen en el mal, ya son inofensivos puede decirse; ahora todo el daño se lo tienen que hacer a ellos mismos, cuando no hay verdugos que destruyan los cuerpos en nombre de la ley, si aquellas míseras envolturas tienen que romperse en mil pedazos, los dueños de ellas se encargan de pulverizarlas, de esto no os quede la menor duda; las dos mujeres que hace pocos días dejaron sus restos entre las llamas, muchas veces han sufrido el mismo martirio, y en cumplimiento de leyes ineludibles lo volverán a sufrir más de una vez aún porque no en vano se goza con el martirio de los demás, no en vano se despoja de sus bienes a los que una religión poderosísima condenaba a morir lentamente en mazmorras subterráneas, no en vano se escriben falsas denuncias para apoderarse de fabulosos tesoros.

Todo daño que se comete en su realización lleva el castigo. La redención anunciada por innumerables profetas, la predicación de los redentores, profetizando días de atribulación y tras de ellos la paz, la bonanza, la glorificación de los buenos; el regocijo, el placer satisfecho, la venganza olvidada, el odio extinguido, la envidia convertida en admiración de buena ley, el reinado en fin de la felicidad en la Tierra indudablemente llegará, pero será cuando sus habitantes no estén condenados a pagar sus culpas de ayer. Ningún hijo de Dios (como dicen las religiones) vendrá a borrar las manchas del pecado, y no vendrá porque los que pueblan la Tierra son hijos de Dios, no tiene que venir ningún predestinado, llamado o elegido, cada uno tiene que redimirse a sí mismo, cada uno tiene que levantar su patíbulo y en él morir (al parecer) antes de tiempo, sufriendo unas veces las aparentes injusticias de la ley terrena y otra siendo a la vez juez y parte, como aconteció últimamente a las dos mujeres que han dejado la Tierra dando un espectáculo horroroso que volverán a reproducir cuando vuelvan.

Siempre que ante tus ojos se desarrolle una escena violentísima en la cual dejen de existir la mayoría de sus actores, eleva tu pensamiento a Dios, has examen de conciencia pregúntate qué has hecho, qué deseas, qué esperas y no te sobrecoja el miedo diciendo: ¿Si moriré así? ¿Si mi expiación será aún tan horrible? Lo que has de procurar es sembrar amor, lo que te has de proponer es suavizar asperezas, es dulcificar caracteres, evitar cuanto te sea posible el ser molesta y gravosa a los demás; ser luz en pensamiento en deseo y en obra, y preparado el Espíritu de esa manera, aún cuando llegue un día en el cual se cumpla el plazo de una deuda terrible, su padecimiento físico será en relación con su culpa tan débil, tan tenue, que no os podéis imaginar la diferencia que existe entre el tormento del criminal que nada ha hecho por su rescate, y el Espíritu que al reconocerse culpable ha dicho: ¡Quiero ser bueno! ¡Quiero ser grande! Y ha trabajado sin descanso en su redención.

Ya sé que son muchos los que te preguntan por el ayer de algunos seres cuya muerte ha sido dolorosísima y cuando en la pregunta no hay el móvil de la pueril curiosidad, tengo un placer y hasta cumplo con un deber ayudándote en tus investigaciones; para mejor inteligencia de tus lectores copia algunos fragmentos de una carta que te enviaron no hace mucho tiempo preguntándote sobre otro suceso desgraciado.

Al cumplir el deseo manifestado por el Espíritu mi satisfacción es inmensa, pues muchas veces no me atrevo a preguntar a los invisibles todo cuanto mis amigos me piden debido a que respeto tanto la comunicación espiritual que siempre temo molestar demasiado, mas ya que el Espíritu se presta a mi deseo de investigación copiaré la carta que me enviaron desde Loja.

Querida hermana Amalia; autorizado por las varias consultas que vemos te hacen, y que gustosamente das cuenta de ellas en tu apreciable semanario, sobre desencarnaciones violentas y horribles sufrimientos que como justas depurativas pruebas experimentan muchos seres, me voy a permitir hacerte una sobre el desastroso fin que ha tenido un amigo mío llamado José Fernández, persona muy apreciada de cuantos le conocían maestro carpintero, por pura afición, se dedicó a la vez hace algunos años a la Pirotécnica, y había llegado a perfeccionar tanto los cohetes de todas las clases, que no se consumían otros en esta localidad.

Aproximándose la fiesta de la Virgen del Carmen, que se celebra mucho en su parroquia y para otros objetos que esperaba le consumieran, tenía hecha prevención de estos y colocados en la sala de su casa; pero teniendo una hija mocita, ésta quiso arreglar la habitación para dicha fiesta, y fue y colocó todos los cohetes en el dormitorio de su padre, y a los pies de la cama, cosa que él no le extrañó y por lo tanto nada dijo, y el día 13 en la noche cuando él ya dormía sin saber la causa, se inflamaron los cohetes produciendo una detonación terrible, y aunque la puerta no la tenía cerrada la misma explosión la cerró de tal modo que tuvo que echarse abajo para poder sacarlo en un estado que vivió 8 horas sufriendo horriblemente, hasta decirte que al día siguiente se encontró en la habitación el pellejo de las manos entero con sus correspondientes uñas. En aquellos momentos de agonía dicen que rechazaba a su hija culpándola de su muerte. Esto aunque para nosotros tiene perfecta explicación, he querido comunicártelo por si tú obtienes mayores aclaraciones, que siempre resultarán en bien de nuestra propaganda.

El mismo hecho demuestra el anterior delito, el Espíritu que recibió la muerte por el fuego siendo indirectamente su hija la autora inconsciente de tal castigo, tenía necesariamente que morir en medio de tales sufrimientos.

No estaba en el ánimo de su hija matar al autor de sus días, pero en más de una existencia, este, había causado su muerte en la hoguera a la que últimamente fue su hija, íntimo parentesco que ya les ha unido en diversas encarnaciones y en la encarnación anterior a esta última también fue su hija, entregándola su padre al tribunal de la inquisición, acusándola de hereje, porque la casta doncella no accedió a sus lúbricos deseos y el padre y amante desairado reconvenido dignamente por su noble hija se vengó de ella llevando él mismo toda la leña a la hoguera en la cual murió una mujer digna y pura.

Los inquisidores le colmaron de parabienes, le llamaron mantenedor de la fe, le concedieron títulos y honores de príncipe de la iglesia; pero crímenes tan horribles tienen que ser expiados, recibiendo el castigo por la mano de sus víctimas: El hombre que se vengó de su hija por ser ésta honrada y buena y tuvo la avilantez de poner su odio al amparo de su religión recibiendo por su crimen plácemes y honores y títulos de nobleza por una sociedad degradada y envilecida, tenía necesariamente que recibir el castigo por medio del mismo Espíritu ofendido y martirizado; Espíritu que perdonó la ofensa en el acto de recibirla, que le escogió nuevamente por padre, para unirse más y más a él y que ha servido de instrumento a la venganza de otros espíritus porque la ley de expiación debía cumplirse, y se cumplió:

Te lo repito, a cada nueva hecatombe que te impresione, redobla tus esfuerzos para progresar.

No blasfemes diciendo, me da miedo la ira de Dios porque Dios ni puede encolerizarse, ni puede sonreír satisfecho.

Dios es la ley inmutable y eterna, la ley de gravedad, la ley de la atracción universal.

El pecado es la sombra la sombra es plomo. Plomo es también el remordimiento, plomo el resultado del dolor de la culpa, todo cae junto en el abismo insondable de la expiación.

La virtud en cambio es luz, la luz irradia, su alborada es el buen propósito de los espíritus, las obras de estos el aumento de los destellos luminosos, el sacrificio del hombre por el hombre, el amor difundiendo su sávia, es el Sol en la plenitud de su grandeza.

Las almas puras siempre buscan los secretos de los cielos, los espíritus que viven bien en la sombra nunca levantan sus miradas a la inmensidad, la ley se cumple en el criminal y en el justo, cada uno es responsable de sus actos.

Otra pregunta te hacen sobre un suicida, usa del procedimiento anterior.

Siguiendo la indicación del Espíritu, copiamos a continuación un suelto que nos envió un espiritista de Tortosa.

Ayer al mediodía, después de comer con su familia el conocido comerciante de vinos y fabricante de aguardiente de esta ciudad, D. Francisco Homedes, retiróse a su habitación, como de costumbre a hacer la siesta, y después de desnudarse y tenderse en la cama, cogió una pistola, disparándose un tiro en la sien derecha, atravesándole la bala el cráneo y llegando hasta el cerebro.

Al ruido de la detonación acudió la familia, encontrándole sin sentido; llamáronse médicos, acudiendo desde el primer momento el director del Hospital Sr. Sabaté y más tarde el forense Sr. Homedes, conviniendo ambos en que la herida era mortal de necesidad. Auxíliose al herido como se pudo, pero sin esperanza alguna de alivio y temiéndose un terrible desenlace.

Ignóranse los motivos que indujeron al Sr. Homedes a tomar tan fatal resolución, sólo explicable en su carácter por un trastorno de las facultades mentales.

Sentimos sinceramente la desgracia que aflige a la desconsolada familia del Sr. Homedes y deseamos que el Señor les dé los consuelos y resignación necesarios en este caso.

Ese Espíritu que ha puesto fin a su existencia, lo ha hecho por miedo al porvenir. Débil, pusilánime, cobarde ante las luchas de la vida, no se ha encontrado con valor suficiente para arrastrar las consecuencias de otras encarnaciones, en las cuales tuvo sus caídas y no se supo levantar a tiempo.

No es Espíritu de tenebrosa historia, no ha hecho verter arroyos de sangre pero está muy descontento de sí mismo y no se encuentra con valor para luchar frente a frente con la adversidad, pero la amarga y provechosa experiencia le hará comprender que el nudo de la expiación no es el nudo Gordiano que según vuestra historia cortó Alejandro, el nudo de la expiación no se corta con el suicidio, se deshace lentamente con el trabajo, con el sacrificio, con la abnegación, con el heroísmo, con el martirio nunca, ¿Lo entiendes?

Nunca con la destrucción del cuerpo, por uno que se rompe, hay que construir de nuevo muchos organismos; unas veces fuertes, rudos, recios, dispuestos sus miembros para arrancar piedras ciclópeas, para derrumbar las fortalezas levantadas por los titanes; otras veces hay que tomar envolturas raquíticas, enfermizas deformes, y hay que sufrir con ellas el cautiverio de la impotencia, ora hay que venir sin luz o sin movimiento, o sin órganos desarrollados para la manifestación de la inteligencia, en justo castigo del desprecio con que el Espíritu miró una envoltura útil para trabajar y hacer valer sus méritos y sus derechos.

Todo lo que el Espíritu rompe y desprecia, lo tiene luego que reconstruir, es la tela de Penélope de vuestra fábula, lo que rompen hoy con presteza lo tienen que unir después, pareciéndose su trabajo metafóricamente hablando al que tendrían los hombres en el valle de Josafat cuando la trompeta del ángel apocalíptico los llamase a juicio y buscasen sus miembros esparcidos por la muerte en el inmenso valle donde se unirían los vivos y los muertos.

Pues algo parecido les sucede en realidad a los suicidas, cuando destrozan un organismo bien equilibrado para volverlo a poner en idénticas condiciones ¡Cuántos siglos pasan algunos siendo el hazme reír de las indoctas multitudes que gritan ¡A ese!.. ¡A ese!… y se ve pasar a un infeliz idiota que se ríe arrojando piedras a los que le persiguen, ora levantando los brazos en ademán amenazador pronunciando blasfemias horribles que despiertan la hilaridad de sus perseguidores. Pues esos desgraciados son en su mayoría los suicidas, los que desprecian su cuerpo (locos sin camisa de fuerza) espíritus ingratos que no saben apreciar el inestimable tesoro de su inteligencia, y la fuerza de sus miembros con los cuales tanto pueden trabajar.

Ante la tumba de los suicidas, si viérais qué lucha sostiene el Espíritu, queriendo unir lo que él mismo rompió ¡Ay! Cuantos esfuerzos emplea el Espíritu antes de convencerse que, lo que rompe la violencia no lo puede unir instantáneamente el arrepentimiento de un segundo!

Hay que desandar lo andado, Hay que renacer, y no con padres buenos y amorosos, sino con padres rudos, que no tienen desarrollado el sentimiento de la paternidad y que conceptúan a los hijos como una carga pesada o como instrumentos de trabajo que utilizan sin preguntarles jamás si sufren.

¡Cuánto podría decirte sobre los sufrimientos de los suicidas! Materia es ésta que da asunto y se presta para escribir largamente mas basta por hoy”.

Estoy conforme en todo con la comunicación que he obtenido, creo firmemente que cada uno es el redentor de sí mismo; por eso mismo mi único anhelo es progresar porque sé que mi redención yo sola con mi esfuerzo, con mi trabajo, con mi energía podré alcanzar.

Si por el fruto se conoce el árbol, yo quiero que mis obras sean el fruto sazonado del amor, del sentimiento, de la ciencia y de la razón.

 

Amalia Domingo Soler

La Luz del Camino